La comunidad catalana se encuentra en una encrucijada social confusa y radical. La presión mediática, el enfrentamiento, la tentación de pensar que la libertad dependa del poder y de la política... Pero lo que está en juego es el reto de verificar la fe como un conocimiento pertinente a esta realidad
El 11 de septiembre es la diada de Cataluña. Hasta hace poco más de dos años era una fiesta popular en la que salían a la calle decenas de miles de personas y en la que se podía encontrar un abanico de posiciones, desde los que salían a celebrar su condición de catalanes, sin más, a través de las diferentes expresiones culturares y folklóricas (estas eran las manifestaciones populares más numerosas) hasta los que aprovechaban ese día para revindicar posiciones independentistas.
Sin embargo, algo cambió en 2012. Las dimensiones de la concentración ciudadana de ese 11-S se multiplicaron, tanto en la participación como en la unidad de la reivindicación. Entre 600.000 y 1.500.000 personas, en función de las fuentes, recorrieron pacíficamente la ciudad condal sosteniendo “senyeras” y “esteladas”, con una cabecera de manifestación en la que se leía: «Cataluña, nuevo Estado de Europa». Se trataba de una más que exitosa convocatoria de la Asamblea Nacional Catalana (ANC) que desde la sociedad civil aglutina las instancias nacionalistas.
Un giro radical. En dicha ocasión, muchos nos dimos cuenta de que algo en la voluntad de los habitantes de Cataluña había dado un giro radical. Los catalanes, hasta esos momentos calificados como posibilistas, dialogantes y prudentes practicantes del “seny”, habían cambiado de sentir y de estrategia con respecto a su relación con España. Un nada despreciable porcentaje de manifestantes querían dejar de ser la locomotora de España constituyendo su propio Estado. Este era el nuevo mensaje independentista: «España nos frena y nos lastra a la hora de abordar la definitiva modernización de nuestra nación».
Cambio de mentalidad. Así estalló la batalla mediática que todavía continúa. Argumentos económicos, políticos, sociales, culturales, judiciales, europeos, internacionales, se han sucedido en uno y otro bando, mostrando cómo existían buenas razones tanto para la secesión como para la permanencia. Se apreciaba y se sigue apreciando una aparentemente insalvable intraducibilidad de las posturas rivales. La misma palabra “democracia” muestra su intrínseca condición paradójica. Mientras los unionistas destacan constantemente el «principio de legalidad» y apelan a la Constitución y a la «soberanía de todos los españoles», los secesionistas acentúan la importancia de la «voluntad del pueblo» y de su «expresión libre» mediante «las urnas» y el «voto» de los catalanes. Todo está sujeto a las preferencias a las que uno atienda, cosa que tantas veces depende más del sentimiento y de la emoción que de los análisis, incapaces de recoger y enjuiciar las múltiples perspectivas y posibilidades ateniéndose a la realidad. La actitud ideológica campa a sus anchas en ambos bandos.
La población de Cataluña no ha dejado de expresarse desde entonces. Las posteriores elecciones autonómicas de 2012 dieron como resultado un parlamento más escorado a la izquierda, tanto en el lado unionista como en el independentista. ERC duplicó sus escaños, convirtiéndose en la segunda fuerza política más votada detrás de CIU, la coalición catalanista tradicionalmente conservadora que en ese momento se mostraba abiertamente partidaria de un referéndum donde los habitantes de Cataluña expresasen «democráticamente» su voluntad.
Pese a las afirmaciones de los unionistas, según las cuales el movimiento político independentista iba a mostrar un patrón de conducta similar al del suflé –subiendo mucho al principio para después caer estrepitosamente, como las emociones–, las cosas no han sucedido así. Las llamas del secesionismo y del independentismo siguen vivas y vigorosas. Lo han demostrado las sucesivas concentraciones en las dos diadas posteriores (en 2013 y 2014), donde la cifra de participación y el entusiasmo no han menguado. Este último año, más de un millón de personas han salido a la calle para interpretar la coreografía orquestada por la ANC y la asociación Òmnium Cultural, apoyada económica, política y mediáticamente por la administración catalana.
Mientras esto sucedía, la voz pública del unionismo se ha concentrado: en los medios de comunicación de ámbito nacional; en el Partido Popular; en el PSOE, que está debilitado por varias debacles electorales; en Ciutadans, en continuo crecimiento gracias a los casos de corrupción; en algunas asociaciones transversales como Societat Civil Catalana y en colectivos de intelectuales que suscriben manifiestos como el de “Libres e iguales”, con el escritor peruano Vargas Llosa como cabeza de lista. Desde todas estas instancias se ha aludido a una «mayoría silenciosa» de catalanes que supuestamente no querría la independencia. Sin embargo, ese colectivo permanece mayoritariamente en el anonimato.
El contencioso sigue vigente. Los últimos movimientos en el tablero han sido: la elaboración y aprobación a nivel autonómico de una Ley de consultas para dar cobertura legal al referéndum por la secesión e independencia de Cataluña; la convocatoria de este por parte del Presidente de la Generalitat, Artur Mas; la impugnación de dicha ley por parte del Gobierno de España ante el Tribunal Constitucional; la suspensión de esta por parte del Alto Tribunal y la posterior transformación de dicho referéndum en lo que el Gobierno de la Generalitat ha decidido llamar consulta popular no referendaria sobre el futuro político de Cataluña. Una vez producida no tendrá otra validez que la mediática y social, pero permitirá mantener las espadas en alto antes de las elecciones autonómicas, muy probablemente anticipadas y plebiscitarias, no se sabe todavía si con lista conjunta por parte de las fuerzas políticas independentistas o no.
Ante esta situación, la mayor parte de los obispos catalanes ha guardado un prudente silencio, conscientes de la emotividad reinante y de la polarización de las opiniones, prefiriendo mostrar un abrazo incondicional. Sin embargo, los obispos de Solsona y de Gerona, a través de cartas dominicales y de algún sermón, han llamado a la participación, primero en lo que iba a ser el referéndum y después en la consulta referendaria.
Provocados a seguir. Dentro de la comunidad de CL en Cataluña se ha constatado la dificultad que supone la polarización de opiniones al respecto, incluso dentro de los grupos de amigos. Muchas veces por la tristeza provocada por la incapacidad para hablar abiertamente de estos temas con aquellos que opinan distinto de nosotros. Como si esas cuestiones políticas perteneciesen al intocable territorio de nuestra más irracional intimidad. Como si la fe no fuese un conocimiento pertinente en ese recodo secreto de nuestra vida. Como si fuese de mala educación juzgar racionalmente determinados particulares ligados a la democrática diversidad de opciones.
La provocación de este evidente malestar nos ha impulsado a tomar en serio el juicio de Julián Carrón, con ocasión de las elecciones europeas, y el magisterio del Papa Francisco. Giussani escribe en su libro Educar es un riesgo: «El seguimiento es el deseo de revivir la experiencia de la persona que te ha provocado y te provoca con su presencia en la vida de la comunidad». Teníamos delante, pues, una oportunidad para verificar la pertinencia de la fe a nuestra situación personal y social. Aceptando este reto, se convocaron en Barcelona y Sant Hipòlit de Voltregà, sendos encuentros en torno al tema de la posible secesión catalana, a partir del texto de Julián Carrón Europa 2014. ¿Es posible un nuevo inicio?
En una reciente visita a Madrid, el Grupo Obras, que reúne a los promotores de obras sociales nacidas en el ámbito de CL, le pidió a Ferrán Riera que hiciese una síntesis personal del trabajo realizado en nuestras comunidades. A continuación recogemos buena parte de sus juicios al respecto.
Redescubrir el fundamento. En primer lugar, Ferrán observaba que también en nuestro día a día social y político se comprueba ese «derrumbarse de la civilización cristiana» señalado por Carrón. Esto se pone de manifiesto en «el vaciarse de contenido de las palabras y la consiguiente incomunicabilidad en la que nos hallamos, que se visualiza en cómo, en nombre de las mismas palabras, se defienden posturas antitéticas y también en la evidencia de que “ya no hay evidencias”; las grandes convicciones, separadas como están de su origen, ya no sirven para que nos pongamos de acuerdo… Todo ello nos pone en una situación en que lo que urge no es recuperar estas evidencias y convicciones comunes (tarea imposible); lo que urge es recuperar la “evidencia del fundamento” de esas convicciones para poder afrontar la cuestión de los llamados “nuevos derechos”».
Porque, con el tiempo, se vio que este argumento estaba en la superficie de la ola, en cuya profundidad se advierte que el deseo de independencia y de “libertad”, de que «seamos capaces de hacer algo nuevo y bueno», etc. no está en otro plano diferente al de los “nuevos derechos” y la nueva legislación que está naciendo en el mundo occidental.
