LO QUE MI CORAZÓN PIDE A GRITOS CONOCER
Cuando habían pasado unas horas de la noticia de la muerte de Marcos Pou y mi cabeza ya permitía la entrada de más cosas aparte del shock inicial, lo primero que me venía a la cabeza, y con lo que sigo ahora, con tremenda urgencia es (teniendo en cuenta que la noche del 21 habíamos tenido una cena realmente bonita con los del CLU de Barcelona): ¿realmente lo que vivimos entre nosotros, lo que nos contamos, está a la altura de esto? Puede que esta cena o esta conversación, o estos cantos que he calificado de increíbles, de bellos, de momentos excepcionales, puedan tener que ver con el problema de afecto con una mujer o con lo que me cuesta el estudio, o con otras dificultades… pero de repente pasa esto y no hay término medio. Me asusté. ¿Y con la muerte? Todos estos momentos bonitos que vivimos y de los que está llena mi vida, ¿están a la altura de responder ante algo tan radical? ¿Ante el problema último? De repente todo se vuelve urgente, urge más que nunca. ¿Qué tienen que ver todos estos momentos bellos con el problema de mi vida? ¿Con la muerte de Marcos? Necesito algo real que salve la muerte... ¿Es posible adquirir certeza en el día a día sobre este problema radical? ¿Cómo? Este fin de semana he caído en la cuenta, como nunca me había pasado, de eso que tanto habremos oído y leído, de nuestra pequeñez. Con gran vértigo he caído en la cuenta de la absoluta nada que somos. Ni nos damos la vida ni nos la podemos alargar. A mí nadie me preguntó si quería existir, y aquí estoy. ¡Marcos un día estaba y al siguiente ya no estaba! Hasta ese punto... Se me ha impuesto la evidencia de que somos, como dice Carrón, criaturas de Otro, ¡constantemente criaturas de Otro! Nunca me he descubierto tan pequeño. Esto me ha cambiado la mirada sobre todas las cosas. La gente por la calle, en el metro, mis profesores. ¡Hay Uno pensando en ellos! Todo esto, por supuesto, no es ni mucho menos suficiente. Todo esconde un gran misterio, misterio que, después de este fin de semana, mi corazón me pide a gritos conocer. No me vale decir que nuestra vida no está en nuestras manos, ¡Es urgencia vital de saber en manos de Quién! Y sí, después de este fin de semana, necesito poner nombre. Necesito decir Jesús como lo decía Marcos, con la misma seguridad, sencillez y familiaridad, Jesús como compañero real en la cotidianidad. Lo necesito, porque Marcos vivía mejor que yo. Más cierto, más feliz. Determinado por esta relación con El Señor. Él mismo lo decía. ¿Es posible para mí? ¿Puedo yo también alcanzar la misma certeza que Marcos? En definitiva: ¿Puedo hacer exactamente hoy la misma experiencia que los apóstoles? De repente todo está en juego. Y parto de Marcos, él sí hacía la misma experiencia que los apóstoles, para él Cristo era tan carnal, tan real, tan atractivo, que, como decía Yago en el funeral, “era imposible estar hablando más de media hora con él y no acabar hablando de Jesús.” Al igual que me imagino a Juan y Andrés volviendo a casa y contándole a su mujer e hijos de Jesús. Tan cercano que le entregó toda su vida. Y esto me interesa. De nuevo, me doy cuenta de que todos los problemas que puedo tener (el estudio, mi incapacidad, afectivo) se resumen en uno: ¿Quién es Jesús? Otra cosa que me ayuda de Marcos es cómo su relación con Jesús era tan estrecha, debido a que todo le remitía a Él. El valor de las circunstancias... Lo que más me cuesta, y sin embargo, aunque aún estoy a las puertas, ¡esto pinta apasionante! O sea, que ¿el estudio es el modo en el que me llama el Señor? Más aún, mi mayor problema: ¿Mi incapacidad es el modo en el que me llama el Señor? ¿El modo en el que se me da todo? ¿Todo? ¡Démonos cuenta de lo que está en juego! Me queda enorme, no lo entiendo, pero estos días, ver la vida de Marcos es lo que me impulsa a hacer las cosas, a buscar en las cosas, incluso a ir atento por la calle. Me lanzo pues con toda mi incapacidad a lo cotidiano, con el deseo que resurge esta semana con más fuerza de saber decir “sí” como lo decía Marcos, “sí” a dejarme sorprender por el Señor, al sacrificio que no entiendo. Y saber decir “sí” a mi deseo, en toda circunstancia, no censurarlo, ya que es la única posibilidad de que pueda experimentar que hay Alguien que lo cumple. Estos días no dejo de pedir que no se apague el dolor, la necesidad, porque en mis días no quiero conformarme con menos de lo que este fin de semana he estado necesitado. Con todo esto, las dimensiones de la amistad se disparan. Como decía antes, tan pequeños, insignificantes e impotentes, juntos, ante algo tan inmenso, ante la hipótesis (¡fundamentada en hechos!) de algo tan bello a descubrir, que nos supera, atrae y nos espera... Y testimoniarnos estos hechos que mantienen despierta nuestra espera es, creo, la mejor manera de acompañarnos. Siempre yendo hasta el fondo de ellos.
