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Huellas N.10, Noviembre 2015

PRIMER PLANO

Entre los alejados

Luca Fiore

Un día en los suburbios de Londres con el padre PEPE CLAVERÍA, para comprobar cómo en una sociedad ultra secularizada la fe puede volver a ser creíble para los creyentes y atrayente para los paganos

Zoe lo dice sin medias tintas: «Te toman por loca. Cuando dices que sueles ir a la parroquia, que crees en Dios y que intentas educar a tus hijos de una forma cristiana…». Es una joven madre, sentada en el despacho del párroco en la iglesia de St. Edmund Campion, en Maidenhead, un suburbio donde viven cien mil almas en la campiña a las puertas de Londres, cerca de Windsor. El sacerdote, misionero español de la Fraternidad de San Carlos, se llama José Clavería, pero todos le llaman “father Pepe”. Zoe es de madre católica, se casó con un hombre no religioso de la Iglesia anglicana. De joven tuvo una experiencia negativa de la Iglesia, pero hoy ha vuelto a acercarse. También gracias a sus hijos, inscritos en la escuela católica que está enfrente de la parroquia de Pepe. «Los niños vuelven a casa y tienen que hacer deberes de religión, empiezan a hacer preguntas a las que no sé responder. Así que pensé que necesitaría saber más».
En la Inglaterra ultra-secularizada, pero también podríamos decir en el Occidente actual, hay una sed de significado que es directamente proporcional a la desconfianza hacia la Iglesia. De modo que «quien intenta difundir la fe en medio de los hombres puede realmente dar la impresión de ser un payaso», como escribía Joseph Ratzinger en 1968 en el fragmento de Introducción al cristianismocitado por Julián Carrón en la Jornada de apertura de curso de CL (v. Huellas n.9/2015). Es el payaso del cuento de Kierkegaard, enviado por el director del circo en llamas a pedir ayuda a la aldea. El clown ya estaba vestido para la actuación y los aldeanos le aplauden pensando que se trata de un truco para atraer a la gente hacia el circo. Pepe no quiere ponerse la nariz de payaso; sabe que el riesgo de no encontrar la forma de hacerse entender, de «ser tomado por loco», siempre está al acecho. Pero no renuncia a intentar llevar a la gente lo que tiene como más querido.

Una taza de té. La jornada del párroco de Maidenhead empieza a las ocho en el patio de la escuela infantil. El Volkswagen gris oscuro atraviesa los núcleos de casas de ladrillo rojo. Los colores del otoño inglés se hacen patentes bajo una lluvia sutil. Londres está lo bastante cerca para poder ir allí a trabajar, pero lo suficientemente lejos para sentirse en un contexto a la medida del hombre. Los niños caminan con sus uniformes grises. Los padres empujan los carritos, se saludan, alguno va con prisa, otros se quedan a charlar. Pepe conoce casi a la mitad de la gente. Desde que llegó, en 2013, ha entrado en más de doscientas casas de parroquianos. En esta época también está paseando bastante: «La próxima noche libre en mi agenda es dentro de un mes».
Son las 9:30 h., misa de diario. Suele ir alguna que otra mamá y unos cuantos jubilados que luego se reúnen para tomar una taza de té en los salones parroquiales. Alguno se queda para jugar una partida de bridge, pero mañana tienen prevista una excursión por el Támesis. Para comer, Pepe está invitado a casa de Daniela. Es una joven madre de la escuela. Con ella en casa está Pippa, su hija, con síndrome de Down, de dos años, el tiempo que lleva entrando y saliendo de los hospitales. «Han sido meses duros para ellos y nos hemos visto muchas veces en este tiempo». Daniela parece serena, incluso cuando, con delicadeza, coloca el tubo que sale de la nariz de su hija. Por la tarde hay que organizar las actividades relacionadas con el cargo que le ha asignado el obispo de Portsmouth: capellán de un programa diocesano de nueva evangelización. Por la noche vendrá de Londres una pareja de amigos para presentarle a un sacerdote en crisis.
Mucho trabajo, ¿pero qué es lo que verdaderamente abre una brecha entre la gente de Maidenhead? ¿Qué es lo que les conquista? Lo explica bien Sam, 23 años de edad, con un hijo de dos años y una mariposa azul tatuada en la muñeca derecha. Ella es la baby-sitter de la que se hablaba en la Jornada de apertura de curso: «Pedí entrar a formar parte de la parroquia porque la frecuentan algunos de mis clientes. Nunca había visto una apertura y una cordialidad así. Yo deseo eso para mi hijo y para mí. Quiero que él pueda tener alguien a quien dirigirse cuando atraviese tiempos difíciles como he pasado yo. Alguien con quien hablar de sí mismo, alguien a quien plantear sus preguntas». Sam no está bautizada, es madre soltera, nunca había frecuentado una comunidad cristiana. Pero para Pepe esta joven es sobre todo su sencillez.
También procede de aquí el relato de la pareja no casada que pide el bautismo para el hijo concebido mediante fecundación in vitro. A Pepe le impactaron las lágrimas de aquella mujer que no oyó a alguien que le dijera «vives en pecado», sino «Dios nunca te ha perdido de vista». Narra el episodio durante una homilía en la misa dominical. Explica que al corazón del hombre no lo mueven las reglas, la ética, sino un atractivo. «Al acabar la misa dos personas se acercaron y me preguntaron si al final yo había rechazado el bautismo por cuestiones morales. ¡No habían entendido nada! Estamos tan acostumbrados a reducirlo todo a ética que nos parece extraño que alguien no lo haga. Por eso, un minuto después habían dejado de escuchar, pensando que ya lo habían entendido. Es difícil atravesar esa costra, pero yo soy testarudo. Sin justificar nunca nada inmoral, pero apostándolo todo por el hecho excepcional de Cristo. Sin esto, el testimonio resulta ridículo a la fuerza».

¿Funciona o no? Pepe observa que no es casual que el empirismo naciera en Inglaterra. «Los ingleses están hechos así, se preguntan: “¿Funciona o no funciona?”». Muchos se hacen católicos aunque solo sea por esto, y dicen: «Yo no sé muchas cosas, no lo entiendo todo, pero estando con vosotros estoy mejor».
Y parece que “funciona” con el grupito de Escuela de comunidad de los “paganos”, como les llama, bromeando, el sacerdote español. Se reúnen desde hace casi un año los miércoles por la noche para leer los libros de don Giussani. Allí está Rob, copropietario de una empresa de importación de alimentos, que nunca recibió una educación religiosa. Se casó con una mujer de República Dominicana y un día se encontró con que el párroco había ido hasta su casa para invitarle. «Empecé a venir porque deseo entender mejor quién es Jesús. ¿Si soy católico? Creo que estoy en ello…». También está Andria, eslovaca, bautizada de niña pero no educada en la fe. Se casó con un mexicano y, también ella por la escuela de sus hijos, empezó a hacerse ciertas preguntas. Luego está Robert, casado con una mujer católica, que aceptó la invitación de Pepe después de asistir en la parroquia a un alpha course, un curso de “alfabetización cristiana”, dirigido a los no creyentes: «Tengo la sensación de que muchos católicos no encuentran yendo a la iglesia lo que nosotros, no católicos, estamos encontrando viniendo aquí».
Pete, gerente de un gran centro comercial, volvió a acercarse a la fe cuando murió su abuela, que tanto insistió para que de pequeño recibiese una educación católica (él recibió el bautismo anglicano). «Empecé a preguntarme por qué insistía tanto. Me dieron ganas de descubrir eso que era tan importante para ella». Petra, católica de toda la vida, afirma que hasta ahora nunca se había dado cuenta de hasta qué punto Cristo puede incidir realmente en su vida. Tampoco Anna es técnicamente una “pagana”; en cambio, dice, es sorprendente ver que las preguntas son las mismas para todos. Alguien comenta: «Es mejor que ir al psicoanalista, y además es gratis», o bien: «Aquí está la respuesta a ese vacío que intentaba colmar con homeopatía y técnicas psicológicas».
Anna tiene dos hijas: Maggie, de 12 años, y Martha, de 15. La mayor ha empezado a frecuentar el grupo de bachilleres que se reúne con Pepe una vez al mes. Son 35 chavales. La mayoría de Londres, cinco o seis de Maidenhead. Martha está entusiasmada. Al volver de las vacaciones de verano, le dijo a su madre: «Si fuera adulta, yo entraría en CL, ¿tú a qué estás esperando para hacerlo?». Para Anna todo empezó cuando Pepe le pidió acoger en su casa al grupo de los “paganos”. Ella aceptó, pero durante el encuentro se quedaba en la cocina agudizando el oído para escuchar lo que decían. «Me dejó deslumbrada la belleza de una velada de cantos que organizaron en la parroquia. Había una atmósfera que yo nunca había visto. Me suscitó una gran curiosidad». Para ella, criada en una familia católica inglesa, la fe siempre había sido un hecho privado. Al final empezó a ir a la Escuela de comunidad. La amistad creció y, cuando se quedó sin trabajo, contra todas sus previsiones, se ofreció para echar una mano en la parroquia. «Nunca habría pensado que el único trabajo no remunerado que he hecho en la vida sería el que más me iba a satisfacer profesionalmente». Estos días, por ejemplo, está ayudando a Pepe a organizar una visita a Calais, el puerto de la costa francesa en el canal de la Mancha por el que miles de inmigrantes clandestinos intentan llegar a Gran Bretaña. Anna ya no se reconoce: «Es increíble lo que nos está pasando al mismo tiempo a mí y a mi hija».
Le preguntamos a Pepe cómo no acabar como el payaso de Kierkegaard. «Yo intento interesarme por las personas que encuentro, comprender sus vidas, sus problemas. Entro en sus casas. Si no sabes delante de quién estás es imposible entrar en una relación más profunda con ellos. Pero yo también tengo que implicarme con todo lo que soy, sin esconder mi vulnerabilidad, mis preguntas. Si necesito algo, pido ayuda. Creo que esta puesta en común es el lugar donde puede suceder un testimonio que sea incisivo».

Hermoso y visible. Una implicación real con la vida de la gente. Pero no solo eso: «Lo que más cautiva son las cosas visibles. La parroquia ahora está en mal estado desde el punto de vista del mobiliario y la belleza de los espacios comunes. He propuesto un proyecto para hacerla un poco más bonita, pero varias personas se han opuesto. Yo he empezado poniendo en orden mi despacho. Limpio, pintado, cuadros bonitos en las paredes. Ahora cuando la gente entra dice: “¡Pero está precioso!”. Cuando ven, se convencen». Visibilidad. Cuando una cosa hermosa empieza a verse, empieza a ser deseable. Como aquella vez que uno de los parroquianos de la “vieja guardia”, que llevaba meses observando cómo se movía el nuevo párroco, entró en la iglesia un sábado por la mañana. Vio a 35 chavales de 13 a 17 años rezando juntos los salmos. El hombre se acercó a Pepe y le confesó: «Nunca se había visto aquí algo así en cuarenta años. Tal vez tú tengas razón».
Pete, uno de los “paganos” de los miércoles por la noche, cuenta que ahora esa cita se ha convertido en su day off, su noche libre. Así, él que tiene más pinta de hooligan que de sacristán, se encuentra a menudo en la obligación de rechazar la invitación de sus colegas para ir al pub: «Lo siento, esta noche tengo el encuentro en la parroquia». Sus colegas le miran con estupor y respeto.
También llama la atención la historia del sin-techo argelino que Pepe alojó durante un mes en su casa. «Cuando oí el llamamiento del Papa a la acogida, inmediatamente traté de entender cómo podía ser. Miré a mi alrededor, pregunté entre los parroquianos quién estaba dispuesto a acoger a alguien pero la invitación cayó en saco roto. Luego tuve noticias de este hombre que dormía debajo de un árbol. Estuvo conmigo, durmió en mi casa. De día ayudaba en la parroquia, incluso tenía que cocinar para los de la Escuela de comunidad. Los parroquianos vieron que era posible. Cedieron. Ahora, después de mí, le acogerá una familia. Quién sabe, tal vez sea el inicio que lleve a un nacimiento de Cáritas en la parroquia».

Seguir a otro. No parece que a Pepe la “maldad de los tiempos” le genere miedo, al contrario. Desde cierto punto de vista dice que es más sencillo. Los alejados están tan lejos que están volviendo. «Es verdad que hoy suceden cosas muy tristes que son el producto de una profunda secularización. Pero la gente, paradójicamente, tiene menos prejuicios, porque ya no saben nada del cristianismo. Y los que vuelven a acercarse empiezan a florecer. Es precioso. Sobre todo para mí, porque en ellos veo realmente a Cristo en acción. Aunque sean tentativas, inicios muy débiles, que podrían acabar en nada. Pero no son nada, son algo. Y yo estoy llamado a mirar y seguir ese algo». ¿Seguirlo? ¿Por qué? «Sigo lo que Otro está haciendo en ellos. Dios me los da y su testimonio es ocasión para mi conversión. Una ocasión para mí».


TESTIMONIOS
Robert Thompson. «Me casé con una mujer católica. Prometí que educaría a nuestros hijos en el catolicismo. Así que empecé a ir a misa con mi familia. Pero llegado un cierto punto me pregunté: ¿no es un poco hipócrita asistir a un gesto en el que no creo? Tenía que saber más»

Pete Cleeton. «Yo también soy un “pagano”. Aunque recibí el bautismo anglicano fui a escuelas católicas. Tras la muerte de mi abuela, que insistía en que me educaran en la fe, volví a acercarme. Pero sigo aquí por mí mismo, no por razones externas»

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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