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Huellas N.11, Diciembre 2015

EDITORIAL

El método de Dios

Quien ha tenido la gracia de visitar por lo menos una vez Belén o Nazaret lo sabe bien. Eran realmente lugares perdidos. Casi una nada. Grutas excavadas en la roca en lugares desiertos, ya desde entonces periferia desconocida para el mundo. Y Dios quiso encarnarse allí.
Lo escuchamos repetir con ocasión de las Navidades. Pero pensándolo bien no es fácil identificarnos de verdad con aquella Navidad. Casi inevitablemente, acabamos por superponer lo que vino “después”, lo que nosotros conocemos: dos mil años de fe y de obras, una forma histórica imponente, algo que ha cambiado el mundo y con lo que –queramos o no– hay que hacer las cuentas. Difícilmente tenemos la percepción real de aquella nada, porque miramos hacia ese punto teniendo en la cabeza cómo se ha desplegado a lo largo de los siglos la potencia del cristianismo.

Pero entonces, aquella noche, todavía no existía el cristianismo. No se intuía su fuerza cultural, ni los valores que aportaría a los hombres, tampoco el impacto poderoso y benéfico que tuvo y que tiene en el campo de la política, de la convivencia y de la historia. Nada de todo esto existía.
Solo había un niño en una gruta.
Nada más indefenso. Al igual que indefenso era Juan, el último de los profetas, un hombre vestido de piel de camello atada con una cuerda. O Abrahán, un pastor de las estepas de Asia donde todo empezó. Nadie hubiera dado un duro por ellos, nadie hubiera creído que la historia cambiaría de esa manera.
Dios, en cambio, apostó por este camino, lo eligió como método suyo.

A ese camino tenemos que mirar. Siempre, pero de manera especial ahora que la incertidumbre nos agarra del cuello, mientras estudiamos la mejor manera de reaccionar ante las matanzas de París, Bamako, Beirut y Túnez. Ahora que se buscan las armas mejores para afrontar esta «guerra mundial a trozos» de la que habla el Papa Francisco (de ello hablamos en este número de Huellas).
Parece nada pensar que el camino justo sea fijar la mirada en un niño. Demasiado poco delante de los análisis, las obras, la lucha a la que estamos llamados. Pero fue así, literalmente así, como empezó la reconquista de lo humano. Como inicia la reconquista de lo humano.
Por esto, el Papa nos invita a fijar nuestra mirada allí, en aquel niño. Porque en esa criatura indefensa, en ese «Dios que por amor se ha vaciado» como ha dicho en el reciente congreso de la Iglesia italiana en Florencia, se manifiesta un potencia extraordinaria. En ese aparente «signo de debilidad» que es Cristo, el Rostro de la misericordia, está más bien «la cualidad de la omnipotencia de Dios», como ha escrito en la bula de convocación del Jubileo, toda la fuerza con la que Dios crea el mundo, continuamente, en medio de todos los horrores y el mal de la historia.
Es este el método de Dios capaz de cambiar el mundo mediante el único camino posible: el corazón del hombre. Uno a uno, cambiando el corazón de uno para comunicarse a todos. Si no se pasa por allí, todo resulta inútil; estéril cualquier otra conquista de espacios, influencias o poder.

Nosotros hubiéramos elegido otros caminos. Estamos constantemente tentados de elegirlos, atraídos por nuestras ideas y proyectos que creemos más eficaces. Él eligió este. Y cada día, en cada instante, elige tocar el corazón del hombre con Su misericordia. Nos espera la Navidad para festejarlo y un año muy especial –un Año Santo– para aprender que nos conviene seguirle.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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