Carmen y Manolo tienen a sus espaldas un matrimonio religioso. Están divorciados y, hace casi cuatro años, se volvieron a casar civilmente. Esto no les ha llevado a alejarse de la Iglesia, sino todo lo contrario. He aquí cómo la caricia del Nazareno ha entrado en sus vidas
Llamo al timbre. Me recibe Carmen con una sonrisa. Aparece Pedro, su hijo menor, con un brazo escayolado, al lado de un amigo suyo del colegio. Luego, Beatriz su hija, una chica de 21 años. Al rato, me saluda también Antonio, un sobrino que vive con ellos, luego Rocío y finalmente Gonzalo, que pronto se casará para formar una nueva familia. En un breve momento he conocido a cuatro de los seis hijos del primer matrimonio de Carmen.
En seguida sale Manolo a recibirme y nos sentamos a cenar. Manolo es padre de tres hijos ya casados y ahora de cuatro más con los que vive, junto a su mujer, Carmen. Ciertamente la mesa delata una familia numerosa, unas relaciones cotidianas vivaces y una multitud de encuentros familiares que empiezan a burbujear en la conversación. Junto a un tinto, delicioso, que produce el padre de mi anfitriona.
Varias sorpresas. Ambos, Carmen y Manolo, tienen a sus espaldas un matrimonio religioso y una ruptura dolorosa. Están divorciados y, hace casi cuatro años, se volvieron a casar civilmente. Me sorprende que los dos cuentan su historia sin quedar atrapados en el pasado, sin perderse en detalles, sin acusar a su antiguo cónyuge o buscar culpables de cualquier clase. El dolor les ha llevado a buscar lo esencial. A expresar con la mirada ese silencio necesario para buscar las trazas del designio bueno y misterioso de Dios en sus vidas.
Lo segundo que me sorprende es que el abandono y la ruptura de su matrimonio anterior no les ha llevado a alejarse de la Iglesia, sino todo lo contrario, a buscar lo que creían conocer al cabo de muchos, muchos años, de una participación seria y responsable en una realidad eclesial. De esos largos años les queda una formación catequética e intelectual que muchos les envidiamos sinceramente.
Pero a raíz de la prueba, del dolor y de la oscuridad, cada uno de ellos decidió dejar ese ámbito eclesial, porque en su situación les resultaba insuficiente frente a su necesidad existencial. Gracias a esos años, se quedaron en la Iglesia pero empezaron a buscar a tientas lo que anhelaban. Entonces, Carmen se fijó en el testimonio de una amiga «con quien se hablaba de Cristo como de un contemporáneo, como de alguien que está en tu vida. Era algo que me desconcertaba y me provocaba». Manolo, por su parte, empezó a buscar en los libros y en la filosofía alguna huella de lo que necesitaba para seguir viviendo. Le urgía ir más al fondo, aunque no supiera bien cómo hacerlo. Era una cuestión vital.
De la boca de los niños…Y un día, estando en la playa, el Señor quiso «sacar de la boca de los niños su alabanza contra sus enemigos», contra la duda, la confusión y la desconfianza de algunos intentos de búsqueda fallidos. Dos niñas rubias escuchan a un hombre y una mujer que rezan juntos el Rosario, en el porche de su casa en el Cabo de Gata. «Mamá, ¿y nosotros?». Nace así una cercanía entre las dos familias y cuaja una familiaridad que Otro iba tejiendo desde hace tiempo. Desde que Carmen se quedara con la boca abierta ante el espectáculo de la libertad de Cristina, su compañera de trabajo, en la radio. Ambas eran cristianas, pero parecían haber conocido a Jesucristo en países e idiomas distintos. Manolo, por su parte, llegaba a ese Rosario buscando una verdadera compañía para su vida y su situación actual.
A la vuelta de esas vacaciones, Carmen y Manolo empiezan a acudir con Cristina al encuentro semanal de la Escuela de comunidad. Y esto les ha cambiado la vida. «Ciertamente el primer paso fue el sentirnos acogidos, amados, no rechazados por nuestra situación irregular, pero sin duda lo que no tiene precio es lo que encontramos allí: la propuesta y la ayuda para hacer un camino personal de fe. Sí, porque cuando tocas fondo no te bastan los consejos, los discursos sobre las consecuencias de tus actos, o la doctrina que, por otra parte, ya conocemos; sino que necesitas descubrir lo que creías saber, tu fe, la raíz viva de todo lo demás. Y en eso estamos», explica Manolo. «Cuando llega el día de la Escuela, nos levantamos felices, expectantes, porque nos sorprende siempre el planteamiento, porque vemos que no estamos solos, porque todos allí necesitan lo mismo que nosotros, y porque experimentamos una gran correspondencia con lo que se nos propone. Luego, durante la semana, lo ponemos a prueba en nuestra familia, con nuestros hijos y sus amigos que pululan por casa», añade Carmen.
Un giro radical. Un punto de no retorno en su camino fue escuchar a Benedicto XVI en el Encuentro mundial de las familias en Milán. Todavía se emocionan al recordarlo, como si estuvieran oyéndolo por primera vez: «Los divorciados vueltos a casar, a pesar de su situación, siguen perteneciendo a la Iglesia… Su sufrimiento no es solo un tormento físico y psicológico, sino que también es un sufrir en la comunidad de la Iglesia por los grandes valores de nuestra fe. Pienso que su sufrimiento, si se acepta de verdad interiormente, es un don para la Iglesia. Deben saber que precisamente de esa manera sirven a la Iglesia, están en el corazón de la Iglesia». ¿Quién puede hablar así, sino el mismo que habló por las calles de Palestina? De hecho, se queda grabado en su memoria, para siempre.
Más tarde, llegó el abrazo repetido del Papa Francisco: «Jesús no vino por los justos, ya que se justifican por ellos mismos, sino por nosotros, los pecadores. No es fácil abandonarse a la misericordia de Dios porque es una infinitud incomprensible, pero debemos hacerlo. El Señor no se cansa de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de pedirle perdón. Pidámosle perdón. Él no se cansa de perdonar».
Una caricia del Nazareno. Mientras tanto, van descubriendo qué significa pertenecer a una compañía donde te sientes acogido y ayudado a asumir tu situación como un bien para andar cada uno el propio camino de fe. Con el corazón lleno de gratitud, Carmen y Manolo escriben una carta al Papa en noviembre de 2013. Le cuentan su situación, le dicen que siguen a la Iglesia perteneciendo a Comunión y Liberación, que tienen nueve hijos y cinco nietos. Le agradecían su preocupación por todos los que viven su mismo sufrimiento y lo aceptan «como un don para la Iglesia». Ahora que no pueden comulgar, van descubriendo el valor de la Eucaristía con una profundidad insospechada. Escribirla fue un gran bien para ellos y no necesitaban tener confirmación de que el Papa Francisco la había recibido.
Pero el pasado mes de febrero, una tarde se presentó por sorpresa en su domicilio un sacerdote: «Vengo de parte del señor Cardenal. El Papa le pidió que os llevara su abrazo, os dijera que ha leído vuestra carta y quiere que sintáis que os acompaña». Solo las lágrimas, que brotaron copiosas de sus ojos junto con una sonrisa, pueden expresar bien lo que este gesto ha supuesto para los dos. Fue la experiencia de la misericordia divina. «¿Quién soy yo, Señor, para que vengas a visitarme a mi casa, yo que estoy en pecado?», después de dos mil años, la voz de Carmen refleja un encuentro evangélico, igual que entonces. Es la misma voz ante la misma Presencia.
De la esperanza, la purificación. Cuando participan en la Eucaristía, Carmen y Manolo se quedan mirando a Cristo sacramentado y le ofrecen su vida. Pero han aprendido que con el Bautismo se han incorporado a Él, que son suyos, porque una experiencia humana se lo ha mostrado. Así Manolo ha descubierto algo insospechado: «La compañía que nos rodea, la comunidad cristiana, ¡es el mismo Cuerpo de Cristo!» que nace de la Eucaristía. En la Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis, Benedicto XVI abordó la relación entre Eucaristía e indisolubilidad del matrimonio en estos términos: «Puesto que la Eucaristía expresa el amor irreversible de Dios en Cristo por su Iglesia, se entiende por qué ella requiere, en relación con el sacramento del Matrimonio, esa indisolubilidad a la que aspira todo verdadero amor».
Todo verdadero amor aspira a la indisolubilidad, ¡pero qué misterio tan grande es la verdad del amor! «Para mí es muchísimo más satisfactorio compartir con Carmen la educación de los hijos, resolver un problema que puede plantearse, experimentar una vida común, que otros aspectos de la vida matrimonial. Antes, cuando vivía un matrimonio sacramental, no entendía el concepto de nupcialidad que escuché por primera vez del cardenal Angelo Scola; ahora voy entendiendo lo que dice san Pablo acerca de la nupcialidad de Cristo con la Iglesia. Es paradójico, pero cierto, y para eso la compañía de Carmen es la clave», añade Manolo. Siguiendo el carisma, Carmen y Manolo caminan hoy juntos, a trompicones a veces, pero como niños con zapatos nuevos. No quieren menos, no quieren detenerse hasta aprender la verdad del amor. Le pido a Dios, yo que soy Memores Domini, que me permita caminar con ellos, porque yo tampoco puedo vivir sin «andar en la verdad», que diría Teresa de Jesús. Eso sí, la verdad del amor.
Ese amor virginal que se asoma en Benedicto, en Francisco, en Ángel que acaba de perder a su mujer, Leo, en tantas personas que nos rodean y alumbran, discretamente, el camino de todos. Porque antes está la Belleza, después el sacrificio. Y la experiencia humana a la luz de la fe nos descubre el sentido luminoso del sacrificio necesario para amar. Así es: «Quien pone su esperanza en Él, se purifica como Él, es puro».
“PAPA FRANCISCO”
Algunas palabras pronunciadas al concluir
el Sínodo Extraordinario de los Obispos sobre la Familia del pasado mes de octubre.
La tarea del Papa es aquella de garantizar la unidad de la Iglesia; es aquella de recordar a los fieles su deber de seguir fielmente el Evangelio de Cristo; es aquella de recordar a los pastores que su primer deber es nutrir la grey que el Señor les ha confiado y de salir a buscar –con paternidad y misericordia y sin falsos miedos– la oveja perdida. (…) El Papa en este contexto es el garante de la obediencia, de la conformidad de la Iglesia a la voluntad de Dios, al Evangelio de Cristo y al Tradición de la Iglesia. (…)
Ahora todavía tenemos un año para madurar con verdadero discernimiento espiritual las ideas propuestas y encontrar soluciones concretas a las tantas dificultades e innumerables desafíos que las familias deben afrontar; para dar respuesta a tantos desánimos que circundan y sofocan a las familias, un año para trabajar sobre la Relatio Synodi que es el resumen fiel y claro de todo lo que fue dicho y discutido en esta aula y en los círculos menores.
“BENEDICTO XVI”
En el Encuentro Mundial de las familias celebrado en Milán en junio de 2012, se planteó una pregunta acerca de qué palabras y signos de esperanza podemos ofrecer a las personas divorciadas que se vuelven a casar. Reproducimos aquí su respuesta.
En realidad, este problema de los divorciados y vueltos a casar es una de las grandes penas de la Iglesia de hoy. Y no tenemos recetas sencillas. El sufrimiento es grande y podemos sólo animar a las parroquias, a cada uno individualmente, a que ayuden a estas personas a soportar el dolor de este divorcio. Diría que, naturalmente, sería muy importante la prevención, es decir, que se profundizara desde el inicio del enamoramiento hasta llegar a una decisión profunda, madura; y también el acompañamiento durante el matrimonio, para que las familias nunca estén solas sino que estén realmente acompañadas en su camino. Y luego, por lo que se refiere a estas personas, debemos decir que la Iglesia les ama, y ellos deben ver y sentir este amor. Me parece una gran tarea de una parroquia, de una comunidad católica, el hacer realmente lo posible para que sientan que son amados, aceptados, que no están «fuera» aunque no puedan recibir la absolución y la Eucaristía: deben ver que aun así viven plenamente en la Iglesia. A lo mejor, si no es posible la absolución en la Confesión, es muy importante sin embargo un contacto permanente con un sacerdote, con un director espiritual, para que puedan ver que son acompañados, guiados. Además, es muy valioso que sientan que la Eucaristía es verdadera y participada si realmente entran en comunión con el Cuerpo de Cristo. Aun sin la recepción «corporal» del sacramento, podemos estar espiritualmente unidos a Cristo en su Cuerpo. Y hacer entender que esto es importante. Que encuentren realmente la posibilidad de vivir una vida de fe, con la Palabra de Dios, con la comunión de la Iglesia y puedan ver que su sufrimiento es un don para la Iglesia, porque sirve así a todos para defender también la estabilidad del amor, del matrimonio; y que este sufrimiento no es sólo un tormento físico y psicológico, sino que también es un sufrir en la comunidad de la Iglesia por los grandes valores de nuestra fe. Pienso que su sufrimiento, si se acepta de verdad interiormente, es un don para la Iglesia. Deben saber que precisamente de esa manera sirven a la Iglesia, están en el corazón de la Iglesia.
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