«Tú lo sabes todo...»
Soy residente de medicina interna de tercer año en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Ciencias Médicas. Tuve una experiencia como doctora en Uganda, África, y quisiera contarles un episodio que me conmovió sobremanera. Un viernes por la tarde salimos a hacer visitas a los hogares. Luego de conducir 45 minutos por un camino de tierra y pastizal alto, en un jeep Land Cruiser, llegamos a la casa de Grace, una choza pequeña con techo de paja y paredes de arcilla. Me tuve que agachar para entrar en un pequeño espacio que servía como cuarto, sala y comedor. En el piso de tierra y sobre un par de sábanas, había una muchacha de tan solo 21 años postrada por una enfermedad extensiva de la piel, llamada sarcoma de Kaposi (KS), y que es secundaria al virus del SIDA. A pesar de los tratamientos su enfermedad había seguido progresando, hasta complicarse con ulceras de piel en su pierna derecha. Luego de presentar el caso al médico internista, arreglamos para trasportar a Grace de su aldea al Hospital de Hoima, a fin de ofrecerle un ambiente más higiénico y cuidado diario de las heridas. Como el personal de enfermería era escaso, acordamos admitirla con la condición de que mi colega italiana, la Dra. F Biacci y yo, le curáramos las heridas a diario. Poco a poco logramos que algunas de las ulceras mejoraran. Pero cinco días más tarde, Grace se quejó de dolor de espalda y cuando la volteamos encontramos otra ulcera en el área sacral, que era bien dolorosa. Un día llegó hasta pegarme en la mano para que no la tocara. Pero al final siempre me daba las gracias y su madre, que nunca se separó de ella, también estaba agradecida; inclusive llegó a aprender a curarle las heridas ella misma. Para mí era increíble que una jovencita de 21 años estuviera postrada en la cama y le tocara sufrir tanto dolor. Era frustrante ver que las heridas no mejoraban a pesar de casi completar la terapia de antibióticos. El día 15 de hospitalización Grace falleció. En esos momentos me pregunté para qué había servido nuestro trabajo. Cualquiera diría: ¡tanto esfuerzo para nada! Así mismo me sentí con muchos pacientes en este lugar. Luchaba por curarlos o por lo menos mejorar en algo su estado de salud, pero como quiera, a tan temprana edad, morían. Mas sin embargo, y sin caer en romanticismos, pude llegar al convencimiento de que mi labor con ellos no era en vano. Lo digo por tres razones: porque aprendí de ellos el deseo de vivir; porque tuve la dicha de acompañarlos en sus últimos días y hacer de estos días algo más digno; y porque más que pacientes eran seres humanos, personas queridas. En mi último día en Hoima los ugandeses me hicieron una despedida y uno de ellos, Simón, me llamó misionera. ¿Qué significa misión? Un amigo mío me escribió: «La misión es una dimensión de tus actos, una dimensión del deseo dentro de cada gesto, es que, en aquello que nos toca hacer: acompañar a morir o intentar por todas las maneras curar al otro, esté la sencilla respuesta: “Sí, Señor te amo”».En efecto, en estos meses no hice nada extraordinario, solo trabajé en el hospital haciendo lo que me tocaba. Pero la postura de mi corazón en este lugar era diferente, tenía curiosidad por todo, como un niño, y todo me fascinaba. Estaba disponible a lo que Dios me pedía en esa realidad. Tal vez eso fue lo que Simón, mi amigo de Uganda, vio. Y esto es lo que pido para mi vida ahora, estando en Puerto Rico.
Dulce María, San Juan (Puerto Rico)
Sólo se redime lo que se asume
La situación es muy difícil, estoy en el centro del conflicto. Hace 10 días que no hay carne y no se consiguen alimentos; a nuestras hijas nos cuesta armarles un menú para que coman. Los que más sufren son los pobres que viven al día y no han podido almacenar alimentos. El conflicto afecta a todos y, para colmo, especulan con que la Capital Federal se quede sin alimentos, para que el gobierno dialogue seriamente.
Desde hace un buen tiempo venimos afirmando que nosotros, los adultos, somos una generación que ha renunciado a la educación de sus hijos. Tenemos una marcada incapacidad para ofrecer una hipótesis de vida positiva a nuestros jóvenes. El conflicto que vivimos en estos largos días pone de manifiesto un rotundo fracaso educativo que demuestra nuestra incapacidad para someter la razón a la experiencia. Estamos abordando la realidad desde prejuicios, mezquindades y viejos axiomas ideológicos, que son lo más parecido a la instintividad y lo más alejado de la razón. Estamos entre dos mezquindades incapaces de abordar la realidad tal cual se presenta: por un lado un gobierno y una clase dirigente de clara ascendencia y pertenencia a reducciones ideológicas que tantas muertes y desencuentros han provocado; por otro, los productores agropecuarios, víctimas de la “angurria” desenfrenada de los setentistas revolucionarios. En la provincia de Córdoba hay 44 cortes de rutas, llevados a cabo por productores autoconvocados que no responden a ninguna de las “4 entidades del agro en diálogo con el gobierno” como pregonan los medios de Buenos Aires. Son grupos que han reaccionado ante un atropello y responden con otro atropello dirigido contra cualquiera que no sea productor agropecuario. En casi todos los pueblos de Córdoba, hace 10 días que no hay carne y algunos se arriesgan a la faena clandestina, que trae como consecuencia enfermedades mortales para los niños como el Síndrome Hemolítico Urinario. Sólo hay reservas de pan para dos días y fruta ya no se consigue. La caja de leche es algo muy preciado y buscado, que se puede conseguir al precio que se le antoje al que la tiene. Uno ve los productores al borde de la ruta como muertos vivientes incapacitados para reaccionar positivamente; si bien sus protestas son justas, carecen de la capacidad de buscar soluciones inteligentes; a lo único que aspiran es al desabastecimiento, para que la gente salga a la calle a provocar desmanes. Las personas comunes somos rehenes de su desenfado. Hoy fui el único profesor que di clases en el colegio, porque soy del pueblo: los demás profesores de Córdoba no pudieron venir por el corte total de ruta. En los cortes los viejos discuten con los jóvenes; los primeros aún conservan algo de humanidad y tienen memoria de una educación en la solidaridad y subsidiaridad, porque han fundado o pertenecido a cooperativas o asociaciones de pueblo que ahora han desaparecido. A los más jóvenes sólo les preocupa el dinero, pero no les importa el desabastecimiento y la falta de alimentos que viven sus propios vecinos y amigos. Lo peor es que algunos están armados. Pero creo que nosotros podemos impulsar una acción educativa capaz de afrontar la realidad teniendo en cuenta todos sus factores, juzgándola desde las exigencias fundamentales que surgen del corazón del hombre. Lo hacemos desde ese lugar, la Iglesia, que se concreta en nuestra amistad, la cual nos invita siempre a educar a las personas y no a suplantarlas. No soy espiritualista. Donde vivo, en mi ciudad, puedo invitar a que si no creen en la fe «vean y toquen con sus manos» las obras. Bastaría citar el programa “Adopción a Distancia”. Si hablaran con los padres y maestros de estos niños, a pesar de vivir en realidades socioeconómicas duras –NBI como dicen los técnicos–, podrían ver que no repiten de grado y van a la escuela con gusto y con todos los útiles y libros como cualquiera de nuestros hijos. Y lo mismo sucede con la obra de protección de personas discapacitadas “Todos de las manos” que, desde hace más de diez años, nos acompaña acá, en Despeñaderos.
Retomar la tarea educativa es para mí una necesidad personal. Asumo este riesgo porque tengo un lugar donde llevarlo a cabo: nuestra amistad. Y puedo demostrarlo con hechos concretos. Esto es lo que más molesta al poder, porque le gustaría que propusiéramos “la utopía de la igualdad distributiva”. En cambio, proponemos un lugar en el que educarnos y un encuentro verdaderamente humano que nos ayude a vivir la realidad. Como decía san Anselmo: “Sólo se redime lo que se asume”.
