PUNTO&APARTE
La reforma universitaria de Bolonia, planteada a nivel europeo, está dando mucho que hablar.
Algunos de sus cambios pretenden dar un giro radical al rumbo de la Universidad: facilitar la movilidad de los estudiantes, mejorar la convalidación de estudios entre los países de la Unión Europea, establecer acuerdos entre empresas y facultades, reducir los planes generales de estudio (antiguas licenciaturas), introducir másteres como enseñanzas de posgrado, etc. Si bien Bolonia ha marcado unas líneas generales que tendrán que irse definiendo a nivel nacional durante los próximos meses –en algunas Universidades la aplicación ya se ha realizado–, creemos que es imprescindible confrontarnos seriamente con los motivos y concepciones que se encuentran en el origen de estas directrices generales: ¿Quién está promoviendo esta reforma y con qué intereses? ¿Qué lugar se pretende que ocupe la Universidad en la sociedad? ¿Favorecen todos estos cambios la revalorización de los estudios universitarios? ¿Hay algún tipo de enseñanza universitaria que pueda resultar devaluada? Desde hace años, todo el mundo percibe que la Universidad y la educación en general necesitan un cambio profundo: la disminución de nivel es palpable, el anquilosamiento en las estructuras y en gran parte del profesorado es evidente. Ante estas y otras tantas deficiencias, Bolonia ha querido dar un giro importante a la situación, seguramente con el sistema norteamericano en el rabillo del ojo. Pero son pocos los que ven en esta iniciativa una oportunidad interesante; de hecho, la nueva reforma ha encontrado una contestación inusual por parte de grupos de profesores y alumnos en defensa del conocimiento. Algunos de éstos dudan abiertamente de la “bondad” y verdadera eficacia de esta reforma, viendo en ella un gran edificio (de carácter fundamentalmente tecnológico-económico) con unos cimientos muy débiles, los que sostienen hoy a Europa; cimientos que sin duda no ayudarían a recuperar la tarea original de la Universidad ni, por tanto, una interacción fecunda y útil con la sociedad. Apostar por la Universidad supone apostar por la formación, por el aumento de calidad: de profesores, planes de estudio, etc., pero lamentablemente la mayoría de las reformas se mueven en un plano formal, burocrático-administrativo y, lo que es peor, ponen frecuentemente en tela de juicio –implícitamente– el valor de la Universidad, despersonalizándola o poniéndola al servicio de otros intereses extrínsecos al estudio y a la pasión por él, como si éste (o algunas ramas del saber) no fuera suficientemente interesante o decisivo para el desarrollo de una sociedad o de un país. En cualquier caso, parece que nos encontramos ante una situación límite en la que de nuevo aparece con claridad que ni las leyes ni las instituciones serán las que salven la Universidad; en esta situación, la emergencia de auténticos maestros se hace urgente: para afrontar con inteligencia los nuevos planes, para ofrecer la mejor enseñanza posible y para vivir la dimensión comunitaria y totalizadora de la Universitas ya que, como hombres, estamos hechos «para seguir virtud y conocimiento».
ENCUENTRO EN TURÍN
Marco Giorgio
¿Nos hace libres respetar la norma?
La onda expansiva de la «Sapienza» de Benedicto XVI no se detiene. En esta ocasión han sido los estudiantes de Turín los que han acogido el desafío del Papa. Junto al mar de Loano, tuvo lugar del 18 al 20 de abril un encuentro universitario bajo el título de: «Derecho: presupuesto de la libertad». En la introducción que hizo la profesora Marta Cartabia (Bicocca de Milán) resaltó –en relación con los derechos fundamentales– la presencia innegable de un núcleo común que caracteriza lo humano y que emerge en el encuentro con las distintas culturas. De este modo explica la génesis de la Declaración Universal de los derechos del hombre de 1848: «Cassin, Roosevelt, Maritain, McKeon y Malik se reunieron por mandato de la ONU y no construyeron una síntesis o una tabla de valores sino que reconocieron lo común a sus diferentes experiencias. Sólo un “yo” inmerso en una cultura, en un contexto histórico-social puede conocer lo universal que le une a todos los hombres: no existe universal si no es dentro de un particular. Es necesario lo que Benedicto XVI indica como el examen de las tradiciones a la luz crítica de la razón. Sólo a partir de un encuentro juzgado de este modo puede emerger la esencia de la “dignidad humana”». Además hemos podido contar con otros protagonistas, como Oscar Giannino (director de Libero Mercato), Raffaele Caterina (profesor de Derecho privado en Turín), Anna Maria Poggi (profesora de Derecho constitucional y decana de la facultad de Ciencias de la Formación) y Mario Mauro (vicepresidente del Parlamento europeo). Para la profesora Poggi la cuestión de fondo es preguntarse cuál es el papel del jurista: él no puede responder al problema fundamental: «¿Por qué es justo actuar de tal o cual manera?». «No tenemos que tener la pretensión –prosiguió– de que cada campo del saber sea autosuficiente respecto de las respuestas que intenta dar». Lo que resulta interesante es la posible relación virtuosa entre moral, religión, teología y derecho, «sin confusión y sin separación». El último día estuvo dominado por el título del encuentro: “Derecho y libertad”. Marco Mescolini (fiscal de Bolonia) afrontó el tema de la “fiabilidad del testigo”. «Hoy existe una debilidad a la hora de decir con certeza algo sobre la realidad» dijo. También la proliferación de derechos nace de la crisis de certezas sobre la realidad: «No aceptamos tener que habérnoslas con la realidad así como está hecha». El encuentro conclusivo afrontó cara a cara el desafío que el Papa hizo a la Sapienza, que es el mismo que el del Derecho: ser instrumento y presupuesto de libertad. Incluso en su aplicación más coercitiva: el proceso penal. «¿Nos hace libres respetar la norma?» preguntaba desafiante el título. Respondieron Paolo Ferrua, (profesor de Derecho procesal penal en Turín) y Federica Bompieri (juez instructor en Turín): el exceso de reglamentación no nos hace libres, explicó Ferrua. Todo se juega en la interpretación de la ley que el juez está obligado a aplicar. El condenado será libre en la medida que tenga un proceso justo y la pena posea una función reeducativa. «En la experiencia del juzgado de instrucción coexisten estos dos elementos –añadió Bompieri–: en cada instante dependemos de algo que está fuera de nosotros, de un dato de la realidad. La libertad es la posibilidad que el hombre tiene de adherirse a ello. Es justo pronunciarse sobre las normas, pero imponer una propia medida en normas que no dejan márgenes de discrecionalidad, es algo que sobrepasa la tarea del juez y nos hace esclavos del propio proyecto de justicia: hace al “yo” medida de todas las cosas».
CENTOCANTI/RAVENNA
Emmanuele Michela
¿Cuál era la verdadera Francesca?
«¿Cuál es la interpretación adecuada de la figura de Francesca –la protagonista del V canto del Infierno?». Con esta pregunta, Umberto Motta, profesor de Historia de crítica e historiografía literaria en la Universidad Católica de Milán, abrió el trabajo del segundo encuentro de formación organizado este curso por la asociación Centocanti, que vio participar a 150 estudiantes llegados a Ravenna de toda Italia. Motta nos permitió realizar un viaje a través de las interpretaciones que la figura de Francesca ha suscitado en los críticos de diferentes épocas: prostituta para los lectores del siglo XIV, heroína para los románticos o “intelectual provinciana”, como la definió Contini en el siglo XX. ¿Quién tiene razón? El profesor no ofrece respuestas precocinadas sino que invita a un trabajo: «La primera crítica la hace el lector en el momento en que se pone delante del texto. Leer es una operación existencial: cuanto más implicado estoy, más acojo el verdadero significado del texto». Una exhortación a leer a Dante con «la impertinencia y la curiosidad de los niños», intentando comprender el don que es la poesía: algo vivo, que habla de la realidad y de la verdad y, por tanto, de nuestra naturaleza humana.
ITALIA
Matteo Forte
Premiar la excelencia
Muchos esperan que, con la entrada de Mariastella Gelmini en el ministerio de Educación y Universidad, nuestro sistema educativo salga de un periodo de prueba puesto en marcha hace ya diez años. Se han multiplicado los artículos y análisis acerca de la situación actual y de sus posibles salidas. Todo en nombre del crecimiento del País. Esto sucederá solamente si dejamos de mirar la Universidad y la escuela en términos de gasto e inversión. Lo escribió Giavazzi en el Corriere del 12 de mayo: «La globalización premia a la educación porque las empresas, para sobrevivir, tienen que dedicarse a producciones que piden un trabajo con un nivel muy elevado de especialización». Es una lástima, sin embargo, que inmediatamente después caigamos de nuevo en la lógica maniquea de plantear la división entre escuelas estatales y privadas para afirmar que las primeras forman mejor que las segundas. Si verdaderamente queremos premiar el mérito, es necesario individualizar la excelencia y premiarla, más allá de quién presta este servicio. Es más, si nos atenemos a la formación académica, seguramente no será el Estado el que asegure una formación mejor. En la Edad Media, la Universidad nació a partir de grupos de estudiantes (schole) que se reunían en torno a un maestro, poniéndose de acuerdo con él acerca de la duración y coste del curso, y estableciendo la compensación económica conforme a lo pactado. Esto, quizás, nos sugiere un camino.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón