Durante el Sínodo serán elevados a los altares los padres de Teresita de Lisieux. Adele y Valter Schilirò, cuyo hijo fue sanado por su intercesión, cuentan cómo la vida del matrimonio Martin está cambiando la suya y la de muchas familias
«Me he quedado muy sorprendida al ver que, contra toda esperanza, has conseguido hacer algún negocio. Nuestra Señora de las Victorias te ha protegido. (…) Un abrazo de todo corazón, hoy soy tan feliz, pensando que te voy a volver a ver, que no puedo trabajar. Tu mujer que te ama más que a su vida», Lisieux, 1873. Cuando Celia escribe esta carta a su marido, ella y Luis, padres de santa Teresita, llevan casados veinte años. ¿Pero cómo es posible, cuando la fascinación del enamoramiento decae inexorablemente y la vida, como fue su caso, plantea duras pruebas, afirmar «te amo más que a mi vida»? ¿En dónde radica esta entrega total? Hay algo más grande que un sentimiento que la sostiene. Entonces igual que hoy.
El matrimonio Martin se eleva a los altares este 18 de octubre. La fecha no es casual, coincide con los trabajos del Sínodo de la Familia. El Papa Francisco ha querido que fuera así «para presentar un modelo y dar concreción a lo que el Sínodo irá planteando», explicó el padre Romano Gambalunga, postulador de la causa de los Martin. «Son la primera pareja de esposos canonizados como pareja. Un hermoso signo para las familias cristianas, a las que se suele dejar sin apoyo mientras tienen que ir contracorriente para vivir y educar a sus hijos en la verdad de la creación con ese amor que Dios nos ha donado en Cristo».
La beatificación tuvo lugar hace exactamente cinco años, por la curación milagrosa de Pietro Schilirò, que nació con una grave malformación pulmonar (cfr. Huellas, octubre, 2003). Para Adele y Valter, los padres del pequeño, el encuentro con los Martin ha cambiado y cambia su vida, su forma de ser familia.
Lo cuenta Adele: «Al principio no sabíamos prácticamente nada de ellos. Para conocerlos empezamos a leer la Correspondencia familiar, que comprende, además del intercambio entre los dos esposos, las cartas dirigidas a parientes y conocidos». En seguida les sorprendió la normalidad de su vida familiar. «Las preocupaciones por el trabajo, las enfermedades de los hijos, la ansiedad por su futuro, el tener que cambiar de casa, las relaciones con los vecinos. Son nuestras mismas preocupaciones, a pesar de la diferencia temporal».
¿Qué tienen entonces de extraordinario? «La conciencia de que el Señor se ocupaba de su vida. Esta certeza les permitió superar las dificultades, les dio inteligencia para buscar soluciones. Su relación como esposos mantuvo el impulso siempre nuevo de ese primer Amor que les había llamado a la vocación matrimonial».
Para Adele y Valter otro descubrimiento fue el de no dar por descontado su vínculo, incluso al cabo de muchos años de matrimonio. Aún más: la vocación al matrimonio madura el deseo de cuidar, de renovar la estima por él, porque madura la conciencia de que es un don para tu conversión. Vivir así no te deja tranquilo. Uno no puede irse a dormir enfadado por una pelea, por una discusión. Continúa Valter: «Basta con poco. Uno de los dos que susurre: “Recemos juntos una oración”. Como nos enseña el Papa Francisco. Se confía todo al Señor. La elevación a los altares de los Martin nos dice que todos estamos llamados a ser santos. La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo –que además es el título del Sínodo– pasa por esta llamada a la santidad dentro de la vida cotidiana». Así la vida cambia hasta en los detalles.
Las llamadas por teléfono. Una noche, Valter vuelve a casa desanimado. Una situación dura en el trabajo, relaciones difíciles de gestionar, se siente víctima de una injusticia. Cuando con los lamentos, Adele lo frena: «Tienes todas las razones del mundo, ¿pero te fías del Señor? ¿Acaso crees que no se ocupa de ti? Puedes volver mañana con el corazón lleno de hastío o puedes pensar que hay un designio más grande y mejor. Un designio que descubrir, por el que pedir. Juntos». Como les pasó con Pietro.
