Los “chacareros” del interior se alzaron contra un incremento más de las retenciones a las exportaciones. La protesta despertó el deseo de libertad de miles de argentinos, agobiados por un creciente estatalismo que concentra poder, compra voluntades, arrodilla adversarios, y hasta se cree capaz de reemplazar la realidad con sus discursos. Mientras dure el estertor y cuando regrese la calma, el camino es educar en la libertad, porque «la fuerza que cambia la historia es la misma que cambia el corazón del hombre»
«Yo tengo tantos hermanos que no los puedo contar... y una hermana muy hermosa que se llama Libertad». El intendente de un pequeño pueblecito cordobés del interior de Argentina acudió a estos versos del gran poeta Atahualpa Yupanqui para resumir la esencia de su reclamo federalista ante el gobierno central.
«El campo sólo se arrodilla ante Dios», dijo el sacerdote Oscar Rigoni al bendecir una movilización de productores en la ciudad de Concordia, provincia de Entre Ríos, despertando una ovación en los presentes.
Aquí y allá, en miles de actos, asambleas y cortes de ruta, que se multiplicaban a lo largo y ancho de la extensa Argentina, emergía con fuerza el mismo deseo de libertad que encendió la mecha de esta rebelión de productores rurales, y que muy pronto contagió a otros sectores de la sociedad, hermanados por una misma necesidad.
Identificando la médula del conflicto que ha sacudido al país, la Compañía de las Obras de Argentina sostuvo que «hoy lo que está en riesgo es el reconocimiento de la libertad de cada uno y de la dignidad de la sociedad civil».
Claves de la construcción social
Hace falta un poco de historia para intentar entender el escenario actual. El país asistió a la quiebra del Estado en el año 2001. Sobrevivió al caos y la desintegración gracias a la energía de su sociedad civil: la Iglesia encauzando el diálogo, las ONG saliendo a responder a las necesidades, maestras y enfermeras trabajando sin cobrar su salario regularmente.
Parecía que Argentina había aprendido, en medio de aquel dolor, una gran lección. Ausente el Estado paternalista, del cual el pueblo se había acostumbrado a esperarlo todo, se descubría en la fuerza creadora de las personas y en su capacidad para el trabajo y el esfuerzo las claves de la construcción social.
La devaluación del peso frente al dólar que recuperó el dinamismo exportador, conjugada con el crecimiento del precio internacional de los granos, permitieron que muy pronto se recuperase la macro economía. El Estado nacional vio cómo volvían a llenarse sus arcas, apelando a las retenciones para quedarse con una parte cada vez mayor de las ventas al exterior de soja, girasol, y otros commodities.
Un movimiento pendular
No fue necesario que transcurriese demasiado tiempo para que la realidad probara si aquella lección aprendida en la crisis se había hecho carne, o si era olvidada de un plumazo en cuanto resurgía la bonanza de antaño.
No fue casual el primer gesto del Presidente Néstor Kirchner, el 25 de mayo de 2003, al asumir la presidencia, que ejercería hasta fines de 2007, cuando le entregó el mando a su esposa Cristina Fernández. Viajó a Paraná, capital de Entre Ríos, llevando el dinero para abonar los sueldos a las maestras, que hacía tres meses que no cobraban. Fue vitoreado cual si fuera el salvador.
Pero a ambas márgenes de las rutas de esa provincia de tierras fértiles, por esos mismos días, un interminable mar verde y amarillo, de soja y girasol, impactaba la vista del viajero. ¿Cómo entonces no había podido cumplir con sus docentes, con tanta riqueza alrededor? Muy simple: el Estado nacional le retaceaba fondos a Entre Ríos porque era gobernada por un partido de signo contrario, sin que importara que sus escuelas estuvieran paralizadas y los chicos sin clases. El estatalismo había vuelto con renovado vigor, dispuesto a comprar fidelidades, arrodillar adversarios, y concentrar poder.
Estatalista en tiempos de vacas gordas y privatista cuando golpea la crisis. Ese parece ser el movimiento pendular de una Nación que una y otra vez vuelve a dar la espalda, a desestimar, aplastar y desplazar a las personas y su libre iniciativa.
La gota que desbordó el vaso
Los campesinos del interior –los “chacareros”– se alzaron contra un incremento más de las retenciones, aplicado de manera inconsulta y cuando estaban a punto de cosechar, haciendo que se les confiscara la rentabilidad que habían calculado al momento de la siembra. Fue la gota que desbordó el vaso.
El reclamo del campo hizo las veces de despertador para un pueblo adormecido por el rápido resurgimiento económico, que de buenas a primeras se descubrió de rodillas, pero no ante Dios si no ante el Estado nacional, mendigando migajas de una torta de la que el gobernante de turno se apoderó creyéndose su dueño, olvidando su destino de bien común.
Si es coherente con su propia lógica, un poder así necesita apropiarse de la verdad. Quedó en evidencia en discursos presidenciales que distorsionaron en grado extremo los hechos. «Lo importante no es la realidad sino el relato», sentenció un analista político.
«No se trata solo de una administración estatal que codicia los ingresos del sector agroindustrial –explica la Compañía de las Obras–. Se trata de la propuesta del Gobierno nacional acerca de cual será la futura forma de vivir de los argentinos, con un poder cada vez más centralizado que no admite críticas y acostumbra descalificar –en ocasiones hasta en grado de enemigo– a quienes manifiesten desacuerdo con sus decisiones, la mayoría de las cuales han sido deliberadamente sustraídas del esperable y sano debate parlamentario previo».
¿Qué hacer?
¿Cómo lograr que esta vez la lección sea aprendida? ¿Cómo salir de las reacciones espasmódicas que pronto se esfuman? «Si nosotros reaccionamos sólo cuando la contradicción es demasiado fuerte, significa que lo que decimos no nace de una vida, no expresa una presencia viva», escribía don Giussani.
El camino es educar, educar y educar. «Solo personas educadas en la libertad pueden vencer el embate de una lógica de poder que no tiene verdadero interés por el hombre», subraya la CdO (véase al respecto la carta publicada en Huellas mayo 2008, pp. 10-11).
El primer hecho capaz de cambiar y encauzar esta situación, para el Gobierno, los productores y para cada uno de nosotros, es aquel que nos cambia a nosotros mismos: encontrarnos con una persona que nos toma en serio, hasta lo profundo de lo que el corazón humano exige. Es el camino que Cristo ha hecho con el hombre, con nosotros. Porque «la fuerza que cambia la historia es la misma fuerza que cambia el corazón del hombre».
Es también el momento propicio para que el poder político reconozca y no sustituya, en los hechos, la dignidad de la sociedad civil, promoviendo y protegiendo el bien y la libertad de todos; ayudando, favoreciendo y orientando la construcción de una sociedad más habitable para la persona. Por otro lado, esta es la tarea de un Gobierno, la más importante.
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