Las preguntas sobre nuestra contribución a las elecciones. Luego, el encuentro con los candidatos… y la verificación de una propuesta educativa
El domingo 24 de mayo se celebraron elecciones autonómicas y municipales en España, que se presentaban ya como un prólogo de las elecciones generales de noviembre próximo. La desafección respecto a la clase política, por los numerosos casos de corrupción, estaba provocando un verdadero terremoto político. Después de muchos años en los que la vida política había estado dominada por dos grandes partidos, conservadores y socialistas, la irrupción de nuevas siglas con posibilidades de entrar en los parlamentos regionales y ayuntamientos, abría un nuevo panorama. El voto de la comunidad cristiana se presentaba más disperso que nunca. Incluso algunos miembros de CL habían dado el paso de entrar en la militancia política a través de las nuevas formaciones.
Ya algunos meses antes de las elecciones, algunas voces pedían una indicación clara de voto por parte del movimiento, para salir de la confusión y evitar la dispersión del voto.
En realidad nos encontrábamos en una circunstancia muy parecida a la que vivió Italia hace dos años. Al igual que hizo entonces el movimiento, nos pareció oportuno recordar los tres niveles de incidencia política de la comunidad cristiana, de modo que ayudáramos a entender que la política no solo se juega en el ejercicio del voto, delegando en otros nuestra responsabilidad personal. Por otro lado era importante recordar que el voto es una responsabilidad que cada uno debe ejercitar en primera persona. El carisma educativo de CL tiene la finalidad de generar adultos en la fe, conscientes de su capacidad de juicio.
Más allá de formalismos. El manifiesto publicado con el título “Para salir de la confusión”, se preguntaba si ante el panorama electoral (y social) confuso, hay en nuestra experiencia algo ya claro que puede salir en nuestra ayuda. Más concretamente, si nuestra experiencia cristiana es un factor que arroja luz sobre esta circunstancia. E invitaba a ponerse en acción (conociendo a los políticos y dándose a conocer) y sorprender de dónde nacían nuestro juicio y nuestras iniciativas, a la vez que llamaba a tomar conciencia del papel de la comunidad cristiana en la vida pública.
Dicho y hecho, el manifiesto no dejó indiferente a ninguno. Algunos lo juzgaron como demasiado abstracto, sin criterios claros para orientar el voto. Otros hablaban de un manifiesto de “uso interno”, rompiendo con una tradición de manifiestos “abiertos”, todo porque en su centro hablaba de la experiencia cristiana y del papel de la comunidad cristiana en la vida de la polis. En resumen, un manifiesto poco incidente y sin vocación de diálogo.
Sin embargo, muchas otras personas acogieron el desafío que lanzaba el manifiesto. Y comenzaron a moverse. En una de las poblaciones cercanas a Madrid, una persona ligada al Banco de Solidaridad decidió encontrarse con los políticos que se presentaban a las elecciones, rompiendo la barrera del formalismo, entrando en una relación personal. De ahí nació la idea de convocar una asamblea pública sobre el manifiesto a la que se invitó a los diferentes partidos. Toda ella fue un torrente de testimonios sobre el bien que representa la comunidad cristiana para la gente que la ha encontrado en ese municipio (primer nivel de incidencia) y sobre la utilidad para el bien común que constituyen las obras de dicha comunidad (segundo nivel de incidencia), en concreto el Banco de Solidaridad y un centro educativo concertado.
Al final de la asamblea, tomaron la palabra los políticos. Era evidente que después de lo que habían oído no podían recurrir al acostumbrado discurso electoral. «Me siento muy pequeño», comenzó diciendo uno de ellos. «Estoy conmovida por el testimonio de esa familia que ha acogido a un niño difícil teniendo ya cinco hijos», comentaba otra político. «¿Pero dónde estoy? ¿De dónde sale todo este mundo de bien?», preguntaba un representante de un partido que nunca había tenido relación con la Iglesia. A la salida, el cabeza de lista de una de las formaciones políticas se dirigió al teniente de alcalde, de otro partido, diciendo: «después de lo que hemos oído tenemos que conocernos. Me presento: soy... cabeza de lista de...».
Esta experiencia, y otras parecidas que han surgido al tomar iniciativa, nos devolvían las palabras del manifiesto como algo nuevo, más verdadero y real que nunca. Se hacía evidente que el testimoniarse de la comunidad cristiana se convertía en un factor de construcción y que, sorprendentemente, acaba por ser más “incidente” en el campo de la arena política que nuestras ingenuas estrategias de salón. Precisamente por la trama de relaciones humanas que teje con los mismos políticos. Esta modalidad de relación y de presencia publica abre para nosotros un camino fecundo para hacernos crecer en la certeza de nuestra fe, por el bien que representa para el mundo, y para permitir que los representantes políticos puedan conocer el verdadero rostro de la comunidad cristiana. A la pregunta «¿Dónde estoy? ¿De dónde sale todo este mundo de bien?» que hacía aquel político en la asamblea, uno de los presentes le respondió: «Bienvenido a la Iglesia».
«Buscar el bien común trabajando a diario en las pequeñas cosas, que cuentan poco... pero hacerlo. (...) Hacer política es realmente un trabajo martirial, porque nos obliga a tender cada día, todos los días, hacia ese ideal que es construir el bien común. Y también a llevar la cruz de tantos fracasos»
(Papa Francisco)
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