En estos años, los Martin, a través de Adele y Valter, se han convertido en compañeros de camino para mucha gente, muchas parejas. Tras la noticia del milagro, aún más después de la beatificación, el teléfono de los Schilirò empezó a sonar con más frecuencia. Desde Italia y también desde el extranjero, parroquias, centros culturales, o simplemente grupos de amigos les invitan a contar su historia y lo que ha cambiado en su vida diaria. Un boca a boca que no cesa. Sigue Valter: «Hablar de nuestra historia y dar a conocer a Celia y Luis se ha convertido en una ocasión muy concreta de reflexionar sobre la vocación matrimonial. El otro no solo es un bien, sino que te reclama a la conversión del corazón. Te hace levantar la mirada cuando te gustaría conformarte, porque el cambio implica siempre superar una dificultad. Por ejemplo, en la educación de los hijos. Vuelves a casa cansado, con un único deseo: quiero estar tranquilo. Y ellos te echan en cara sus problemas, discusiones. Basta una palabra, incluso una mirada de mi mujer, para hacerme entender el don, la riqueza que son para nuestra vida. Y todo se recoloca».
Han sido años de encuentros inesperados. Una vez una señora se acercó y les dijo: «Hoy el Señor me ha devuelto la esperanza. Puedo volver a empezar. Les pediré a Celia y Luis que me ayuden». Los santos, en el fondo, están para esto.
Muchas veces son personas particulares o parejas que atraviesan momentos difíciles las que les piden ir a verles, estar con ellos. «Basta poco para que entiendan que no somos en absoluto una “familia feliz” sin problemas. Para nada. Hay discusiones y problemas, como los había en casa de los Martin. Por eso les decimos que pidan a Celia y a Luis, que les miren, para sorprender ese Amor que normalmente se nos escapa».
Una persona se dirigió a ellos porque estaba en crisis. Le propusieron, como suelen hacer, leer juntos la Correspondencia familiar. Poco a poco se va desgranando una vida normal, hecha de acontecimientos banales y de otros importantes, a veces dolorosos, pero siempre sale a la luz que en su casa «el Señor es el primero al que servir». Subraya Adele: «Es lo primero. Demuestra cómo en la propia vida familiar en crisis hay otras cosas que han pasado a ocupar el primer lugar. Cuando reconoces que todavía tienes que aprender a amar, puedes empezar a mirar a Celia y Luis como amigos a los que seguir. Nosotros solo proponemos esto, no somos psicólogos, ni sabemos ni queremos resolver los problemas ajenos. Pero puede ser un rayo de esperanza, un camino incluso dentro del dolor por una evidente necesidad de un periodo de distancia».
Volver a vivir. Un tiempo después, recibieron un correo electrónico de Giovanna: «Leer sobre la vida conyugal de los Martin me dio la esperanza y la fuerza necesarias para volver a intentar caminar con mi marido, porque el camino que ellos proponen vale para todos. Esta ha sido una experiencia fundamental para mi vida, más allá del resultado, porque al final he tenido que tomar la decisión de separarme. Pero ahora que mi matrimonio ha cambiado dolorosamente de forma, haberme confrontado con su vida y por tanto con lo que el matrimonio es, me permite, paradójicamente, levantarme por las mañanas confiándolo todo en manos de Aquel que nos ama. Pensando en ellos, la palabra “humildad” adquiere valor y consistencia y me permite mirar al pasado confiándolo todo en los brazos misericordiosos de la Virgen». Así se puede volver a vivir.
