Asamblea en el instituto
Todos hablan del Bataclan y de las víctimas de los atentados. Desde París a su instituto, en la provincia de Bérgamo, son 680 km, que desaparecen enseguida entre los pupitres, la incredulidad, el miedo y la rabia. Son miles las preguntas que se resumen en estas: «Pero, ¿por qué el mundo ha acabado así? ¿Por qué merece la pena vivir?».
El lunes después de la matanza, Giorgio, Omar y sus compañeros de clase discuten. Son cristianos, musulmanes, sikh y ateos. Su experiencia y la amistad contradicen lo que se oye al hablar de París. Aquí, en las aulas del Centro de formación profesional de la Fundación Íkaros, en el pueblo de Calcio, que reúne a 570 chavales provenientes de 35 municipios de la zona, la diversidad es una riqueza para todos. La noticia llega al director: «Vale, os doy la autorización para hacer una asamblea, porque si la escuela no es el ámbito donde ser acompañados en la búsqueda del significado de lo que sucede, ¿en qué queda?».
Los chicos preparan un panfleto para invitar a sus compañeros. «En nuestro día a día tenemos mucho miedo», escriben, «pero, a pesar de todo, damos gracias por lo que la vida nos ha dado». El día fijado para el encuentro es el viernes, al terminar las clases. Se propone un momento de diálogo y de oración.
Normalmente, cuando toca la campana al final de las clases del viernes, todo el mundo sale corriendo. Esta vez los chicos se dirigen al salón de actos.
Giorgio sube al escenario, cuenta lo que comentaron en su clase y expresa su necesidad de compartirlo con todos. Un aplauso, luego se levanta Omar. Es musulmán. «Yo no tengo nada que ver con todo esto», había dicho aquel día a sus compañeros. Fue a ver al imán de su pueblo para que le ayudara a entender. Ahora, delante de centenares de compañeros de instituto, no improvisa ninguna explicación. Con el Corán en la mano, cuenta de sí mismo y dice cuál es el islam en el que cree.
En el salón de actos todos le escuchan. «Y rezo a Dios para que nunca jamás haya otra tragedia como la de París». Pasan unos largos minutos de silencio. Luego el director propone rezar un padrenuestro y un avemaría. Quien no sabe rezar, los lee. «Necesitamos a un padre y a una madre en los que confiar, para poder tener certeza. Al igual que Myriam…». El rostro de la niña iraquí de Qaraqosh aparece en el video que ha dado la vuelta al mundo. Diez años, cristiana, refugiada con su familia en Erbil, en el Kurdistán, para escapar de la furia del Isis. Lo ha perdido todo, excepto la fe que testimonia. En el salón de actos no se oye el vuelo de una mosca. Las preguntas de los chicos, su confusión, sus dudas… La sencillez y la verdad de lo que están viendo despejan los nubarrones del horizonte.
Difícil romper el silencio incluso cuando acaba la asamblea. En las escaleras a la salida del instituto, Alexia ve a su profesora: «Myriam dice que Dios piensa en todo lo que ella necesita. ¿Cómo puede decir algo así? Cómo me gustaría poder decirlo yo también. ¿Qué necesito yo para vivir?».
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