Doce meses de guerra y una tregua que vacila continuamente. Pero otra batalla continúa: la que existe dentro de cada hombre. En opinión del padre Mychajlo Dymyd, capellán de la plaza Maidán, la contribución de los cristianos empieza dentro de sus propias casas y se manifiesta en una vida cambiada
Existe un acuerdo de alto el fuego. Se firmó en Minsk el 12 de febrero. Pero la paz queda aún lejana. En el este de Ucrania continúan escuchándose los disparos. Y se sigue muriendo. Solo han pasado 12 meses desde la movilización del Maidán, pero parece toda una vida. La caída del presidente Viktor Yanukovich ha llevado primero a la anexión rusa de Crimea y después a la guerra en el Dombás, donde se combate con el apoyo de armas y hombres llegados desde Moscú. Cincuenta mil muertos y un millón de refugiados.
¿Dónde ha ido a parar la energía que había dado vida a la manifestación pacífica del Maidán? ¿Ha quedado sepultada bajo las ruinas de Donetsk? Hay quien no piensa así. Por ejemplo, el padre Mychajlo Dymyd, sacerdote greco-católico de Leópolis, que a principios de noviembre de 2013 plantó una tienda-capilla en el centro de la plaza de Kiev. En Huellas escribió que la del Maidán era “una revolución del espíritu” (ver n.3/2014). Cuando cesa la batalla espiritual –decía entonces– surge la violencia. «Cuando todo haya terminado, la gente de la plaza Maidán, podrá volver a sus casas y recordar la experiencia vivida en Kiev», escribía antes de que estallase la guerra en el Este: «Y podrán comportarse a la altura de su propia humanidad. Esta es la batalla que empieza ahora. Y es la más difícil de vencer».
¿Cómo ha ido la batalla de la que hablaba hace un año?, ¿cómo habéis crecido?
Lo que he entendido durante estos meses es que los problemas de la sociedad ucraniana y rusa han sido puestos al desnudo. Este es un hecho positivo, aunque se dé en un modo doloroso. Es positivo porque hoy estamos más capacitados para ver mejor lo que sucede. La experiencia de la plaza Maidán ha hecho a gran parte de la sociedad responsable de lo que sucede en el país. Mucha gente se siente responsable, en primera persona, del futuro. Del futuro de Ucrania, pero también del de Rusia y Europa. Antes vivíamos inmersos en un sopor que hacía que no nos interesáramos por la realidad. Hoy se está desarrollando una guerra cuyos bandos no son Ucrania y Rusia, sino el bien y el mal. Y el campo de batalla sigue siendo el corazón de cada uno de nosotros.
Sí, pero los periódicos dicen otra cosa. El movimiento de plaza Maidán parece haberse diluido.
Sí, donde estaban las tiendas y las barricadas hace un año, ahora se han instalado los “profesionales de la revolución”. Pero el movimiento de verdad solo ha cambiado de sitio: voluntarios, benefactores… la movilización continúa y está soportando la prueba del tiempo. La gente está comprometida con su propia casa, con su barrio, con su ciudad. Se trata de un movimiento hacia el prójimo.
También está el movimiento de los voluntarios que van a combatir contra los prorrusos…
Sí, también están los que van a la guerra. Pero incluso la Iglesia admite el derecho a la defensa. Mi hijo, por ejemplo, se ha alistado como voluntario. Yo no quería que lo hiciera, pero no he podido detenerlo. Aún es mucha más la gente que acoge a los refugiados, que cura a los heridos, que consuela y acompaña a quienes han perdido a sus parientes en la guerra. Hay un calor espiritual que procede de la sociedad, no del Estado.
Antes ha mencionado los problemas comunes de la sociedad ucraniana y rusa. ¿Cuáles son?
En pocas palabras: todo lo que deriva de la divinización de la figura de Lenin. Es significativo que en muchas ciudades aún hoy se mantenga su estatua.
¿Por qué?
La tradición soviética creó un Estado asistencial que pretende ponerse en el lugar del padre, de la madre y de Dios. En Ucrania, a diferencia de lo que sucede en Rusia, algo empieza a moverse en dirección contraria. En el año 2014 cayeron mil estatuas de Lenin. Quedan todavía en pie mil quinientas. ¿Pero qué significa el hecho de que en un pueblo perdido de Ucrania haya dos, tres o cinco personas que se decidan a derribar una estatua? Significa que estas personas han reconquistado un espíritu de libertad. Son hombres que han decidido por el bien, porque ser libres es buscar el bien. Este movimiento interior es el que puede cambiar la sociedad y no las cancillerías de Kiev, Moscú o Bruselas.
¿Qué papel juegan las Iglesias y las comunidades cristianas?
Las comunidades cristianas –en realidad yo hablaría de comunidades religiosas, porque también los judíos y los musulmanes están implicados– han empezado a dejarse tocar por lo que sucede y a reflexionar sobre los acontecimientos del país. Y en nuestro país, esto no hay que darlo por descontado. En este sentido, las Iglesias, como institución, han sido pilladas un poco a contrapié respecto a las comunidades que, desde este punto de vista, están más avanzadas. En el pasado no se usaban las armas, pero vivíamos, de todos modos, en un estado de guerra: vivíamos en un río de compromisos que han desembocado en la guerra actual. Hoy no solo tenemos que comprometernos por la paz de las armas, sino que tenemos que intentar vivir de forma auténtica nuestra fe en las circunstancias de cada día.
¿Y cómo se relaciona con la paz el vivir la fe?
Creo que los cristianos están empezando a entender que el mal que aquí muchos identifican con Vladimir Putin no es un mal distinto del que habita en el corazón de cada uno de nosotros. El mal debe combatirse empezando desde la propia vida, dentro de la propia comunidad, entre las distintas comunidades, entre las distintas denominaciones religiosas. Esto ayuda a la paz verdadera. Y además, profundizar en la fe ayuda también a los soldados.
¿Cómo?
Es muy importante que los soldados que están en el frente tengan también un apoyo espiritual. De su salud moral depende mucho su comportamiento en el campo de batalla. Ellos también pueden contribuir a la paz.
¿Qué pide para sí mismo y para su país?
Esta mañana he rezado así: Señor, ayúdame a vivir el espíritu del Maidán dentro de mi casa, con mi familia. Es más fácil ser compasivo con las personas que están lejos que con los seres queridos. Es fácil enfadarse con la mujer o con los hijos. Empezar a mirarlos a ellos de otro modo constituye la primera ayuda que puedo aportar a todos. En la situación en la que nos encontramos esto es muy importante. La tensión es verdaderamente grande, incluso en las zonas donde no hay combates.
¿En qué se ve?
Después de la Epifanía he visitado a seiscientas familias de Leópolis, para bendecir las casas. En todas ellas he percibido la angustia por lo que está sucediendo. Yo intento explicarles que cada uno puede contribuir al bien, simplemente haciendo su propio trabajo, allí donde esté. Se puede contribuir a la paz simplemente aceptando los propios sufrimientos, ofreciéndolos por quienes tienen más necesidad.
¿Qué es lo que más puede ayudar?
El testimonio. El testimonio es contagioso. Hay que mostrar a las personas, dentro de la propia vida, la mirada que tenía Jesús camino del Gólgota. Esta mirada, por ejemplo, nos ayuda a ver todo lo que de positivo ha pasado durante los últimos meses: un gran movimiento de voluntad, esperanza y oración. Las personas se han abierto, han comenzado a hacerse preguntas verdaderas, existenciales. Y ahora buscan una respuesta. Yo creo que este es un gran paso adelante.
EL PUNTO
El 15 de febrero entró en vigor la frágil tregua firmada en Minsk.
Según Naciones Unidas los muertos serían más de cinco mil y once mil los heridos.
LLAMAMIENTO DEL PAPA
«La paz de Cristo es otra cosa»
Para el filósofo ortodoxo Alexander Filonenko, las palabras de Francisco son las únicas que pueden iluminar la oscuridad de la guerra
«La oración es nuestra protesta ante Dios en tiempo de guerra». Así es como el Papa Francisco concluyó su pensamiento dirigido al «amado pueblo ucraniano», el pasado 4 de febrero. Una intensa llamada a la paz, nada formal. Un mensaje que Alexander Filonenko, profesor de la universidad de Jarkov, ortodoxo y miembro de la comunidad de CL en Ucrania, quiso compartir inmediatamente en su perfil de Facebook, primero en italiano, después buscando la traducción en ruso. Como si en el torrente de palabras y análisis, la mirada del Papa católico fuera un rayo de luz que ilumina las tinieblas.
«Habla del dolor que siente cuando escucha las palabras “victoria” y “derrota” –explica Filonenko–. Para Francisco la paz no es la resolución técnica de los problemas. Muchos confunden la paz con el alto el fuego, pero está claro que la paz de Cristo es otra cosa». Hay que detener las armas, aclara el profesor, pero seríamos unos ilusos si pensáramos que esto sería suficiente para detener la guerra. Francisco, sin embargo, dice: «La palabra justa es “paz”». «Nos invita a reflexionar sobre el significado de esta expresión, ya sea a nivel político, ya sea a nivel humano».
La segunda parte del mensaje fue toda una sorpresa para Filonenko, porque nadie había dicho de forma tan clara una verdad tan simple: «Esta es una guerra entre cristianos». Un escándalo que duele a quienes desean de corazón la unidad entre los ortodoxos: «Aquí la dimensión de la paz se ha perdido dentro de la misma Iglesia. Pero se trata de una herida que se abre en el cristianismo de toda Europa», explica. «Y este aspecto nos hace plantearnos aún otra pregunta: «¿cuál es la paz de Cristo?, ¿dónde podemos buscarla?». ¿Y qué respuesta os dais? «Yo miro el gran movimiento de voluntarios que espontáneamente socorre a quien tiene necesidad. Es un movimiento de gratuidad. Y lo más impresionante es que estas personas, a menudo, no son siquiera cristianas. Es algo que tiene que ver con un sentido de humanidad».
Uno de los encuentros más interesantes ha sido con Victoria Ivleva, cuenta el profesor de Jarkov. Se trata de una foto-reportera rusa, varias veces premiada por sus trabajos en Ruanda, Chechenia y Nagorno Karabkh. El año pasado se recorrió Ucrania de Este a Oeste, financiada por sus contactos de Facebook en Rusia. Cuando comenzó la guerra, se unió al trabajo de ayuda humanitaria de los voluntarios ucranianos. «Cuando le pregunté por qué lo hacía, me respondió: “He visto morir a millares de personas en muchas partes del mundo y he aprendido que cualquier vida, incluso la peor, es mejor que la muerte”. Y después añadió: “Vosotros, los ucranianos, no tenéis que preocuparos por quién vencerá la guerra. Tenéis que entender el sentido de esta gratuidad, porque aunque ganarais la guerra, estaríais muertos si renunciarais a vuestra humanidad”».
¿Pero qué tiene que ver este movimiento gratuito con la posibilidad de la paz? Filonenko vuelve a la posición del Papa: «Sus palabras son un desafío para nosotros, cristianos, que hemos visto la posibilidad de una humanidad nueva. La paz comienza cuando se vuelve a ver el rostro de las personas, la unicidad de cada hombre. Incluso del enemigo. Este paso genera la gratuidad. Pero para llagar a él, es necesario educar el corazón». (L.F.)
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