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Huellas N.5, Mayo 2008

SOCIEDAD - Benedicto XVI en EEUU

«Sirviendo a la verdad educa el corazón del hombre»

a cargo de Santiago Ramos

El jurista de la Universidad de Notre Dame y presidente de la Comisión Interamericana de derechos humanos comenta las intervenciones del Pontífice

En su visita a las Naciones Unidas, Benedicto XVI ha continuado la tradición iniciada por Pablo VI en 1965, y seguida después por Juan Pablo II en 1979 y 1995. Aunque el contenido del mensaje del Papa Benedicto está ligado a la tradición, resulta ciertamente innovador. Paolo Carozza, profesor asociado de Derecho en la Universidad de Notre Dame y recientemente nombrado presidente de la Comisión Interamericana de derechos humanos, nos ayuda a analizar las ideas desarrolladas por el Pontífice en su discurso.

¿Por qué el Papa aprecia tanto la Declaración Universal de los Derechos humanos redactada por las Naciones Unidas?
El Papa continúa la obra de su predecesor. Al igual que Juan Pablo II, ya desde los tiempos en que era cardenal Ratzinger, Benedicto XVI ha hablado ampliamente de que los derechos humanos están ligados al carácter irreductible de la persona. Los derechos humanos tienen sentido sólo en la medida en que se puede identificar en qué se fundamentan, es decir, el significado de la persona humana que está en su origen. El motivo por el cual los Papas tienen en gran consideración la Declaración reside en lo que expresa, en la dignidad a la que hace referencia.
Sin embargo, el elogio que el Santo Padre ha hecho de la Declaración Universal, ha sido mucho más mesurado que el de Juan Pablo II. Entre las lecturas poco acertadas que han hecho los medios de comunicación está la de que el Papa «ha afirmado con fuerza los derechos humanos». Bueno, es verdad y no es verdad: ciertamente los ha elogiado, pero se trata de un elogio que subraya que la Declaración se fundamenta en la idea de la unidad de la persona humana. Y ha continuado diciendo que cuando la idea de la unidad y de la integridad se pierde, también la idea misma de derechos humanos se fragmenta y se vuelve peligrosa.

El Papa ha expresado preocupación por el hecho de que «cuando los derechos se presentan simplemente en términos de legalidad, corren el riesgo de convertirse en proposiciones frágiles, separadas de la dimensión ética y racional, que es su fundamento y su fin».
Es una observación muy aguda. Cuando los derechos humanos obtienen su significado y su autoridad de actos formales de organismos legales, entonces corren el riesgo de no apoyarse en base sólida alguna. Sólo cuando su autoridad deriva de que son expresión de la esencia de la relación de justicia entre los individuos, esto les confiere una suerte de certidumbre, haciendo de ellos conceptos que no pueden ser objeto de abuso, manipulados o ignorados. Si los derechos tienen que ver simplemente con una institución que los establece, entonces cualquier cosa puede ser un derecho humano, cualquier deseo o interés dependerá de los que detentan el poder. Esto sería una traición a los ideales originales de la Declaración y a sus elevadas aspiraciones a la universalidad.

El Papa parece identificar el origen de la idea de los derechos humanos en el pensamiento del filósofo escolástico Francisco de Vitoria.
En efecto. Pero él está hablando de algo más fundamental que los derechos humanos: ha identificado en Vitoria la responsabilidad de las autoridades públicas de proteger el bien común. Desde la idea clásica de ley natural, ha defendido la controvertida idea contemporánea de “responsabilidad de proteger” o “R d P”, por utilizar el lenguaje de hoy. La R d P, como la describe Benedicto, reconoce que la protección del bien común es siempre la medida de la legitimidad de la intervención de la autoridad. Reconduciendo la idea a Vitoria, y antes del nacimiento del moderno estado nacional, el Papa no está sólo afirmando la legitimidad del principio, sino también recordándonos que se trata de un principio cuya verdad la Iglesia ha indicado siempre como verdadero, es decir, que la autoridad de la ley y del gobierno deriva de que están al servicio del bien común...
Por un lado vuelve a proponer el papel de la Iglesia en las cuestiones internacionales, que consiste en educarnos en estos principios de verdad y de justicia; por otro lado reprocha a las Naciones Unidas y a los distintos sujetos implicados no tener en cuenta en sus decisiones cotidianas la cuestión fundamental del bien común.

El Papa parece deducir de esta responsabilidad de proteger un imperativo moral referido a la intervención: «Si los Estados no son capaces de garantizar esta protección, la comunidad internacional ha de intervenir con los medios jurídicos previstos por la Carta de las Naciones Unidas y por otros instrumentos internacionales».
En efecto. Y prosigue diciendo que nadie puede sostener razonablemente que se trate de una violación de la soberanía. Relativiza radicalmente la autoridad y la soberanía de los Estados nacionales. Pero, de nuevo, no se trata de una verdadera novedad: la novedad es el forum en el que la Iglesia afirma esto (si bien Juan Pablo II y Pablo VI ya lo hicieron). El Papa se está refiriendo simplemente al principio fundamental que ha guiado a la Iglesia en el juicio sobre el origen de la autoridad. La autoridad política no deriva del factor territorial. La mejor expresión de todo esto es la idea de subsidiariedad. Lo que el Papa está haciendo aquí es afirmar la subsidiariedad, declarando cómo ésta afecta a los Estados nacionales soberanos. En la acción a determinados niveles los Estados gozan de una cierta autonomía, pero cuando se vuelven incapaces de ocuparse del bien y de las necesidades que le confieren legitimidad, es deber de la comunidad internacional, en cuanto parte de la familia humana, intervenir para que tal fin sea realizado.

El Papa ha hablado además de la libertad religiosa en estos términos: «Es inconcebible, por tanto, que los creyentes tengan que suprimir una parte de sí mismos –su fe– para ser ciudadanos activos».
Aquí es importante señalar que el hilo conductor del discurso del Papa es «la unidad de la persona humana», a la que hace referencia en diferentes contextos a lo largo de la intervención. Explica que tal unidad se garantiza esencialmente por la apertura a la trascendencia, a todas las dimensiones de la realidad y de la persona. Este es el motivo por el cual sostiene la libertad religiosa, y en particular la libertad religiosa en relación con todos los aspectos de la vida humana, incluida la política. Por tanto, aislar la dimensión religiosa de la vida significa no respetar la unidad de la persona humana, y no respetar esta unidad se convierte en la base de la corrupción de los derechos humanos, de la reducción de las instituciones internacionales a un papel formal y no sustancial, y de todas las demás cuestiones por las que él se ha mostrado preocupado. Es necesario que creemos las condiciones para reconocer y respetar la unidad de la que gozamos cuando vivimos en total apertura hacia Dios.

¿Hay algo que quiera añadir para ayudarnos a comprender mejor la visita del Papa a las Naciones Unidas?
Subrayaría la importancia de la conferencia pronunciada ante los educadores católicos, cuando el Papa habló de una «Diaconía de la Verdad» para la humanidad. En un cierto sentido lo que ha hecho Benedicto ante las Naciones Unidas tiene en sí mismo un aspecto performativo: no se trata simplemente de “lo que ha dicho”, sino del hecho de que “lo haya dicho”, y lo haya hecho de esa forma, no limitándose únicamente a pronunciar ciertas palabras. Lo que está haciendo es servir de Diaconía de la Verdad; permite a la Iglesia actuar como Diaconía de la humanidad, se sitúa en el papel de educador, de educador del corazón humano.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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