José Alberto, Despeñaderos-Córdoba (Argentina)
No se me olvidará
Hace ya más de un año dieron el aviso en la Escuela de comunidad de que se necesitaba una familia dispuesta a adoptar a un niño de uno o dos años con síndrome de Down. Isa y yo escuchamos el aviso, como cualquier otro, pero no le dimos mayor importancia. Los dos –ella sobre todo– manteníamos desde hacia cierto tiempo ya una relación con “Familias para la Acogida”, pero no con idea de acoger a un niño en casa sino por su belleza. Por otro lado la corta edad de nuestros “numerosos” hijos hacia que rechazásemos esa posibilidad. Al poco tiempo de escuchar el aviso tuvieron lugar los Ejercicios de la Fraternidad en Ávila. Allí recuerdo que Julián, entre otras cosas, insistió repetidas veces en afirmar que la ley de la vida consiste en el don de uno mismo. Esa afirmación me chocó porque no sólo no conseguía comprenderla sino que además instintivamente mi ser se revolvía contra ella. ¿Cómo puede pasar mi vida por darme? ¿Cómo es posible que lo que más deseo –el cumplimiento de mi vida– radique en darme? Yo, como todos, participo de la mentalidad común que identifica la plenitud con hacer lo que me parece o me place y una afirmación tan radical me perturbaba e incluso irritaba. Sin embargo, al mismo tiempo no podía dejar de reconocer que la pertenencia al movimiento y el seguimiento de las indicaciones que se me han hecho (en especial, estos últimos años, la lectura cotidiana de la Escuela en un rato de silencio y la caritativa) han impedido que la vida me pueda: al contrario. Por eso tampoco se me pasó de largo que Julián afirmara también que tal cosa no podía verificarse intelectualmente, sino sólo en la experiencia. Más tarde, a la vuelta de los Ejercicios, volvimos a escuchar el mismo aviso. Fue entonces cuando Isa y yo nos atrevimos –tímidamente y con cierto temor (al menos por mi parte)– a hablar el uno con el otro acerca de la posibilidad de traerlo a casa. Por entonces ya se echaba encima el verano y en mi trabajo se adivinaban posibles cambios que tal vez harían mi vida menos complicada. Decidimos entonces aprovechar las vacaciones para hablarlo con los amigos y esperar al desenlace de mi situación laboral. Recuerdo también que después de hablarlo con mi mujer decidimos llamar a Eduardo y Estrella, padres por adopción de un niño de características muy semejantes. Conseguí hablar con Estrella. Me dijo –no se me olvidará– que tener al niño en casa era para ellos tener al Misterio en casa. No me dijo que era una ocasión privilegiada para recordar al Misterio sino que para ellos ese niño era el Misterio. Son estas las dos razones que finalmente nos han movido a tomar la decisión de acoger a Carlos: en primer lugar, el deseo de verificar esa ley de la vida de la que habla Giussani. Libremente Isa y yo hemos dado ese paso. Es la adhesión libre a una provocación casi insensible de la realidad. Recuerdo que un día iba con mis hijos en el coche escuchando a Chieffo (María, la mayor, me lo pide a todas horas); me pidieron que les tradujese el estribillo que dice “Ve, vende todo lo que tienes y ven conmigo”. Entonces les dije que si acogíamos a Carlos era precisamente porque ni su madre ni yo queríamos vivir tristes como el joven rico que por no desprenderse de su proyecto de vida, renunció a seguir a Jesús. Si traíamos a Carlos a casa, por lo tanto, era para dejar entrar la medida de Otro en nuestras vidas.
Isa y Gabi, Valencia (España)
Dejarse interrogar
Abro el periódico y me encuentro con un simple titular: «Más de 10.000 muertos y 3.000 desaparecidos en Myanmar por el ciclón». Durante el día de hoy lo he leído varias veces; en los últimos meses y años he leído otros semejantes, con números de cifras parecidas... Sólo esta noche me ha venido a la cabeza, no sé muy bien cómo y lo comentaba con mi mujer. «¡10.000 muertos y 3.000 desaparecidos! ¡Qué barbaridad!