Posteriormente desgranó algunas conclusiones extraídas del encuentro de la comunidad en Sant Hipòlit de Voltregà. En primer lugar, señaló que la dificultad de entrar a juzgar la secesión catalana desde los juicios de Carrón es evidente y se debe a que toca un tema muy emotivo, arraigado en los propios sentimientos. Por eso: «También entre nosotros descubrimos “convicciones” y “verdades” que tendrían que servir, pero que ya no nos sirven para ponernos de acuerdo. Es decir, también nosotros participamos de ese haber separado las convicciones de su origen». En su opinión, «la amenaza más preocupante hoy en día en Cataluña es la pérdida de libertad. También en el resto de España y en todo el mundo occidental. Pero aquí vivimos de forma cada vez más preocupante una dificultad creciente para poder pensar diferente, vestir diferente, manifestarse diferente, decir diferente…».
Abrirse al otro. Ante semejante panorama, resulta imprescindible verificar en primera persona si «otro, incluso el enemigo, el del bando opuesto, es un bien, y si la realidad, tal y como es, se puede amar, como nos indicó el Papa en su mensaje al Meeting de Rímini». Solo partiendo de la propia experiencia es posible abrirse a otro. ¿De qué manera? Poniendo «esta experiencia al alcance del conocimiento de todos». «Querer ponernos de acuerdo nace de un deseo justo de unidad. Pero pueden darse momentos históricos como el actual en que solo es posible recuperar esa “tensión por ponerse de acuerdo” compartiendo una experiencia humana que resulta novedosa, original, y que por ello permite ponernos juntos en camino», explicó Ferrán. Terminó citando una conversación telefónica con un amigo que le había dicho: «Yo ya sé que lo que Julián dice en su artículo publicado en La Repubblica el pasado 22 de septiembre es cierto. Tengo experiencia de ello en mi comunidad, en la que estoy caminando, partiendo de un mismo punto y deseo, al lado de quien en estos momentos quiere la independencia, de quien no sabe muy bien qué quiere, de quien se pone la camiseta de la selección española y no es bien recibido en el pueblo, de quien no quiere ponerse la camiseta para no escandalizar, etc.». «En ese sentido –afirmaba Ferrán–, para mí es un espectáculo, fuente de alegría y de paciencia con nosotros mismos y con la historia, vernos caminar juntos siguiendo a quien nos guía». Sí, porque en juego no está solo una opinable cuestión de opción política, sino la misma verificación de la pertinencia de la fe a nuestra vida, personal, social y política, en nuestra querida Cataluña.
Testimonio
«NUESTRA LEALTAD, CON CRISTO»
Laia Sallés Vilaseca conoció el movimiento en la Universidad de Barcelona. Ha dedicado algunos de sus años de estudio a investigar en el ámbito de la historia medieval. Y ha querido compartir con nosotros su camino personal siguiendo la guía del movimiento, en el marco del momento histórico que atraviesa Cataluña
Mi encuentro con el movimiento fue a los 21 años. Antes no conocía a nadie que, siendo su lengua materna el catalán, hablase con sus amigos solo en castellano, ni gente que habiendo nacido en Cataluña, no hablara catalán. Esto no entraba en mi esquema de posibilidades porque no lo había visto nunca. Cuando mi esquema estalló, me encontré como mínimo desconcertada o, más exactamente, a disgusto con la realidad. ¡Qué bien que la realidad exista! Entiendo perfectamente que alguien asista con disgusto a la situación política de Cataluña pero, gracias a Dios, no solamente el otro existe, sino que es un bien. Es un bien que continuamente el Señor me rompa ideas preconcebidas, proyectos, imaginaciones, sueños que en verdad reducen mi horizonte. Es un bien porque me obliga a fiarme continuamente de Él, no solo cuando lo veo claro (no solo cuando ya ha detenido la tempestad, también cuando estaba durmiendo en la barca).
A raíz del encuentro con CL y de la ruptura de mis esquemas, empezó a haber realmente algo que me interesaba del otro. En este caso concreto, clarísimamente, pues estos “otros” eran las personas del movimiento, a las que debo mi relación con Cristo, es decir, todo. De este interés nacen el conocimiento y el amor, en ambos sentidos de la relación. Yo amo España porque vosotros sois españoles, amo el castellano porque vosotros lo habláis, amo Madrid porque mis amigos viven allí… Y esto me abre absolutamente y me hace conocer más y querer más. Me he puesto a hablar español para poderos hablar, y a cantar cantos españoles porque así vivo en comunión con vosotros. Es sencillo, rematadamente sencillo. No pide nada, solo un poco de obediencia para seguir (porque, como podéis imaginar, el primer día que hablé español me avergoncé de mi modo de hablarlo), y entender que este seguimiento corresponde a mi propia vocación cristiana. Es sencillísimo, en serio. Y de ello ha nacido amor, no solo en mí, también en mis amigos castellanos para con el catalán y todo aquello que tan ajeno les era. Ahora no les es ajeno porque me pertenece, por lo que pueden quererlo como reflejo sencillo de su amor por mí. Este mismo camino, en cualquiera de sus dos sentidos, está ahí para quien lo quiera seguir. No como estrategia, sino como regalo para entender, conocer y amar.
Entiendo que se argumente a favor de preservar la unidad de España y en contra de la independencia catalana, por los argumentos históricos, económicos, sociales y humanos que queráis, pero por encima de todo lo que está en juego es la fe en Jesucristo. Porque sin duda una Cataluña por inventar estará incluso más secularizada que ahora. Nuestra lealtad no está con España ni con Cataluña, sino con Cristo. Siguiendo esto, para mí hay algo más importante en nuestra responsabilidad para con la sociedad catalana, independentista o no. Pase lo que pase el 9 de noviembre, lo que está ocurriendo es terreno desconocido hasta ahora. Normalmente lo que nos es desconocido queremos clasificarlo, amoldarlo a nuestro esquema o defendernos de ello. Si esto lo aplicamos nosotros, ¡qué no harán los demás, que pueden no tener ningún atisbo de la positividad de lo que es la realidad! ¿Nos hacemos cargo de la confusión que se puede generar en todos, de la pérdida de las evidencias, del miedo que puede sentir alguien a quien se le propone “inventar” la nueva Cataluña o del desconcierto de los que dan por sentado que serán, al fin, independientes?
Entramos en un momento de la historia donde la confusión puede dominar la vida de nuestra gente y hacerles perder el “centro”, la atención a lo que realmente es importante y esencial en su vida, y sustituirlo por la urgencia de tomar partido en el debate ideológico. Es necesaria, imprescindible, una presencia que les testimonie este centro y les desvele su propio deseo, el alcance real de su deseo. Una presencia que no tenga miedo de sus corazones, al contrario, que los ame apasionadamente, que no tenga miedo a intentar entenderles. Dice Giussani y anota Carrón: «Esta originalidad de tu vida la encuentras cuando te das cuenta de que tienes dentro de ti [¡atención!] algo que está en todos los hombres [lo más desconcertante es que lo que es más personal es algo que comparto con cada hombre], que te permite verdaderamente hablar con cualquiera, que te hace no ser ajeno a ningún hombre» (Ejercicios de la Fraternidad 2014, p. 60).
Podremos ser una presencia original para los demás solo si primero echamos raíces nosotros, si nos enraizamos en Aquel que nos da todo: «El deseo y la capacidad de abrazar al mundo nacen y se mantienen en el encuentro (misterioso pero real) con Cristo, que una y otra vez me aferra y dilata la medida de mi corazón» (Ibid., p. 63). Todo nos empuja a mirar cada vez más el corazón del otro como un amigo, y esto no se hace sin una casa. Por una gracia inmerecida, tenemos por delante una propuesta increíble, un camino por recorrer que no pide nada más «que el deseo de recorrerlo, porque se nos da todo lo que necesitamos para recorrerlo». Tenemos un camino por recorrer, no un plan de voto o un programa para convencer a los catalanes. No puede ser que nos echemos atrás porque es un método demasiado lento, que toca los corazones uno por uno, y nosotros necesitamos ir rápido porque los demás son mayoría, como si el Señor se hubiese equivocado en las proporciones de su Iglesia.
Somos hermanos en esta tensión por comprender, por abrazar al otro, también por abrazarnos en nuestras diferencias, por acompañarnos en nuestras fragilidades. No necesitamos una Cataluña uniforme, porque tampoco nosotros somos uniformes y el Señor nos hace vivir en comunión segundo a segundo. Es una oportunidad de verificación enorme para nosotros, mirarnos y descubrirnos hermanos, para dilatar esta unidad hacia afuera.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón