El 30 de abril de 1999, pocas semanas antes de morir, Enzo pronunció una conferencia en Pésaro sobre “La condición del enfermo en la cultura de la eficiencia: ¿solidaridad o marginación?” en presencia del entonces obispo de la ciudad, el actual cardenal Bagnasco. Ofrecemos algunos pasajes
Yo soy un ateo que se hizo cristiano “por casualidad”. Porque vengo del lugar en donde nació el ateísmo, la región de Emilia Romaña. Y he crecido con el pragmatismo típico de los emilianos, por el que hay que hacer, hacer y hacer. Para ellos la metafísica es una suerte de opinión de una mente enferma. He crecido en un clima así, y por tanto para mí el hecho cristiano fue una aventura, fue como una apuesta, y no es que no tuviese otras alternativas. Si permanezco en la comunidad cristiana es porque conlleva un desafío. El desafío es que el cristianismo no significa que el hombre cristiano no es un poco menos que los demás porque tiene algunas obligaciones morales de más, sino que es una humanidad verdadera. Por eso, en mi opinión, a la hora de afrontar el dolor y el sufrimiento, el hecho cristiano es la forma más humana de hacerlo, es el lugar en donde lo humano es humano. Es un desafío, obviamente, como ha sido un desafío para mi vida, porque ciertamente yo no pensaba así. Sin embargo, me doy cuenta de que si no hubiese descubierto esto, no habría permanecido, porque tenía otras alternativas, como las tengo también ahora, y una y otra vez me tengo que preguntar por qué merece la pena. Porque, como digo siempre, Cristo y el cristianismo son como un adorno molesto: después de un cierto tiempo es mejor no tenerlo, si no es algo que te convence humanamente, con seriedad. Voy a tratar de explicar las razones de mi posición.
El dolor y el sufrimiento forman parte del hombre. Por este motivo no es posible afrontar el dolor y el sufrimiento más que afrontando a quien los padece, su experiencia humana, teniendo en cuenta a la persona que vive esto, afrontando el problema humano, es decir, al hombre. Por eso siempre tengo presente qué es el hombre para mí y qué es el hombre para la experiencia a la que me adhiero y en la que creo, y que ha hecho de mí una persona nueva. Se trata fundamentalmente de esto. Lo explico con un ejemplo: una chica se acerca a mí después de una reunión y me dice que se encuentra a disgusto, que no entiende, que sí, son todo cosas bonitas, sin embargo con los amigos no está siempre tan claro, existen muchas pretensiones, hablan y hablan, pero son todos iguales, etc. Y yo le digo: «Mira, no se trata de una cuestión matemática; es una cuestión humana, se necesita tiempo y paciencia». Al poco tiempo, otro encuentro en un lugar cercano. Veo que se me acerca de nuevo la chica y pienso: «¡Otra vez! ¿Qué le digo ahora?». En cambio esta vez llega radiante y dice: «Lo que me dijiste fue estupendo, ahora he comprendido el problema, estoy contentísima, todo ha cambiado». Entonces me entra la duda y le digo: «¿Has encontrado novio?». «Sí». No es algo extraño, se trata de la experiencia humana. ¿Qué es lo que ha encontrado? Una persona que le ha dicho: «Me gusta cómo eres. Te quiero. Eres útil para mí». Ha conocido a una persona que le ha hecho sentirse alguien. El enamoramiento no es más que un eco lejano de lo que sucede cuando se descubre la conciencia de ser criaturas, es decir, de que hay Alguien que te quiere segundo a segundo. Uno que te quiere de tal manera que te hace sentirte único e irrepetible: dentro de trescientos millones de años no habrá nadie como tú, y durante millones de años no ha habido nadie como tú, eres único e irrepetible, eres un puntito negro en el mundo, pero en él se concentra la conciencia del mundo.
