Con esta séptima entrega culmina la serie de artículos que Huellas ha dedicado a profundizar en la figura de Jesús a partir del libro del Papa. Atendiendo a criterios de autenticidad, el testimonio de los evangelios acerca de los milagros de Jesús presenta peculiaridades que sólo pueden explicarse reconociendo que estos relatos son narraciones compuestas originalmente en Palestina y por autores que refieren hechos vividos. Una crítica histórica sana debe reconocer la historicidad de los evangelios cuando presentan a Jesús realizando curaciones milagrosas
En nuestro artículo anterior vimos cómo también el historiador, si somete los documentos que han llegado hasta nosotros a una crítica seria pero sincera, tendrá que concluir que Jesús realizó curaciones milagrosas. Ciertamente los documentos mejor informados sobre la actividad taumatúrgica de Jesús son los evangelios. A ellos nos acercamos ahora para estudiar varios dichos, que resultarían ilógicos e ininteligibles si Jesús no hubiera realizado ningún milagro durante su ministerio público.
Una objeción
Antes de utilizar los evangelios como fuentes históricas es necesario salir al paso de una objeción. Dice así: dado que estos libros son obras de hombres que creyeron en Jesús, ¿no debemos considerarlos testimonios sospechosos de parcialidad? Bien es cierto que la inmensa mayoría de los testimonios pueden ser acusados de parcialidad; también el de un adversario, pues transmitiría los hechos desde una visión contraria o negativa. En cualquier caso, como hemos visto en nuestro último artículo, todas las fuentes, sean escritas por adversarios o seguidores de Jesús, pueden servirnos para reconstruir la verdad histórica. La única condición exigida es utilizarlas críticamente. Por tanto, también los evangelios, valorados según los criterios de la ciencia histórica, pueden ser útiles para acercarnos al acontecimiento.
El testimonio de los evangelios
Si tenemos en cuenta las diferentes fuentes identificadas por los estudiosos en los evangelios, cuatro de ellas testimonian que Jesús realizó milagros; la única que no lo hace es la fuente propia de Mateo. El evangelio de Marcos narra doce curaciones milagrosas y una resurrección, contiene también cuatro sumarios en que se dice que Jesús curó a muchos enfermos y alude en cuatro ocasiones a curaciones milagrosas y exorcismos1. La fuente común de Mateo y Lucas, la fuente de los dichos de Jesús, contiene también un relato de curación milagrosa y tres dichos de Jesús que hablan de curaciones y exorcismos2. En las fuentes propias de Lucas encontramos dos dichos de Jesús que suponen la realidad de los milagros y tres nuevos relatos de curaciones y una resurrección3. Por lo que se refiere al evangelio de Juan, de los veintinueve relatos de milagros que contienen los sinópticos, ofrece solamente tres: la curación del hijo del oficial, la multiplicación de los panes y Jesús caminando sobre las aguas; por su parte, el cuarto evangelio incluye cinco relatos de milagro propios4. Sorprendentemente Juan no refiere ningún relato de exorcismo ni curación de leprosos.
En una primera impresión parece que se deba considerar el mejor testimonio de la historicidad de los milagros de Jesús los relatos que contienen los evangelios. La crítica histórica, no obstante, prefiere fijar su atención en algunos dichos de Jesús que hacen referencia a ellos. La razón es clara: si estos dichos fueron pronunciados realmente por Jesús, es decir, son auténticos, serían una prueba de primera mano sobre la historicidad de sus milagros. Entre estos dichos de Jesús, el mejor atestiguado es su réplica a los escribas y fariseos que le acusan de pacto con Beelzebul. El dicho nos ha llegado en Marcos y en la fuente de los dichos de Jesús utilizada por Mateo y Lucas. He aquí las dos versiones: «Y los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: “Tiene a Beelzebul, y en virtud del príncipe de los demonios arroja a los demonios”. Y habiéndoles llamado, decíales en parábolas: “¿Cómo puede Satanás arrojar a Satanás?”» (Mc 3,22-24).
«Si yo arrojo los demonios con el Espíritu de Dios, entonces el reino de Dios ha venido a vosotros» (Mt 12,27; Lc 11,19)
Criterios de autenticidad: atestación múltiple, discontinuidad, dificultad
¿Cómo podemos estar ciertos de que Jesús pronunció realmente estas palabras? Esta certeza nos viene de la aplicación de los principales criterios de autenticidad reconocidos por los estudiosos. Veámoslos. En primer lugar está el criterio de atestación múltiple. Según este criterio hay fuertes motivos para pensar que estamos ante un dicho de gran garantía histórica cuando nos ha llegado en varias fuentes. De esta sentencia de Jesús hay testimonio en Marcos y en la fuente común de Mateo y Lucas, ambos escritos de una gran antigüedad. En segundo lugar, según el criterio de discontinuidad, se puede considerar auténtico un dicho de Jesús cuando constituye una novedad dentro del judaísmo por el lenguaje o las ideas, y al mismo tiempo no refleja la fe de la Iglesia primitiva. Aplicando este criterio a la sentencia de Jesús que estamos estudiando, el resultado no puede ser más satisfactorio. La discontinuidad con el judaísmo se hace patente en el modo que Jesús tiene de hablar del reino de Dios como una realidad que se ha hecho presente ya entre los hombres; los escritos judíos hablan siempre del reino de Dios como una realidad futura. Por otra parte, en este dicho no se encuentra expresada la fe de la comunidad cristiana primitiva, pues no presenta a Jesús como Mesías o el Señor glorioso, sino simplemente como el Jesús terreno, sometido a contradicción. Por último, no hay que olvidar que aquí tenemos unas palabras que son respuesta de Jesús a la acusación de tener pacto con Beelzebul: es impensable que los primeros cristianos inventaran semejante acusación contra su Señor. Atendiendo al criterio de dificultad, esta característica avala su autenticidad.
El lenguaje es el de la tradición judía
Por añadidura, la antigüedad de las expresiones evangélicas queda patente en su colorido semítico. Cuando unas palabras de Jesús usan una terminología propia del mundo helenístico y ajena a la lengua y al marco cultural-religioso de Palestina, hay fuertes motivos para pensar que fueron creadas por la comunidad, ya que Jesús habló en arameo y tuvo una formación judeo-palestinense. Por el contrario, cualquier dicho de Jesús que refleje la lengua aramea y la concepción judeo-palestinense tiene todas las probabilidades de ser auténtico. Pues bien, este dicho contiene expresiones típicamente judías: “reino de Dios” y “arrojar los demonios con el Espíritu o el dedo de Dios”; igualmente palestinenses son los nombres de Beelzebul y Satán. El lenguaje es el de la tradición judía, que sólo es imaginable en su Palestina natal.
Una conclusión se impone: este dicho de Jesús, de cuya autenticidad resulta muy difícil dudar, supone necesariamente la realidad de los exorcismos y las curaciones milagrosas de Jesús. Si éstos no tuvieron lugar durante la vida de Jesús es inconcebible que tuviera la necesidad de defenderse de la acusación de que actuaba con el poder de Beelzebul y procurara a la vez dar la interpretación verdadera de tales prodigios5. Y no se olvide que la acusación a la que responde el dicho de Jesús es la misma que tenemos formulada en el Talmud, cuya cita hemos estudiado en nuestro anterior artículo.
Los relatos de milagros: la forma literaria no prejuzga su autenticidad
Los críticos de los evangelios suelen señalar como dato sospechoso el hecho de que en todas las religiones las figuras de sus fundadores o santones hayan sido exaltadas con la aureola del milagro. A su entender, el parecido de los relatos evangélicos con las narraciones que encontramos referidas a los fundadores o figuras destacadas de otras religiones sería motivo suficiente para sospechar de su autenticidad. Este modo de razonar es totalmente ilegítimo, pues de la semejanza literaria no se puede deducir un juicio sobre el valor histórico del relato; su realidad histórica ha de ser juzgada teniendo en cuenta los criterios de historicidad aludidos anteriormente. De hecho, como afirmaba con agudeza P. Benoit, «nada se parece más al relato de un milagro verdadero que el relato de un milagro falso»6. Por lo demás, cuando se narra un milagro, tanto en la antigüedad como hoy, suele utilizarse el mismo esquema narrativo. Dicho esquema tiene tres partes: introducción, curación y demostración de la misma; no hay otra forma de narrar un milagro. Por tanto, la forma literaria no prejuzga su autenticidad.
Comparar atentamente
A modo de ejemplo, citaremos un relato de milagro de Apolonio de Tiana, un filósofo pitagórico que vivió en el siglo I, cuya vida fue narrada por Filostrato en el siglo IV d.C. (reproducido en el apartado a continuación).
Al comparar atentamente los relatos contenidos en los evangelios con éste de Apolonio de Tiana, u otros que tenemos en la literatura helenística, a pesar del parecido de la forma, observamos profundas diferencias. Comencemos por señalar una diferencia muy importante: los milagros que en el mundo griego se atribuyen a dioses u hombres dotados de poderes divinos son un modo de exaltar al dios o al hombre que los realiza; en los evangelios, los milagros de Jesús están presentados en una perspectiva totalmente distinta, pues se les considera signos del reino de Dios. Esta es una característica desconocida en el mundo griego y propia de la tradición judía. Igual que las acciones simbólicas de los profetas del Antiguo Testamento estaban al servicio de su predicciones y advertencias proféticas, los milagros de Jesús aparecen en los evangelios como acciones simbólicas al servicio de su anuncio del reino de Dios. «Estos exorcismos y curaciones son signos que proclaman la llegada del reino de Dios, el comienzo de la salvación definitiva de la humanidad menesterosa, que sufre dolor y enfermedad bajo el poderío de Satán»7. Milagros y predicación de Jesús están estrechamente unidos.
Elementos propios
Por otra parte, no sólo llama la atención la gran sobriedad de los relatos evangélicos en comparación con la fantasía de gran parte de los relatos helenísticos, sino también la presencia de elementos propios, característicos del mundo judío o motivos específicamente cristianos, es decir, datos no procedentes del ambiente literario y religioso pagano. Así, por ejemplo, el fuerte colorido arameo de numerosos relatos de milagros, su peculiar griego que delata una narración originariamente aramea, el tema de la fe en Jesús, de su mesianidad y el choque con los representantes de la ortodoxia judía. Con otras palabras, el esquema convencional queda roto por la aparición de elementos totalmente desconocidos en los relatos paganos. Peculiaridades que sólo pueden explicarse reconociendo que estos relatos son narraciones compuestas originalmente en Palestina y por autores que refieren hechos vividos.
Una crítica histórica sana y sincera, es decir, no viciada por prejuicios filosóficos, debe reconocer la historicidad de los evangelios cuando presentan a Jesús realizando curaciones milagrosas. En otras palabras, quien niegue la historicidad de los milagros de Jesús deberá dar una interpretación razonable de la existencia de estos relatos evangélicos con sus peculiaridades y características propias, en absoluto provenientes del mundo helenístico, y sobre todo tendrá que afrontar la enorme dificultad de explicar el origen de los dichos de Jesús que aluden a exorcismos y curaciones milagrosas.
Notas
1 Las curaciones: Mc 1,23-28 (endemoniado en la sinagoga de Cafarnaúm); 1,29-31 (la suegra de Pedro); 1,40-45 (un leproso); 2,1-12 (el paralítico perdonado); 3,1-6 (el hombre de la mano paralizada); 5,1-20(el endemoniado de Gerasa); 5,25-34 (la hemorroísa); 7,24-30 (hija de la sirofenicia); 7,31-37 (un sordomudo); 8,22-26 (ciego en Betsaida); 9,14-29 (el niño lunático); 10,46-52 (el ciego Bartimeo). Resurrección: 5,21-24.35-43 (la hija de Jairo). Sumarios: 1,32-34; 1,39; 3,10; 6,56. Alusiones: 3,22-27; 6,5; 6,7.13; 9,38-40. Contiene también varios relatos de milagros de naturaleza: 4,35-41 (tempestad calmada); 6,32-44 y 8,1-9 (multiplicaciones de los panes); 6,45-52 (Jesús camina sobre las aguas); 11,12-13.20-21 (maldición de una higuera).
2 Curación: Mt 8,5-13=Lc 7,1-10 (curación del siervo del centurión). Dichos: Mt 11,4-6=Lc 7,21-23; Mt 11,20-24=Lc 10,13-15; Mt 12,27-28=Lc 11,18-20.
3 Dichos: 10,17-20; 13,32. Curaciones: 13,10-17 (una mujer encorvada); 14,1-6 (un hidrópico); 17,11-19 (diez leprosos). Resurrección: 7,11-17 (hijo de la viudad de Naím).
4 Estos son los relatos de milagro propios de Juan: el cambio de agua en vino en Caná (2,1-11), la curación del enfermo de la piscina de Betesda (5,1-9), el don de la vista al ciego de nacimiento (9,1-7), la resurrección de Lázaro (11,1-44) y la pesca milagrosa después de la resurrección (21,1-14).
5 Otros dichos auténticos de Jesús que aluden a las curaciones milagrosas son: Mt 11,4-6; 11,21; Lc 13,32.
6 P. Benoit, «Réflexions sur la “formgeschichtliche Methode”», en Exégèse et Théologie I, Paris 1961, 41.
7 Cf. M. Herranz Marco, «Los milagros de Jesús: signos que anuncian el reino de Dios»: Cuadernos de Evangelio 18 (1975) 14s.
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