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Huellas N.1, Enero 2016

PRIMER PLANO

La gente lo llama amistad

Luca Fiore

Para los sociólogos es “integración”. Pero todos los días, entre los pupitres o después de clase, se trata una relación que nace entre compañeros de clase y con los profesores. O entre las madres que empiezan a quedar y a compartir las preguntas sobre la vida… Un viaje por las clases italianas, donde estudian casi 300.000 alumnos musulmanes. Entre las noticias alarmantes, los estereotipos y las reacciones, existen historias de personas comunes con una humanidad distinta

«Al principio fui porque me gustaba un chico. Luego me di cuenta de que allí había algo para mí». Naima tiene 18 años, frecuenta un instituto de la provincia de Milán, canta en el coro de Gioventù Studentesca, lleva tres años haciendo la caritativa y es el alma del pequeño raggio en su escuela. Pero es marroquí y musulmana. Después de los atentados de París organizó en su escuela una asamblea donde intervino para decir: «No me define ser marroquí o italiana. Me define el hecho de ser humana». Invitó a todos al encuentro semanal del raggio, «porque es un momento donde cada uno puede ser realmente él mismo. Se habla de las cuestiones importantes de la vida, de las preguntas que siempre he tenido pero que no he podido debatir con nadie».
En las escuelas italianas suceden hechos extraordinarios. Es decir, sucede lo que es más natural: los compañeros de pupitre se hacen amigos, las madres quedan entre ellas, por la tarde los chicos quedan para jugar o estudiar y, a veces, para hablar sobre el sentido de la vida. ¿Quién ha dicho que eso no puede darse también entre cristianos y musulmanes? A menudo, las relaciones pueden ser tensas, incluso conflictivas. Los prejuicios abundan en ambas partes. Sin embargo, puede suceder que nazcan relaciones auténticas entre los chavales. Los sociólogos utilizan el término “integración”, pero en la vida cotidiana la gente lo llama amistad.
Lo cierto es que, sobre todo hoy en día, no es para nada obvio. Los estudiantes musulmanes en las escuelas italianas, según una estimación realizada por la revista Tuttoscuola, alcanzan la cifra de 300.000. En 2001 eran 81.000. La media italiana es del 3,3% de la población escolar, con picos del 5% en Lombardía. Pero, de estos, solo una minoría ha nacido fuera del país, pues los datos dicen que, entre los alumnos extranjeros, los de segunda generación son ya el 84% en la escuela infantil y el 64% en la primaria. Pero la estadística no siempre ofrece una fotografía exacta de la realidad. Según la ciudad y el barrio, la cifra de hijos de inmigrantes en una escuela puede llegar a superar un tercio de los estudiantes.

«Profe, ¿puedo explicarle qué es la yihad?». Una situación compleja ya de por sí, que se complica ulteriormente si pensamos en los sentimientos que las noticias relacionadas con el terrorismo de matriz islámica generan en padres, niños y jóvenes. Naima lo sabe, y se lo ha dicho a sus compañeros: «Sufro porque muchos no se dan cuenta de que los integristas islámicos están obteniendo lo que quieren. Estamos asustados, desconfiados, divididos, privados de nuestras libertades. Esos terroristas nos impiden juzgar por nosotros mismos lo que nos rodea. Nos empujan a etiquetar al prójimo y a tener miedo. Así el vecino, la señora de la limpieza, el camarero y el conductor se convierten en enemigos. Basta muy poco para saber algo más sobre el verdadero islam: una palabra que intercambias con un conocido que sea musulmán, o con el del kebab». O con el compañero de clase.
Como Omar, en un instituto de Turín. También él, musulmán egipcio, pidió hablar en clase con sus compañeros después de los atentados de París. «Profe, ¿puedo explicarle qué es la yihad? Es un camino interior, porque una religión no es tal si no te ayuda a entender quién eres y quién quieres llegar a ser». Un compañero, en vez de escuchar, estaba charlando con la de al lado. «Aquí lo tiene, él por ejemplo no está haciendo la yihad», bromea Omar. Una chica pregunta cómo es posible que un occidental termine enrolándose en el Isis. «Para colmar un vacío, porque todos tenemos preguntas sobre la vida y sobre la muerte. Si no encuentras respuestas, ese vacío lo tienes que llenar: con la diversión, con la droga, incluso con el trabajo y la carrera». Ejemplos similares se podrían contar por decenas. Hechos insignificantes a primera vista, si los juzgamos con los parámetros de los grandes escenarios políticos y culturales. Pero decisivos, porque indican una vía de salida. Muestran que en Europa el encuentro es posible, más allá de todos nuestros prejuicios. Sucede. Y la realidad es más importante que las ideas.

El manifiesto. Este año, hasta el belén del colegio se ha convertido en un campo de batalla. ¿Motivo? Para algunos, ofendería la sensibilidad de los musulmanes. Da igual si luego casi nunca es así, y las polémicas se alimentan por otros motivos. Más allá de la guerra por los símbolos, sucede que también el belén puede ser una ocasión de encuentro. Lo cuenta un profesor de religión de una escuela de enseñanza media en Acqualagna, en la provincia de Pésaro. La colega de arte organiza todos los años un concurso de belenes. El premio es para el más original y el que mejor se relaciona con la actualidad (huelga decir que el tema central de este año han sido los atentados de París). Hubo uno que atrajo la atención de la profesora, muy simple y tradicional: el pesebre, el pozo, los pastores con sus ovejas. Se enteró de que lo había hecho un chaval de 11 años, con la ayuda de tres compañeros musulmanes. Conmovida, fue a buscar al chaval y le preguntó cómo se le había ocurrido hacerlo con ellos tres. «Somos amigos y les pregunté si querían hacer el belén conmigo. Me respondieron: “Vale”. Así que lo hicimos juntos y nos lo pasamos muy bien».
A menudo los encuentros empiezan en las clases, pero toman cuerpo fuera de ellas. Domenico, por ejemplo, da clase de religión en una escuela media estatal de Cesena. Todos los años invita a los alumnos a participar en la Jornada anual de recogida para el Banco de Alimentos. Normalmente imprime un panfleto y propone en clase la iniciativa, pero este año, por falta de tiempo, le pidió a los bedeles que lo repartieran. Estos, sin hacer distinciones entre los que van a clase de religión y los que no, se lo dieron a todos. Así fue como Domenico, el día señalado, se encontró con sesenta chicos, entre ellos cinco musulmanes. Lleno de curiosidad, preguntó a una del grupo de los cinco por qué había ido. «Profe, más allá del colegio, por ahí no hay nada interesante que hacer».

El ramadán. En Roma, en la escuela primaria Di Donato, los extranjeros son el 43%. El AMPA utiliza por las tardes los espacios disponibles para actividades con los chavales y los adultos. Hay ayuda al estudio, cursos de italiano para extranjeros, talleres y actividades deportivas. Francesca, que llevó allí a sus cuatro hijos, se ha hecho amiga de un grupo de madres musulmanas. Quedan por la tarde, y a veces por la noche. Entre ellas ha nacido cierta confianza, hablan de su vida. De lo que pasa en casa, tanto de las cosas bonitas como de los problemas. Ahora, los hijos de Francesca han pasado a la universidad, pero ella sigue allí. «Ahora voy porque quiero. Me encuentro bien. Además, se empieza así a luchar contra los extremismos. Dialogar no supone pensar igual que el otro, se trata de conocerse y de procurar entender al otro. Trabamos sanas relaciones y conocimiento recíproco».
Cettina trabaja para la asociación Los Girasoles de Mazzarino, provincia de Caltanissetta. Se dedica a la inserción escolar de los menores extranjeros no acompañados que llegan a las costas de Sicilia. Está con ellos a diario y les ayuda a abrirse camino en un país extranjero, donde no conocen la lengua ni la cultura. Habla de Robert y Mohammed, el primero del Congo, el segundo de Gambia. Uno cristiano y el otro musulmán. Ambos sudan la gota gorda con las páginas de la Divina Comedia, la profesora les ha mandado hacer la paráfrasis. «Para ellos es realmente arduo», explica Cettina. «Aunque luego, hablando de lo que leen, nacen discusiones interesantes. Como cuando se dieron cuenta de que Dante es un exiliado y, cuando escribe, está lejos de casa como ellos».
Paola da clase en Pésaro. Una noche, cenando con una antigua alumna, conoce a Nabil, su vecino marroquí. Dieciséis años y miles de preguntas sobre la vida y sobre la religión de sus padres. «La diferencia entre nosotros musulmanes y vosotros cristianos es que vosotros no tenéis miedo a la razón ni a vuestras preguntas», explica Nabil: «Una vez pregunté a mi padre por qué hacía el ramadán, y me respondió que lo hacía para seguir a Mahoma, que ayunó durante un mes en el desierto. Pero es una respuesta que no me convence». Paola piensa un momento y responde: «Durante una excursión a la montaña en las últimas vacaciones de GS, pregunté a una chica musulmana que estaba con nosotros por qué quería hacer el ramadán. Teníamos que caminar durante horas y ella no podía comer ni beber. Me respondió: “Es un modo de dejar entrar a Dios en mi vida. Es un encuentro con Él. Él me da la fuerza”». Nabil añadió: «Esa sí que es una buena razón».


La profesora musulmana

«¿EL DESAFÍO? APRENDER A MIRARNOS DE VERDAD»

Hace falta «crear un lugar donde pueda emerger la verdad», donde se mire al otro «porque lo tienes delante, no por las ideas que tienes en la cabeza». La escuela puede ser ese lugar. Palabra de una profesora marroquí que lleva años dando clase en Italia

Paolo Perego

Una vez los chicos quitaron el crucifijo de la pared poco antes de que ella entrara. «Profe, usted es musulmana. Nos pareció lo adecuado». «Volved a colgarlo. Es más, pediré que pongan uno más grande, porque no podéis renunciar a vuestros símbolos religiosos. Sobre todo cuando predican el amor y la verdad». Hassania Fakhereddine Marini actualmente da clase de Matemáticas y Física en el ISS Gregorio da Catino, en provincia de Rieti. Nacida en Marruecos, casada con un italiano, trabaja en la escuela estatal desde hace quince años.
«Volví a clase el lunes siguiente a los atentados de París turbada como todos. Parte de mi familia vive allí», explica. Muchos de sus compañeros, siguiendo también las indicaciones del Ministerio, afrontaron el tema con los alumnos, ayudándoles a enjuiciar lo sucedido. «Yo, por la asignatura que imparto, no profundicé mucho con ellos. Lo haré en cuanto empiece a dar el curso de árabe». Dice que quiere empezar precisamente con una serie de palabras que suelen tergiversarse, y que muchos relacionan solo con fenómenos de fanatismo: «Fatwa, jihad, sharia. Son términos que en la cultura musulmana no tienen significados negativos, pero que se instrumentalizan. Aquí como allá prevalece a veces la ignorancia».

Donde nace el fanatismo. Conocer, por tanto, es el pilar fundamental. Pero no el único. «Hace falta crear un lugar donde pueda emerger la verdad de las cosas. Que uno empiece a mirar al otro porque lo tiene delante y no a partir de un prejuicio». La escuela, con todo el vacío y el individualismo de esta sociedad, es un lugar privilegiado. «Se trata de una responsabilidad grave para los educadores. Hay quien la asume y quien no, pero es clave dejar espacio a los chavales con sus preguntas y sus miedos. Y no vale solo para el tema de la “integración”. Los jóvenes deben conocer el mundo que les rodea. Por eso yo les invito a estudiar árabe, por ejemplo. Si un chico es ignorante, se fía de cualquier bobada, se deja instrumentalizar”».
El mismo fanatismo, dice citando al Papa, se aprovecha de la ignorancia acerca de lo que es el islam. «Nos hemos reunido con algunos profesores para programar el estudio de los chavales, incluso con el Corán en la mano. Hay que entender que es una cuestión de respeto humano, antes que de religión y cultura diferentes. Entonces trabajas sobre la Constitución, sobre los libros sagrados, sobre el vocabulario. Son instrumentos, y se utilizan bien. Pero también hace falta alguien que te explique con claridad y competencia. De otro modo, lo estamos viendo, las interpretaciones pueden causar daños irreparables». ¿Habría que pensar tal vez en momentos ad hoc? «La hora de religión ya existe. Yo creo que deberían ir todos, incluso se podría aprovechar esa clase para conocer también otros credos… Lo importante es entender que estamos ante un problema cultural clave, donde “uno más uno son tres”. Y eso dicho por una matemática… Quiero decir que el resultado es un plus. Cuando uno se confronta y conoce, es decir, cuando mira de verdad al otro, solo entonces puede respetarlo. Y así convivir en paz».


«Vale, os espero a la hora del té…»

Después de una pelea con cuatro marroquíes, nace una amistad. Y la casa de Cristina y Sergio se llena de chicos musulmanes

Luca Fiore

«Me enteré de los atentados de París a altas horas de la madrugada. Al día siguiente, escribí un mensaje a mis amigas: “Hoy, entrando en clase, tenía un deseo ardiente de conversión. Conversión mía, personal, porque la respuesta ante estos terribles atentados pasa por vivir en serio el cristianismo y pertenecer cada vez más al Dios que es amor».
Esta es la historia de Cristina y Sergio, y de algunos chicos musulmanes que han reconocido en ellos ese dedeo ardiente de conversión.
Calcinate es un punto de la geografía italiana situado en la provincia de Bérgamo. Allí hay un colegio concertado bastante conocido: La Traccia. Por lo demás, casas bajas, trabajo duro, ningún pájaro en la cabeza.
Cristina trabaja como profesora de apoyo en el instituto estatal Aldo Moro. En su casa, la noche del sábado 14 de noviembre, su hijo Felipe celebra su fiesta de cumpleaños. Acuden diez amigos que, mientras esperan la llegada de las pizzas, bajan al jardín para tirar petardos y lanzar fuegos artificiales. El estruendo atrae a cuatro chavales marroquíes. Acaban de comprar unos kiwis en la frutería de la esquina y empiezan a lanzarlos contra Felipe y sus amigos. La banda de los petardos reacciona con insultos. Se oye incluso un: «Musulmanes de m…».
«Mi hijo sube a casa y me lo cuenta. Yo, furiosa, voy a buscarles. Pienso: “Como les pille, se van a enterar. Buscaré a sus padres para ver qué de sopapos les propinan, pero antes tienen que limpiar todo lo que han ensuciado”».

¿Precioso? Mientras tanto, llega su marido, Sergio. No reacciona y Cristina piensa: «Pero, ¿cómo? ¿Todo el día se queja y justo ahora se hace el conciliador?». Decide callarse y ver lo que sucede. Ante las mentiras con que los pequeños marroquíes se inculpan unos a otros, está convencida de que esta vez Sergio se equivoca de lo lindo. Sin embargo, mientras le observa, se da cuenta de que él tiene una extraña ternura y va surgiendo en ella un pensamiento: «Vale, Cristina, han lanzado kiwis y dentro de unos años podrían lanzar algo peor… pero tú, ahora, ¿tienes algo vital para ofrecerles? ¿De verdad te crees que bastaría con un buen castigo?». En ese momento, también ella cede y se deja llevar por esta intuición. Uno de los chicos va a su instituto: «Chicos, si os aburrís y no sabéis qué hacer, en lugar de tirar kiwis podéis pedirnos que quedemos, que nos conozcamos. Así, en lugar de pelearos, habríais podido tomar pizza con nosotros. Bueno, vamos al grano: la próxima semana os venís a nuestra casa. Estáis invitados». Los chicos se tranquilizan y empiezan a pedirse disculpas recíprocamente. Los marroquíes por haber provocado la pelea, los bergamascos por haber respondido con insultos. Como si fuera el final de un partido de rugby todos se estrechan las manos y se despiden. Pero esto es solo el inicio.
Al cabo de diez minutos, los cuatro vuelven y llaman al timbre: «Profe, ¿para cuándo la pizza?». Cristina sonríe y les invita a subir ya que van a encargar pizzas también para ellos. Así la fiesta sigue junto con los de la intifada de los kiwis. «Fue una velada hermosa. Felipe decía que había sido su mejor cumpleaños». Al día siguiente, dos de los marroquíes vuelven a buscar a Cristina: «Nos dijo que si no sabíamos qué hacer, viniéramos a verla…». Pasan otra tarde jugando con Sergio, Felipe, y sus otros tres hijos.
El lunes por la mañana, Cristina deambula por los pasillos del instituto. Se le acercan otros dos chiquillos musulmanes que le preguntan cuándo organiza una fiesta también para ellos. Por la tarde, pasan por su casa para saludar. Se les suma también otro alumno, Nabil. Al día siguiente, Cristina trabaja hasta tarde y cuando llega a casa se encuentra a Sergio jugando al ping-pong con los marroquíes. El miércoles vuelven: «Chicos, podéis volver solo si os traéis los libros y estudiáis». Se presentan con todo lo necesario y se quedan a estudiar. Matemáticas, inglés y hasta Dante. Nada más acabar con las tareas, Cristina prepara un té y ellos se lo toman con galletas. En el instituto, uno de los chicos le dice: «Precioso. Fue un momento precioso ayer».
Nabil es muy listo y tiene los ojos abiertos de par en par. No le importa preguntar incluso aunque le cuesta expresarse en italiano. Pregunta por qué la casa de Cristina está tan alborotada. Ella lo piensa un momento, luego le contesta: «Justo ayer, le comentaba a mi marido que me gustaría tenerla más ordenada, pero una casa en orden pero vacía es una casa triste e inútil. Mejor una casa alborotada, donde cabéis también vosotros…». Respuesta: «pero, profe, yo puedo ayudarla».

