Va al contenido

Huellas N.7, Julio/Agosto 2015

AMÉRICA LATINA / Pigi Bernareggi

La gracia que nos precede

Marco Montrasi

El viaje del Papa a Sudamérica. Un diálogo con PIGI BERNAREGGI y ROSETTA BRAMBILLA. Los dos misioneros, en Brasil desde hace cincuenta años, nos ayudan a comprender lo que Francisco ve en la «religiosidad popular» y la relación que tiene con “su” pueblo

Barrio 1° de Mayo, periferia de Belo Horizonte. Quedamos para comer en casa de Rosetta Brambilla, que vive aquí, cerca del padre Pigi Bernareggi, desde hace más de treinta años. Pigi y Rosetta fueron los dos primeros que se fueron de misión a raíz del encuentro con el carisma de don Giussani. Viven en Brasil desde hace casi cincuenta años. Rosetta trabaja con los niños y los adolescentes; Pigi, brillante filósofo, hijo de una familia acomodada de Milán, se dedica a los más pobres. Se fue a vivir a las favelas de Belo Horizonte, en medio de lo que es “su pueblo”. Se convirtió en un «pastor con olor a ovejas», según la conocida imagen del Papa Francisco. Siempre me hace bien ir a verle. Ojos vivos que inspiran simpatía y misericordia a la vez. Una mirada que me recuerda mucho a la de don Giussani. También porque no para de citar frases suyas, las canciones o las historias que, como veremos, siguen plasmando todavía hoy su corazón y su mirada sobre cualquier realidad. Por eso es realmente una gozada conversar con él.
Había leído un artículo, escrito por el entonces cardenal Bergoglio, sobre el concepto de «teología del pueblo» (publicado en Italia en el diario Avvenire del 26 de abril, ndr) donde el futuro Papa ponía de manifiesto la riqueza de la religiosidad popular en América Latina. Muchas preguntas y algunos descubrimientos bullían en mi cabeza, así que durante el almuerzo le pregunté al padre Pigi un montón de cosas. El resultado fue un diálogo muy interesante para comprender mejor el viaje de Francisco a América Latina y la relación que tiene con “su pueblo”.

Una de las cosas que más me han ayudado en este tiempo es lo que dice el Papa sobre la gracia de sentirnos pecadores. Lo que más nos repatea puede llegar a ser una gracia. ¡Es absurdo!, a primera vista.
Pigi:
«Oh! Si tu saviez combien Je t’aime...». ¡Oh! Si tú supieras cómo te amo, tú retornarías a mí, Jerusalén, y el peso de tus pecados te empujaría a caminar más rápido. En realidad, dice la canción, el peso de tus pecados te arrastraría hacia Mí. En primer lugar viene el amor de Cristo, la gracia primigenia, luego nuestra vuelta a Él. Si el amor de Cristo no nos primereara siempre, no podríamos volver a Él.

¿Por qué nos resistimos a volver? ¿Acaso porque el peso de nuestros pecados es más fuerte que nuestro abandono confiado a Cristo?
Pigi:
Porque tenemos el pecado original. El amor de Cristo ha creado un campo magnético contra la atracción gravitacional del pecado; más aún, una fuerza superior que es el deseo, la inclinación a volver al bien, a la verdad, al amor. En este sentido, no sirve hablar de los errores, es necesario hablar del amor de Cristo, porque esto es lo que empuja al hombre a moverse, casi automáticamente. Pero si nadie habla humanamente del amor de Cristo... Lo veo aquí con los jóvenes que se meten en el tráfico de la droga a los trece, doce, once años. Y ahora incluso quieren reducir la edad punible penalmente...

Cuando el Papa habla de la religiosidad popular no la considera un fenómeno folclórico, sino una riqueza muy importante en América Latina. Aquí en Brasil, por ejemplo, este fenómeno sigue teniendo una relevancia importante.
Rosetta:
Pero hoy ya no es así, Pigi…
Pigi: No es que ahora ya no sea así; está más escondida, si consideramos las nuevas generaciones, pero la raíz sigue viva. La raíz no es una capacidad nuestra, sino la gracia de Cristo. Bastaría que alguien lo proclamaran por las cuatros esquinas del camino. Como la historia de aquel traficante amigo de Rosetta. Venga, ¡cuéntala!
Rosetta: Hicimos una fiesta en el barrio a la que vino también uno de los capos del narcotráfico. Al acabar la fiesta, se me acerca y me dice: «¿Por qué me mirabas?». «Porque quería mirarte a los ojos», contesté. Y él: «¿Pero tú sabes lo que he hecho?». «No te miraba por lo que has hecho, sino porque tu corazón, sin saberlo, busca lo mismo que busca el mío». Me preguntó si podía venir a verme algún día y le dije: «Pues claro». Vino muchas veces y trabamos amistad. Luego, un día supe que lo habían matado.
Pigi: Esto se llama gracia preveniente. La mirada de Cristo anticipa nuestra conversión. La Vocación de san Mateo de Caravaggio, que el Papa cita a menudo, dice precisamente esto. Aquí venía un chaval, Marcelino, que siendo tan joven había matado ya a veintidós personas. Un día, una periodista vino a entrevistarme, porque se decía que los traficantes estaban aterrorizando la favela, y que su periódico había recibido una denuncia porque habían desahuciado a una anciana para instalar allí una “boca de fumo”, un puesto para vender la droga. Le dije que no sabía nada pero que, si eso era cierto, se trataba sin duda de un atropello y un delito. El día después, en primera página, aparecía mi nombre: «Padre Pigi denuncia al traficante Marcelino». Recibí una llamada anónima: me decían que tenía que irme ya, porque Marcelino me había sentenciado a muerte. No dormí en toda la noche, pero por la mañana tuve una idea. Me habían regalado un rostro de Cristo tallado en madera, bellísimo. Lo tomé y me fui a la favela a buscar a Marcelino. Cuando llegué allí, una persona me detuvo preguntándome qué quería. Le dije que quería hablar con Marcelino a propósito de la entrevista. Entonces me dijo que esperara y al cabo de diez minutos llegó Marcelino. Le expliqué el motivo de mi visita y él lo primero que hizo fue enseñarme donde tenía aparcada su furgoneta (efectivamente justo allí estaba antes la chabola de la anciana). Luego me dijo: «Ahora vienes conmigo». Pensé: ahora me mata. Entramos en un callejón y en un momento dado veo al fondo una casita que parecía la de Blancanieves: ladrillos cara vista, cortinas en las ventanas, suelo rojo, la habitación, la cama, el baño, todo nuevo. «Mira, ahora esa anciana vive aquí». Entonces solté: «¡Oh, Marcelino!». Y le entregué el rostro de Cristo que me había llevado para darle. Jamás he visto en el rostro de una persona una sonrisa tan verdadera como la que vi en aquel momento. En seguida volvió a su expresión áspera y me dijo que podía irme. Gracias a Dios todavía sigo vivo. Pero la sonrisa de Marcelino al ver el rostro de Cristo fue algo increíble que no puedo olvidar. Es el retrato de lo que se define como la gracia preveniente. Desde aquel día, no he vuelto a ver a Marcelino.

Esta historia se parece a lo escribe don Giussani en su libro ¿Por qué la Iglesia? cuando, al hablar de esa unidad que por la fe se genera en la vida, habla de unos bandidos que en la Edad Media rezaban antes de ir a robar...
Pigi:
Es una suerte de raíz. Las personas la reciben en el seno materno. Nunca hay que partir de los límites, de los defectos. Jamás. Sino simplemente comunicar la experiencia de Cristo.
Rosetta: Sin embargo parece que hoy esta raíz se ha secado...
Pigi: Semel assumpta, semper assumpta. El origen, una vez dado, es para siempre. Cristo asumió una carne humana y, una vez asumida, es suya para siempre. Cristo no se retracta, no vuelve atrás. No necesitamos otra encarnación. Él es todo en todos. Ya no podemos mirar a nadie pensando que es ajeno a la relación con Cristo. Y no es verdad que esa raíz esté seca. Si tú ayudas a una persona a tomar conciencia de su raíz, inmediatamente esta raíz aparece. Basta poco, basta un instante. Luego Cristo volvió a los Cielos, el Cielo es la raíz de la tierra. La raíz de todos nosotros.

En dicho artículo, en un momento dado el Papa escribe: «Lamento que alguien piense: “A esos tenemos que instruirles...”. La primera herejía de la Iglesia fue la gnosis. También hoy en día pueden darse actitudes gnósticas ante el hecho de la espiritualidad o piedad popular».
Pigi:
El gnosticismo reducía la religión a una comprensión intelectual. El cristianismo es el reconocimiento de una realidad imprevisible, completamente inimaginable, pero que ha sucedido históricamente. Mejor dicho, que está aconteciendo. No en el pasado que ya no existe, no en el futuro que todavía no está, sino en este instante, en este instante que pasa. Está ahí. De no ser así, todos seríamos unos fracasados, con todos nuestros planes pastorales. Es necesario vivir entre la gente con esta humildad, porque no es nuestra habilidad la que lleva a Cristo a los demás… nuestra responsabilidad es ayudar a los demás a descubrir que Cristo es la raíz de su vida, que ya está y que actúa. Como dijo el Papa hablando de don Giussani, que nunca pretendió fundar nada, sino simplemente proponer el cristianismo en sus elementos originales.

Leo otro pasaje del artículo: «Cuando como Iglesia nos acercamos a los pobres para acompañarles, constatamos que viven con un sentido trascendente de la vida. La vida depende de Alguien. Todo esto se encuentra en lo más profundo de nuestra gente. Esta es la clave, la experiencia que tenemos que cuidar, porque supone una verdadera riqueza para la Iglesia de hoy».
Pigi:
La Iglesia se difundirá donde haya gente que espera de verdad. Y lo que espera cada uno no está directamente ligado a sus ideas, como presupone el gnosticismo. Lo que la gente espera, lo espera con todo su ser. Lo importante es que haya alguien que lo está esperando. Tanto es así que no sirve hablar demasiado de Dios y de la Virgen a los niños pequeños, sino animarles a esperar, enseñarles a ser sencillos, ayudarles a preguntar.

También el hombre moderno espera, pero es como si faltara una respuesta.
Pigi:
Es “como si”, porque la respuesta existe y está viva.

Nuestro problema es que pensamos saberlo ya todo.
Pigi:
«¿Cuándo veré tu rostro?». La humanidad de todo ser humano se mueve hacia este «¿cuándo?». Adriana Mascagni cantaba este Salmo: «Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío». Esto vale incluso para el hombre más estúpido de la tierra... tenemos que aprender a dirigirnos a ese fondo que existe en cualquier hombre. Giussani toca esa cuerda que existe en cada uno de nosotros. En mis homilías, intento siempre tocar esa cuerda, solicitar esa espera. Y esa voz interior se hace sentir: «Tengo una china en el zapato, ¡ay! Me hace daño, un daño terrible, ¡ay!», Giussani nos cantaba esta cancioncita en sus clases.

Después de un encuentro que te sorprende, es hermoso abrirse a la espera. Una espera bella e incómoda como la sed, decía don Gius. Como una china en el zapato.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página