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Huellas N.5, Mayo 2015

PRIMER PLANO

El grito que sale de Alepo

Giorgio Paolucci

Habla el nuncio en Siria, monseñor MARIO ZENARI: «No permitáis que esta tierra se convierta en el cementerio de las diferencias»

Bastarían las cifras para comprobar las dimensiones de la tragedia que desde hace más de cuatro años se está consumando en Siria: 220.000 muertos, entre ellos 11.000 niños; 4 millones de personas huidas al extranjero entre una población de 22 millones; otros 7 millones de desplazados “internos”; 10 millones de personas necesitadas de ayuda humanitaria; 4 de cada 5 sirios por debajo del umbral de la pobreza; 58 por ciento sin trabajo; 1.650.000 niños sin clases. Y además: 20.000 desaparecidos, entre ellos dos obispos ortodoxos y el jesuita italiano Paolo Dall’Oglio. Pero estos números no lo dicen todo. Las imágenes y las noticias que llegan desde Damasco, Homs, Alepo y decenas de pueblos más muestran barrios destruidos, rostros surcados por el miedo y el sufrimiento, toda una humanidad doliente víctima de una violencia ciega.
«La víctima sacrificial inmolada en este conflicto es el pueblo. Un pueblo entero que paga las consecuencias de una guerra alentada por potencias extranjeras que están jugando un partido planetario y trágico en esta región. Un equipo lleva la camiseta suní, el otro la chií, y hay otro jugador más que está aparentemente al borde del campo, Israel». Al teléfono desde Damasco habla monseñor Mario Zenari, desde hace seis años nuncio apostólico en Siria. Una mirada realista la suya, de quien comparte los sufrimientos de los cristianos y conoce bien las dinámicas políticas y diplomáticas que se cruzan en el país y en todo Oriente Medio.
¿Existe una salida de la carnicería que se está llevando a cabo en Siria? «Es evidente que no es posible una solución militar, la única salida es la vía diplomática. Es necesario abrir una mesa de negociación que cuente con todas las partes implicadas: el gobierno, la oposición, la sociedad civil (incluidos los líderes religiosos), los actores regionales e internacionales (sin excluir a Irán, como se hizo anteriormente). El fracaso sustancial de las dos conferencias anteriores celebradas en Ginebra se debe a que el objetivo de quienes se sentaban en esa mesa era derrotar al adversario y no conseguir la paz. Si falta una disposición al compromiso en vista de un resultado estable y duradero, no vamos a ninguna parte. La palabra clave debe ser “diálogo”. Y desde ya debe cesar el maldito suministro de armas a los contendientes por parte de Estados que buscan desestabilizar a Siria: lo que está pasando aquí es un capítulo de la Tercera Guerra Mundial combatida “por partes” que el Papa Francisco evoca desde hace tiempo».

«Estamos cansados». Siria es una de las cunas del cristianismo. En Antioquía (que solo desde 1939 entró a formar parte de Turquía) por primera vez los seguidores de Jesús recibieron el nombre de “cristianos”. Aquí, durante siglos, se fue configurando un mosaico de pueblos que ha testimoniado que es posible una convivencia entre culturas y credos religiosos diferentes, aquí convivimos con la diversidad. Alepo, la ciudad que ha encarnado esta vocación más que otras, lleva meses siendo escenario de la lucha entre las fuerzas gubernamentales, los rebeldes de Al Nusra (hija de Al Qaeda) y los milicianos del Estado islámico (Isis). Desde allí, a mediados de abril, con ocasión de la Pascua ortodoxa, se alzó el grito de los jefes de las confesiones cristianas mediante un documento significativamente titulado “¿Resurrección del Salvador o sepultura de los fieles?”. «Hemos visto y llorado cuerpos sacados de los escombros, trozos pegados a las paredes y sangre mezclada con la tierra de la patria. Decenas de mártires de toda religión y confesión, heridos y mutilados. Estamos cansados. ¡Cerrad las puertas al tráfico de armas! ¡Detened los instrumentos de la muerte y el suministro de municiones! ¿Queréis acabar con nosotros? ¿Queréis que quedemos heridos y humillados, mutilados y privados de toda dignidad humana? ¿O que nos vayamos forzosamente y seamos aniquilados?». El llamamiento culmina con un grito para que la ciudad pueda volver a ser la Alepo de siempre, «la joya preciosa en la corona de nuestro país, con todos sus componentes y su diversidad de civilizaciones, culturas, religiones y confesiones».
Suprimir la diversidad es el objetivo del Isis, que justo desde Siria empezó su avance mortífero en Oriente Medio y en el Norte de África, y que ha establecido en Raqqa, en Siria, la capital del autoproclamado califato, que ocupa actualmente más de un tercio del país. «La población siente el califato como un cáncer, un cuerpo ajeno a la historia de la nación», observa Zenari: «Aquí los problemas empezaron con la invasión de combatientes financiados por países extranjeros, que han destruido las teselas culturales y religiosas que formaban el mosaico sirio».
No solo los cristianos están en el punto de mira, sino todas las minorías alauitas, chiítas... Es un odio en contra del otro en cuanto tal. Pero en esta devastación los cristianos están pagando un precio altísimo: iglesias derribadas, antiguos monasterios y objetos sagrados destruidos, cruces abatidas de los campanarios, secuestros de religiosos, prohibición de tocar las campanas y hacer procesiones, según una lógica que pretende eliminar los símbolos más significativos de su identidad. Son perseguidos en cuanto cristianos, como ha recordado repetidamente el Papa Francisco.

Extirpar el virus. ¿Serán capaces los propios musulmanes de extirpar este virus que ha contagiado a Siria? «Es un partido que no se juega solo en el plano militar, sino que exige cambios de fondo con la contribución imprescindible de los líderes religiosos», responde el nuncio: «Resulta sumamente necesario realizar un trabajo cultural y educativo para una interpretación del Corán que evite cualquier coartada posible a quienes utilizan la religión para justificar sus fechorías. Paralelamente, hay que elaborar un nuevo concepto de ciudadanía, desvinculado de la pertenencia confesional y fundamentado en la paridad de derechos y deberes, para evitar que quienes no profesan la religión mayoritaria sean tratados como ciudadanos de segunda clase». Esto necesita la nueva Siria y esto necesita todo Oriente Medio. «La mayoría de los cristianos que emigran no piensan volver, porque no se sienten suficientemente tutelados. Estas tierras son la cuna de culturas y ritos milenarios: sirios, armenios, caldeos, melquitas, coptos, maronitas. Y cada cristiano que se va, empobrece el tesoro que se ha ido acumulando durante siglos. Dios no quiera que Oriente Medio se convierta en el cementerio de las diferencias».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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