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Huellas N.2, Febrero 2015

PEREGRINACIÓN A TIERRA SANTA

Que sean uno

Luca Fiore

Los católicos eran italianos y españoles, los ortodoxos venían de Rusia, Bielorrusia y Ucrania. Crónica de una peregrinación única que hunde sus raíces en una amistad sorprendente. La experiencia de que Cristo vence cualquier división, pasada y presente

«Sí, somos un grupo, ¿por qué?». Lena está sentada delante de la basílica ortodoxa de la Dormición, a los pies del Monte de los Olivos, en Jerusalén. Se le ha acercado un hombre con barba negra que le pregunta en ruso: «¿Quiénes sois?». «Cristianos». «Pero, ¿qué clase de cristianos?». «Católicos y ortodoxos... Venimos de Italia, España, Rusia, Siberia, Ucrania, Bielorrusia...». El hombre no alcanza a comprender: «Pero, ¿peregrináis juntos?». «Sí». «Llevo toda la tarde observándoos. Soy un diácono de la Misión rusa ortodoxa y vivo en Tierra Santa desde hace 26 años. Jamás he visto un grupo como el vuestro. ¿Qué es lo que os une?». Lena responde: «El cristianismo». «No puede ser…». «En Cristo todo es posible...».
Qué hacían en Tierra Santa, del 26 de diciembre al 2 de enero, cien personas, cincuenta católicas y cincuenta ortodoxas, de estas últimas la mitad rusas y la otra ucranianas, hace falta preguntárselo a Franco Nembrini, director del colegio La Traccia de Calcinate (Bérgamo). Es él el promotor de la iniciativa. Desde hace tres años, como Huellas viene contando (véase Huellas 9/2013), su vida de profesor se ha cruzado con algunas lejanas realidades educativas y sociales: el colegio ortodoxo de Kemerovo, en Siberia, la obra social Emmaus en Jarkov, la editorial Duch i Litera en Kiev, Ucrania, y algunos amigos de Moscú. Todas realidades que tienen nombres y rostros. En 2014, al empezar el conflicto entre Rusia y Ucrania, entre los amigos de Franco cala el hielo. Además, Facebook incrementa las peleas a distancia.

Un monte, dos iglesias. Forman parte de este curiosísimo grupo de peregrinos, entre otras, las familias de Konstantin Sigov y Alexander Filonenko; la directora del colegio de Kemerovo, Olga Targonij, y tres profesoras italianas del colegio; las Memores Domini de la Casa de Moscú; Jean-François Thiry de la Biblioteca del Espíritu; algunos amigos de las universidades de Moscú, Kiev y Jarkov; Adriano y Marta Dell’Asta de Rusia Cristiana («Sin la intuición y la perseverancia del padre Scalfi y de los suyos –dice Nembrini– sería impensable lo que hoy acontece»); Silvio Cattarina de la comunidad El Imprevisto de Pésaro; y algunos amigos del colegio La Traccia. «Pasé mi última Semana Santa en una parroquia ortodoxa cerca de Jarkov», recuerda Nembrini el primer día en Tiberíades: «En una pausa, durante la larga liturgia, salí afuera y reparé en las heridas que ha sufrido el cuerpo de Cristo, la Iglesia. Heridas antiguas y recientes, que nos hacen sufrir a todos porque todos sufrimos el escándalo de la violencia y de la división. Así que allí, bajo ese cielo ucraniano, empecé a desear que juntos pudiéramos volver a empezar, a partir de Cristo, peregrinando juntos a Tierra Santa. La pregunta con la que empezamos estos días es la siguiente: ¿la pertenencia a Cristo es más fuerte que cualquier división entre nosotros?». Luego añade una indicación de método: «Intentemos por unos días no hablar de política. No porque no nos interese ni nos incumba, sino porque en estos días queremos mirar lo que nos une, ya que lo que nos divide lo conocemos».
Quien visita los lugares de la vida de Jesús advierte claramente esa herida. Por ejemplo, en la cima del Monte Tabor, lugar de la Transfiguración, existen dos iglesias: la de los católicos y la de los ortodoxos. Están ubicadas a cierta distancia y por razones de tiempo, normalmente, se visita solo una de ellas. En esta peregrinación “mixta”, en cambio, surge un problema: ¿a cuál de ellas vamos? La respuesta desilusiona a todo el grupo: «Los católicos a la derecha, los ortodoxos a la izquierda». Algún italiano se mimetiza y sube al monte con rusos y ucranianos. Un problema análogo se presenta también en el restaurante de Nazaret porque, aunque los católicos no lo saben, los ortodoxos cumplen un ayuno particular durante el Adviento (celebran la Navidad el 7 de enero). Dos confesiones religiosas, dos menús distintos. Para no perder demasiado tiempo, he aquí la solución: las mesas con las servilletas rosas son para los ortodoxos, las otras para los católicos. Aquí rusos y ucranianos hacen como suelen hacer los italianos: se sientan donde encuentran el primer sitio libre. «¿Por qué deberíamos separarnos para comer?». Desde este momento, ya no importa el color de las servilletas.

