El doctorado en Física (con una tesis secuestrada por la CIA) y la vocación adulta. El tour con Wojtyla y el diálogo con Fidel Castro. Pero también el “papamóvil” en el Meeting, la canción de Cielito lindo en un congreso... y la amistad con don Giussani, que cambió su vida y la del movimiento en EEUU. El recuerdo, escrito por un amigo, de un hombre «que se parecía a Chesterton». Alguien que para muchos fue ante todo un padre.
Conocí a Lorenzo Albacete en 1996 en Washington. Me habían hablado de él como un intelectual que podría ayudar en el camino de CL en EEUU. Después de dejar que le explicara brevemente qué era CL, con su habitual deje irónico y socarrón me dijo: «¡Pero si yo soy del movimiento! El problema es que aquí nadie me considera como tal...». Así comenzó una de las más grandes amistades de mi vida, con un hombre capaz de hacerme sentir a gusto por su simpatía, su cordialidad, su cercanía sencilla a pesar de que era y es uno de los protagonistas absolutos de la Iglesia americana contemporánea.
Lorenzo nació en San Juan, en la isla de Puerto Rico. Su vida no se caracterizó al principio por la vocación religiosa sino por la ciencia. Era un prometedor y joven físico que estaba a punto de conseguir el prestigioso título de doctorado PhD cuando la CIA secuestró su tesis porque contenía secretos militares de interés nacional. Lo que para cualquier hombre superficial habría sido un mero impedimento, para él se convirtió en un signo a partir del cual replantearse su vida. Empezó a percibir que la ciencia no podía responder completamente a su deseo de conocimiento.
Nació en él una vocación adulta que le llevó a ordenarse sacerdote. Fue un teólogo conocido en numerosos círculos intelectuales, inmediatamente reconocido por sus intervenciones y sus textos en toda la Iglesia americana.
Viaje a Washington. Fue profesor en el Instituto Juan Pablo II de Washington y consejero especial para los asuntos hispanos en la Conferencia Episcopal de Estados Unidos; gran amigo del futuro cardenal Sean O’Malley y de muchos obispos americanos. Conoció al cardenal Karol Wojtyla a mediados de los años setenta, cuando le confiaron la tarea de guiarle por Washington con ocasión de un encuentro sobre la familia en el que ambos participaban. Experiencias todas ellas de las que nunca se enorgullecía pero que hicieron de él un siempre humilde buscador de una fe personal, también cuando en 1998, con motivo de la visita de Juan Pablo II a Cuba, a Fidel Castro le llamó mucho la atención el diálogo que tuvo con él sobre la defensa de lo humano como fundamento de la fe. Albacete le regaló el libro de don Giussani El sentido religioso.
Dios en el Ritz. Lorenzo nunca dejará de verse a sí mismo como un pobrecillo del Evangelio necesitado de ser salvado por un Padre amoroso. Don Giussani le conquista por esa estima y simpatía que comparten por la libertad de todo hombre y por su consideración hacia la angustia existencial del hombre moderno, presente casi diariamente en la nación de las barras y las estrellas. Para ambos, ni las corrientes subjetivistas por las que se pierde el protestantismo americano, ni la impostación asentada en normas y organización del catolicismo “neogótico”, enemigo de la modernidad, están a la altura necesaria para responder al drama humano. Eso sin tener en cuenta que Lorenzo está lleno de defectos intolerables para el puritanismo norteamericano: fuma, bebe, come mucho... Algo sobre lo que nunca dejaría de bromear.
Necesitamos verdaderamente a alguien que todos los días se muestre como un hombre libre en el lugar donde vive, aunque sea un hotel de cinco estrellas, como sugiere en su estupendo libro Dios en el Ritz (Ed. Herder). El encuentro con don Giussani fue lo más valioso para Lorenzo, hasta el punto de que una vez pidió retrasar una cita con el Papa Wojtyla, porque Giussani le había citado para el mismo día. Su diálogo privado y público con don Giussani se convirtió en el eje a partir del cual se desarrollaría su vida de allí en adelante, dando lugar a una fecundidad asombrosa. Por su notable nivel científico, a mediados de los noventa fue nombrado rector de la Pontificia Universidad de Ponce en Puerto Rico, pero pronto presentó su renuncia. Con su estilo habitual, prefirió dejarlo en lugar de pelear para imponer su línea a personas que la rechazaban.
Padre e hijos. De esta etapa queda el don del nacimiento de CL en Puerto Rico. Monseñor Albacete vuelve a Nueva York donde, como guía espiritual de CL, se dedica a tiempo completo al movimiento, presentando los libros de don Giussani por todos los EEUU, predicando Ejercicios espirituales, reuniéndose con laicos, sacerdotes, obispos y profesores. Sostenido por su amistad con Julián Carrón, nunca dejó de confesar y ayudar a todos. Gracias a él, muchos quedaron fascinados por el carisma de CL.
Incluso el mundo más alejado de la fe y aparentemente más desinteresado quería dialogar con él, que escribía en el New York Times Magazine, el New Yorker, el New Republic, colaboraba en CNN, Pbs, Tv Mother Angelica, y parecía ser de la casa en los salones laicos de la ciudad que nunca duerme. Fue promotor del New York Encounter, de los encuentros culturales de Crossroads y participó varias veces en el Meeting de Rímini. Se parecía mucho, en su aspecto físico y en su porte, al gran Chesterton. Al igual que el famoso escritor, tampoco perdió nunca esa sonrisa de quien sabe que un Padre amoroso espera siempre a sus hijos con los brazos abiertos. ¿Quién no le recuerda cuando, entrando en el auditorio del Meeting de Rímini en un coche eléctrico, se puso a imitar al Papa en el papamóvil bendiciendo con la mano? ¿Quién puede contener aún hoy una sonrisa pensando en el congreso de teología en México donde, después de pronunciar su lectio magistralis, pidió permiso para cantar Cielito lindo porque a los seis años, delante de sus padres en una ceremonia pública del colegio, no había sido capaz de terminarla?
Fried chicken. Mucho hemos aprendido de Lorenzo, sobre todo el valor de la invocación: «Veni per Mariam». La presencia de Cristo donada a través de la carne de la Virgen María y no generada por nuestro pensamiento, como se pretende demasiado a menudo y no solo en Estados Unidos. Su visión del mundo estaba profundamente ligada a la realidad, era sumamente concreta. Miraba, tocaba, olía... El infinito para él era siempre la trama de lo finito. Dios era un dato real de la experiencia, nunca una intuición de la mente. Tenía que ver con el fried chicken y con las plumas estilográficas, que le apasionaban. Este sentido suyo de la coincidencia entre el misterio y los detalles concretos de la realidad quizás sea lo que muchos conservamos como lo más querido que hemos recibido de él.
Incluso en los últimos años, cuando la enfermedad y la necesidad de hacerse cargo de su hermano limitaron su movilidad, su figura siguió inspirando la inteligencia y el corazón de amigos, cercanos y lejanos. «He vivido una vida hermosa», dijo pocos días antes de dejarnos: «Siempre he seguido a Cristo. Viviré hasta que Él quiera».
«La fe como inteligencia de la realidad»
Queridos amigos:
La vida de monseñor Albacete se cumple hoy delante del rostro bueno del Misterio que hace todas las cosas y florece en la alegría que siempre veíamos en él. El encuentro con don Giussani transformó de tal modo su vida que le llevó a desear servir al movimiento en Estados Unidos, dando testimonio de él en la dramática frontera del diálogo entre la fe y una modernidad en busca de significado. Es un diálogo que él buscó con cualquier persona, desafiando al mundo intelectual americano con la única arma del testimonio de un hombre aferrado y transformado por Cristo en su razón y su libertad.
Por eso valen para nuestro queridísimo Lorenzo las palabras del papa Francisco en la Evangelii gaudium: «Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por proselitismo sino “por atracción”». Y sin duda alguna, su atractivo era tal que se hacía amigo de todo aquel que conocía, porque mostraba la belleza y la utilidad de la fe para afrontar las exigencias de la vida.
Con su trabajo infatigable nos ha mostrado que la fe puede llegar a ser «inteligencia de la realidad», con una capacidad de reconocer y de abrazar a todos sin equívocos o ambigüedades, por amor a la verdad que hay en cualquier persona. Y con su sufrimiento nos ha recordado que no hay circunstancia, por muy dolorosa o difícil que sea, que pueda impedir el diálogo cotidiano del “yo” con el Misterio.
Pidamos a don Giussani, que ahora lo recibe como amigo para siempre, que obtenga para él la paz, signo de una vida que descansa en la eternidad. Y a la Virgen, a la que monseñor Albacete reconocía como la que le había hecho conocer a don Giussani, que le haga partícipe de la sonrisa del Eterno.
Pidamos todos y cada uno de nosotros poder vivir a la altura de su testimonio, para recoger su herencia en el seguimiento del movimiento dentro de la Iglesia.
Julián Carrón
Milán, 24 de octubre de 2014
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