No es un modelo abstracto, sino una realidad viva y concreta, con toda su fragilidad, heridas y curaciones. Con ocasión del Sínodo de los obispos, la socióloga CHIARA GIACCARDI aborda las razones de la crisis de la familia y su honda belleza (imperfecta)
Una mirada realista y no ideológica, hacia una realidad “viviente concreta” (según la definición de Romano Guardini) y no hacia un modelo abstracto. Con esta perspectiva habla de la familia Chiara Giaccardi, profesora de Sociología de los medios en la Universidad Católica de Milán, esposa del profesor Mauro Magatti. Tienen seis hijos, cinco de ellos naturales y uno acogido, y viven en una casa abierta a la acogida de menores y extranjeros. Participó en el acto de clausura del Meeting de Rímini, dedicado precisamente a la familia, una realidad donde se sigue aprendiendo el valor de las relaciones, llenas de límites e imperfecciones que, sin embargo, constituyen su verdadera fuerza. «La familia», dijo entre otras cosas, «es el lugar donde supero mi falta con la ayuda del otro, y la supero en una relación, no por mi cuenta, de manera individualista. Mis límites siguen allí pero se convierten en ocasión de relación».
¿Qué espera del Sínodo?
Me gusta que una vigilia de oración preceda a la apertura. Las familias ofrecen así su cercanía al Papa Francisco y a los padres sinodales, para que la luz de la gracia ilumine su trabajo, de manera que pueda estar verdaderamente atento y sensible a la “concreción viviente” de la familia, y no a la eventual distancia de un modelo abstracto. La realidad, incluso con sus limitaciones, siempre supera a la idea, es el único antídoto contra las ideologías. Una realidad de la que forman parte riquezas y fragilidades, heridas y curaciones; una realidad resistente que, en medio de corrientes que presionan en direcciones totalmente contrarias, no solo resiste sino que se convierte en laboratorio de renovación social y eclesial.
¿Qué le pediría a los padres sinodales?
Una conciencia mayor, alianzas nuevas, retorno a lo esencial. Me gustaría que esta capacidad que la familia tiene para resistir creativamente fuera reconocida y sostenida. Que el trabajo hecho, de escucha atenta a la realidad, ayude a prestar atención a todas las familias, no solo a dirimir las dos cuestiones que se utilizan como pretexto para dividir a la opinión pública y, por desgracia, también a la Iglesia.
¿Se refiere a la comunión a los divorciados vueltos a casar y a los matrimonios homosexuales?
Toda la atención se dirige allí, gracias a los medios. Para nosotros, familias que resistimos con nuestras alegrías y nuestras fatigas no noticiables, resulta un poco descorazonador.
¿Qué necesitan las familias?
Unidad, alianza, acogida, valoración, apoyo, más que claridad de principios y rigor.
¿La familia está siendo atacada?
En esta imagen se apoyan muchas de las retóricas subyacentes a las posiciones defensivas que levantan barricadas y proponen un contraataque agresivo. No es que no esté siendo atacada, lo está. Pero eso no es nada nuevo.
¿Se refiere a las leyes sobre el divorcio y el aborto?
Ya en los años 50 y 60 lo decía Romano Guardini en su Ética: «Según las más diversas perspectivas, hoy existe una tendencia a poner en discusión la familia, es más, a disolverla».
¿Por qué este ataque?
Vuelvo a citar a Guardini: porque «constituye el obstáculo natural más fuerte contra la absorción del individuo». Por eso representa un peligro para el sistema, al que le resulta mucho más cómodo fragmentar según el antiguo dicho divide y vencerás.
¿Ha existido alguna vez una “edad de oro” de la familia?
Probablemente no. En todos los tiempos la familia ha tenido crisis, desafíos que afrontar, dificultades, enemigos. Que en cambio no están solo “fuera”.
¿Dónde están? ¿Dentro?
A veces no prestamos un buen servicio a la causa que queremos defender blandiendo a la familia como una espada contra sus detractores. La familia no está en crisis porque hay alguien que la ataca. No es la lucha contra las uniones homosexuales lo que hará aumentar los matrimonios o los hará más sólidos. La crisis de la familia es interna. La familia ha respirado demasiado individualismo, se ha convertido en un refugio protector carente de vida. Los ritmos sociales se acompasan al individuo; las ciudades resultan inhóspitas para ancianos, niños, personas con discapacidad; la habitabilidad se modela en función de núcleos aislados que hacen casi imposible una organización familiar, teniendo que apoyarse en servicios y prestaciones externas que, como es obvio, no están al alcance de todos.
¿Los católicos deben entonar un mea culpa?
Debemos preguntarnos si las familias que hemos construido, nuestro modelo de vida y la calidad de las relaciones que establecemos pueden resultar atractivas para un joven que piensa en su futuro. Si creemos realmente ser custodios de una luz, hagámosla brillar, no nos limitemos a imprecar contra las tinieblas que nos acechan.
¿Cuál es esa luz?
El intercambio vivo y vital entre géneros y generaciones, una acogida que trasciende los lazos de sangre, una capacidad de generar más allá de la dimensión biológica.
Pero los principios hay que defenderlos…
Por supuesto. Sin embargo, veo muy fuerte la tentación entre los católicos, aun con buena fe, de reclamar el rigor de los principios como un alambre de espino que debería defender a la familia de los ataques exteriores, de las fugas internas y quizás incluso de los que, huidos y arrepentidos, quisieran volver. DecíaDietrich Bonhoeffer en Vida en comunidad: «Quien prefiere el propio sueño a la realidad se convierte en destructor de la comunidad, por más honestas, serias y sinceras que sean sus intenciones personales».
En el Meeting de Rímini dijo usted que «amar un modelo abstracto de familia significa destruirla».
La familia es una realidad de carne y hueso. Y las heridas, que pueden ser más o menos graves y profundas, son inevitables, no son signo de que el “producto” sea defectuoso. Porque cuanto más cerca estamos, más fácil es herirnos. Pero curando las heridas, podemos sanar. Y las cicatrices, que no se borran, se convierten en memorial de perdón frente al olvido y el descuido que nos hacen inhumanos.
¿Se puede hacer daño a la familia aun queriéndola bien?
Sucede así cuando enarbolamos argumentos abstractos en vez de testimoniarla con la vida. Pero también cuando nos obstinamos en defender una forma ya obsoleta y cansina, y en parte responsable de la crisis actual: la de la familia nuclear, cerrada en su apartamento, defendiendo su vida privada de las interferencias de otros. Una familia que ha respirado tanto individualismo que se ha hecho casi irreconocible. No es esta forma histórica empobrecida la que debemos defender, sino el núcleo vivo, generoso y fecundo que constituye su verdad: la capacidad de albergar vida.
Usted también ha hablado de la familia como una «comunidad narrativa». ¿Qué quiere decir?
El mundo de hoy vive solo en el presente, acumula fragmentos, mide la libertad y el valor en cantidades (de me gusta, contactos, opciones, retuits…). En un mundo que ya solo sabe hacer recuentos, la familia enseña a “narrar”, que es otro significado de “contar”. Es decir, a no vivir encerrados en el presente, sino a recibir y transmitir, a sentirse parte de una historia común, a mantener viva la memoria de quien nos ha permitido ser lo que somos. Sin una arquitectura del tiempo, sostenida también por el relato, las vidas se desmoronan.
Este es el problema educativo: transmitir aquello por lo que merece la pena vivir.
Las generaciones adultas sufren hoy un defecto de transmisión. Temen condicionar a las generaciones siguientes, pero muchas veces como un pretexto para no hacerse cargo de ellas. María Zambrano decía que «solo se vive verdaderamente cuando se transmite algo. Vivir humanamente es transmitir». Narrar es dar continuidad y sentido. Es una forma de reforzar la pertenencia. Ricoeur recordaba que el otro, testigo de mis promesas, es en cierto modo también custodio de mi identidad. Hemos abdicado de esta tarea de recordarnos mutuamente las promesas hechas, en nombre del principio, totalmente individualista, de la no-interferencia. Y hemos perdido un valioso recurso de estabilidad y vínculo.
De la crisis económica se ha dicho que puede ser una ocasión para volver a empezar. ¿También hay algo bueno en la crisis de la familia?
Es una ocasión para repensarla y renovarla. Es una necesidad que también intuyó Guardini cuando escribió, más en forma de apuntes que de reflexiones sesudas, que «hay que afrontar la cuestión de un modo nuevo...», según un «nuevo sesgo de fundación y construcción». Si la familia ha perdido su capacidad de ser seno acogedor (basta ver, por ejemplo, las numerosas reacciones ante el desembarco de inmigrantes), ha perdido su identidad. La familia no es un nido sino un nudo. El nudo de una red más amplia, en la que colabora y que a su vez la sostiene.
¿Qué formas nuevas vislumbra?
Sin una comunidad donde poder respirar más allá de sí misma, la familia no se mantiene en pie, se ahoga, degenera. Practicar la hospitalidad es una forma de testimoniar la belleza que nace de la familia para educarse a no dejar que se apague el fuego de la vida, que consiste en abrazar, compartir, hacer espacio, dar un futuro. Imagino otras formas de cohabitar, menos individualistas y defensivas. Donde sea más fácil ayudarse, compartir cargas y alegrías, apoyar a los que son más frágiles. Dejemos que, como ha dicho el Papa Francisco, el Espíritu traiga «alegre desorden a las familias cristianas, y la ciudad del hombre saldrá de la depresión».
VOCACIÓN Y MISIÓN
El Sínodo se abrió el 3 de octubre con la vigilia de oración por la familia en la plaza de San Pedro, a petición del Papa Francisco. La XIV Asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos se reúne hasta el 25 de octubre. Tema: “La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo”. El documento preparatorio es la síntesis del Sínodo extraordinario del año pasado, dedicado a “Los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto de la evangelización”. Los padres sinodales son 160: 44 de África, 46 de América, 25 de Asia y 45 de Europa. De estos últimos, 22 proceden de las iglesias orientales. Hay 51 oyentes (entre ellos 17 parejas de esposos), 14 delegados fraternos (de otras confesiones cristianas) y 45 miembros de nombramiento pontificio.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón