El pasado 9 de abril el periodista argentino Alfredo Leuco escribió al Papa Francisco una carta en donde, con tono respetuoso, mostraba su discrepancia ante la nueva audiencia que el Papa iba a conceder a la presidenta argentina este 7 de junio. Este le agradeció su carta y el tono sereno de su crítica, y le confesó que le hizo pensar en una de las Bienaventuranzas. A pesar de los cambios de opinión, nadie puede borrar un hecho que ha sucedido y el bien que conlleva
El domingo 7 de junio, el Papa Francisco recibió en el Vaticano a la presidenta argentina Cristina Fernández De Kirchner. El hecho no tuvo mucha repercusión mediática, al menos no como lo había tenido la noticia, dada algunos meses atrás, de que esta audiencia se iba a realizar. La aceptación del Vaticano a la petición protocolar del gobierno argentino había despertado acaloradas manifestaciones por parte de muchos. Justificadas manifestaciones quizás, ya que el Papa había dicho que no concedería más audiencias a políticos argentinos, luego de que se observara una utilización inapropiada por parte de los partidos que hacían de la extraordinaria imagen positiva de Francisco un aliado a sus intereses y estrategias políticas. Por eso, el “sí” a la presidenta algunos meses después sonaba para algunos como si Francisco faltara a su palabra.
La carta del periodista. Con este escenario y con la población argentina dividida, el pasado 9 de abril el periodista de un importante medio de Buenos Aires, Alfredo Leuco, escribió una carta abierta en donde, argumentando representar el sentir de muchísimos compatriotas, planteaba su abierta discrepancia con la decisión de Francisco de recibir a la presidenta. Con tono respetuoso y humilde, con anotaciones expresivas y de cercanía típicamente argentinas, Leuco no dudaba en afirmar que, según la visión de muchos argentinos, su admirado Papa se estaba equivocando.
La carta del periodista provocó una reacción inmediata. Su repercusión mediática dividió una vez más a la Argentina. Muchos se sintieron efectivamente representados por él. Otros, en cambio, identificados plenamente con la presidenta y su entorno, vociferaron irreproducibles consideraciones e insultos sobre Leuco y sobre el sector argentino que según ellos su periodismo representa. A este tipo de barbaridades estamos acostumbrados los argentinos. Calificaciones y descalificaciones que separan entre “buenos” y “malos” según la idea política o la “posición” social que se ostenta.
La iniciativa del Papa. Aquella carta traía aún más “tela para cortar” luego de que el propio Francisco le respondiera con una llamada telefónica y con un correo electrónico. El Papa agradeció humildemente la carta abierta del periodista. Agradecía su disidencia, especialmente por el tono respetuoso del planteamiento. Llegó a decirle que le había hecho pensar en una de las bienaventuranzas: «Felices los mansos de corazón». El lector puede imaginarse la apertura de ánimo y la sorpresa llena de admiración con la que Leuco recibió la respuesta del Papa. El periodista calificó ese día como el más fecundo de su carrera profesional y reconoció que el gesto de la respuesta no hacía sino ensanchar la admiración suya por el Papa argentino.
Pasaron algunos meses y los análisis siguieron a las emociones. Mientras tanto, la fecha de la audiencia se acercaba a la par de las interminables especulaciones políticas propias de un período pre-electoral argentino. De la audiencia entre Cristina Fernández y el Papa ya no se habló hasta el 7 de junio.
Conforme a esa extraña incapacidad que tenemos los hombres para permanecer ante las evidencias, Leuco ha cambiado su admiración y su genuina sorpresa por análisis políticos de todo tipo, llegando a calificar el encuentro que finalmente mantuvieron la presidenta y el Papa como una abierta manifestación de apoyo político por parte de Francisco al proyecto de la mandataria. Extraña incapacidad del ser humano para permanecer ante hechos objetivos y evidencias que le conmueven.