Juan, Villanueva de la Cañada/Madrid (España)
LA VIDA ESTÁ LLENA DE “CAJAS”
Me apunté como voluntaria al Banco de solidaridad hace 3 años, pensando que así ayudaría a una familia en dificultad y de paso sería “como más buena”. Tenía mi propia idea de la caridad. Esta familia apenas tiene muebles ni recursos, y yo, que sí tengo comida, coche, muebles y una casa sin hipoteca, que me da vergüenza decirlo en estos tiempos, ¿cómo estoy? ¿Es suficiente lo que tengo? ¿Qué necesito realmente? Y sobre todo, ¿quién me da todo lo que tengo? Al contestar estas preguntas, descubrí mi verdadera necesidad y Quién la cumplía, de manera que todo cambió en mi vida y en la caritativa. Dice don Giussani que la caridad es de persona a persona. ¡Así es! Solo cuando yo experimenté la caridad de Otro hacia mí, a través de una relación concreta pude descubrir qué es la caridad. Cuando ves que tu corazón vibra y se aferra a una mirada nueva «reveladora de lo humano», y que Jesucristo, en vez de darte una charla, se queda a comer contigo, como con Zaqueo, experimentas que Él está presente en tu vida. Por eso, vas a llevar la caja de otra manera, no pensando solo en los alimentos que llevas, sino en esa mirada que se ha quedado en tu retina y te hace amar a esa familia como nunca hubieras imaginado. La caridad pasa de ser un acto voluntarioso que depende del resultado, a ser una conmoción que me lleva a moverme hacia otro por ese amor que recibo. ¡Menuda desproporción! La experiencia de saberme amada despierta todo mi yo y me lanza a vivir la realidad de forma más verdadera, distinta. Empiezo a comprender que la vida está llena de “cajas”. Cada relación y cada momento es una ocasión para testimoniar ese “yo” distinto. Una mañana, en la puerta del supermercado había un hombre negro pidiendo. Mi sorpresa fue que en vez de darle algunas monedas como había hecho otras veces, le miré y llamándole por su nombre, Joil, le invité a pasar conmigo al súper y hacer la compra juntos. Mi corazón latía al compás de esa Presencia que se ha introducido en mi vida. Podía «ver vibrar en otro al Ser que le hace», del que habla Julián. Apareció una sonrisa en el rostro y entramos juntos. Enseguida vino el guardia de seguridad y le preguntó: «¿Qué haces aquí?». Y Joil, casi gritando: «¡Vengo a comprar! ¡Vengo con ella!». Su cara era el reflejo de la felicidad con mayúscula. Ese instante, con coordenadas espacio temporales, se ha quedado tatuado en mi memoria con el pensamiento de que Cristo no ha venido a resolver los problemas del hombre, sino a despertar el “yo”. Tenía la conciencia y la certeza, recorriendo con él los pasillos, de que esa forma de hacer la compra, contribuía de algún modo a cambiar el mundo. No tenía ninguna duda. ¿Y por qué? Porque yo había cambiado. ¡Yo, era distinta! Durante más de un año, Joil y yo hemos estado haciendo la compra juntos, una o dos veces al mes. Sin embargo, aun viviendo hechos excepcionales como estos, y creciendo en la conciencia de quién es Jesús, me descubro a veces como los discípulos: teniendo delante la “panadería”, estoy preocupada por no tener pan. ¡Como si eso dependiera de mí! A veces olvido que solo se necesita mi sí, que ese sí debe ser renovado en cada instante, y que la forma física en la que el Misterio entra en mi realidad no la elijo yo. El Señor no deja de llamar a mi puerta y solo tengo que abrirle. Y si no le abro hoy, mañana vuelve a llamar. ¡Su paciencia es infinita! ¡Depende de nosotros abrir la puerta y nuestro corazón a su designio de Amor, nada más! Tanto es así, que hace dos semanas estaba en la cocina de casa, haciendo