El cumpleaños de Mohamed
«Buenos días. ¿Quiere dar algo de comida para el Banco de Alimentos». Mientras sigue a la señora hasta las puertas del supermercado, en la periferia al sur de Milán, Tommaso le ve apoyado en el muro. Manos en los bolsillos, enfrascado en un chaquetón desgastado y algo sucio. Por un instante, sus miradas se cruzan, luego Tommaso sigue con la recogida. Pero esa mirada le ha provocado, así que a media mañana se le acerca. «Hola, toma algunas monedas». El rostro del hombre se ilumina: «Gracias, gracias». «¿Cómo te llamas?». «Mohamed». «¿De dónde eres?». «De Marruecos. Vivo en un albergue al fondo de esta calle. Somos muchos, pero por lo menos puedo ducharme y comer un plato caliente». «¿Qué haces todo el día?». Sonríe debilmente. «Nada. No tengo documentación ni trabajo, vengo aquí delante del super y pido las monedas del carro. Mi vida no es gran cosa. Dentro de unos días es mi cumpleaños. Mejor olvidarlo. Mejor no haber nacido. Pero no quiero restarte tiempo, sigue con lo tuyo. Adiós». Y se encamina. Tommaso va a la mesa de recogida, llena una bolsa y lo alcanza. «Espera, esto es para ti». «¿Para mí?». «Sí, es comida a punto de caducar. No nos vale. Sabes, a veces hay gente que se equivoca. Quédatela tú». «No, no es justo». «Anda, tómala». «Yo, yo... Gracias. Esta tarde vuelvo a verte». «Vente, te espero».
Tommaso está cerrando las últimas cajas, cuando se lo encuentra delante. «Hola. ¿Qué tal ha ido la recogida? ¿Ha sido generosa la gente?». «Ha ido muy bien. ¿Y tú qué has hecho?». No responde, mira alrededor. «¿Puedo echarte una mano?». «Está a punto de llegar el camión, ayúdanos a cargar». Cuando la última caja ya está en el furgón, Tommaso se acerca a Mohamed: «Gracias». «¿De qué? Vosotros sois buenos. No he visto nunca a chicos como vosotros que se preocupan por los demás de esta manera. Se os ve felices». «Oye, Mohamed, me gustaría volver a verte. ¿Cómo te localizo?». «¿De verdad? Este es mi número de móvil. Pero no te preocupes...». «Ok, te llamo».
Un par de días después, Tommaso le llama: «Hola Mohamed, soy Tommaso, nos conocimos en el supermercado. ¿Te acuerdas?». «¡Claro!». «¿Cómo andas? Mañana, antes de irme a la universidad, me paso a verte. ¿Cuándo dijiste que es tu cumpleaños?». «No te lo dije. ¿Por qué? Es el ocho de diciembre». «Porque queremos celebrarlo, te invitamos a cenar». «No, no, no quiero. Mejor olvidarlo». «¡Qué dices! Hasta mañana».
Ocho de diciembre. Mohamed enfila el carro y toma la moneda que sale. A sus espaldas, una voz. «Hola». Se da la vuelta: «Tommaso…». «Te presento a mis amigos: Andrea, Ángelo y Pietro. Vamos con ellos a celebrar». «¿El qué?». «Tu cumpleaños». «Te había dicho que…». «Pero hemos venido a posta, tenemos reservada una mesa». «Vale, pero antes tengo que pasar por el albergue para recoger unas cosas…».
Se meten todos en el coche, recorren un breve tramo de camino. «Unos minutos y llego». Son más de cuarenta los minutos, antes que aparezca de nuevo. Pero lo chicos entienden todo nada más verle: está aseado, rasurado y con ropa limpia: «No podía ir en esas condiciones... como un sin techo». Se ríen.
En el coche Tommaso le dice: «Quiero presentarte a unos amigos que se dedican a ayudar a los que buscan trabajo». Mohamed lo interrumpe: «¿Por qué lo haces?». «Soy cristiano. Sigo a Jesús». Mohamed quiere entender: «¿Entonces tú vas a la iglesia? ¿Rezas?». «Sí. Conocí a CL hace tiempo...».
En el bar, Mohamed habla de su vida en Marruecos, de sus estudios, de su religión. En un momento dado, se habla de la pena de muerte. El marroquí es categórico: «Estoy a favor. En algunos casos es necesaria, creedme». Los chicos se resisten. Pietro: «No, para cualquier hombre existe la posibilidad del perdón».
Fuera del local, le entregan un regalo. «¡Felicidades!». Lo abre, son unos guantes. «No sé cómo daros las gracias, sóis unos amigos». Los abraza uno a uno. A la vuelta, comenta riéndose: «Sabéis qué os digo, ya no estoy a favor de la pena de muerte».
Ya en casa, Tommaso recibe un sms: «¿Has llegado?». «Sí. ¿Te gustó tu cumpleaños?». «Creo que nunca lo olvidaré».
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