Muchos se han quedado perplejos, dentro y fuera del aula, pero el debate sobre los retos pastorales que plantea la familia es un work in progress que seguirá por lo menos hasta finales de 2015. El padre ANTONIO SPADARO, director de La Civiltà Cattolica, señala la verdadera novedad que ha marcado los trabajos del Sínodo. Y la impronta que ha querido darle el Papa
Parresía. Es decir: «Hablar claro, expresar lo que se piensa». No era exactamente una de las palabras del vocabulario más utilizadas antes. Sin embargo, esta palabra que el Papa Francisco ha pronunciado en su mensaje al comienzo del Sínodo para la familia, ante los 191 padres sinodales reunidos en Roma, ha ido progresivamente cobrando cuerpo. De esos quince días de debate, más que los contenidos (por otra parte mucho más amplios que la comunión a los divorciados o la apertura a los gay, que centraron la atención de los medios, y destinados a ser un work in progress por lo menos hasta el Sínodo de 2015 sobre el mismo tema) ha llamado la atención el método. Un debate muy abierto, tanto que ha causado alguna perplejidad en muchos observadores y quizás en algunos participantes. Se ha puesto de manifiesto una perspectiva que se refiere al método.
«Creo que la dinámica del Sínodo no se limita a esos días, más bien imprime un ritmo de movimiento a la Iglesia en general», alega el padre Antonio Spadaro, jesuita, director de La Civiltà Cattolica, autor de la famosa entrevista al Papa que se publicó en agosto de 2013 en el mundo entero, y miembro del Sínodo «por nombramiento pontificio». «Allí, de alguna manera, se ha abierto un camino».
¿En qué sentido?
El Papa quería que cada uno se expresara libremente y que a la vez «escuchara con humildad». Lo pidió expresamente al comienzo de los trabajos y el Sínodo respondió a esta llamada. El primer fruto de este Sínodo es haber mostrado que la Iglesia dialoga abiertamente, expresa pareceres diferentes, sin la obligación de aparecer como un monolito, ni de clausurar sus encuentros con un apresurado balance. Desde el punto de vista de los contenidos, los textos –las intervenciones, las relaciones, las síntesis de los círculos menores– constituyen las etapas de un camino que acaba de empezar. Pero el método ha sido significativo.
Sin embargo muchos se han quedado perplejos…
Probablemente ni la Iglesia ni la prensa estaban preparados para esta forma de proceder. Naturalmente, me parecen legítimas todas las reacciones. Lo único en lo que tendría mucha cautela es en confundir la libertad de expresión con la confusión, como escribió alguien. Esto supone una visión de la Iglesia como un monolito, rígido. Algo muy distinto de lo que encontramos reflejado en los Hechos de los Apóstoles, capítulo 15, con apóstoles y ancianos enfrentados en el Concilio de Jerusalén… la dimensión del diálogo y de la confrontación ha caracterizado siempre a la Iglesia. Es muy arriesgado reducir la libertad de expresión a “confusión”.
¿Por qué, entonces, este debate genera resistencias o incluso temores, como si fuera algo preocupante?
Se teme que, de alguna manera, peligre la doctrina. En realidad, el Sínodo no la ha puesto en discusión en ningún momento. En cambio, ha habido una inclinación positiva a considerar los retos que la Iglesia está llamada a asumir. Si se aceptan estos retos, nos damos cuenta de que no basta simplemente repetir la verdad. Hace falta aclarar de qué manera la realidad actual nos solicita a anunciar el Evangelio respecto a las formas, al lenguaje, a la actitud… La resistencia nace del temor ante un posible menoscabo de la doctrina, lo cual acaba dando una imagen de Iglesia como de una fortaleza asediada. Se trata de una respuesta defensiva, no de una apertura segura a partir de la fe. Desde este punto de vista, el Sínodo ha sido casi un Concilio, tanto por esta libertad de expresión como porque, hablando de la familia y de sus problemas, han aflorado visiones y modelos distintos de Iglesia.
En el Meeting de Rímini, usted utilizó también la imagen del faro y de la antorcha.
Cierto. La antorcha ofrece la imagen de una Iglesia que sabe llevar la luz del Evangelio allí donde viven los hombres. El faro proyecta su luz indicando dónde está el puerto, pero no puede moverse. Si la humanidad, por razones distintas, se aleja, la luz del faro no puede alcanzarla. Sé que esta imagen ha creado problemas en algunas personas. Me han llegado muchas críticas y preguntas. Pero es muy interesante, porque muestra cómo el modelo de Iglesia expresado por el Concilio, por ejemplo en la Gaudium et spes, globalmente, no ha calado todavía. Queda la imagen de la Dei Filius, del Vaticano I: un estandarte con un solidísimo fundamento.
La clásica polarización “conservadores–progresistas” que los medios han enarbolado otra vez, ¿refleja lo que ha pasado de verdad?
Diría que no. Lo que se ha puesto de manifiesto, en todo caso, es la diferencia entre quien tiene un corazón de pastor y se mide con la vida de la gente, y quien está más ligado a las ideas, a las formulaciones. No necesariamente la oposición entre un bando u otro. Lo que marca la diferencia es tener una actitud de pastor, no tanto el ser conservador o progresista.
En uno de sus libros, don Giussani observa que, al ser una realidad viva, la Iglesia toma conciencia de sí caminando en el tiempo, en la historia. Lo mismo que le pasa a cualquier persona. Por tanto, no puede sustraerse a la fatiga de un trabajo para una búsqueda evolutiva. ¿No cree que el Sínodo, en cierto sentido, ha mostrado esta realidad?
También uno de los padres sinodales ha utilizado palabras parecidas. Dijo más o menos: nuestra tarea es custodiar la doctrina de la fe y el patrimonio recibido, pero la pregunta es si de verdad ya lo hemos entendido todo… Creo que el mismo Papa, cuando cita a san Vicente de Lérins en la entrevista a La Civiltà Cattolica («El mismo dogma de la religión cristiana debe someterse a estas leyes. Progresa, consolidándose con los años, desarrollándose con el tiempo, haciéndose más profundo con la edad»), insiste en este punto. Es una dimensión que forma parte de la vida eclesial. Al igual que Cristo, la Iglesia vive la lógica de la Encarnación y, por lo tanto, se comprende mejor a sí misma caminando a lo largo de la historia.
De no ser así, perdería de alguna manera su dimensión humana.
Si pensamos en evangelizar prescindiendo del diálogo con la humanidad concreta del hombre, dentro y fuera de la Iglesia, corremos el riesgo de reducir el Evangelio a una ideología. Mire, la dimensión conciliar aflorada en este Sínodo concierne a la relación entre la Iglesia y el mundo, la historia. La cuestión es que, si Dios está actuando en todo el mundo, la Iglesia está llamada a tener una mirada positiva, capaz de captar las señales de Su presencia actuante. Una presencia que no es siempre plena, total; que normalmente se manifiesta con gradualidad. Pero solo una mirada abierta nos permite reconocerla allí donde acontece y, por lo tanto, dialogar con todos los hombres. De esto se ha hablado mucho.
Se trata de temas presentes claramente ya en la Evangelii Gaudium, el “documento programático” de Francisco. Por cómo le conoce y le ha visto en estos días, ¿piensa que el Papa está contento con este Sínodo?
El Papa no tiene una idea preconcebida y está muy atento a lo que sucede. Le vi muy sereno. No es verdad lo que han escrito algunos medios, hablando de un Pontífice tenso, preocupado. Él vive esta dinámica registrando todo lo que emerge de positivo, pero viendo también las tentaciones, que ha señalado en su discurso final. Creo que está satisfecho porque se vivió plenamente el camino sinodal. Pero es un recorrido que acaba de empezar…
¿Puede cambiar algo este Sínodo en el modo en que el mundo y los fieles miran al Papa?
El Papa es, de hecho, un líder mundial. Me llamó mucho la atención una expresión de Omar Abboud, un amigo suyo musulmán, que le acompañó en su viaje a Oriente Medio. Observando que hoy el mundo necesita un líder global, con una influencia moral buena sobre las personas, decía que no se ven muchos líderes así, excepto Francisco. Hablaba como musulmán. El Papa es una figura con la que el mundo se mide, percibiendo su autoridad moral. Pero no se trata de una cuestión de imagen. Como tampoco se refiere exclusivamente al Papa, sino a la Iglesia entera.
¿Por qué?
En sus discursos sinodales el Papa, de alguna manera, se ha reinterpretado a sí mismo. Se ha referido dos o tres veces al ministerio petrino, confirmando la autoridad de Pedro como aquel que garantiza el camino, pero en un contexto que legitima totalmente la libertad de expresión. Él se concibe como la piedra, pero no como un muro, una presa que bloquea las desviaciones; sino como la roca firme, segura, que permite a todas las personas hablar libremente, precisamente porque está él, como garante de la adhesión a la verdad del Evangelio. Pone el fundamento de la libertad de expresión dentro de la Iglesia en su autoridad propia, que es la de ser el garante de la ortodoxia de la fe.
En resumen, lo opuesto de lo que le acusan algunos, es decir, de correr el riesgo de ceder…
Exacto. Y lo hace también para evitar que otros se autoproclamen o se acrediten por sí mismos como garantes de la doctrina.
Pero han aparecido poco en el aula algunos de los temas que le apremian. El valor del testimonio, por ejemplo. O la prioridad del kerygma, del anuncio, sobre las consecuencias éticas. Creo entender que se habló más de ética que de lo que viene antes.
Vamos a ver. En primer lugar, el Sínodo se centraba en «los retos pastorales». Su objetivo no era consolidar a la familia, cosa que habrá que hacer. No era el anuncio del kerygma de la familia, que se abordará en el Sínodo ordinario. La asamblea tenía un cometido específico: evidenciar los retos pastorales de la Iglesia actual. No tenemos que sentirnos obligados todas las veces a repetirlo todo, empezando por Adán y Eva. En esta ocasión se debían identificar los retos. Además, decir que no se habló del Evangelio de la familia no es cierto, porque también hubo varias alusiones al respecto.
¿Por qué no se han publicado todavía los textos de las intervenciones? Resulta extraño.
Mire, en un primer momento, me pareció una decisión negativa. Luego, cambié opinión viendo ciertas consecuencias positivas. En primer lugar, se ha dado espacio a la dinámica del Sínodo, que es el conjunto de lo que pasó allí y no la suma de las intervenciones. En segundo lugar, los padres se han sentido libres para rectificar el texto hasta el último momento. Y una cierta confidencialidad era necesaria, por lo menos mientras durara el debate. En resumen, se favoreció la discusión interna y a la vez el que los padres pudieran hablar afuera, en entrevistas, blogs, etc.
Con el resultado de que mucho se comentó fuera del aula, dando en algunos casos la impresión de una división profunda…
Sí, hubo riesgos. Pero en lugar de permitir que los periodistas hicieran sus equilibrismos sobre esta o aquella palabra leída en la síntesis de una intervención, les hemos provocado a plantear preguntas, a explicar, a contextualizar. Al final, en la balanza los pros y los contras indican que ha sido una dinámica virtuosa.
¿Pero todas estas discusiones fuera del aula han influido en lo que pasaba dentro?
En mi opinión, no. El debate interno ha sido muy sereno. No se ha polarizado en ninguna persona singular. Los medios no son neutrales, es obvio. El Sínodo ha reflexionado sobre lo que ha pasado. Algunos se han inquietado, otros se han maravillado positivamente, pero no ha habido un sínodo de los medios y un sínodo real. Solo ha habido uno, que prosigue.
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