La sorpresa del periodista ante la respuesta del Papa era y sigue siendo el punto más lúcido para juzgar. Incluso para juzgar el hecho político que los había convocado. Si es cierto que el método para conocer lo impone el objeto que se pretende conocer, debemos preguntarnos quién es verdaderamente el Papa Francisco, a quién hace presente en la historia, hoy, y de dónde brotan su mirada y sus criterios. Quizá así entendamos vitalmente la advertencia de Jesús: «Dad al César lo que es del César; dad a Dios lo que es de Dios».
Tenemos un Papa que no es “propiedad” de los argentinos, que no está atrapado en nuestros esquemas que dividen entre buenos y malos. El Papa verdaderamente no hace acepción de personas como lo hacemos normalmente nosotros. Si queremos una nueva política debemos partir de una nueva mirada y una nueva humanidad. Sigamos los pasos del camino que nos está abriendo “nuestro” querido Jorge Bergoglio.
Arriesgando un juicio
LA EVIDENCIA DE UN BIEN
Redacté este texto al conocer la iniciativa del Papa en respuesta a la carta de Leuco, para afinar el juicio, hacerlo público y entablar una relación personal con el periodista, de la que estoy agradecido
M. A. M.
«Al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios». Normalmente interpretamos esta magistral respuesta de Cristo como una separación entre lo espiritual y lo “mundano”. ¡Pero “de Dios” es todo! Es decir, ¡es la estatura humana! O dicho de otra manera, ¿hay algo que no sea de Dios?
Al igual que muchos argentinos, hemos recibido con cierta sorpresa y asombro la noticia de la carta que el periodista Alfredo Leuco escribió al Papa Francisco. Más asombrados aún permanecimos luego con la respuesta de Bergoglio, al volver a constatar el tipo de inteligencia a la que el Papa nos invita constantemente. Su posición refresca las admirables y lucidísimas intervenciones de Jesús.
Sin duda es llamativa, y grande a la vez, la postura y el “atrevimiento” del periodista Leuco. Llamativa por el tono de su planteamiento al Santo Padre y grande por la estatura humana que demuestra. Y es precisamente a esa estatura humana a la que Francisco responde con sincero agradecimiento. No hay análisis político ni argumentación que esté por encima de este amor por el hombre y su destino, por esa dignidad humana tan bien expresada en la confesión de Leuco: «No soy creyente, pero admiro a los creyentes (…), busco la verdad aunque nunca la encuentre del todo» y tan paternalmente acogida por el Papa: «Felices los mansos, porque recibirán la tierra en herencia», agradeciéndole su frontal y pacífica disidencia.
¡El diálogo que hemos presenciado es un acontecimiento que recuerda y revive los de Jesús con sus interlocutores por las calles de Palestina!
Hoy, el Papa, signo visible de aquella Presencia excepcional, desafía nuestra mentalidad, abriéndola y llevándola más allá de las reductivas elucubraciones políticas y del poder en que constantemente caemos. No se trata de desestimar estas realidades contingentes y tan hábilmente utilizadas por algunos, sino de volver a hacer presente y actuante la misión de la Iglesia con el hombre terrenal: educar su sentido religioso.
«La función de Jesús en la historia es la educación del hombre y de la humanidad en el sentido religioso (¡precisamente para poder “salvar” al hombre!), donde por religiosidad, o sentido religioso, entendemos la postura exacta como conciencia y tentativa como actitud práctica del hombre frente a su destino», escribe Luigi Giussani en el libro Por qué La Iglesia. El signo eficaz de lo divino en la historia.
El Papa nos recuerda cuál es la posición justa para afrontar los problemas: somos dependientes del Misterio realmente, en lo concreto del fango. Ese es el ángulo desde el que necesitamos mirar la política, las tramas del poder, las intenciones ocultas. Entonces podremos no sucumbir nosotros a juicios parciales, ni reducir a los otros –por equivocados que estén–, y mirar al corazón que anhela un encuentro que lo rescate de su miseria.
La caricia de la misericordia sigue siendo el lugar privilegiado del encuentro con Jesucristo (y esto vale, admirado Señor Leuco, también para la presidenta de la nación).
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