Lores ingleses. En resumen, al mes de los atentados de París, la casa de Sergio y Cristina es todo un ir y venir de chavalitos extranjeros. Son una decena, entre ellos los más fieles son Hassan, Nabil, Dodó (que es gitano) y Khalid. Las tareas del cole, merienda y juegos. Luego con una alegría algo desbordante se limpian las tazas, tanto que los Reyes tuvieron que traer unas cuantas más irrompibles para sustituir a las anteriores. Una taza distinta para cada uno: «De manera que sepan que hay una casa donde les esperan siempre», explica Cristina.
Said, uno de estos chicos, en el colegio tiene fama de bala perdida. También a Cristina le cuesta mucho y lo admite. Sin embargo… Sin embargo, también él, después de haber levantado la voz con una bedela del colegio, ayudado por los amigos, fue a pedirle perdón a ella y a los profesores y compañeros de clase declamando de memoria el célebre soneto de Dante: “Tanto gentile e tanto onesta pare la donna mia quand’ella altrui saluta”. Una escena de película. Sabía que se arriesgaba a que le tomaran el pelo por el resto de sus días, pero lo hizo. El director del colegio no da crédito: «No tengo palabras. Han pasado de ser vándalos a ser unos lores ingleses». Se refiere al té de las 5.

Un café en compañía. Pero Calcinate no es una isla feliz. En las clases se producen choques y tensiones. Algunos padres de chicos musulmanes incluso no han ocultado cierta simpatía con los terroristas. Y esto no se puede aceptar de ninguna manera.
Cuando Chiara, hija de una profesora de religión de este instituto, murió en un accidente de tráfico, todos los alumnos musulmanes y sikh acudieron al entierro. Querían acompañar a una persona que no les da clase, pero que han aprendido a conocer por los pasillos del colegio y que ha sabido hacerse querer. También Cristina acude al entierro con sus marroquíes que nunca han pisado una iglesia. «Se portaron bastante bien, considerando lo que les cuesta comportarse en el colegio».
En este «bastante bien» hay una mirada bondadosa capaz de tener en cuenta que todo está empezando. Y que estos chicos siguen siendo «vándalos». Bien lo sabe Nourredine, el padre de uno de ellos, que no quiere que siga yendo a casa de Cristina porque «va también ese, que es una mala compañía y no quiero que lo frecuente». El hombre tiene motivos de sobra. Su hijo ya lleva unas cuantas y acaban de expulsarle del colegio por unos días. Cristina le responde: «Entiendo lo que dice usted. Pero si también nosotros dejamos de creer que pueden cambiar, ¿quién lo hará? Si nadie le mira con confianza en que puede rescatar sus errores, ¿cómo podrá cambiar? ¿Por qué no se viene aquí a ver qué hacemos por las tardes? Es muy importante que los chicos vean que usted y yo compartimos un camino en la misma dirección». El sábado antes de Navidad, el hombre fue a casa de Cristina. Entró, se sentó y se puso a mirar lo que hacían: los chicos estudian, le preguntan a Cristina, ayudan a preparar el té. Los dos adultos, mientras, se hablan y se conocen. Basta esto que es casi nada para que el hombre entienda: «Me dio un abrazo, fuerte. Y con lágrimas en los ojos me dijo: “Muchas gracias, profesora, por lo que hace por estos chicos. Espero que nos volvamos a ver a menudo”».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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