«Hablaré con gratitud de estos 38 años de matrimonio». Ryadh viene de Iraq y, con su mujer, Sanaa, interviene junto a otras once parejas en la Asamblea de los Obispos que empezó el 5 de octubre. ¿Por qué? Para testimoniar la belleza de la vida cristiana y la certeza de fe que la sostiene, también allí donde hay guerra, los amigos huyen y avanza el frente del terrosismo islámico
En un momento dado, las aguas del Tigris, el gran río que atraviesa Bagdad, se curvan para formar un amplio recodo que abraza una lengua de tierra llamada Karrada. Se trata de uno de los barrios de gente bien de la capital. Aquí está la sede de la universidad, proyectada en los años cincuenta por el arquitecto de la Bauhaus Walter Gropius. Es una zona que siempre se ha considerado modelo de convivencia entre cristianos y musulmanes. Al menos hasta que el azote de la guerra y del fundamentalismo se abatieron sobre la ciudad. Aquí viven Ryadh y Sanaa de Azzo, uno de los doce matrimonios invitados a intervenir en el Sínodo extraordinario sobre la familia. Con ellos estarán los señores As Zamberline de Brasil, los Botolo Kisanga del Congo y los Campos de Filipinas. Así como los Conway de Sudáfrica, los Gatsinga de Ruanda y los Heinzen de EEUU. En el fondo los padres sinodales hablarán de argumentos que hacen referencia sobre todo a ellos, a las familias. Y ellos aportarán testimonios, historias, vidas y rostros.
El camino de la belleza. Los Azzo, por ejemplo, llevarán allí sus 38 años de matrimonio. Dos hijos y dos nietos. Una vida normal, en los años más terribles para su país. La suya es una historia común, de gestos cotidianos plasmados por una fe sencilla y sincera. Al verles y al oírles hablar se queda uno con la impresión de que forman una buena pareja. Y, como indica también el Instrumentum laboris de este Sínodo, es precisamente la vía pulchritudinis, la vía de la belleza, el camino maestro para la pastoral familiar. Para la Evangelii Gaudium este es «el camino del testimonio cargado del atractivo de la familia vivida a la luz del Evangelio».
«Nos conocimos hace 44 años en los años de universidad», cuenta Ryadh: «Yo estudiaba ingeniería mecánica y Sanaa, farmacia». Eran días maravillosos en Bagdad; los estudiantes se encontraban en las fiestas, pasaban las tardes en los parques, iban a la parroquia o a la mezquita. Los chicos crecían juntos y la explosión del fundamentalismo islámico ni se sospechaba. «Fuimos novios durante dos años y en 1975 nos casamos. Primero nació Nayce, después llegó Zyan».
La vida en Karrada. «Fueron años preciosos, aunque difíciles», cuenta Sanaa: «Ryadh combatió en la guerra con Irán, mientras yo me quedaba mucho tiempo sola en casa con los niños. Sin embargo, nuestro matrimonio creció gracias a la fe y a la vida de la parroquia».
Durante los años 80 y 90 viven como cristianos en Karrada, en un ambiente cordial formado por amigos, familias y compañeros en su mayoría musulmanes. Ryadh y Sanaa recuerdan los tiempos en que era normal recibir la invitación de los amigos para celebrar las fiestas musulmanas. Era normal recibir las felicitaciones de los vecinos musulmanes por Navidad y por Pascua. «Ciertamente, hay diferencias en las costumbres y en el modo de vivir –continúa–, pero son amigos. Ha habido siempre una estima recíproca». Ahora ya no es así, no tanto porque la división sectaria haya roto las amistades («hemos tenido siempre relaciones con gente moderada», dicen), sino porque la mayor parte de los amigos hace tiempo que ya no están. Muchos de ellos, también los musulmanes, han huido al extranjero.
Pero, ¿de qué diferencias habla Sanaa? ¿De qué modo de vivir? Con el paso de los años va emergiendo con claridad una diferencia: Ryadh y Sanaa siguen queriéndose. «El hecho de que para nosotros nuestro vínculo sea para siempre es un testimonio para los musulmanes», explica ella: «Para ellos existe el divorcio, su religión lo contempla. Y en estos años he visto que nuestro amor ha sido importante para nosotros, sí, pero también para ellos. Nos han mirado y han visto algo que, en el fondo, deseaban también ellos».
«Han podido ver la entrega y el sacrificio recíproco», explica Ryadh: «La fidelidad del uno al otro. Vivir, como dice la Biblia, como un solo cuerpo y una sola alma. Incluso aquí, tantas veces, en las familias predominan los deseos individualistas. Pero el matrimonio cristiano nos lleva a vivir de manera distinta. Y la gente se da cuenta perfectamente».
El padre Albert Hisham es el joven párroco de la catedral caldea de San José, la iglesia que los Azzo frecuentan desde hace muchos años. Llegó hace poco más de seis meses y se dio cuenta enseguida de que este matrimonio es una presencia. «Lo son sobre todo para las familias pobres a las que visitan y ayudan», explica el padre Albert: «No tienen reparo en estar cerca de quienes pasan hambre o han perdido un hijo o un pariente. Es realmente gente de fe». Cuando le pregunto a Sanaa qué dirá en Roma, responde con sencillez: «Hablaré con gratitud de estos 38 años de matrimonio. Diré que lo que nos sostiene como familia es nuestro amor y que lo que sostiene nuestro amor es la fe». Luego, añade: «Sabemos bien que hemos contribuido a la vida de nuestro país. A través de nuestro trabajo, criando a nuestros hijos, educándoles, viviendo la amistad con los demás. También por este motivo queremos quedarnos».
Una vida sencilla, nada ostentosa. Una sonrisa que te atiende detrás del mostrador de la farmacia o la seriedad y la honestidad en el puesto de trabajo. Parece poco, pero los musulmanes reconocen que los cristianos gozan de la virtud de ser sinceros. «Si tienen necesidad de alguien de quien fiarse llaman a uno de nosotros», sonríe Ryadh. «También la confianza recíproca que existe entre las parejas cristianas es con frecuencia envidiada por los musulmanes», apostilla Sanaa.
«Seguimos aquí». Ser marido o mujer, padre y madre, en una ciudad como Bagdad, ha significado también vivir bajo los bombardeos de la Primera Guerra del Golfo y en el caos tras la caída de Sadam Hussein. «De joven podía ir a cualquier parte de la ciudad sin miedo», explica Sanaa: «Hoy tengo que estar atenta a cómo me visto y no puedo acudir a algunos barrios sin arriesgar mi vida». En el espejo de su automóvil sigue colgando todavía un rosario. Es un pequeño testimonio que dice: «Seguimos aquí». Porque el reto actual para los habitantes de Bagdad es quedarse. Y no es casualidad que el patriarcado caldeo haya adaptado el edificio del seminario (hoy trasladado por seguridad a Erbil, en el Kurdistán) convirtiéndolo en unos apartamentos para jóvenes parejas. «En nuestra parroquia se celebraron once matrimonios en 2013. Hace quince años se celebraban más de cien al año», explica Ryadh: «Y no es solo porque la gente ya se ha ido. Los jóvenes de hoy buscan primero una oportunidad de trabajo en el extranjero y solo después se plantean formar una familia».
«También Zyad, nuestro hijo, ha tenido que escapar», cuenta Sanaa: «En 2007, en Bagdad empezaron a producirse raptos frecuentes. Él es médico y los islamistas buscaban sobre todo profesionales con experiencia. Estábamos realmente asustados».
Ryadh ha trabajado durante 28 años para el Gobierno. Actualmente, es director de una empresa de construcción con miles de empleados. Las divisiones sectarias en el país, sobre todo entre sunitas y chiítas, crean muchas tensiones también en el lugar de trabajo: «Hoy tengo que estar muy atento a las decisiones que tomo. Cuando trabajaba para el Estado estaba mucho más tutelado. Hoy cualquier empleado podría amenazarme y pedir a los miembros de su facción que le hagan “justicia”. Y es que ahora son estas facciones quienes controlan el país y no el Gobierno. Hoy puedes estar jugándote la vida solo por aplicar las reglas de tu empresa. Yo no puedo apelar a la protección de este o aquel partido, porque todos los partidos son islámicos». ¿Qué es lo que te ayuda a afrontar esta tensión cotidiana? «Rezo todos los días con mi mujer, vuelvo a leer la Biblia para encontrar valor. Y me gusta repetirme las palabras del Salmo 121: “Él guarda tus entradas y salidas ahora y por siempre”».
A la espera de llegar a Roma, Sanaa está leyendo el Instrumentum Laboris. «El documento habla mucho de la crisis de la familia, de las dificultades de quien ve cómo se hunde su matrimonio. En Oriente Medio los problemas de la familia están menos ligados a este fenómeno. Tal vez aquí nos preparamos mejor para el matrimonio y elegimos mejor a nuestro compañero. También se ahonda más en el valor del sacramento. Veremos qué sale de la discusión del Sínodo, pero creo entender que el desafío es encontrar una manera de incluir mejor en la vida de la Iglesia a los separados y divorciados».
Pero mientras se prepara para el Sínodo, piensa en lo que está ocurriendo en el norte de Iraq. Piensa en dos parejas de Mosul con las que estuvo en 2012 en el Encuentro Mundial de las Familias en Milán. En la parroquia recogen material de primera necesidad y dinero para repartir en los campos de refugiados de Kurdistán, con el fin de hacerles sentir la proximidad de los cristianos. Lo que está sucediendo no puede no condicionar su juicio sobre el tema del sínodo. «Hoy, entre nosotros, lo que divide a la familia es la guerra. Con frecuencia quien deja el país es el marido; y la mujer y los hijos se quedan aquí. No creo que la familia deba estar separada, sobre todo si los niños son pequeños».
Un mensaje. El recuerdo de Sanaa se traslada a los años de la espera de Ryadh, cuando estaba sola en Bagdad con los pequeños Nayce y Zyan. Pero también a muchos otros momentos de dificultad, miedo y dolor. En septiembre hubo otros atentados terroristas en Bagdad, en un barrio cerca de Karrada. Pero para Sanaa «lo que más nos ayuda es nuestro amor y nuestra fe. Yo sé que en cualquier momento podemos contar con nuestro Señor. Es como si Dios nos quisiera decir algo. Tal vez nos prepare un futuro mejor, quién sabe. Tal vez tenga que pasar todavía mucho tiempo. Pero yo intento aprender hoy, crecer. Mientras tanto, procuro tener los ojos bien abiertos».
«También en la pastoral familiar se siente la necesidad de recorrer la vía pulchritudinis, o sea, el camino del testimonio cargado de atractivo de la familia vivida a la luz del Evangelio. Se trata de mostrar también en la vida familiar que “creer en Él y seguirlo no es sólo algo verdadero y justo, sino también bello, capaz de colmar la vida de un nuevo resplandor y de un gozo profundo, aun en medio de las pruebas”»
(del Instrumentum laboris del Sínodo)
ENTREVISTA A JULIÁN CARRÓN
«Cerca de las heridas del hombre»
Publicada en el diario Avvenire del 2 de octubre
Hace algunos días, en la apertura del curso social de Comunión y Liberación en Milán, delante de diecinueve mil personas, y con otras treinta y cuatro mil conectadas por videoconferencia desde muchas ciudades de Italia, ha invitado a las comunidades de Comunión y Liberación a rezar «para que el próximo Sínodo de los obispos pueda hacer crecer en todos la conciencia del carácter sagrado e inviolable de la familia y de su belleza en el proyecto de Dios». Y a unirse a la oración convocada para el sábado en la plaza de San Pedro y en distintas ciudades. Julián Carrón, presidente de la Fraternidad de CL, ve en la asamblea que se abrirá en algunos días en el Vaticano una gran ocasión para «volver a lo esencial, a la novedad que el cristianismo ha traído al mundo para ofrecer a cada uno una vida humanamente más conveniente».
¿Qué hay en la raíz de la crisis del matrimonio y de la familia?
Nos hallamos ante una crisis que es ante todo de naturaleza antropológica. Antes incluso que un problema de relación entre el hombre y la mujer, está la forma con la que cada persona responde a la pregunta antigua y siempre nueva: ¿quién soy yo? Cuando existe confusión acerca del “yo”, incluso los vínculos se vuelven problemáticos. En una relación amorosa auténtica, el otro es vivido como un bien tan grande que es percibido como algo divino. Por eso Leopardi escribía «rayo divino pareció a mi mente tu belleza, mujer». La mujer despierta en el hombre un deseo de plenitud, pero al mismo tiempo se encuentra ante la imposibilidad de cumplir dicho deseo; suscita una espera a la que no consigue dar respuesta. Remite a algo más grande para lo que cada persona está hecha. Pavese lo captó de manera genial: «Lo que un hombre busca en los placeres es un infinito, y nadie renunciaría nunca a la esperanza de conseguir esta infinitud». El otro no puede cumplir la promesa que ha encendido, y esto genera insatisfacción y desilusión. Estamos hechos para algo más grande que el otro, y si no nos damos cuenta de ello, las dificultades que nacen dentro de una relación pueden llegar a ser sofocantes. Para esto ha venido Cristo, como respuesta auténtica a esta incapacidad del hombre para satisfacer el deseo del otro.
Ideales como la indisolubilidad del matrimonio y un amor que dure “para siempre” parecen pertenecer a otra época. ¿Cómo pueden volver a ser algo experimentable?
No se trata únicamente de un problema actual. Hace dos mil años, cuando Jesús dijo: «No es lícito separar lo que Dios ha unido», los discípulos respondieron: «Entonces no conviene casarse». Por eso no deben sorprendernos las dificultades de ahora: también entonces pensaban que ciertas cosas eran humanamente imposibles. Cristo ha venido precisamente para hacer posible lo que es imposible para el hombre. Por eso, fuera de la experiencia cristiana, se percibe la indisolubilidad del matrimonio o el amor “para siempre”, que de por sí son deseables para dos personas que se amen, como algo que de hecho no es posible. La Iglesia, ya en el Concilio Vaticano I, decía que «los preceptos de la ley natural no son percibidos por todos con claridad e inmediatez; en la situación actual, el hombre pecador necesita la gracia y la revelación para que las verdades religiosas y morales puedan ser conocidas por todos y sin dificultad, con certeza firme y sin mezcla alguna de error».
Muchas personas llegan al matrimonio sin una conciencia adecuada de lo que van a hacer. ¿Cómo ayudarlas?
Cuantos se dirigen a la Iglesia, a veces incluso de manera confusa e incluso contradictoria, lo hacen porque reconocen la necesidad que tienen, porque se dan cuenta de que solos no son capaces. El problema es la respuesta que se les ofrece. Es necesario ayudarles a ser cada vez más conscientes de lo que han recibido por tradición o por costumbre social. La Iglesia debe demostrar que existe una posibilidad de estar juntos de forma humanamente conveniente, que existe un lugar en donde pueden encontrar una respuesta a las dificultades con las que se encontrarán y que les sostiene en el camino de la madurez. Benedicto XVI decía: «Partiendo de la atracción inicial, educaos en “querer” al otro, en “querer el bien del otro”». Las familias deben encontrar en la comunidad eclesial una ayuda en esta educación.
¿Cree usted que esto sucede en la Iglesia?
Existen muchos lugares y experiencias en donde las personas son acompañadas y sostenidas, y en donde experimentan que es posible lo que aparece como impopular o humanamente imposible. El papa Francisco nos enseña que no es suficiente con repetir fórmulas justas, sino que hay que estar cerca de las heridas del hombre, sin importar en qué condición se encuentra, en qué periferia existencial se halla. Debemos abrazar a las personas con las que nos encontramos, en virtud del abrazo que nosotros hemos recibido de Cristo.
En el Sínodo se someterán a examen los desafíos que llegan de una sociedad cada vez más secularizada: formas de convivencia distintas del matrimonio, uniones homosexuales, cambios de sexo y muchos otros. Los medios de comunicación no dejan de agitar el enfrentamiento entre progresistas y conservadores en la Iglesia. ¿Qué criterio usar para juzgar y actuar según el Evangelio?
El punto de partida es comprender que detrás de muchas reivindicaciones se esconden exigencias profundamente humanas: la necesidad afectiva, el deseo de maternidad, la búsqueda de la propia identidad. Es necesario responder en este nivel. Es necesario realizar un trabajo educativo para ayudar a las personas a captar la naturaleza profunda de las exigencias que perciben, y a comprender que las recetas que se proponen son inadecuadas para responder a lo que está en la raíz de esas exigencias. Don Giussani decía que «la solución de los problemas que la vida plantea cada día no llega afrontando directamente los problemas sino profundizando en la naturaleza del sujeto que los afronta». Y esto va más allá del conservadurismo o progresismo en la Iglesia. La samaritana había tratado de responder a su sed de felicidad cambiando seis veces de marido, pero la sed permanecía, hasta tal punto que cuando conoció a Jesús en el pozo le pidió de “esa agua” con la que ya no tendría más sed. Los cristianos pueden testimoniar a las muchas samaritanas de hoy la plenitud que Cristo ha traído a la vida.
En el debate que ha precedido al Sínodo ha vuelto a surgir la dialéctica entre los que, citando al Papa, piden ante todo emplear la misericordia, y los que ponen de manifiesto la necesidad de salvaguardar la verdad. ¿Qué piensa usted sobre esto?
En la Evangelii Gaudium el Papa Francisco escribe que «no podemos dar por supuesto que nuestros interlocutores conocen el trasfondo completo de lo que decimos o que pueden conectar nuestro discurso con el núcleo esencial del Evangelio que le otorga sentido, belleza y atractivo». Por eso el Papa insiste en que es necesario encontrar «formas y modos» nuevos «para comunicar con un lenguaje comprensible la perenne novedad del cristianismo». En el fondo, es lo mismo que hizo Jesús con Zaqueo: su mirada de misericordia despertó en aquel hombre el deseo de verdad, hasta tal punto que se convirtió. Por eso es equivocado contraponer misericordia y verdad.
Giorgio Paolucci
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