Hemos perdido tantas referencias no solo espirituales, sino también intelectuales,
artísticas y culturales. Pero conservamos la nostalgia de ellas y las vacaciones nos brindan la oportunidad de ir tras las huellas de un arte que «traduce un deseo inscrito en el corazón humano: el de sugerir un mundo invisible, más real y esencial que el que nos rodea». Publicamos algunos pasajes de la entrevista “Conversando con DOM ANGÉLICO SURCHAMP”
Dom Angélico Surchamp ha sido el alma mater de la “aventura Zodiaque”, fue él quien la concibió y supo insuflar el especial espíritu que hizo de las ediciones del monasterio de la Pierre-qui-Vire una referencia mundial de la edición de arte. Comenzada en 1951, tiene en su haber más de un centenar largo de títulos publicados en diferentes colecciones, habiendo sobrepasado los dos millones de ejemplares vendidos. Ediciones Encuentro publicó las dos colecciones Europa Románica y España Románica en español.
En 1995 Dom Angélico se jubilaba de tan pesada carga. Poco después de cumplir sus cincuenta años, la “aventura Zodiaque” concluía. Hoy sus libros se buscan como auténticas joyas bibliográficas. (…)
¿Cómo empezó su acercamiento al románico y qué despertó su interés por el mismo?
Fue Albert Gleizes quien, en 1946 y 1947, me hizo comprender la riqueza del arte románico y, sobre todo, su actualidad. Era todavía muy joven, prendado por la modernidad, admirador de las obras de Gauguin, Van Gogh y Matisse, y Gleizes me hizo comprender que esta pintura, en realidad, recordaba a la de los orígenes, antes de la llegada del gótico, que ha buscado cada vez más la inspiración en la naturaleza.
¿Piensa que el románico es un estilo más en la sucesión de estilos del arte occidental o bien que aporta al hombre una dimensión distinta del resto? Si así fuera, ¿cuál sería esa diferencia y el alcance de la misma?
El arte románico, al igual que el arte moderno en sus comienzos y del mismo modo que las llamadas “artes primitivas”, no representa solamente una fase de la historia del arte –al igual que la religión no representa solamente una fase de la historia de la humanidad– sino que traduce un deseo inscrito en lo más profundo del corazón humano: el de sugerir un mundo invisible, más real y esencial que el que nos rodea. Esta posibilidad, esta capacidad han sido despertadas en parte por el invento de la fotografía.
¿Qué ha sido necesario para que el hombre del siglo XX comenzara a admitir y admirar el románico, cuando hasta entonces lo había menospreciado u olvidado? ¿Cabe pensar en alguna corriente subterránea que atraviesa la historia?
En este sentido la resurrección de las llamadas “artes primitivas” y, muy especialmente, del arte románico han marcado una etapa decisiva en la evolución de nuestra civilización occidental. En realidad, a partir del siglo XIII este arte había sido considerado como torpe, indigno de interés y todavía menos de admiración. Era considerado como inicio tímido y balbuciente, cuyo único mérito consistía en haber permitido, posteriormente, los grandes estilos humanistas que tenían, al menos, el mérito de suscitar el asombro universal.
Desde luego, uno no se puede quedar indiferente a las obras maestras del arte clásico, en todas sus facetas, pero, por muy bellas, por muy maravillosas que resulten, no nos conmueven tanto como una modesta iglesia románica rural, hasta tal punto armonizada con su entorno y que, en su modestia y sencillez, habla a nuestra alma.
¿Qué puede decir el románico al hombre de hoy, que ha abandonado tantas referencias no solamente espirituales, sino también intelectuales, artísticas y culturales?
El hombre de hoy que, realmente, ha perdido tantas referencias a su pasado, conserva inconscientemente la nostalgia de ellas. Aprecia, por supuesto, cuánto le ha aportado el progreso –incluso si permanece insatisfecho y ansía siempre más– pero se da perfecta cuenta de que ya no disfruta de la dicha que le aportaban estas referencias, que ya no tiene tiempo de aprovecharlas y, en cambio, las descubre en las artes primitivas y en el arte románico, testigos de lo que parece haber perdido irremediablemente y del que, en cierta manera, siente la necesidad.
