El juicio de CL sobre la crisis
La situación de desencuentro y enfrentamiento que estamos atravesando en nuestro país es, ante todo, una circunstancia que nos reclama a una mayor y más profunda comprensión de la realidad; permite verificar qué es lo que más ama y defiende cada uno y es útil también para poner en evidencia cuáles son las posturas más favorables para la construcción y el desarrollo humanos.
Las medidas inconsultas y cuanto menos irreflexivas que el gobierno del estado ha decretado, de grave impacto sobre los productores agrícolas en forma directa, pero extensivas al desarrollo de vastas regiones del país, han desatado una reacción profunda de los sectores productivos primarios y de los habitantes de numerosas ciudades y pueblos.
El camino y el discurso del Gobierno en estos días se han apoyado en declaraciones y provocaciones muchas veces lejanas de la verdad, propagadoras artificiales de confrontación entre argentinos, de división entre grandes y pequeños, entre ricos y menos ricos.
Ahora que, en apariencia, los actores principales del conflicto se sientan a dialogar para encontrar soluciones superadoras, se evidencian posiciones que de hecho conspiran contra la fecundidad del mismo diálogo.
Porque el diálogo es fructífero cuando se reconoce recíprocamente en los interlocutores una dignidad civil, social y política, como presencia útil en la comunidad. Aún en la mesa del diálogo, el gobierno rehúye este deber, que en los hechos tendría que traducirse en una reformulación profunda de las políticas y medidas aplicadas al sector, superando el cálculo y la defensa de posiciones e intereses, buscando junto con los protagonistas reales de dichas políticas, los pasos más adecuados para la construcción y defensa del bien común y personal de los argentinos.
El primer hecho capaz de cambiar esta situación, para el gobierno y para cada uno de nosotros, es el que nos cambia a nosotros mismos: encontrarnos con una persona que nos toma en serio, hasta lo profundo de lo que el corazón humano exige. Es el camino que Cristo ha hecho con el hombre, con nosotros.
Por eso es imprescindible que no reduzcamos estas exigencias. Es el momento propicio para que el poder político reconozca y no sustituya, en los hechos, la dignidad de la sociedad civil y de sus organizaciones, promoviendo y protegiendo el bien y la libertad de todos; ayudando, favoreciendo y orientando la construcción de una sociedad más habitable para la persona. Esta es la tarea de un gobierno; de hecho, la más importante.
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