El «sí» de Pedro. Es domingo y el padre Francesco Braschi, que guía la peregrinación, celebra la santa misa en la iglesia católica construida sobre la casa de Pedro, en Cafarnaún. Desde las ventanas se ven las cúpulas del santuario ortodoxo construido en las inmediaciones de las excavaciones de propiedad de los franciscanos. Allí el grupo de los ortodoxos asiste, al mismo tiempo, a la Divina Liturgia: «Si acabáis antes, os sumáis a nuestra celebración». De esta manera, a mitad de la función, la iglesia bizantina se llena también de peregrinos católicos. Durante los demás días, son los ortodoxos los que se suman a las misas de los católicos (por cuestiones de tiempo, no siempre es posible participar en la Divina Liturgia). En Caná de Galilea, todas las parejas renuevan sus promesas matrimoniales. En el Lago de Tiberíades se venera la roca donde Cristo resucitado asaría el pescado para sus discípulos, que volvían después de la pesca. Muchos ortodoxos no han escuchado todavía el relato de cómo don Giussani revive esa página y pronuncia el “sí de Pedro”. En este lugar, propiedad de la Custodia de Tierra Santa, surge la así llamada Iglesia del Primado de Pedro. Jurij, ortodoxo de Moscú, no oculta su fastidio por el nombre del lugar («La cuestión del primado es algo que os habéis inventado vosotros, los católicos...»). Pero cuenta su encuentro, hace unos meses, con el prior del Monasterio de la Cascinazza, el padre Sergio Massalongo. «No pienses que eres tú el que crea la unidad, que la unidad de los cristianos se crea con lo que hacemos nosotros», le había explicado el monje, tras haber escuchado su gran amistad con los católicos: «No es así. Es la unidad, el don de Cristo, la que nos genera a cada uno de nosotros».
A los vendedores palestinos les basta con mirarte a la cara para calarte y saber de qué país vienes. Son verdaderos profesionales del comercio. Se acercan y te preguntan en tu idioma: «¿Español? ¿Quieres comprar?». «Sí, español, pero también hay italianos, rusos, bielorrusos y ucranianos». «¿Rusos y ucranianos? No problem». Incluso el más ocupado de los palestinos nota que este es un grupo especial.
Nicolai y Mitja son los más pequeños del grupo. Tienen 9 años. El primero es de Moscú, el segundo de Jarkov, Ucrania. Es inevitable que jueguen juntos. Obligan a sus padres a sentarse a la misma mesa, probablemente a pesar de que les cuesta. «Mitja, ¿es cierto que en Kiev hay cañones y carros armados?», pregunta Nicolai. Respuesta: «¿No has oído hablar nunca de la “guerra de la información”?».

¿Qué esperabas? La madre de Mitja, Lara, ha sufrido mucho en estos meses. Cree firmemente en la revolución de la Plaza Maidan y es difícil vivir a pocos kilómetros de la guerra en Donetsk y Luhansk. Jarkov se encuentra en la frontera con Rusia. Es terrible no saber por qué los carros armados rusos, al otro lado, están tan cerca de tu casa. Konstantin Sigov, también ucraniano, al acabar la peregrinación, comparará sus propios sentimientos al llanto inconsolable de la Raquel bíblica y estos meses a un viacrucis. Una mañana Lara se encuentra desayunando en la misma mesa con Lena, de Moscú. Charlan. «¿Sabes lo que me ha dicho?», comenta después a una amiga: «¡Estamos las dos a favor de la paz!». Bastaba tomar juntos un café para descubrirlo.
Anjia viene de Minsk, Bielorrusia. Está aquí con su marido Dima y sus tres hijos: Alexandra, Andrey y María, llamada Masha. «Anjia, ¿qué esperabas al venir aquí?». «No mucho, la verdad. Luego ese milagro que creía imposible ha sucedido, en cierto sentido». ¿Milagro? «Nuestro amado metropolita Antony de Surozh decía que el cristianismo es en primer lugar un encuentro. El encuentro del hombre con el hombre y el encuentro de Dios con el hombre. Pero es un encuentro imprevisible, porque no sabes cuándo Dios saldrá al encuentro del hombre, ni cuándo este está dispuesto a recibirle. Aquí el milagro es que todos estamos dispuestos a recibirle». ¿Por qué lo dices? «Por la mirada».
Si hay una mirada desarmante es la de su hija Masha. Una chiquilla de quince años. Una flor delicada, pelirroja y con los ojos azules. Mirada soñadora. Observa todo como si fuera la primera vez. Anjia y Dima lo han notado. En casa no era así. Desde hace meses, se estaba encerrando en sí misma, empezaba a alejarse de sus padres y también de la Iglesia ortodoxa. Aquí en cambio es todo asombro... Incluso la modesta iglesia católica cerca de la Basílica de la Natividad en Belén le parece una maravilla. Y estos amigos de CL... Y estas misas en rito latino... Los cantos nuevos y tan bonitos... La inquietud de los quince años, las ganas de hacer algo distinto... «Masha, mira que no hace falta que te hagas católica. Filonenko es de CL y es ortodoxo. Y también están Tanjia y Misha...», le dice Elena. «¿De verdad?», responde Masha con los ojos que echan chispas de alegría.
En el autobús, camino de Belén, llega la noticia de que rusos, ucranianos y bielorrusos están invitados a un breve encuentro con el patriarca greco ortodoxo de Jerusalén. «¿Y los católicos? ¿No vienen?», preguntan los ortodoxos. «Al menos uno de vosotros, como reflejo objetivo de lo que estamos viviendo juntos…», sugiere Sigov. «La situación no es fácil y no queremos crear un escándalo», explica Nembrini: «Para nosotros es un sacrificio no ir, pero lo hacemos para dejaros más libertad a vosotros, los ortodoxos». «Pero, por lo que está pasando en estos días, soy yo quien quiere quedarse con vosotros», contraataca Filonenko. «No. Os pedimos que nos deis un testimonio de unidad entre vosotros, los ortodoxos», insiste Nembrini: «Una unidad por lo menos suplicada y deseada, más allá de cualquier división de tinte político. La común pertenencia a Cristo, ¿vence o no?». Sigov y Filonenko aceptan el reto, conmovidos.
El viacrucis es un rito que no existe en la tradición ortodoxa. Seguirlo, por primera vez, justo por las callejuelas de la vieja Jerusalén, entre las tiendas y el vaivén de la gente, es un gesto inolvidable para rusos, ucranianos y bielorrusos. Alguien comenta: «Sería bonito hacerlo también en nuestro país...». Jurij, que se había peleado a fondo con los ucranianos, en la asamblea final dice delante de todos: «En situaciones como la que hemos vivido este año, tal como la han descrito tanto Filonenko como Sigov, el hombre empieza por debilidad a comportarse de manera estúpida y hace cosas feas. Por eso quería pedir perdón a mis amigos por los comentarios inoportunos y los errores que he cometido en estos meses».
Con estos pensamientos y muchas imágenes (sin duda la del patriarca Bartolomé que besa en la cabeza al Papa Francisco), el grupo cruza de nuevo las calles de la Ciudad Vieja para volver, ya en plena noche, al Santo Sepulcro y culminar la peregrinación con la Divina Liturgia ortodoxa en el lugar del Calvario. Los ortodoxos participan en el rito, los católicos asisten. Andrey, a quien le gusta observar los detalles, dice en voz baja: «¿Has visto? Aquí no hay iconostasis. Es un rito un tanto latino y un tanto bizantino».


«El cristianismo nace, literalmente, como movimiento. Que el cristianismo naciera como un movimiento de amigos que se encontraban, viviendo una compañía que implicaba a sus familias, es lo mismo que está en la raíz de nuestra idea, de nuestra imagen de cristianismo revitalizado»
Luigi Giussani (Tras las huellas de Cristo)

«Estos días iluminan con una luz nueva el mayor conflicto europeo actual, el que sufre Ucrania»
Konstantin Sigov.

«Tenemos una tarea, la de comprobar que la Unidad que nos genera abre un espacio para la paz»
Jean-François Thiry.

«Uno de los mayores dones para nosotros, los ortodoxos, ha sido recorrer el viacrucis con vosotros»
Alexander Filonenko.

«Puede que haya sido el primer viacrucis “mixto” en Jerusalén en mil años de historia»
Francesco Braschi.

«Lo que ha nacido aquí entre nosotros es para siempre. Y es algo para el mundo entero»
Silvio Cattarina.

«Mi deseo es volver a casa con el corazón más conmovido y capaz de unidad»
Franco Nembrini.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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