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Huellas N.3, Marzo 2015

DON GIUSSANI

Más fe para vivir

Angelo Scola

La urgencia de la conversión «para afrontar el mal, educar a los hijos, construir una vida buena en la sociedad». La tarea indicada por el arzobispo de Milán a los diez años de la muerte del fundador de CL. Publicamos un amplio extracto de la homilía y del saludo

«Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”» (Mt 4,17). En el horizonte del anuncio del reino de Dios, el Evangelio de Mateo sitúa el discurso de las Bienaventuranzas. Subido a una de las colinas cerca de Cafarnaún, se le acercaron sus discípulos. Jesús, allí sentado, «abriendo su boca, les enseñaba» (Mt 5,2).
El Concilio Vaticano II, en la Constitución sobre la Liturgia, hace una afirmación importantísima que nosotros casi siempre ignoramos: Cristo «está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla» (Sacrosanctum Concilium, 7).
Si esta tarde, mientras Jesús nos habla, no estamos abiertos de par en par a una escucha fecunda capaz de convertirnos –es decir llevando en el corazón, sea cual sea el peso que soporta, la decisión de cambiar y de cambiar ya– este gesto eucarístico que pretende hacer memoria viva de nuestro querido don Giussani se reduciría a una ceremonia externa, privada en último término de toda fecundidad.
Escribía don Giussani: «La contrición con la que comienzan la asamblea cristiana y el sacramento de la Confesión se debe hacer mirando a la cara a esta presencia y diciendo: “soy así, reconozco que soy así”. Es un gesto que empieza con dolor y termina con alegría» (L’Alleanza, Jaca Book, Milán 1979, p.114). Sin mendigar, aquí y ahora, el perdón, la memoria de don Giussani languidece en un recuerdo sentimental, que inexorablemente desemboca en deplorables prejuicios.

El famoso texto de las Bienaventuranzas, antes aún que indicarnos un estilo de vida capaz de horadar la mentalidad que lamentablemente aflige cada vez más a nuestro yo de europeos narcisistas, describe los rasgos de la persona amada de Jesucristo. Él, solo Él, es la roca sobre la que debemos apoyarnos para invocar esa transformación del corazón que, si somos honestos, reconocemos que necesitamos constantemente. Más fe –y fe es una palabra dramática–, más fe para vivir los afectos, más fe para vivir el trabajo, el descanso, el dolor nuestro y de nuestros seres queridos, la muerte. Más fe para afrontar el mal que cometemos y pedir perdón; más fe para educar a nuestros hijos y para que nuestros hijos descubran la conveniencia de dejarse educar; más fe para contribuir a la construcción de una vida buena en nuestra sociedad plural y conflictiva, en un tiempo en que hombres y mujeres –y entre ellos muchos cristianos– son sacrificados, arrancados de sus tierras y de sus casas, obligados a una trágica emigración; más fe para aceptar, Dios no lo quiera, la posibilidad de un nuevo martirio de sangre para los cristianos en Europa.

El deseo de no anteponer nada a Cristo, de mirar su rostro de hombre verdadero, estoy seguro de ello, está vivo en el corazón de aquellos que, gracias precisamente a don Giussani, han adquirido «disciplina y sensatez», como nos ha dicho el Libro de los Proverbios (Prov 1,3).
Sin embargo –lo sabemos bien– si el deseo no toca cada día nuestra carne y, a través de ella, la realidad entera, queda una confusa veleidad. (…)

A los diez años de la muerte del Siervo de Dios Luigi Giussani, creo que vale la pena meditar atentamente, de modo personal y comunitario, un pasaje muy conocido por todos vosotros, tomado de los Ejercicios de la Fraternidad de 1997. Personalmente lo tengo como un valioso fragmento de su testamento, una herencia que “poner en circulación” para el bien de nuestras personas y del movimiento de Comunión y Liberación. Decía don Giussani: «Cristo es la vida de mi vida. En Él se resume todo lo que yo quisiera, todo lo que busco, todo lo que sacrifico, todo lo que se mueve dentro de mí por amor a las personas con las que me ha puesto».

El Libro del Génesis nos invita a reflexionar sobre el acto creador: «Entonces el Señor Dios modeló al hombre del polvo del suelo e insufló en su nariz aliento de vida; y el hombre se convirtió en ser vivo» (Gn 2,7). La firme confesión de fe en Jesucristo, centro afectivo de su existencia, para don Giussani se apoyaba ante todo en el reconocimiento de esta dependencia permanente y sólida del Creador. Solo Él puede hacer vivir y mantener con vida lo que antes no existía. Así el Señor Dios mantiene con vida, en este preciso instante, a cada uno de nosotros.
Pero, preguntémonos, cómo “Otro” puede ser «vida de mi vida», si esta frágil existencia mía está sometida a cualquier circunstancia, favorable o desfavorable, a cualquier relación, de preferencia o de extrañeza, o hasta de rechazo… resumiendo, ¿cómo puede tener sentido el don de la vida y alcanzar su plenitud? Solo si encuentra en mí, en ti, en cada uno de nosotros, la disposición razonable a donar, por lo que a mí respecta, mi misma vida. La lógica del don es insuperable, hasta tal punto que si no la practicas, donando tu propia vida, el tiempo igualmente te la pide. (…)
Amigos, dar la vida, como recordaba don Giussani, sigue siendo el “caso serio” de todo cristiano. Y lo es, de un modo serio, tras la desaparición de su fundador, para todos los miembros de Comunión y Liberación y para todas las realidades que hacen referencia a este movimiento. «Este es un momento en el que es esencial tomar conciencia de la gravísima responsabilidad que tiene cada uno, como urgencia, lealtad y fidelidad. Es el momento de que cada uno asuma su responsabilidad con el carisma» (L. Giussani, El mayor sacrificio es dar la vida por la obra de Otro). (…)
Las últimas palabras del fragmento que hemos leído antes completan la descripción que don Giussani hace de su experiencia personal de fe: «En Cristo se resume todo…», ¿pero con qué objetivo? «Por amor a las personas con las que me ha puesto». Y, partiendo de esa proximidad, por amor a todos los hombres.
Se pertenece a Cristo porque nos dejamos convocar cada día en la comunión con los que pertenecen a Él. No hay personalidad sin comunidad, pero no hay comunidad auténtica si no hace florecer el rostro singular de cada persona. (…)
Como ha escrito don Julián Carrón en la carta previa al encuentro con el Papa Francisco para recordar los 60 años de Comunión y Liberación y los 10 años de la muerte del fundador, los que siguen el carisma de don Giussani –carisma encarnado– están llamados a arraigarse cada vez más en la vida de la Iglesia, mediante una referencia explícita al Papa y a los obispos en comunión con él. Ahora bien, no olvidemos que el carisma de don Giussani es un carisma católico, es decir universal, es un carisma fuertemente ambrosiano. Porque la Iglesia universal precede, pero se realiza «con las Iglesias particulares» (cfr. Lumen Gentium 23). La Iglesia ambrosiana, como bien sabéis, intenta proponer a Jesucristo como Evangelio de lo humano a los hombres y a las mujeres de este fatigoso inicio de milenio. (…)
El arzobispo os recuerda humildemente que profundizar personal y comunitariamente en el carisma recibido nos pide trabajar en la viña en que el Padre nos ha plantado, siguiendo el método de la comunión eclesial: pluriformidad en la unidad. (…)


DEL SALUDO FINAL
Sé que muchos de vosotros visitan diariamente la tumba donde descansa monseñor Giussani, y así realizáis la importante tarea de pedirle, llevándole también las preguntas, las inquietudes, las ansias, las alegrías y dolores de todos los miembros del movimiento repartidos en tantos países del mundo. Así crece la fama de santidad de don Giussani y, sobre ella, el Señor construye y la Iglesia da sus pasos.
Yo me preguntaba: ¿por qué un pueblo –porque esto ya se puede decir– se mueve con tanta ternura hacia un hombre? Y me costaba encontrar una respuesta que no fuese obvia y no corriera por tanto el riesgo de resultar banal. Luego alguien me pasó una lección de don Giussani para la Cuaresma de 1975 (…), en la que él citaba una carta que había recibido: «Cada vez que oigo decir en la misa: “mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo”, desearía que esta oración se cumpliese enseguida. Me pregunto el porqué de esta espera». Don Giussani, partiendo de aquí, reflexionaba sobre el sentido del tiempo. Se preguntaba: ¿por qué existe el tiempo? ¿Qué sentido tiene el tiempo, si todo está ya cumplido? ¿Cómo lo podemos vivir, habitado como está por el drama (en el sentido noble y hermoso de la palabra) de nuestra libertad? Habitado por tanto por la necesidad nuestra y de la necesidad de los demás, por alegrías y dolores, por angustias y esperanzas, por la conciencia de nuestro límite que crece con el paso de los años, por el dolor aún demasiado incierto por nuestro pecado… ¿Cómo vivir el tiempo? Tal vez la compañía cristiana, la compañía de todos los bautizados de este mundo, la compañía de las diversas realidades en que la Iglesia se realiza –y Comunión y Liberación es una de ellas– tiene este objetivo: educarnos a vivir el tiempo como petición del rostro de Jesús. (…)
(Transcripción y traducción no revisadas por el autor)


CARRÓN. MENDIGAMOS LA FRESCURA DEL CARISMA
Eminencia Reverendísima:
Al término de esta celebración en la que hemos vivido, mediante el sacrificio del Señor, el recuerdo de don Giussani en el décimo aniversario de su partida al cielo, a los sesenta años del nacimiento de Comunión y Liberación, deseo manifestarle en mi nombre y en el de todos los amigos del movimiento nuestra gratitud por su participación, que expresa no solo la solicitud del Pastor, sino también el intenso compartir de una historia común.

Al escribir a toda la Fraternidad preparando la peregrinación a Roma para la audiencia con el Papa Francisco el 7 de marzo, he querido renovar la creciente «gratitud que sentimos por el don» de la persona de don Giussani, «de su testimonio y de su entrega total para acompañarnos a cada uno, de manera que podamos madurar cada vez más en la fe. De este modo nos ha atraído hacia Cristo, haciendo que sea cada vez más fascinante, hasta convertirse en la Presencia más querida de nuestra vida».

Es esta madurez de la fe lo que advertimos como la mayor urgencia de nuestra vida en las circunstancias actuales, repletas de desafíos por el tantas veces citado derrumbamiento de las evidencias más elementales y por el emerger de nuevas formas de violencia, de terror y de injusticia, que hacen más urgente aún esa búsqueda de un “nuevo humanismo”, que usted reclamó varias veces en su último discurso a la ciudad en la solemnidad de San Ambrosio. Nos damos cuenta de que la pertenencia al movimiento, siguiendo a la Iglesia universal y particular, solo puede ser vivida como disponibilidad para el testimonio que nace de la conversión a Cristo Señor, que se convierte en misión. La misión, como nos ha recordado el Papa Francisco en su mensaje para la Cuaresma, «es el testimonio paciente de Aquel que quiere llevar toda la realidad y cada hombre al Padre. La misión es lo que el amor no puede callar».

Vamos peregrinos a ver al Papa Francisco para mendigar la frescura del carisma que se nos ha donado en el encuentro con don Giussani, pidiendo en el seguimiento a Pedro la gracia de una fe cierta, de una esperanza incansable y de una caridad ardiente, para que la experiencia de una humanidad renovada despierte en nuestros hermanos los hombres el presentimiento de una Presencia amante de su libertad y de su Destino. Y le estamos particularmente agradecidos por querer acompañarnos también en esta circunstancia, en que confiamos toda nuestra vida al sucesor de Pedro, sobre el que Cristo construye y renueva incesantemente a su Iglesia. ¡Gracias, Eminencia!
Julián Carrón


LAS MISAS
Para recordar a don Giussani se han celebrado más de 240 misas en el mundo. En clonline.org, el listado con todas las informaciones.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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