¿Es realmente posible un diálogo hoy? ¿Qué incidencia tiene en esto el cristianismo? En estas páginas JOHN WATERS se mide con las palabras de Julián Carrón en el artículo publicado en ABC, tras los atentados que han sacudido a Europa
¿Es posible que el cristianismo siga teniendo un rol en un proceso europeo de reconciliación tras los atentados de París? El Papa Francisco ha retobado varias veces esta pregunta en estos días y ha sido objeto de reflexión por parte de Julián Carrón en el artículo publicado en ABC el día 18 de febrero.
«Pero nosotros, cristianos», se preguntaba Carrón, «¿creemos todavía en la capacidad que tiene la fe que hemos recibido de provocar un atractivo en aquellos con los que nos encontramos? ¿Creemos todavía en la fascinación victoriosa de su desnuda belleza?». Y citaba al Papa Francisco: «Al comienzo del diálogo está el encuentro. De él nace el primer conocimiento del otro. Si se parte del presupuesto de la común pertenencia a la naturaleza humana, se pueden superar prejuicios y errores y se puede comenzar a entender al otro según una perspectiva nueva». Solo mediante un cambio profundo de las perspectivas personales más profundas –el testimonio–, dijo también el Papa, «solo así se puede proponer con su fuerza, su belleza y su sencillez, el anuncio liberador del amor de Dios y de la salvación que Cristo nos ofrece. Solo así se va con actitud de respeto hacia las personas».
Pero hay muchos problemas que entorpecen la posibilidad de avanzar en este sentido. El primero, como es obvio, es que pocas cosas son tan ajenas a la conciencia política de la Europa contemporánea como el mensaje salvífico del Dios cristiano.
Siendo Francia un país decididamente laico, resulta muy interesante observar los rituales y los discursos que han caracterizado la respuesta de la nación a la masacre de Charlie Hebdo. «Liberté, égalité, fraternité» se han convertido como un mantra sin sentido. Una sociedad que ha llevado a cabo una verdadera negación del absoluto intentaba volver a ponerse de pie en sus horas más oscuras con una reiterada repetición de principios que sonaban huecos.
Queremos aquí desbrozar las dos formas de negación de la libertad que han entrado en conflicto. Por una parte, la de los yihadistas, por otra, la del nihilismo de los dibujantes. Obviamente no se puede hablar de equivalencia, pero se puede establecer una comparación.
Alienación. En su artículo en ABC, Carrón subraya el «vacío profundo» que reina en el corazón de la Europa laicista: «En muchos jóvenes que crecen en el mundo occidental reina un vacío profundo que constituye el origen de esa desesperación que termina en violencia».
En su libro Educar es un riesgo, don Giussani observa que la pretendida autonomía que propone la concepción laicista «vive, de hecho, como alienación de uno mismo». El autor esboza así un cuadro en el que podemos reconocer a los adolescentes que han crecido en esta cultura y se encuentran, en un momento dado, ante la disyuntiva entre escepticismo y fundamentalismo, ambas formas de alienación de la persona.
Yo mismo puedo identificarme con los dibujantes de Charlie Hebdo. Una vez colaboré con esa revista y disfrutaba con el radicalismo que anima esta clase de publicaciones. Tenía una suerte de certeza prefabricada, basada en un cinismo absoluto. Pero debajo de esta certeza se esconde una gran rabia. Creo que, en cierto sentido, lo que ha colisionado en París son dos formas de negación de la libertad.
Los hermanos Chuckle. ¿Qué sentido tiene en este contexto hablar de diálogo? ¿Es posible un encuentro que no sea un choque inevitable? De nada valdría, obviamente, una disputa ideológica. Solo podría valer un encuentro humano, un encuentro amistoso.
En mi país, Irlanda, hubo un enfrentamiento que parecía igualmente irresoluble al igual que el de París. En realidad estas enemistades nada tienen que ver con la religión; están sujetas a factores ideológicos, culturales, tribales y a determinadas experiencias históricas. Al final, el conflicto se resolvió mediante un largo proceso de negociación, en el que subyacía un compromiso personal que lo trascendía.
En torno a la mesa de negociación se optó por un método de trabajo: implicar a los moderados y poco a poco implicar a los extremistas. Pero este proceso dependía de un cambio lento y más profundo en la imagen de la sociedad y en el corazón de cada uno de los miembros de las dos comunidades, que se esforzaron por un cambio profundo, que es difícil de medir. En última instancia, no fueron los políticos que cambiaron Irlanda, sino la gente, uno a uno, que en lo íntimo de su corazón optó por una esperanza más luminosa que fue disolviendo los prejuicios y antagonismos más arraigados.
Este mismo proceso llevó a algunos políticos a comprometerse personalmente en este cambio, obteniendo resultados antes impensables. Por ejemplo, Martin McGuinnes del IRA e Ian Paisley del Partido Unionista Democrático, en un tiempo enemigos acérrimos, acabaron estrechando una fuerte amistad y se hicieron famosos como “los hermanos Chuckle” porque, cuando eran respectivamente primer ministro y viceprimer ministro, se les veía a menudo juntos, riendo el uno los chascarrillos del otro. Su relación sacudió realmente la política irlandesa, al demostrar que un cambio real viene siempre de las personas, no de las estrategias políticas. El espectáculo de sus rostros sonrientes no hubiera sido posible si antes no se hubiera verificado un cambio hondo y radical en el corazón de los irlandeses.
Por lo tanto, el encuentro es posible. Pero para que funcione debe partir, como dice el Papa, «del presupuesto de la pertenecía a la común naturaleza humana».
Por lo que respecta al problema islámico existe un resquicio, pero es estrecho. Estoy convencido de que hemos llegado a un momento crítico, más allá del cual resulta casi imposible progresar hacia la reconciliación y la comprensión recíproca. El Isis es, de momento, un movimiento fundamentalista, radical y marginal, pero se consolida cada día más. Es un grupo de gente cansada del mundo actual y disgustada hasta tal punto, que ha “profesionalizado” su odio. Por eso es extremadamente difícil de disolver.
¿Qué clase de choque? Lo que hace falta es un proceso capaz de debilitar la fuerza de estos movimientos fundamentalistas, trabajando por la reconciliación entre los pueblos. En este marco, debe darse el encuentro entre personas: entre líderes de las comunidades que representan un movimiento auténticamente democrático a favor de un cambio radical en ambos frentes.
Pero este encuentro debe arraigar en un proceso sincero para recuperar las verdades históricas que están en la base de las motivaciones que originan la violencia. Francia es un país moderno que trata de remontar el camino que la ha llevado a esta situación. Los jóvenes musulmanes que constituyen una componente significativa de la sociedad francesa son, en efecto, los descendientes de los antiguos esclavos y sienten todavía la cicatriz de las heridas de sus antepasados. Francia sigue celebrando sus virtudes de moderna república laica, renegando de facto la verdad de su propia historia y esparciendo sal en las heridas de los que provienen de sus antiguas colonias.
Ahora es muy necesario empezar un diálogo abierto entre los líderes de las dos comunidades, con el fin de hacer visible la verdad de cada una ellas. El problema del nihilismo cultural, en ambos lados, como el de la rabia islámica, de la secular incomprensión y de la marginación de los cristianos son todos elementos cruciales de un proceso coherente de reflexión común. Es vital que se dé este diálogo, con modalidades distintas, en todos los países europeos que tienen a sus espaldas una historia con episodios de violencia e injusticias.
Creo que la Iglesia no puede quedar al margen de este proceso, ni entrar en él como “mediador imparcial”, porque ella también ha tenido un rol y una responsabilidad en esta historia. Pero sobre todo la Iglesia testimonia el fundamento sobre el que se ha ido construyendo Europa: la propuesta cristiana.
En los debates con exponentes islámicos en Irlanda e Inglaterra, he notado un elemento inesperado. Mi mentalidad religiosa no suscita nunca reacciones mordaces; al contrario, la miran como un elemento que les da seguridad. El hecho de que mi credo sea distinto del suyo no les incomoda. Les preocupa, en cambio, la idea de ser dominados de manera pasiva y agresiva por la cultura laicista. De alguna manera, me ven como un hombre religioso distinto, no como un enemigo. Nada que ver con un choque entre religiones, sino entre dos formas de “matar” a la libertad debido a la alienación de la que hablaba don Giussani.
«En último término, la batalla en contra de la violencia se libra en el corazón de cada uno. Todos somos susceptibles de dejarnos arrastrar por la violencia. El terreno de esta batalla es, al mismo tiempo, nuestro corazón y nuestras relaciones con los demás, por lo tanto se juega en la vida diaria»
Laurent Lafforgue
Matemático
«Ni el bienestar material ni la instrucción occidental han representado para estos jóvenes una propuesta válida para la vida. Los europeos deben interrogarse seriamente sobre este dato que refleja la enfermedad intrínseca en sus sociedades. Deben tener la honestidad de reconocer la enfermedad para poder curarla»
Paul Bhatti
Médico y político paquistaní
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