¿Y a quién podemos echar la culpa rápida que te deja con la conciencia tranquila? Josef Fritzl es un malvado loco, lo de Somalia es culpa de los radicales, lo de Haití a causa de la locura de precios de los carburantes y el imperialismo americano...». Pero, ¿servirá ésta última noticia para que nos paremos sólo un segundo en nuestro frenética (para algunos más que para otros, digamos la verdad) cotidianidad? Creo verdaderamente que mi mayor recuerdo a esos «muertos que nos siguen gritando» es ser conscientes de nuestro propio grito. ¿Cuál es mi postura cuando escucho el telediario desde la terraza de mi cuchitril con un cigarrillo entre los labios? ¿Le echaremos la culpa al cambio climático esta vez, o directamente a Dios? Lo que gritan esos muertos es una exigencia de justicia, de belleza y de vida. Exactamente igual que nosotros. Si te caen las lágrimas o están a punto de caer es, en última instancia, porque no estamos hechos ni para la muerte ni para la tan ya usual y acostumbrada supervivencia: estamos hechos para lo Infinito. Una noticia como esta tan desconcertante lo hace más evidente para quien se detiene a contemplarla. Es uno de esos sucesos que no podemos explicar. Sólo quien se abre de par en par al Misterio de Dios, que decidió de una vez para siempre hacerse cercano al hombre en Jesucristo, puede estar ante un sufrimiento que queda abrazado por Aquel que es el misterio de misterios.
Max, Madrid (España)
Jugando al padel
Desde hace unas semanas participo en un curioso grupo de personas que se reúnen cada miércoles para jugar al padel y luego comparten unas cervecitas y un gustoso menú en Santinno. Desde que organizamos el Primer Torneo de Padel y Cena de Gala para la CdO, me picó la curiosidad, no tanto por el deporte en sí (que también), sino por el grupo en sí, grupo al que llamamos Grupo Padel. Después de mucho insistir, Joaquín me dio entrada al GP junto con Emilio Butragueño. Lo verdaderamente extraordinario es que se trata de un grupo muy heterogéneo de personas. Me resulta evidente el bien que personas comprometidas con un ideal y un modo de afrontar la realidad pueden llevar a ambientes totalmente diferentes a los de las capillas y parroquias, donde nos quieren arrinconar. Simplemente estando atentos a la realidad y tomando partido, ejerciendo la libertad de adherirnos. Miguelón es sacerdote y se apunta con nosotros a jugar al padel. Muchas de estas personas, aun estando, como digo, apartadas totalmente de la Iglesia, tienen con él una relación muy fresca, muy verdadera. Y esto es algo que a alguien mínimamente atento a la realidad le provoca. Uno de ellos se casa en unas semanas y le ha pedido a Miguel que les case. He recibido una extraordinaria acogida en GP, intuyo que por la amistad verdadera que tienen en primer lugar con Joaquín como “alma mater del grupo”. Pero también con Luis, Diego, Julio... Un principiante como yo puede que les arruine algunos partidos (algunos llevan más de 20 años jugando a todo lo que se parezca a una pala, raqueta, red y bolas). Y aunque no sé si leerá esta carta, quería hacer una pequeña reseña para Gustavo López, al que agradezco su sincera amistad desde el primer día que le conocí y su gran humanidad.
Jorge, Madrid (España)
Semana Santa en Chiapas
El estado de Chiapas se encuentra localizado al Sur de la República Mexicana. Su población es de más de 4 millones de habitantes de los cuales 1.266.000 son indígenas. Es un estado que muestra una realidad muy diferente a la del resto de los estados de México. Lugar de contrastes sociales, culturales, geográficos y económicos. En Julio de 2007 me encontraba en la Ciudad de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, por cuestiones de trabajo. El Padre Julián de la Morena decidió acompañarme unos días y le llevé a conocer dos comunidades indígenas de este estado, y así llegamos a la comunidad de Matasano, ubicada en la Región Norte de Chiapas. Esta comunidad está integrada por 192 personas indígenas Tzotziles en 40 familias. La llegada de un sacerdote fue toda una algarabía, pues regularmente un sacerdote los visita más o menos cada tres meses. En un dialogo con el pueblo, Julián les dijo que haría todo lo posible por regresar para acompañarlos en los Oficios de Semana Santa. Con esta promesa en el corazón, en vísperas de la Semana Santa de 2008, Julián nos invita a 9 amigos para acompañarlo: Rubén, Germain, Oliverio, Alondra, Fernando, Juan Manuel, José Manuel, Paganini y yo. Todo está listo, la comunidad se entera de la visita de Julián y de los que ellos llaman “Los misioneros”. Así, todos puestos en marcha, nos encontramos el Jueves Santo en San Cristóbal y partimos hacia Matasano. Al llegar a la comunidad de inmediato nos instalamos en la escuela (que fue el lugar donde acampamos), y antes de volver a reunirnos con el pueblo Julián nos pidió tres cosas: primero, vivir la Semana Santa como nos educa el movimiento, con