El encuentro con Verónica fue, por decirlo de alguna manera, en la distancia. Tenía 25 años cuando leyó la historia de Pietro y conoció la historia de la familia Martin. Empezó entonces a pedirles que se realizara su mayor deseo: tener una familia. Pero su noviazgo fracasó y ella se lanzó a relaciones que no llevaban a nada. A los 30 años creyó haber encontrado al hombre de su vida. Se quedó embarazada, pero él no quería hacerse cargo y la dejó. Se sentía sola, tenía miedo, y empezó a rezar a Celia y Luis para que la sostuvieran. El embarazo transcurrió en la más absoluta serenidad. «Una situación muy extraña en mí, debido a mis grandes cambios de humor. Pero estaba segura de que no estaba sola». Pero había algo que le preocupaba: el curso de preparación al parto. Todas iban acompañadas de sus maridos o compañeros. Y ella iba sola. Luego llegó una llamada: una amiga que se ha graduado en obstetricia le pregunta si puede seguir su “caso” para la tesis. Se convierte en su ángel de la guarda: la acompaña a las visitas, a las ecografías, al dichoso curso. «Fue otro regalo de los Martin». Cuando nació la niña, solo pudo ponerle un nombre: Celia María. Se la confió a los padres de santa Teresita y sigue rezándoles, hasta les pide un papá para su hija. A los santos se les pide todo. Y el “milagro” sucede.
Giuseppe conoce a los Schilirò desde hace mucho tiempo, antes de que se casaran. Durante un tiempo se perdieron la pista, pero al enterarse de lo de Pietro corrió a su casa. En aquel momento de su vida estaba verificando la posibilidad de entregarse al Señor en la virginidad. Empezó a dedicar su tiempo y energía a las personas con dificultades, pensando que esta era la forma de estar con Jesús. Pero no lo aguantaba físicamente.
«No sé qué hacer». Durante esa época difícil, empieza a frecuentar la casa de Adele y Valter. Su compañía discreta, lo mucho que le quieren, le da la fuerza y la esperanza que necesitaba para vivir, más que todos sus quehaceres. Un día, en el comedor de los Schilirò le dice a Adele: «No sé qué hacer. Por un lado, quisiera volver a vivir entregándome al Señor totalmente, pero por otro he conocido a una chica con la que ha nacido un afecto imprevisto y correspondido». Adele deja un momento sus tareas y le dice: «Celia y Luis, antes de casarse, también quisieron dedicarse a la vida consagrada». Para Giuseppe todo se torna más claro y sencillo: Jesús le estaba esperando y era inútil afanarse buscándolo en otro lugar. «Esto ha sido para mí un milagro que Adele y Valter han pedido por intercesión de los Martin». Se casa, y Celia y Luis entran a formar parte de su familia. «Les pido por mi mujer, que no es creyente, por las personas que sufren, pero también por la vida diaria. Y ya están realizando un milagro: me ayudan a acoger y amar a mi mujer, deseando que se cumpla su destino y su felicidad».
Para Adele y Valter cada encuentro es un don, un milagro «que no nos deja tranquilos. Pero así la vida familiar se convierte en una hermosa aventura». Y tiene un horizonte eterno.
QUIÉNES SON
1823. Bordeaux: nace Luis Martin.
1831. Gandelain: nace Celia Guérin.
1845. Luis decide unirse a los agustinos, pero el prior declina su solicitud, pues el joven no cuenta con los conocimientos necesarios de latín.
1850. La petición de Celia de vestir los hábitos religiosos en el monasterio de San Vicente de Paúl es rechazada a causa de su frágil salud.
1858. Celia oye una voz que le dice: «Esto es lo que he preparado para ti». Delante de ella, un joven: Luis Martin. Tras un breve noviazgo, el 13 de julio se celebra el matrimonio, que durante los primeros diez meses viven en castidad.
1860 - 1873. Nacen 9 hijos, de los que 4 mueren a los pocos meses de nacer.
1873. El 2 de enero nace Maria Francesca Teresa, la futura santa del Niño Jesús.
1877. Muere Celia.
1894. Muere Luis.
2008. El 19 de octubre, en Lisieux, los esposos Martin son beatificados.
2015. El 18 de octubre, en Roma, serán canonizados.
Las reliquias de los esposos Martin, junto a las de su hija, Santa Teresita del Niño Jesús, estarán expuestas al culto de los fieles en la Basílica de Santa María la Mayor en Roma, del 4 al 25 de octubre.
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