la lista de la compra y pensando en todo lo que tenía que hacer. Me estaba agobiando y fatigando. Tenía un esquema en la cabeza de cómo tenía que desarrollarse el día. De repente suena el timbre de la puerta. Tengo video portero en casa y veo que es una señora a quien conozco de vista, que va por las casas vendiendo medias, calcetines y productos varios. Yo ignoro la llamada. El timbre vuelve a sonar y yo lo vuelvo a ignorar. Pero, ¿qué pasa entonces? Que mi hija Elena, que está en la cocina conmigo, siendo testigo de toda la escena, me mira profundamente y me dice: «¿No vas a abrir la puerta? ¿La vas a ignorar?». Así de clarito. Abro la puerta y me planto delante de la mujer, y después de la típica conversación sobre leotardos y calcetines, de repente, empiezo a mirarla de otra forma. Caigo en la cuenta de que antes solo la veía, como de reojo, y ahora, verdaderamente, ¡la miro! Una mirada que empieza a abrazar la verdadera necesidad de la mujer, la necesidad del cumplimiento de su destino, en el que sorprendentemente estoy implicada. El estupor es inmediato, porque es nítido que no lo genero yo, sino que se me dona en ese instante. Y es ahora cuando empiezo a tomarme en serio su necesidad material. Me dice que necesita una bombona de butano. Le doy 20 euros para la bombona y le acepto un par de leotardos que ella me vuelve a ofrecer. Cuando cierro la puerta y entro en casa, tengo la certeza de que el Señor me ha rescatado. He vuelto a ser generada por otro, por Él. Subo la escalera corriendo, con un corazón colmado de gozo y gratitud por lo acontecido.
Mari Luz, San Martín de la Vega (Madrid)
INTERCAMBIOS CULTURALES
Cuando hace tres años mis profesores eligieron a Claudia para mi intercambio cultural con Bélgica, nadie podía imaginar que ella sería tan importante para mí. Luego, jamás pensé que volvería a Perugia con una beca Erasmus. Quiere decir que Alguien quiere que mi amistad con Claudia continúe. Gracias a ella he podido conocer de nuevo a la Iglesia y recibir la Primera Comunión y la Confirmación.
Ine, Bélgica
A ROMA CON MI AMIGO ISLAM
Su apellido es Islam. Es un padre de familia musulmán que hemos ayudado con el Banco de Solidaridad. Un día me dice que no le lleve la bolsa de comida porque las cosas van mejor, pero que quiere seguir con nosotros. Ahora, desde hace dos años, él también, musulmán, junto a un amigo del Banco lleva la bolsa de comida a familias católicas. Es un espectáculo verles partir a los dos con la bolsa para entregar. A mitad de enero, Islam me llama por teléfono para decirme que ha nacido su tercer hijo. Tras felicitarle, aprovecho la ocasión para hablar de los hechos de París: «Islam, ¿qué piensas al respecto?». Responde decidido: «Es cosa del demonio, ningún musulmán puede hacer algo así». Continúo: «Aquí, en Ostra, en el pueblo más desconocido del mundo, las relaciones entre nosotros y vosotros no son así». Me contesta: «Es verdad. Nos estimamos, nos respetamos. Y nos ayudamos en lo que podemos». Añado: «Tú y yo somos un signo distinto, estamos construyendo algo nuevo, yo como católico, tú como musulmán; están creciendo relaciones que hace tiempo hubieran sido impensables». Con el tiempo, nuestra amistad se ha consolidado y él y otros participan desde hace dos años en los encuentros mensuales que proponemos para leer juntos algún artículo de Huellas. Hace unos días, le propuse que viniera conmigo a Roma para la audiencia del 7 de marzo, y aceptó. Después, otra pareja musulmana también se sumó a la propuesta.
Gianfranco, Ostra / Ancona (Italia)
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón