Una respuesta para Rebeca
Luisa camina lentamente, faltan diez minutos para la clase siguiente. Detrás de una columna, ve a su alumna, se acerca y le pregunta: «Rebeca, ¿qué haces aquí?». «Profe, la estaba esperando». El tono de voz no parece anunciar nada bueno. La chica llegó al colegio este curso. Es lista y al poco de llegar al colegio, le espetó: «Soy atea». Pero Luisa, en un primer momento, piensa en un problema de estudio: «Dime, ¿qué pasa?».
En unos segundos, la chica le suelta un río de palabras: «Estoy enfadada. Hemos fracasado. Todos los ideales son mentira. Mis amigos comunistas aprueban lo que han hecho los terroristas en París. No entiendo nada. Ayúdeme a entender, por favor». «Rebeca, no tengo ninguna fórmula que ofrecerte, pero, si quieres, podemos ir juntas hasta el fondo. Podemos pedir al profesor de Historia que nos ayude. ¿Qué te parece?». Ella sonríe: «Vale. Gracias, profe». Suena el timbre y entran todos en clase: «Profe, hoy no podemos tener una clase normal, ante lo que ha pasado en París…». Es cierto, no podemos.
Son días intensos. Otros estudiantes preguntan, buscan explicaciones. En la sala de profesores se discute, no se puede simplemente esperar a que pase la tormenta. Giovanni lanza una idea: «Con los estudiantes que quieran nos vamos a París en el día y contactamos con los profesores franceses que conocemos allí y les planteamos nuestras preguntas. Luisa, ¿te apuntas?». «Claro». Los chicos están entusiasmados y en seguida se organiza el viaje.
La primera cita es en un bar, con Sandrine, profesora en un colegio en la banlieue. Los chicos empiezan a preguntar. Sandrine cuenta de sus alumnos magrebíes, algunos tenían escondidas en sus pupitres las fotos de los terroristas. Habla de qué desafío suponen para ella, de qué significa quererles…
A la salida del bar, Luisa se da cuenta de que Rebeca está muy impactada, sobrecogida. Se le acerca: «¿Pasa algo?». «Jamás he conocido a una mujer así. ¿Ha oído cómo hablaba de sus alumnos desquiciados? ¿Ha visto cómo le brillaban los ojos cuando ha dicho que a pesar del esfuerzo que le supone no puede prescindir de ellos para entenderse a sí misma? He flipado…». También a Rebeca le brillan los ojos. Unas horas más tarde, encuentro con el filósofo Olivier Rey y el matemático Laurent Lafforgue, para un diálogo a fondo. Luisa le pregunta a Rebeca: «¿Qué dices?». «Ha sido super interesante, pero sin el encuentro con Sandrine no habría entendido muchas cosas que he escuchado».
Ya de camino al aeropuerto, Rebeca se sienta entre Luisa y Giovanni: «Quiero deciros que vosotros habéis tomado en serio mis preguntas. Haber conocido a Sandrine es el comienzo de la respuesta que yo buscaba. Siempre pensaba que la respuesta a las preguntas que nos surgen está en una explicación. En cambio, veo que lo que responde a mi sensación de haber fracasado, son dos profesores que me han tomado en serio y se han venido hasta aquí conmigo».
Al cabo de un mes, Luisa y Giovanni están hablando en la entrada del colegio. Suena el timbre. «Entonces, profe, ¿cuándo llega Sandrine?». «Sin falta antes de Pascua, Rebeca». «Luego iremos a conocer a sus alumnos, ¿verdad?». «Sí». Desde aquel viaje, Rebeca les busca todos los días. Es la ocasión para aprender, recíprocamente, una mirada sobre la realidad.
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