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Huellas N.9, Octubre 2014

PRIMER PLANO

Augusto Del Noce nos ayuda a comprender la posición de la Iglesia

Alessandro Banfi

¿De dónde nace la democracia como persuasión? Nace del rechazo de la violencia. Lo cual, para el filósofo católico, implica una tarea

En la discusión actual sobre la guerra justa y sobre la necesidad de la paz se citan, con razón, a los Papas, a partir de aquel clarísimo «masacre inútil», proclamado frente a al mundo entero por Benedicto XV en 1917. Útil en cambio puede ser retomar el pensamiento de un intelectual católico cuyo recorrido, entre las dos guerras mundiales del siglo pasado, resulta muy interesante, Augusto del Noce.
En los últimos años de su vida (falleció hace 25 años, en diciembre de 1989) Del Noce amaba recordar que su férrea no violencia tenía su origen también en la relación con el filósofo y poeta Aldo Capitini («la amistad con el pacifista Capitini tuvo una profunda influencia en mí», dirá en una ocasión).
En los así llamados años de consenso al Duce, el filósofo turinés –consciente de que «el fascismo fue un reino universal de la fuerza, la elevación de la violencia a un puro valor»– encuentra en el hegelismo encarnado por el régimen, esa misma raíz maniquea que más tarde le desilusionará profundamente también en la Resistencia antifascista. Dirá en 1979: «Sufrí de manera lacerante esta oposición entre ética y violencia entre los años 1930 y 1940». Escribiendo a Norberto Bobbio en 1989 recordará como «desde nuestra primera juventud tuvimos una común aversión hacia el dominio de la fuerza; incluso hacia una fuerza que se presentara como un medio para obtener un bien mayor, cosa que por otra parte nunca se logra». Y, a propósito de la lucha antifascista explicará en una entrevista-testamento que: «Yo había asociado de tal modo la idea de antifascismo a la de no violencia que me parecía que la Resistencia, tal como la habían planteado los comunistas, traicionaba el espíritu más verdadero del antifascismo. Fue como una traición a lo que había sido para mí un enamoramiento».
Pero esta desilusión fue muy fecunda. Porque de ella nacieron la concepción de la democracia como persuasión y no violencia, y la distinción fundamental entre democracia totalitaria y democracia liberal. Tras leer a Maritain, Del Noce descubrió el orgullo de un antifascismo católico y encontró en Alcide De Gasperi su concreto punto de referencia político. En la publicación Il Popolo Nuovo, en 1945, escribió: «El valor último al que el régimen democrático está ordenado no es la ventaja material de la nación o de la clase, sino la idea de la no violencia (o de la persuasión)». Es un pasaje clave. Para los católicos supone la sugerencia de una dimensión no clerical de la política, no mesiánica, moderada y no violenta en su sentido más amplio. A través de Rosmini –explica Massimo Borghesi en Augusto Del Noce. La legitimmazione critica del moderno (Marietti, 2011)– «Del Noce llega a sostener que la posición religiosa no convierte a la democracia en evangélica, sino que la conduce a su apertura, a ser auténticamente liberal». Y, también en 1945, dirá: «La función liberal le compete hoy al cristianismo».
El rechazo de la violencia y de la idea obsesiva (hegeliana) del “enemigo” marcan su interpretación de la historia, y no únicamente en lo que se refiere al fascismo. Su análisis penetrante del sistema soviético (del cual profetizó la autodestrucción en Il suicidio della rivoluzione, Nino Aragno Editore, 2004), el juicio sobre el 68 y también sobre el nuevo poder «neo-liberal» de los años setenta –que Pasolini denunció, encontrando en Del Noce tal vez al único intelectual italiano que estuvo completamente de acuerdo con él–, se alimentan precisamente de este método filosófico. Que, por otro lado, es ese «pensar desde la fe» que nunca abandonó a lo largo de su vida. Tal vez convenga releerlo para comprender mejor lo que dice la Iglesia también hoy sobre la guerra.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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