No es mercancía corriente el agradecimiento. A veces lo vemos aflorar en un gesto que no esperábamos, en un regalo que recibimos o en un hecho que nos pilla desprevenidos. Pero, casi siempre, se esfuma enseguida y es muy difícil verlo permanecer. Más difícil aún verlo convertido en el mismo ánimo con que nos levantamos y empezamos a afrontar los quehaceres y las fatigas cotidianas. Sobre todo en tiempos tan recios como estos, cuando todos los frentes están abiertos, tal como se refleja en este número de Huellas.
Sin embargo, si hay algo que asoma de continuo en nuestro entorno es precisamente el agradecimiento. Por ejemplo, en Italia, se asoma en muchos rostros conmovidos por haber visto a don Giussani en el dvd distribuido con el Corriere de la Sera; o en la cara de los que han participado en las misas celebradas en todo el mundo a los diez años de su muerte; o en el aire que circula por la red y por nuestras comunidades ante un momento histórico como la audiencia del 7 de marzo con el Papa Francisco, en la plaza de San Pedro. El sentimiento que prevalece es el sorprendente agradecimiento de un pueblo entero. Una gratitud que «crece con el paso del tiempo», como ha dicho Julián Carrón en una reciente entrevista, porque con el tiempo crece la conciencia del tesoro recibido.
Ahora bien, como en todas las cosas que nos tocan de cerca, la experiencia no miente. Uno se sorprende agradecido por algo que no depende de él. Depende de Otro que existe, que está vivo; depende de algo que «crece con el paso del tiempo», de algo que no se queda en el pasado, sino que nos habla hoy.
Tenemos que fijarnos bien en este sorprendente agradecimiento que brilla en las caras y tiene la fuerza de desafiar el peso del presente, con todos sus dramas. Lo hemos visto radiante en la vida Marcos y en su muerte, que nos está cambiando a todos; en el testimonio discreto de Sandro o en el testimonio de la comunidad de Vic, que se refleja en este número. De este agradecimiento brota un dinamismo potente que permite estar de pie ante el drama del vivir.
Un corazón agradecido es el que espera y recibe una gracia. Y cuando la gratitud resiste ante el golpe de la realidad, a veces tan duro, se pone de manifiesto que esa gracia «vale más que la vida», que es preciosa y es clave para vivir. En estos días, en la peregrinación a Roma y en el encuentro con Marcos, nuestros corazones están con una herida abierta y una espera confiada ante la Presencia amada: «Cristo mendigo del corazón del hombre y el corazón del hombre mendigo de Cristo», como dijo don Giussani delante de Juan Pablo II en la plaza de San Pedro en 1998.
En el “Página Uno” de este número, Julián Carrón nos ha indicado lo que es esencial: «Vamos a Roma para mendigar la fe». Somos mendigos de Cristo, con el corazón agradecido porque existe la Iglesia y existe el Papa. Porque así podemos vivir.
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