El pensamiento musulmán necesita una nueva hermenéutica. Pero nosotros, ¿qué podemos aportar? Responde el padre SHAMIR KHALIL SHAMIR
El islam nace del desierto. «Y el desierto es vida o muerte». Cuando era joven, el padre Shamir Khalil Shamir pasaba las noches del sábado al domingo detrás de las pirámides, solo. Esto ahondó en él el sentido del Misterio, de la presencia de Dios. Y su vocación. Nacido en El Cairo hace 77 años, entró en la orden de los jesuitas a los 17. Gran conocedor del islam, hoy es profesor en la Universidad San José de Beirut y en el Pontificio Instituto Oriental de Roma. «El desierto es una experiencia radical. Es la desnudez total. Solo arena, y las estrellas encima de ti. Estás tú en presencia del Todopoderoso. El islam nació allí, nació desértico. Por eso puede llegar a entenderse el extremismo. Dispuestos a entregar la vida, gratuitamente, al Creador que está sobre nosotros».
El atentado de París contra Charlie Hebdo solo es el drama más “cercano” a nosotros, pero remite a un mal que nos incumbe, que es global, que va de Nigeria a Oriente Medio, a Pakistán… Y a un terrorismo que, con distinta virulencia, ondea la bandera islámica. «El islam está en crisis. Y no puede curarse solo. Tenemos que entender quién puede ayudarlo». Es el planteamiento que el padre Shamir ofrece en el amplio debate actual. A partir de un aspecto, el de la libertad de expresión, que estas semanas se ha consumado entre eslóganes y contraposiciones.
«Hay una laguna, está claro, en una cultura que no acepta la libertad de palabra y pensamiento. En algunos países musulmanes, particularmente en Pakistán, existe un delito castigado con la muerte: la blasfemia. Eso es inadmisible. Pongamos que yo me equivoco de cabo a rabo; tú me corriges, no me matas». La libertad de palabra y pensamiento es fundamental, según la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada el 10 de diciembre de 1948 también en presencia de los países musulmanes. Pero se plantea una pregunta igualmente decisiva: ¿hasta dónde puede llegar la libertad de expresión?
¿Usted qué cree?
Que no es absoluta. La libertad siempre está en relación. Debe respetar a las personas, debe ser veraz. Por tanto, tiene límites. Dicho esto, no hay violencia que se pueda justificar. Estamos hablando de masacres humanas. Pero este tema es importante: la libertad es una exigencia enorme, la libertad de conciencia. La religión también se confronta con ella, porque yo no puedo negar a nadie el derecho de negar a Dios, de negar su existencia; de lo contrario, sería una ideología o una dictadura. ¿Pero cómo conciliar entonces estas dos realidades, la libertad y el respeto al otro y a la verdad? No puede ser más que mediante una confrontación, escrita u oral. La libertad es exigente. También requiere mucho estudio.
¿Puede poner un ejemplo?
En Télé Lumière, la televisión católica internacional que emite desde Beirut, tuve un diálogo de dos horas con un docto imán libanés. Me preguntó si yo reconozco a Mahoma como profeta. Le respondí que no. Y me dijo: «¿Por qué no? Nosotros reconocemos también a Jesús». Respondí: «Es un problema vuestro. Si reconocéis a Jesús como profeta, os hará un gran bien. Pero para nosotros Jesús no es un profeta. Es el Verbo de Dios (kalimat Allah). Y tú no puedes imponerme tu credo. No estamos en el mercado, donde tú puedes decirme: te doy la profecía de Jesús y tú me reconoces la de Mahoma. Estamos reflexionando juntos. Vosotros decís que Mahoma es “el sello de los profetas” (khâtam al-nabiyyîn), que después de él no puede venir otro. Es el que culmina la Revelación y rectifica a la que le precedió. De hecho, decís que el Evangelio está corrupto y que el islam lo corrige. Decís que Cristo anunció a Mahoma como profeta: eso tenéis que demostrarlo. Es falso. Pretendéis que el Espíritu Santo del Evangelio sea equivalente a Mahoma, pero no tenéis ningún argumento». Entonces le sugerí buscar elementos filológicos. Todo esto no quita nada a mi respeto por Mahoma. Al contrario. Expliqué lo que admiro de él, sobre todo haber guiado al hombre a la adoración de Dios, a poner a Dios en el centro de la vida personal y comunitaria. El imán me respondía a cada cuestión, y así –partiendo de una confrontación– pudimos profundizar en nuestros credos y hacer un trecho de camino juntos.
¿Qué relación tiene la violencia que vemos con la religión islámica?
Es una lástima que el islam se presente al mundo como una población primitiva. Sobre todo es malo para los musulmanes. Aparece como un rechazo de todas las grandes conquistas de la humanidad: la libertad, la democracia, el diálogo, el respeto al otro, la igualdad entre hombres y mujeres, entre personas de credos distintos… Hay países musulmanes cuya Constitución pretende que la mujer valga la mitad que el hombre. Dan ganas de decir: ¡esos países están muy atrasados! Sin embargo, son los más ricos del mundo y tienen la posibilidad de ser líderes en sabiduría y progreso. Esto me duele mucho, porque soy árabe y porque los musulmanes son mis hermanos. En Arabia Saudí no hay Constitución, porque pretenden que su Constitución sea el Corán y la sharía. ¿Pero cómo se puede pretender que el Corán sea un texto jurídico y que Dios mismo haya escrito una Constitución? Por tanto, el problema no es el islam, sino los que atribuyen al islam normas que son inaceptables. Hay ciertos principios que están presentes en los libros sagrados, sí. Pero si la Iglesia tuviera que mantener al pie de la letra ciertas afirmaciones de la tradición o del Antiguo Testamento sería irracional, sería una locura.
Entonces, ¿la relación entre islam y terrorismo nace de la interpretación del Corán?
Los terroristas se consideran musulmanes auténticos y no actúan sin la aprobación de un imán letrado que emita una fatwa. Se trata de un apego a la letra del Corán, que prescinde del contexto. No toma en consideración el tiempo, la historia. Cuando una madre explica algo a su niño, no le miente, pero tiene en cuenta el tiempo, su crecimiento, su capacidad para entender ciertas cosas. Así es también Dios. Habla un lenguaje humano. No hay un lenguaje divino, solo hay una capacidad humana para entender lo divino. Nuestra vocación de cristianos, concretamente de cristianos árabes, es ayudar a los musulmanes a repensar su fe de un modo más maduro, sin perder nada de la fe, pero sin materializar a Dios, ni mucho menos la violencia. En este sentido, la clave es la hermenéutica. El problema es que en el islam se ha difundido la fórmula: «La puerta de la ijtihad (interpretación) está cerrada».
¿Quién lo estableció?
Nadie ha podido decir nunca quién fue ni cuándo, pero se ha transmitido. A veces se nombra a Al-Ghazâlî, gran pensador musulmán suní muerto en el año 1111. Pero no hay ninguna prueba. Todo son sospechas y conjeturas, pero se ha extendido la idea de que en el Medievo se dictó este cierre y que “ya es demasiado tarde”. En todas las religiones, el esfuerzo por reinterpretar se debe mantener hasta el final de los tiempos; todas las generaciones releen los textos religiosos y estos se pueden entender de forma distinta. Así sucede con la Biblia. Hay que seguir buscando las explicaciones más adecuadas. Para nosotros esto es así, pero porque nos lo han enseñado. En el islam, no.
¿Cree que esta es la urgencia primera para el islam?
La lectura hermenéutica de un texto sagrado que guía la vida de mil millones y medio de personas es esencial. Todo el esfuerzo de los sabios debería orientarse a comprender esto. Y no a repetir de memoria las palabras de los grandes intérpretes de los primeros siglos.
¿Ve usted cierta autocrítica dentro del mundo musulmán?
Esa es la palabra decisiva: autocrítica. Es un largo camino. El día del atentado, los imanes de París escribieron un buen manifiesto para decir que lo sucedido era inaceptable. Les dije que ya no basta con tomar distancias diciendo que eso no tiene nada que ver con el islam. Los terroristas no se consideran terroristas sino mujahedin, es decir, compañeros de Mahoma que hacen la guerra (la jihad) para defender y difundir el islam. No es gente egoísta que solo piense en ganar dinero: están dispuestos a dar la vida. Pero hasta el horror. Como las niñas kamikaze de diez años adiestradas por Boko Haram. Los voluntarios del Isis son gente mal integrada, que no ha encontrado su lugar en el mundo. Tal vez no sigan a un imán, pero en internet se hacen fanáticos.
El discurso que el presidente egipcio, Abdel Fattah Al Sisi, pronunció en la Universidad de Al-Azhar va en una dirección reformadora.
Es un discurso espléndido y firme en la universidad islámica más famosa del mundo, fundada en el siglo X por los fatimíes. En presencia de un millar de personas y cientos de imanes, dijo: «¡Hace falta una revolución en nuestra religión!». Y estalló un aplauso espontáneo y formidable. Eso es lo que la gente espera y desea, pero ni se atreve ni sabe cómo hacerlo. Probablemente nadie del stablishment sepa cómo hacer esta “revolución intelectual”.
¿Este discurso tendrá incidencia?
Al Sisi no es un pensador, pero tiene una ventaja respecto a todos los pensadores: es el presidente y la universidad es un organismo del Estado. Por tanto, tiene autoridad para orientar a Al-Azhar. Pero lo que puede dar es solo el principio, porque no es un letrado. De hecho, dijo: «Os toca a vosotros, imanes, revolucionar la interpretación del texto. No podemos seguir así». Estoy seguro de que este reclamo influirá, pero hasta qué punto Al-Azhar será capaz de renovarse es la gran pregunta. Si lo consigue, será un gran éxito, porque Egipto es el país árabe más poblado, con 90 millones de habitantes, y por tanto con 80 millones de musulmanes. Cada año decenas de miles de estudiantes (futuros imanes) de todo el mundo musulmán frecuentan Al-Azhar.
El cardenal Tauran ha dicho que «la religión no es el problema, sino parte de la solución». ¿Puede ayudarnos a entenderlo mejor? ¿Cuál es nuestra responsabilidad?
La reforma religiosa en el islam es necesaria y muchos la desean. No todos, pero sí muchos. Sin embargo, no están en condiciones de hacerlo solos, porque el peso de la tradición es demasiado fuerte. El islam está en crisis y la solución para su cura no está en manos de los musulmanes. La que ellos conocen –el retorno al uso de la fuerza física– es errónea. Aunque haga mucho ruido, no les cambiará, ni a ellos ni al mundo. La solución es lo contrario. Y la ayuda solo puede venir de los que aman al islam y a la vez saben discernir, criticar. Es la ayuda de los cristianos. Nosotros podemos reflexionar junto a los musulmanes sobre los orígenes de la fe, la nuestra y la suya. Por ejemplo: ¿cuál es el objetivo del islam? ¿Es político? Entonces, no es una religión. ¿Es religioso?, ¿en qué sentido? Nosotros podemos ayudarles a partir de nuestra experiencia. La Iglesia tuvo sus guerras hasta 1500-1600, contra los herejes, entre católicos y protestantes… Llevamos unos siglos diciendo: este no es el camino. Por eso os lo decimos a vosotros: si queréis, si lo decidís como un bien para vosotros, os ayudamos. Pero si resolvéis los problemas con la violencia, todos os odiarán. Obviamente, también a nosotros nos queda camino por hacer, pero estamos en camino. Hacen falta siglos para realizar una reforma tan profunda, pero hay que dar pasos. El islam aún no ha dado el primero.
¿Nuestra ayuda consiste en ser cristianos de verdad? ¿Expulsar la religión del espacio público contribuye al extremismo?
Sí, nuestra tarea consiste en ser cristianos auténticos. No es el Occidente secularizado el que puede ayudar al islam, porque es tan enemigo del islam como del cristianismo. Otra cosa es lo que Benedicto XVI llamaba «laicidad positiva», muy distinta del laicismo: hay cosas que debe gestionar la sociedad civil, pero hay que tener en cuenta la dimensión espiritual del hombre. Si no, quien dicta las leyes es la “cultura del descarte” de la que habla el Papa Francisco: hay vidas que la tendencia secularista desecharía del todo. Por lo que yo conozco, los únicos que pueden ayudar al islam son los cristianos auténticos. Los que les quieren y están a su lado. Se trata de entrar en su mentalidad y hacer el camino con ellos, como amigos, como hermanos. Es la actitud que hoy vemos en el Papa. Y él no renuncia a nada.
¿En qué sentido?
No renuncia a nada de la fe cristiana ni de sus propias convicciones. No dice: vamos a rebajar posiciones. Dice: debemos ver qué nos diferencia y qué nos une. Se empieza por alguien que está disponible al diálogo y a la colaboración, y luego se amplía el círculo. Este es el camino. No hay otro. Es una amistad exigente. Porque con los derechos humanos no se puede ceder, con el hombre no se puede ceder. Pero sí podemos vivir juntos, caminar juntos.
EL PUNTO
El radicalismo se inspira en el pensamiento wahabita, nacido en Arabia Saudí y difundido en otros países islámicos y en Occidente.
En el mundo árabe el nivel de instrucción sigue siendo muy bajo (en Egipto el 40 % de la población es analfabeta)
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