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Huellas N.9, Octubre 2015

BREVES

La Historia

Los “buenos días” de Teresa
Hoy también la ha llamado. Como casi todos los días desde hace unos meses. No puede dejar de hacerlo desde que conoció a Teresa en Lisboa. Rosaria, procedente de Larissa, una ciudad al norte de Grecia, fue allí para asistir a un encuentro de CL. Italiana, se casó con un griego y se trasladó a Tesalia: «Tenía una gran pregunta. Solo soy una madre y ama de casa, ¿qué hago aquí?». Y una frase de don Giussani en la cabeza: «Dejad que sea vuestra vida la que hable de Cristo». Una cuestión que le martilleaba: «¿Qué quiere decir dar testimonio?». Algo que no se resolvió ni siquiera después de la asamblea, cuando Rosaria, aprovechando la oportunidad, decidió quedarse un día más en Portugal con una amiga para ir a Fátima.
Rosaria se hospedó en casa de María, que vive con su madre, Teresa. María le habla de su madre. A sus espaldas, una historia familiar complicada, lleva quince años en cama después de una serie de ictus. Apenas mueve los labios, susurrando alguna palabra. «Pero Señor, ¿por qué me quieres aquí?», se pregunta Rosaria. Ella sabe lo que es un ictus, tuvo uno hace dos años. Y salió adelante, es una experiencia que la marcó mucho.
Por la noche, al entrar en aquella casa, el corazón se le encogió como nunca. María la acompañó hasta donde estaba su madre, pero Rosaria no podía mirarla a los ojos. «Yo también podría ser así…».
En la cena, María vuelve a hablar de su madre: «Tiene alegría en los ojos. Siempre». Se va a la cama. Rosaria no consigue dormir, es difícil librarse de ese miedo. Reza.

Por la mañana, va a la habitación de Teresa. «Quiero ver sus ojos». Pero Teresa todavía duerme. María ya había preparado el desayuno: «Oye, ¿pero de verdad tu madre no se queja nunca?». «No. Solo una vez habló de su condición: “Aquí estoy, ofrezco todo esto por mis pecados y los de todos aquellos que ofenden a Jesús”». ¿Cómo puede ser? Quince años en una cama… Rosaria se levanta, va a la habitación de la madre y los vio: esos ojos alegres de Teresa. Se acercó a ella, le habló. Y empezó a entender: «¿Qué hago yo aquí, quién soy yo realmente? La respuesta a estas preguntas se podía leer en sus ojos: “Yo soy Tú, Jesús”. Y se hizo mía». Rosaria tenía que irse. Teresa movió los labios: «B…u…en dí…a».

Dos días después, Rosaria está de vuelta en Grecia. Llama a María: «Quería saber cómo está Teresa». María le acerca el teléfono a su madre: «Mamá te está respondiendo con sus ojos. ¡Está feliz!». Al día siguiente se repite la llamada. Y los días siguientes: «Pero luego pensé que podía molestar…», comenta Rosaria. Y dejó de llamarla.
Después de unos días es María quien la busca: «Desde que estuviste aquí, mamá ha cambiado. Le hablo de ti y se le iluminan los ojos. Y cuando te oye se pone muy contenta».
Fue ahí cuando Rosaria se dio cuenta de que a ella le pasaba lo mismo: esa nueva amistad se ha convertido en una luz para su vida diaria. «Para ella, en su ofrecimiento, y para mí como sostén en mis fatigas», dice. María le propuso entonces: «Quizás te parezca excesivo, pero si pudieras llamarla todos los días… Te la paso». «¡Terry!». «B…u…en dí…a».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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