atención, disponibilidad y sin sustituir a nadie de esa comunidad; segundo, que la celebración de la Semana Santa sea en primer lugar para nosotros, para enriquecer nuestras vidas; y tercero, que reflexionáramos que el estar en ese poblado era un momento nuevo y, por tanto, que no veníamos “a ayudar a esta gente”, sino a aprender de ellos lo que es la gratuidad. Algo que de inmediato nos llamó la atención fue ver un pueblo dispuesto para celebrar todos juntos la Semana Santa. Las autoridades del lugar de inmediato le plantearon a Julián que cerca del poblado están las comunidades de Jaramillo y Paraíso, y preguntan si es posible invitarlos a participar, así que Julián decide visitar a los representantes de estas dos comunidades para ver qué habían organizado. De esa charla se decide que, mientras unos apoyábamos en Matasano, otros acudirán a Paraíso y un tercer grupo a Jaramillo. A pesar de ser pocos nunca nos encontrábamos solos, siempre estábamos con uno u otro amigo, al servicio de esta gente. No cabe duda de que por estos lugares recónditos del mundo han pasado buenos misioneros, pues la gente conoce perfectamente todos los ritos para celebrar estos días. Para ellos Dios no está separado de lo cotidiano. Y no es que sean buenos “por naturaleza”, sino que saben que existe un lugar dentro de su comunidad en donde pueden retomar el camino que es la vida: “Su iglesia-pueblo”. Estas gentes estaban realmente contentas y nos contagiaron su alegría. El triduo pascual coincidía con cosas de la vida cotidiana del lugar: se celebra la Cena del Señor con sus amigos y ellos celebran nuestra llegada; se bendice el agua, y también piden que se bendiga con esta agua sus campos, parcelas y casas; se celebra la Resurrección... ¡y al doctor Paganini al momento de dar consultas medicas casi le pedían un milagro! Se les enseña catequesis a los niños y luego ellos nos llevan de excursión para conocer su pueblo y los alrededores. También, el ir y venir acompañando a Julián de un pueblo a otro para que celebrara los Oficios, y ver cómo los pueblos se volcaban en torno a sus capillas para las celebraciones, nos mostraba que éstas son comunidades que miran a Cristo y que tienen nuestra misma experiencia: ellos saben qué es pertenecer. Saben que sólo Él hace posible la unidad entre los hombres. Todos mirábamos junto con esas gentes hacia un mismo hecho, Cristo, de tal manera que, a pesar de las privaciones, no hubo queja alguna, no había tristeza sino sólo disponibilidad y participación, pues era imposible no darse cuenta de que la fe en ese lugar es un hecho real. Regresamos a casa el Domingo de Pascua, a nuestra vida cotidiana, esta vez con el corazón rebosante, pues durante esos días fuimos testigos de la Resurrección.
Claudia, Mexico DF
Llevar la esperanza
La universidad envió a un grupo de docentes a la ciudad de Atalaya, localizada en la selva del Perú, con el fin de impartir un Curso de Antropología Religiosa a los alumnos del primer ciclo, que en su totalidad eran 89 de diferentes comunidades étnicas: Asháninca, Shipibo, Cunibo, Gyne, entre otras. Desde el inicio hubo sintonía a pesar de la dificultad con el idioma, dado que el español era su segunda lengua. El manual de estudio era el libro El sentido religioso. Cuando presenté el capítulo V sobre la «Naturaleza del sentido religioso», tenía el prejuicio de que no comprenderían la esencia del tema, es decir que la «desproporción estructural», de la que habla Giussani, no fuese ocasión de pregunta y apertura, sino de desaliento; de todas formas decidí arriesgarme, y les leí el poema e Leopardi “Canto Nocturno de un Pastor errante del Asia”. La respuesta fue inmediata. Empezó Lorenzo: «Antes de dormir siempre me pregunto, ¿para qué vine aquí a Atalaya a estudiar, dejando mi comunidad tan lejos?», luego Noel: «Lo que más me pregunto viendo la muerte que cada día ocurre en mi comunidad es: ¿qué es la muerte? ¿Quién la puede vencer?». Muchos de los estudiantes pertenecen a tribus indígenas que para mantener sus pocas o pequeñas propiedades tienen enfrentamientos salvajes. Por eso Edgar reflexionaba: «Si tenemos una naturaleza tan bella, ¿por qué no vivimos en paz y sólo sufrimos?». Arturo remarcaba: «¿Qué sentido tiene la vida? Es una pregunta muy seria porque ni mi papá me ha sabido contestar (habla de su papá porque él tiene una familia de Chamanes y su papá era uno de los más importantes en la selva). Me doy cuenta de que lo que tengo no es suficiente». José Carlos: «¿Quién me asegura que siempre voy a tener aire para respirar?» y John: «Y a mí ¿quién me asegura que no se apagará el sol?». Ante estos interrogantes todos se quedaron en silencio. Yo me conmoví pensando que yo tengo una certeza real en la vida que me sostiene frente a estas preguntas que también son mías, porque en el Cristianismo he encontrado un camino que me da esperanza. En ese momento comprendí por qué había ido a Atalaya.
María Luisa (Perú)
Hoy vengo con una invitación
Soy profesora de religión en dos Institutos de Enseñanza Secundaria en Madrid. El año pasado invité al director de uno de ellos al EncuentroMadrid y fue. Me comentó que le había gustado. Cuando este año volví a entrar en su despacho con el programa de la edición 2008 me sorprendió la rapidez con la que me dijo: voy a ir. Fue y le gustó. También invité a Jesús, el profesor de Informática. Le dije: mira como siempre te estoy dando la lata con que no funcionan los ordenadores, hoy vengo con una invitación. Le expliqué el programa y le sugerí el concierto de ópera para niños pues tiene hijos. No fue porque estaba el niño malo pero se lo dijo a Mª Cruz, la profesora de Música que sí fue con otros amigos. Llegaron 10 minutos antes, compararon las entradas en la reventa y lo vieron. Después aprovecharon y se quedaron por allí. El lunes en el Instituto me dijo que habían disfrutado mucho. Al salir del acto de clausura me encontré con una llamada de mis amigos del barrio: estaban allí con sus hijos y se quedaban a comer. Son todas personas bautizadas a las que desde hace mucho tiempo todo lo cristiano les produce cierto rechazo y bastante indiferencia. Realmente sigue siendo posible encontrar gusto en la vida cristiana y descansar, porque Cristo sigue presente.
Pilar, Madrid (España)
Un anticipo del paraíso
Muy querido Julián: Hace unos meses te hablé de la grave enfermedad de mi padre. Estamos en estos días muy próximos al último momento de su paso por este mundo: su hora. ¡Cuántas veces, durante este tiempo, te he tenido presente en mi memoria!; deseando y pidiendo para mí el mismo modo de estar ante la realidad que se te concedió a ti, tanto en los momentos de la muerte de tu padre como en la de don Giussani. He pedido poder mirar a la cara estas circunstancias; poder estar en pie, confiado y disponible ante esta fisonomía de la vida que por primera vez toca mi carne de un modo tan cercano, tan vivo y tan doliente. Quizá sea la mayor prueba de mi vida hasta ahora. Amo a mi padre más que a mi propia vida. Un hombre en quien he percibido siempre el Ser como Amor Primero. Era un hombre que quería estar conmigo, le gustaba, se alegraba con nuestro estar juntos. ¡Cómo disfrutaba de poder introducirme con él, desde que yo era pequeñito, a todo lo que a él le interesaba y fascinaba, que era todo! Su alegría y la mía, su gusto por la vida y el mío, fueron creciendo juntos. Yo crecía en esa apertura a todo, en esa simpatía por todo lo humano a su sombra, a la sombra cálida y tierna de mi padre. El Señor ha querido que mi estructura original fuera educada, moldeada en esa relación tan amorosa y bella de su paternidad. Hoy hago un balance global de todo esto y sólo queda un rebosar de agradecimiento y conmoción. En estos días tan duros puedo decir de nuevo y con más razones que nunca: ¡se puede, verdaderamente, vivir así! La Memoria viva de Cristo, que invade nuestra historia, me mantiene, en este tiempo, “clavado” a Él. ¡Qué sencillo es, en momentos como estos, reconocer la conveniencia de tal Redentor abrazado libremente a la Cruz, en el ofrecimiento de su vida, para hacer nuevas todas las cosas! Y vuelvo a verificar, en las circunstancias de estos días, que Él es el más real de entre los hombres, lo más real de la vida. El problema fundamental no es si hay vida después de la muerte, la gran cuestión es si hay vida ya, aquí y ahora, antes de ella. Sólo así podríamos llamarla “hermana muerte”. Sólo así podré acompañar a mi madre y hermanos en la ausencia física de su persona. Y me vuelvo a sorprender repitiendo con don Gius: «Pienso que no podría vivir si no volviese a oírle hablar». Muchos, en estos días hablan conmigo para interesarse por la situación de mi padre y para pedir por mi familia. Se lo agradezco de corazón, pero a veces percibo en algunos de ellos que su fe está carente de ontología; tienen fe, pero su contenido de realidad es tan frágil que parecen derrotados. Experimento este contraste con nitidez y me lleva inmediatamente a agradecer al Señor, a don Gius y a Benedicto XVI que me haya tocado este lote hermoso: esta ontológica e incomparable “vorágine” de ternura y caridad que cantábamos en el Pregón pascual. Cristo está presente, como Memoria, entregándose de nuevo, en multitud de signos palpables. ¡Si lo vieras como yo puedo verlo! Te aseguro que no es alucinación de iluminado: en el deterioro físico y mental de mi padre se me concede ver un anticipo de paraíso. Siempre fue un corazón limpísimo, sencillo y amoroso. El verbo que más ha conjugado en su vida ha sido “querer”. Ha querido muchísimo, con todo su ser, con toda su alma, con todas sus fuerzas. ¡Qué respeto y cuánto espacio ha dejado a la libertad de sus hijos! También conmovía de él el modo tan fácil y sencillo con el que se ha dejado querer. La mejor definición que he encontrado para su persona, la que le hace más justicia es la de «un hombre al que resultaba muy fácil y apetecible querer». Y ha sido un sencillísimo hijo de la Iglesia, de la que se fiaba totalmente. En su rostro y en sus gestos emergen ahora, en su última hora, todo el candor, toda la bondad, dulzura y docilidad que el Señor sembró al crearle. Todo florece, de repente, con un esplendor pacífico y con una bellísima conformidad que rebosa en todos nosotros, su familia, como agradecimiento. Todo esto acontece, pero sólo puede ser percibido si la mirada es educada por la Iglesia, que te hace mirar y ver hasta el fondo: ¡ los ojos de la fe!, sin los cuales no podría ver este espectáculo de gloria y paraíso que se anticipa y muestra a través de una materialidad de la existencia que se deteriora, sufre y viene a menos de día en día. Los ojos de la fe. Sin ellos viviría como un niño asustado y encogido a la espera de un coscorrón del maestro o de una broma pesada del matón del barrio o del colegio. Los ojos de la fe y la serena certeza de que tanto mi padre, Samuel, como don Giussani y tú también, Julián, sois y seréis para mi vida más padres que nunca, en estas circunstancias que se convierten –tan concretamente– en factor esencial de mi propia vocación y misión. Percibo en este tiempo la gracia de un salto cualitativo para mi experiencia de la fe. Pide por él, para que este último tránsito hacia lo Eterno, se le haga sencillo. Como el camino de Juan y Andrés... Que pueda oír –como el profeta Samuel oyó en sueños la voz de la llamada de su Señor– y repetir fácilmente, dócilmente: «Habla, Señor, que tu siervo escucha».
José Luis Almarza
De Neuquén (junto a los Andes) a Santander
Al leer en Huellas de febrero la lección de don Giussani con el título “Fe, ayer y hoy” deseé profundamente que mis hermanos también pudieran leerlo. Por eso envié a mi hermana Claudia este texto –como otras veces–, y la respuesta fue imprevista, no previsible, fue un acontecimiento: me envió un poema para que me diera cuenta que su corazón es interpelado por la presencia del Misterio, así como el mío.
Interpelación
He abierto los ojos...
he visto
y el dolor me acompaña
desde entonces.
La trascendencia ahoga
con su oscuro deber
y descubro en mi búsqueda
este signo interpelado que soy...
de libertad sin límites...
con decisiones y culpas...
todas las de la humanidad.
Desde qué recóndito espacio ancestral
viene a buscarme
este ser que sufre y se empeña
en pensar que todas las
promesas le pertenecen?
Gabi
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón