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Huellas N.6, Junio 2008

IGLESIA - Ecumenismo

La esperanza del Papa es también la nuestra

Giovanna Parravicini

«¿La Spe Salvi?, particularmente importante para nosotros, los ortodoxos, porque se habla de una certeza: la vida en Cristo está llena de felicidad; una esperanza que tenemos el deber de compartir». Son palabras del vicerrector de la Academia teológica de Moscú, que el 25 de marzo presentó la Encíclica junto al arzobispo Paolo Pezzi. Ahora explica a Huellas por qué este documento es un paso que damos juntos

El padre Vladimir Šmalij, vicerrector de la Academia teológica de Moscú y secretario de la Comisión teológica sinodal del Patriarcado de Moscú, aceptó presentar la encíclica Spe salvi el pasado 25 de marzo en el Centro Cultural Biblioteca del Espíritu, junto a monseñor Paolo Pezzi. La conversación que sigue a continuación pretende retomar y profundizar su intervención, a la luz de la Encíclica y en el contexto de la vida de la Iglesia y de la sociedad en Rusia.

La encíclica Spe salvi pone sobre la mesa una virtud teologal, pero también una necesidad profunda y sustancial del hombre de todos los tiempos. Como ha subrayado usted en la presentación del texto, el Papa trata de unir las respuestas al porqué de la vida que ofrece el cristianismo con la búsqueda del sentido de la vida que hace el mundo. Constituye una gran apertura al diálogo y, al mismo tiempo, un fuerte reconocimiento de que la fe, el acontecimiento de Cristo, es capaz de responder no sólo al círculo de los fieles, sino al hombre como tal. ¿No es exactamente eso lo que la cultura laica rechaza, es decir, la pretensión de la Iglesia de salir del gueto, aunque sea dorado, al que se la ha relegado?
En mi opinión la Encíclica toca un tema crucial de gran actualidad, porque el tema del derrumbe de las esperanzas parece el rasgo distintivo de nuestra civilización que, aparentemente saciada, pagada de sí, muestra en realidad a cada paso su propia desesperación y ausencia de perspectivas. El índice más significativo de este fenómeno no es tan siquiera el alto porcentaje de suicidios, sino el gran número de paliativos que la gente trata de buscar para compensar el vacío espiritual: la cultura de masas, el consumismo... la gente trata de mantenerse comprando, llenando la vida de cosas. Como sacerdote me encuentro con muchas personas que llaman a la Iglesia porque están perdidas, desorientadas, a menudo ni siquiera se dan cuenta de que los problemas con los que se encuentran dependen del hecho de que ya no esperan en nada. La esperanza –es muy justo lo que señala el Papa– es el motor de la existencia misma de la persona humana, no sólo para el cristiano, sino para cada hombre. Por eso es fundamental el diálogo con la sociedad y con el mundo sobre los fundamentos de la esperanza.
Me parece además que la esperanza es algo muy personal, interior. Por el contrario, en nuestro mundo cada uno trata de compensar a través del aspecto exterior aquello que le falta por dentro, y no deja a nadie franquear la puerta que marca la entrada al corazón de la persona, cosa a la que en cambio apela el Papa. Me ha impresionado la delicadeza de Benedicto XVI, que no se pone a sí mismo como un juez severo que imparte enseñanzas desde lo alto, con dureza, sino que propone respuestas a la persona individual con extrema delicadeza, mostrando al mismo tiempo con gran lucidez y certeza los errores o malentendidos en los que incurrimos en la forma de entender la esperanza. Por ejemplo, pone en guardia con respecto a reducciones psicológicas de la esperanza: la esperanza es una realidad concreta, objetiva.

En este sentido Joseph Ratzinger apunta con claridad los riesgos de un subjetivismo que es una tentación constante en Occidente, penetrando incluso en la conciencia de los cristianos. Es más, el Papa reclama fuertemente a una autocrítica del cristianismo moderno, que debe volver a sus propias raíces. ¿Qué cree usted que significa hoy en día este camino para los cristianos?
Con la delicadeza y el respeto hacia el interlocutor que le distinguen, el Papa hace notar que los mismos cristianos han llevado a cabo una reducción subjetivista, citando significativamente un ejemplo de interpretación que nace a través de Lutero, pero que se ha afirmado también en la exégesis católica. Y es interesante observar el método del Papa, que se sirve de este ejemplo de forma constructiva, ecuménica, casi invitando a los mismos protestantes a volver a las fuentes de su propia identidad, a recuperar la certeza de haber sido salvados.

¿Qué aspectos de la Encíclica le parecen particularmente interesantes para la situación rusa?
En mi opinión no hay elementos específicos que tengan que ver con Rusia: Benedicto XVI se dirige al hombre en cuanto tal, a los cristianos de todas las tradiciones y a los no cristianos. Los contenidos de la Spe salvi son particularmente importantes para nosotros, los ortodoxos de Rusia, precisamente por el hecho de que se habla de la esperanza como certeza, como prenda objetiva de vida eterna, de la que se desprende también una posición de compromiso misionero: a causa de la fe y la esperanza cierta que ella suscita somos llamados a testimoniar que la vida en Cristo es una vida llena de certeza, de felicidad, que tenemos el deber de compartir. Me ha impresionado mucho el momento en que habla de compartir el sufrimiento, algo propio de los santos. Tenemos ante los ojos muchos ejemplos de sufrimiento, ¡qué gran tarea de com-pasión tenemos! Nosotros los cristianos no podemos quedarnos en la ventana, mirando con suficiencia los sufrimientos del mundo, contentándonos con una salvación individual, egoísta.

Los santos son en primer lugar testigos...
También aquí debemos volver a la única tradición de la iglesia indivisa: San Atanasio dice que si alguien no cree en la Resurrección, hay que citarle el ejemplo de los mártires, que no tuvieron en cuenta la vida, sino que la dieron con sencillez, testimoniando con elocuencia su certeza en la nueva vida traída por Cristo. ¡Cuántos testimonios tenemos también hoy ante nuestros ojos! No me refiero sólo a los “santos” canonizados, sino a muchas personas que viven su propia vocación con alegría, testimoniando su certeza en las pruebas cotidianas... Pienso en los que tienen el valor de formar una familia y no se asustan ante una familia numerosa, en muchos que viven la enfermedad como un ofrecimiento, en las personas consagradas; he tenido la suerte de conocer a muchísimas personas que viven la esperanza de manera objetiva, sustancial. Debemos aprender a mirar, a darnos cuenta del gran número de testigos que nos rodea, no debemos avergonzarnos de citarlos, de recordar cómo la fe ayuda a vivir en la esperanza las circunstancias más diversas de la vida.

¿Qué piensa usted que puede despertar hoy en día la conciencia de los cristianos?
Hay un aspecto que me impresiona y me agrada particularmente en la figura del papa Benedicto XVI, y es su simpatía, su aprecio de la racionalidad, de la razonabilidad, un aspecto que nos falta a menudo a nosotros los ortodoxos. Tampoco en Occidente se comprende muy bien su sentido, su importancia, y muchos occidentales nos dicen esto pensando que nos elogian: «Entre nosotros se ha reducido todo a racionalismo, no hay espacio para sentimientos y emociones, mientras que vosotros, los ortodoxos, tenéis la mística». En realidad esta pretensión «mística» se reduce a menudo a la renuncia a la propia razón, a la propia responsabilidad, para delegar en un “padre espiritual” elecciones de vida que implican una decisión personal. No, el cristiano debe volver a comprender que la razón es un don que se nos ha hecho y un deber que tenemos, y debemos vivir y transfigurar la vida a su luz. No es casualidad que en la liturgia ortodoxa Cristo sea definido como «luz de la razón». Esta es una verdad común a las dos tradiciones cristianas, de Oriente y de Occidente, mientras que el acento sobre un misticismo que es en realidad renuncia a la propia razón es un fenómeno típico de la Ortodoxia sólo en época tardía, pues si tomamos por ejemplo a Juan Damasceno con su aristotelismo, o a los Padres capadocios, nos encontramos ante una exaltación de la razón humana. Así también el pensamiento filosófico-religioso ruso de finales del siglo XIX y comienzos del XX implica una vuelta a los Padres y a la integridad de su visión antropológica. Nos sorprende que incluso un ortodoxo conservador como el padre Georgij Florovskij invitase a leer a los autores católicos medievales, además de a los Padres: precisamente porque allí es posible encontrar las mismas raíces, el mismo ímpetu cristiano, idéntico en el Este y en el Oeste, que se identifica en la transfiguración del hombre en su totalidad, en todos los aspectos de su ser, incluida la razón, mientras que los influjos de las ideologías inducen a pensar que el cristianismo no es razonable, que está limitado a las esferas más periféricas, emotivas y sentimentales, como una especie de cura “paliativa” para problemas existenciales por los que, en caso de necesidad, se puede recurrir al sacerdote como se iría a un psicoterapeuta.

¿Es por tanto la fe un camino de conocimiento?
Ciertamente, como ser razonable, no puedo no tomar en consideración la realidad, es decir, tomar conciencia de ella y dar un juicio moral. Si renuncio a la razón, por eso mismo renuncio también a mi conciencia, a mi responsabilidad y libertad adultas. Es interesante notar que el rechazo de la razón como factor de la personalidad cristiana conduce a los extremos que se tocan: en Oriente al infantilismo del que delega en la autoridad espiritual cualquier responsabilidad, y en Occidente a la pretendida autonomía de algunas esferas de la persona humana. En ambos casos se trata de un dualismo, de una contradicción que es irracional, que es anti cristiana pero que es sobre todo inhumana, porque contraviene la característica del ser humano que es su razón. Creo que ésta es una de las tareas educativas fundamentales que tenemos: enseñar a nuestra gente, a nuestros jóvenes, a ser responsables, y la responsabilidad no puede subsistir más que a la luz de la razón. Si la razón no gobierna y juzga sentimientos y emociones, ¿quién podría perseverar en la propia vocación, en la propia misión, en el cumplimiento de una obra?

¿Por qué la Iglesia es mirada a menudo como un lugar de prohibiciones, de reglas que tratan de reprimir los deseos, y no como el lugar de su realización?
No es fácil responder, pero creo que hace falta tener valor para reconocer, sobre todo, que gran parte de los deseos que nuestra sociedad induce y cultiva se revelan como dañinos para el hombre. Basta con mirar la publicidad, los estereotipos sociales que nos proponen en la televisión. No podemos eximirnos de preguntarnos si es verdaderamente esto lo que nuestro corazón desea, o bien si es aquello que nos quieren inculcar y que en última instancia resulta negativo, dañino para nosotros. Lo que digo puede parecer amargo, impopular, pero es un diagnóstico necesario para curarnos de nuestra enfermedad existencial. Tampoco en el campo de los deseos podemos prescindir de la razón: ante el deseo inmediato que se me pone delante debo dar un juicio, examinarlo a la luz de la razón. No es casualidad, además, que en la Spe salvi el Papa describa a Cristo como «pastor» y como «filósofo», es decir como maestro de vida sobre la base de la propia experiencia, del propio ejemplo y del instrumento humano por excelencia que es la razón. Es interesante seguir la reflexión de Benedicto XVI sobre la superación de la ideología, que constituye otro tema común para Occidente y Rusia. Dese cuenta de que el Papa se refiere a la ideología sobre todo en cuanto forma de «ingeniería social», progresismo, y cita el marxismo simplemente como un ejemplo de ello. Con la caída del marxismo, la ideología progresista no ha desaparecido, sigue mostrándose peligrosa para la civilización humana. Tal vez aquí en Rusia estamos más “vacunados” contra determinadas formas ideológicas, pero estamos inermes ante otras. El problema, repito de nuevo, sigue siendo el mismo en la actualidad, en las múltiples y variadas formas a través de las cuales emerge el fenómeno.

A menudo se indica el ámbito social y caritativo como la esfera privilegiada de diálogo entre cristianos de iglesias distintas, ya que parece la más neutral. ¿No existe, sin embargo, el riesgo de disolver la especificidad del hecho cristiano, equiparándolo a una doctrina ética? En su opinión, ¿en qué se puede fundar un diálogo real y una colaboración real entre cristianos, en particular entre católicos y ortodoxos, con el fin de proponer de nuevo al mundo la verdadera esperanza?
Monseñor Hilarión Alfeev, obispo ortodoxo ruso de Viena, ha hablado muchas veces de la necesidad, para católicos y ortodoxos, de unirse para buscar y proponer juntos respuestas a los problemas de carácter moral, social y político. Pero esa discusión interconfesional no puede no ir acompañada de un debate más amplio en el campo social, sobre el papel que el cristianismo debe asumir dentro de la sociedad en su totalidad. El Papa realiza una delicada pero clara formulación de la propuesta de la Iglesia de someter a examen los problemas que destrozan la sociedad de hoy, invitando a la sociedad a participar en la discusión. Las comunidades cristianas deben activarse sobre todo a la hora de compartir el sufrimiento, de testimoniar al mundo la alternativa que constituye el cristianismo para la desesperación de la sociedad actual. Aquí vuelve al primer plano el problema fundamental de la educación, que se produce sólo a través de un encuentro, a través de un testimonio. No puede tratarse sólo de palabras, de clichés para convencer a los jóvenes: sólo resultan convincentes los testigos que viven de la belleza. El cristianismo es una vida, y nos corresponde a nosotros los cristianos testimoniar que la esperanza es aquello de lo que vivimos. El cristianismo ha vencido al mundo como vida nueva, y no como ideología. Una verdad «performativa», y no puramente «informativa», exactamente como dice el Papa. También en nuestra Iglesia se plantea en la actualidad el problema del testimonio de los laicos, que por el momento no está todavía fijado, codificado como en la doctrina de la Iglesia Católica, pero que ciertamente es una cuestión de primera importancia para la vida de la Iglesia en el futuro. Como decís vosotros, «laico, es decir, cristiano». Para la transfiguración del mundo.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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