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Huellas N.1, Enero 2016

EDITORIAL

La Navidad de los creyentes, gestos de humanidad que mueven el corazón

Julián Carrón

El editorial de este número es el artículo del Presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación publicado en el diario italiano Corriere della Sera el 23 de diciembre de 2015. El 26 de diciembre La Razón publicó un extracto del mismo

Estimado director: Cada vez es más frecuente que la gente se asombre de gestos sencillos de humanidad a los que ya casi no damos valor, pues nos parecen normales, habituales. En un centro de acogida un voluntario llama por su nombre a un refugiado paquistaní, y ante la pregunta de si prefiere pasta con o sin salsa, carne o pescado, este rompe a llorar por la conmoción. Una joven manda un SMS a un búlgaro que acaba de conocer: «¿Cómo estás?»; el hombre se asombra de que una persona casi desconocida se interese por él. Podría contar episodios de este tipo hasta el infinito. Pueden ser gestos sencillos, como los ya mencionados, o bien gestos impresionantes: pensemos en los alemanes y austriacos que han acudido prestos a acoger a los refugiados en la frontera y en tantos que cada día socorren a los que desembarcan en las costas italianas. Parece nada frente a la enormidad de los problemas, y sin embargo su efecto es tan impactante en los que lo reciben, como banal, insignificante y obvio puede parecernos a nosotros, que vemos suceder estos episodios. Un simple gesto de buena educación, ¿es suficiente para explicar su sorpresa? Para poder mirar así a un refugiado y para poderse dirigir así a un extraño se necesita algo de lo que ya casi no somos conscientes. Después de llorar un rato, el refugiado habla sobre los años que ha pasado en otra parte del mundo, en donde su empleador nunca le había llamado por su nombre y en donde mitigaba su hambre con un cuenco de arroz. Pero ahora alguien le llama por su nombre y le pregunta incluso qué desea comer.

Hace demasiado tiempo que hemos perdido la conciencia del origen de esta mirada sobre el hombre, y de este modo podemos perder también la familiaridad con los gestos que nacen de ella. Por eso necesitamos que otro vuelva a darnos a través del asombro de su rostro la conciencia de nuestra historia y de lo que llevamos en nosotros. ¿Qué es lo que ha generado esta mirada y esta estima sobre el otro que despierta en él tanta maravilla? Ciertamente, no depende de que seamos “más capaces”. Sencillamente, pertenecemos a una historia que comenzó con el antiguo pueblo de Israel. Una historia que nos ha generado haciéndonos percibir la conmoción de Dios por nosotros, más allá de nuestras capacidades, como dice el profeta Isaías: «Exulta, estéril, que no dabas a luz; rompe a cantar, alégrate, tú que no tenías dolores de parto». Un Dios que, a pesar de todos nuestros errores, nos repite sin cansarse: «Olvidarás la vergüenza de tu soltería, no recordarás la afrenta de tu viudez». ¿Quién no desea ser mirado así? «Por un instante te abandoné, pero con gran cariño te reuniré. En un arrebato de ira, por un instante te escondí mi rostro, pero con amor eterno te quiero» (Is 54,1ss). Y este amor, esta pasión es por tu vida, no por la de la humanidad en general, sino por tu vida. Por mi vida se pronuncian estas palabras, como nos recuerda el papa Francisco: «Por ti. Y por ti. Y por mí. Un amor activo, real. Un amor que sana, perdona, levanta, cura» (10 julio 2015).

La posibilidad de no tener miedo, de no estar determinados por lo que nos hace sonrojar y por nuestra infecundidad solo puede apoyarse en la conciencia de que «aunque los montes cambiasen y vacilaran las colinas, no cambiaría mi amor ni vacilaría mi alianza de paz, dice el Señor que te quiere» (Is 54,10). ¿Somos conscientes de que detrás de gestos aparentemente sencillos se encuentra esta historia de preferencia de Dios por nosotros? Fue esta preferencia, experimentada en la liberación de Egipto, lo que le permitió a Israel mirar al forastero de forma nada habitual para el mundo antiguo: «Amaréis al emigrante, porque emigrantes fuisteis en Egipto» (Dt 10,9). Y tal preferencia culminó cuando el Verbo se hizo carne y porque vive entre nosotros, genera en la vida de la Iglesia un sujeto que mira al otro con un interés total por su destino. ¡Sin la conciencia de esta mirada llena de predilección por mí y por ti no existe Navidad! Sería tan solo un rito formal, como tantas cosas que hacemos sin que nada se alegre en nosotros.

La Navidad ya no sería el suceder de nuevo del origen de la gran historia de verdadera humanidad de la que formamos parte, sino el repetirse cansado de una tradición incapaz de mover nuestro corazón y de generar gestos de humanidad que tanto impresionan a los demás. Por eso estamos llenos de agradecimiento hacia el Papa, que ha comprendido cuán necesitados estamos. El Año de la Misericordia es el suceder nuevamente hoy de esa mirada. De ese amor que nos alcanza allí donde estemos a través de rostros desconocidos que con su alegría, como Juan el Bautista, que exultó en el seno de Isabel, nos devuelven nuestra vida y nos invitan a reconocer el designio de Dios –este “casi nada” que parece ser el designio de Dios, que desde hace dos mil años nos alcanza a través de un rostro: «Dios, el misterio, el destino hecho hombre, se hace presente ahora en mi vida y en la tuya, en la de todos los que están llamados a verle y reconocerle en un rostro: un rostro humano nuevo con el que nos encontramos» (don Giussani). Un rostro que nos pregunta con una sencillez desarmante: «¿Cómo te llamas? ¿Cómo estás?» y que nos hace alegrarnos hasta las lágrimas. Reconocer el modo con el que Dios nos llama –a través del rostro más desconocido– es la única posibilidad de no hacer vano Su designio de misericordia sobre nosotros y de seguir siendo testigos de esa mirada que nos hace verdaderamente libres en cualquier situación.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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