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Huellas N.9, Octubre 2014

PRIMER PLANO

«Reconstruyamos Siria, aprendiendo del padre Frans»

L.F.

El jesuita Ziad Hilal cuenta cómo se vive en Homs: «Los bombardeos cambian muchas cosas pero no tocan lo esencial de la fe»

«Al principio, ese chico no entendía por qué ayudábamos también a los musulmanes. Estaba lleno de odio porque había tenido que huir de su casa. Luego, al cabo de dos semanas trabajando con nosotros, cambió. Ahora tampoco él distingue entre ayudar a cristianos o a musulmanes». Padre Ziad Hilal, director del Jesuit Refegee Service (JRS) en Homs, Siria, testimonia uno de los muchos signos de esperanza que se asoman en medio del drama terrible de la guerra. Porque la paz no se construye solo en el Palacio de Cristal o en el G20, sino también y sobre todo en los lugares donde las bombas caen de verdad. «Aquí la guerra ha generado una tensión sectaria entre cristianos y musulmanes que antes no había», explica el jesuita: «Por eso reunimos a los niños, para que jueguen juntos; así también los adultos pueden volver a encontrarse».
Hoy la ciudad vieja de Homs no está bajo el control de los rebeldes, pero en algunos barrios se sigue combatiendo. Faltan comida, medicinas, ropa para el invierno. Desde luego a Padre Hilal no le falta trabajo. Basta pensar en los once centros de apoyo psicológico donde juegan centenares de chicos; en las tres casas de acogida que albergan a 65 niños con discapacidad mental; en el punto de distribución de las ayudas humanitarias, que atiende a 3.000 familias de la ciudad y otras tantas de la región. Un conjunto de obras imponente, que Padre Hilal ilustró en el Meeting de Rímini y que en los últimos meses ha dado un giro. Un cambio de método a raíz de la muerte del padre Frans van der Lugt, el religioso jesuita asesinado el pasado 7 de abril.

¿Qué le ha marcado más en estos años de guerra?
En primer lugar ver la destrucción de mi país. No hubiera podido ni imaginar la violencia que veo hoy. Luego, haber estado tantos meses esperando volver a ver al padre Frans. Él vivía en el centro histórico; yo a menos de un kilómetro de distancia. Pero no podíamos vernos. Estábamos al lado, pero durante dos años la guerra nos separó irremediablemente. Después, aquella mañana recibí una llamada...

¿Se lo esperaba?
De vez en cuando alguien llamaba diciendo que había muerto. Pero la noticia había sido siempre desmentida. Aquella mañana, en cambio, tuve la corazonada de que era verdad. Llamé enseguida para comprobarlo: «¿Dónde está el padre Frans?». La voz al otro lado callaba, luego…: «Está aquí, en mis brazos, lo han asesinado».

¿Desde aquel día algo cambió en su manera de estar en Homs?
Para mí hay un antes y un después de la muerte de Frans. Antes, nuestro objetivo era entrar en la ciudad vieja para poderle ver y ayudar. Hoy, tratamos de seguir su lección: siempre trabajó más para acoger y escuchar a las personas que para responder a la urgencia material.

¿Qué hacen diferente?
Tenemos una casa de Ejercicios en una zona de montaña. Hemos empezado a utilizarla para invitar a los jóvenes, a la gente común y a nuestros colaboradores a pasar unos días. Sentimos la necesidad de momentos que nos ayuden a retomar el sentido de nuestro trabajo humanitario. Yo mismo lo propuse en mi equipo. Necesitamos volver a mirar la vida como algo hermoso, lleno de sentido, para no agotarnos en el trabajo masacrante. Hace falta tomarse un descanso, encontrar el tiempo para rezar. Era lo que hacía allí, en la ciudad vieja, el padre Frans: pasaba su tiempo rezando por Siria y por nosotros. Hoy su tumba se ha convertido en una meta de peregrinación, donde acuden cada día veinte o treinta personas. Cristianos y musulmanes.

Es extraño que un asesinato, en lugar de odio, genere un deseo de paz y reconciliación.
Padre Frans ha pagado con la vida el final de la tragedia en la ciudad vieja. Con su entrega hizo que la gente pudiera volver a vivir en esa zona de Homs. Unos días antes de su muerte le preguntamos otra vez si quería marcharse a un lugar más seguro. Nos contestó que no: «Aquí soy el único sacerdote del barrio, el último custodio del Espíritu Santo». Ha testimoniado con su vida que el odio no puede vencer.

¿Ha cambiado en estos años su manera de vivir la fe?
La guerra cambia muchas cosas, pero no puede tocar lo esencial de la fe. Seguimos celebrando la Misa, rezando juntos incluso bajo los bombardeos. Una vez cayeron unas bombas a pocos metros de nuestra iglesia mientras pronunciaba la homilía. Nos detuvimos por un momento, luego continuamos con la Eucaristía.

Cuando dice “lo esencial de la fe”, ¿en qué piensa?
Nadie puede quitarnos la fe en Dios, en Jesucristo y en la Iglesia. Porque, como decía el Papa Francisco, la vida del hombre es relación con su Destino. El hombre vive siempre bajo la protección de Dios. Ni la guerra, ni el odio, ni la violencia pueden cambiar nuestra fe en Él. En Homs los creyentes siguen siendo creyentes. Ciertamente pasan por momentos de dudas. Nos preguntamos dónde está Dios cuando la violencia nos golpea. Pero la gente sabe bien que la guerra no viene de Dios, sino de los hombres.

¿Ha tenido miedo? ¿Sigue habiendo miedo hoy en Homs?
Sí, el miedo sigue todos lo días. Todos lo experimentamos. Miedo a ser echados de nuestras casas y de nuestra tierra, miedo a que un disparo te mate o a que una bomba mate a los tuyos. Pero no vacila nuestra certeza de que Dios nos protege. (L. F.)


«Mientras Dios lleva adelante su creación y nosotros los hombres estamos llamados a colaborar en su obra, la guerra destruye. Destruye también lo más hermoso que Dios ha creado: el ser humano. La guerra trastorna todo, incluso la relación entre hermanos. La guerra es una locura; su programa de desarrollo es la destrucción: ¡crecer destruyendo!»

Papa Francisco,
Redipuglia, 13 de septiembre de 2014

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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