¿Piensa Dom Angélico, que el sereno misterio que se desprende de las piedras románicas puede ser uno de sus atractivos? ¿Tal misterio puede deberse al simbolismo románico o tiene otra causa?
Resulta difícil descubrir qué vuelve al arte románico hasta tal punto conforme a nuestro gusto… De hecho, no se trata solamente de nuestro gusto, al que conmueve a menudo la sencillez, lo que llamamos ingenuidad, aunque ello revista gran importancia para nosotros, que con frecuencia preferimos sencillos esbozos o simples bosquejos a obras acabadas. Preferimos la espontaneidad a un trabajo demasiado elaborado pero falto de vida. Creo que la mayoría de la gente es sensible a este lenguaje directo del que, a menudo, no se sospecha la riqueza de contenido que encierra. De hecho, cuanto más frecuentamos y estudiamos este arte, más nos damos cuenta de que es infinitamente más sabio y profundo de lo que suponíamos. Pues es precisamente en ello que el arte románico se parece tanto al Evangelio: habla a los sencillos, pero puede uno pasarse la vida entera descubriendo inagotables tesoros escondidos. Por mi parte, no sabría decir cuánto debo al arte románico.
Usted se ha referido repetidamente a las aparentes paradojas del románico: unitario y localista al mismo tiempo, altamente espiritual y profundamente humano, bello y grotesco en ocasiones en sus figuraciones, armonioso y funcional, adaptable a las circunstancias pero siempre reconocible… Cómo explicar esto hoy.
Creo que el arte románico puede definirse por su espíritu, mucho más que por ciertos detalles de su estilo. En él se encuentra de todo: desde el despojamiento absoluto, al que san Bernardo no hubiera podido poner reparo alguno, hasta una frondosidad barroca adelantada a esta época, e incluso hasta acentos modern style en ciertos stavkiker noruegos (iglesias de madera, ndt.). Esta extraordinaria libertad, esta adaptación a los gustos y costumbres de cada país justifican la extrema diversidad que manifiesta el arte románico. Ningún otro arte hubiera permitido la publicación de tantas obras que como le hemos consagrado. Me gusta relacionarlo con el capítulo 55 de la regla de San Benito: De los vestidos y calzados. En él se dice: «En cuanto al color y tosquedad de esta vestimenta, los monjes no deben preocuparse de ello; que se pongan lo que puede encontrase en la provincia de residencia, y al precio más bajo posible». Importaba, ante todo, mantener el principio fundamental, esencial: llegar a sugerir lo invisible por medio de lo visible, ya que el arte se dirige ante todo a los sentidos. No existe un modelo románico. Por ello es tan difícil definirlo. Es un espíritu, no un estilo determinado o un arquetipo.
¿El románico en España tiene para usted alguna característica con respecto al resto del románico?
Resulta difícil subrayar lo que puede distinguir el arte románico de un país del de los otros. Cada región, cada provincia tiene características propias, debidas inicialmente al material y a las exigencias del clima o, incluso a sus bienhechores. Con ello y con todo, además, hay rasgos propios del temperamento y sentimiento de sus habitantes. Y creo que existe siempre, en España, un sentido de la grandeza que no pretende darse importancia, sino que permanece proporcionado al material y a las necesidades del culto en el edificio. Esto es generalmente cierto para todo el arte románico, pero quizás más evidente en España. Pienso ante todo en Santiago de Compostela…
Tengo gran cantidad de recuerdos vividos a lo largo de mis numerosos viajes a España (…). He amado y apreciado especialmente a la gente sencilla: los conserjes del Museo de Arte de Cataluña de Montjuïc, en Barcelona, y el del Prado, en Madrid, pero también los de los dos maravillosos Museos Diocesanos, así como los campesinos –por ejemplo, el señor Pedro y su esposa en Breamo, Galicia, en 1969. Sin embargo, temo que el progreso, tan apreciable y apreciado por otra parte, haya alterado las relaciones humanas. (…)
*Publicada en Revista “Románico”, 2007.
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