En la experiencia del hombre constatamos entonces una primera cosa fantástica: que el hombre es alguien cuando lo es para alguien. Perdonadme el juego de palabras. El niño es alguien para la madre y se siente alguien con su madre, y la madre es alguien con el niño. Pero uno se puede sentir alguien también por otros motivos. Por ejemplo, el director del hospital es alguien porque le ponen una alfombra roja, porque tiene poder para decidir, porque tiene personas a su cargo, porque gestiona. Ser alguien significa estar en relación, siempre, con alguien o con algo. Porque ese director, si le quitan todo el personal, no es nadie. Por eso la persona, que es la clave de bóveda de la experiencia cristiana (porque Cristo ha traído al mundo la gran revolución que es el valor de la persona), es un ser en relación. Pero atención: no puede bastar la relación con algo humano. Porque la madre envejece y el hijo crece, el director se hace mayor y pierde aquello que le hace sentir alguien, las relaciones que amas con el tiempo pueden deteriorarse. Sólo existe una posibilidad: que exista una relación que señale lo eterno, que señale el “para siempre” que deseas. El hombre es verdaderamente hombre y tiene finalmente una dignidad en su acción, sea la que sea, si lo que le da consistencia es la relación con el Misterio que hace todo. El Misterio que hace todo se llama Dios en todas las religiones del mundo. Entonces la persona es verdaderamente única e irrepetible, es intocable. Y esto desde el comienzo hasta el final, desde que todo comienza con las famosas dos células hasta cuando el viejo está decrépito y ya no razona, como sucedió con mi padre, y mi madre le ha cuidado... Es increíble cuando lo pienso: durante años le ha cuidado, porque estaba enfermo de Alzheimer. ¡Durante años! Es una dignidad, ¿comprendéis? Es finalmente una dignidad. Y no tiene que ver con lo que haces. ¡Que hermosa es la frase de la Biblia que dice: «Con amor eterno te amé, por eso te atraje a mí, teniendo compasión de tu nada»! (cf. Jr 31, 3) Habla del tipo de posición que implica la experiencia cristiana, desde sus orígenes, desde el Antiguo Testamento, con respecto a la persona que existe en relación con el Misterio. La dignidad de la vida, entonces, es pertenecer, es decir, responder ante alguien o ante algo de lo que eres y haces. Es una responsabilidad. Yo no era nada, no existía, y he sido hecho: debo responder. Si quiero ser yo mismo, debo responder. Yo no me estoy haciendo, en este momento no estoy modificando, aunque lo quiera, una sola célula de mi cuerpo. Por tanto, lo quiera o no, yo dependo. Esta claro que soy libre de reconocerlo o no, pero la evidencia... Aristóteles decía que es extraño discutir sobre lo que resulta evidente.
La dignidad de la vida es responder cotidianamente al Misterio que nos hace, y esto nos hace libres. Libres ante lo que piensan todos y libres ante las circunstancias. Pensad en san Francisco, que dice: «Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal». O cuando exalta el fuego. Pensad que tenía una enfermedad en los ojos y le ponían hierro incandescente para curar sus llagas. ¡Qué dolor tremendo! Y en su oración añadió el fuego, precisamente por la experiencia que tuvo. ¿Quién tiene una libertad así? ¿De dónde viene? ¿Por qué es posible? Es posible únicamente si la vida tiene una responsabilidad, es decir, responde a Alguien o a Algo que la hace. Si no es así prevalecen la medida y la rutina de todos los días, lo que consigues comprender o sentir. Pero todos sabemos que esto tiene un horizonte limitadísimo, y no se mantiene.
El primer aspecto es, por tanto, la persona: es alguien, pero en relación con Alguien. Pasemos al segundo aspecto. Trato de describirlo con un ejemplo. Uno de los grandes estudiosos de la Edad Media, Cyril Martindale, encontró en Oxford, durante la rehabilitación de una iglesia, unos manuscritos con historias de santos, escritos para la divulgación popular. Entre ellas hay una fantástica: la de Herman el tullido. Una breve síntesis: era hijo de nobles suavos. Nació con una enfermedad gravísima que le afectaba a músculos y nervios. Se trataba de una enfermedad degenerativa. Cuentan que le habían hecho una silla a la medida y que tenían que modificarla constantemente porque se deformaba progresivamente, y no sabían cómo adaptársela. A su alrededor todos pensaban (dentro de su familia noble): «Hay que eliminarlo de la manera más indolora posible, porque no se puede garantizar la vida a un ser así». Entonces lo llevaron a un convento benedictino, porque no querían dejarlo morir. En el convento aquellos hombres lo sacaron adelante. Le hicieron vivir. Le hicieron una silla adaptada, le atendieron, le alimentaron. Herman el tullido compuso según la tradición el Salve Regina, el Alma Redemptoris Mater, escribió un tratado sobre los astrolabios, un chronicon desde Cristo hasta su tiempo, compuso música... ¡Una persona que debía ser eliminada sin dolor, un tullido! ¿De dónde puede venir esta grandeza singular? La personalidad crece en la historia, pero la virtud de la historia, esa que garantiza el crecimiento, se llama paciencia. Se llama paciencia, pero la paciencia no es sentarse a esperar, es decir, una pasividad última. Paciencia viene de patior, que significa “llevar en la espalda”. ¿Qué es lo que se produce gracias a la paciencia? Una claridad en la finalidad (es necesario tener claro por qué existimos, de dónde venimos y a dónde vamos) y lo que nosotros llamamos tenacidad. Tenacidad, como dice san Ambrosio: «Rerum, Deus, tenax vigor», Dios, que eres la consistencia tenaz de las cosas. Solo un contexto de fe y la paciencia del tiempo pueden posibilitar al hombre llevar el peso de todos los factores humanos, de todos los encuentros humanos. Pero atención: la fe es una mirada positiva sobre la realidad. Me acuerdo de las grandes discusiones, acérrimas y abiertas, con los que estaban en la otra parte –y de los que siempre he sido muy amigo, pues yo mismo venía de ahí–. «La fe: tú eres afortunado», me decían. Y yo: «No, también tú la tienes». «Pero, ¿cómo que yo también la tengo? Venga, siempre decís lo mismo. Como los curas». «¿Qué tienen que ver los curas? La fe es un método de conocimiento. La fe potencia la razón. ¿Nunca te has dado cuenta? Yo no he visto nunca Australia, y sin embargo estoy convencido de que existe». La fe significa conocer una realidad a través de un testigo. Conocer una realidad a través de un testigo. Ahora bien, si yo comprendo que existe el Misterio que hace todo, mi problema es de dónde vengo y a dónde voy, es decir, la relación con el Misterio. No consigo imaginarlo y no sé dónde, pero si alguien viene de allí y me dice: «Es así y asá», y veo que es una persona creíble, ¿me equivoco si le creo? Se equivocan los demás. Toda mi vida he buscado el Misterio que hace la vida. Y todavía busco, desde un cierto punto de vista, el rostro de ese Misterio. Lo busco todavía en los signos que me da. Yo creo que Australia existe, aunque no la haya visto nunca. La fe potencia la vida, potencia la razón, es un método de conocimiento. Significa conocer a través de un testigo. Y esta es la experiencia que hacemos. Entonces la fe y la paciencia en el tiempo pueden favorecer la potencialidad que hay en cada uno de nosotros, que hay en todas las personas, aunque sea por un solo instante, aunque sea un instante antes de morir. Sin la fe no se puede tener paciencia, y sin paciencia no podemos soportarnos a nosotros mismos.
Si esto no es así nos afanamos en descargar culpas y responsabilidades sobre los demás, en descargar lo más posible la tensión, porque no conseguimos afrontar el problema. Es necesario descargar un poco de tensión, tal vez con un viaje, que está de moda: «Me voy de viaje para descargarme un poco...». Tú verás... Y vuelven peor que antes.
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