«Si tú no estás, yo no soy». ¿De quién podemos decir algo así? Preguntas y experiencias del encuentro de los responsables de CL en 71 países. Los retos de un mundo en rápida transformación y el método de Dios, que continúa apostando todo por nuestra libertad
«¿Paola?», me doy la vuelta. Batistine lleva en la mano un monedero de colores. «Pour vous. Merci, pour tout». Me quedo sin habla. Es el 2 de septiembre, la última velada de la Asamblea internacional en La Thuile. He conocido a Batistine, de Madagascar, elegantísima con su traje de seda amarillo (quizás no lo mejor para la montaña…) el día anterior. Fui a saludar a Güenda, una amiga que me la presentó: «Es médico en el hospital del padre Stefano. Ambos habían sido invitados, pero él no pudo venir. Ella solo habla francés». No es un problema, yo prácticamente no domino ninguna lengua extranjera y debo recurrir a un traductor, buscando entre los amigos. Es un buen ejercicio de humildad.
Pensaba que sería uno de entre los muchos encuentros de estos días. Como con Pierre, joven parisino que también participa por primera vez en la Asamblea. En cambio me los he encontrado varias veces: en el salón, en el bar, en el comedor. Para ambos todo era nuevo. Con el relato de su vida, o tan solo tomando un café juntos, sin quererlo han sido mis compañeros de camino, una presencia sencilla que vuelve a despertarte la atención. Como un día espléndido que no te esperabas y que ilumina todas las cosas, las relaciones, también las de siempre, las que ya conoces. Cada año es una sorpresa, por lo cual al final dices: vale la pena. Por eso, este relato es solo un reflejo de la Presencia que se inclina sobre el hombre y «hace nuevas todas las cosas». También a través de estos inesperados compañeros de camino.
¿Buscamos todavía? Viernes por la noche. «Si tú no estás, yo no soy». Carrón empieza con este verso de una canción de Francesco Guccini. Solo es esencial para la vida una Presencia que nos hace ser. En ella debemos fijar la mirada, como nos recuerda el Papa en su mensaje al Meeting. Una presencia atrayente de la que tenemos experiencia. Nos lo testimonian los cristianos que están sufriendo violentas persecuciones. Atrayente porque da esperanza, porque permite vivir cada instante como irrepetible, con plenitud. Me viene a la mente la frase de san Gregorio Nacianceno tan querida para don Giussani: «Si no fuera tuyo, Cristo mío, me sentiría una criatura finita». Sin embargo, la vida nos pilla por sorpresa y en ese instante reconocemos lo esencial, como fue para Zaqueo, para Juan y Andrés. El signo patente de que esta Presencia es esencial para nosotros –continúa Carrón– es que la buscamos. He aquí la pregunta crucial: ¿La buscamos todavía? Ahora, en estos días. Esto hace saltar por los aires una pertenencia formal. Para buscar hace falta seguir. En esto se juega nuestra libertad: dejarse atraer para vivir y no solo sobrevivir.
«¿Qué buscáis?» es la frase que campea en el escenario, al lado de un listado de 71 países. En el bar, Batistine me dice: «Estoy contenta. El título es bonito. Yo busco a Jesús en La Thuile porque Él me ha llamado. Él está aquí». Y yo que había dado casi por descontada esa pregunta...
Sábado por la mañana: asamblea. «En una sociedad como esta no se puede crear algo nuevo si no es con la vida. No basta una organización; y la vida es mía, irreductiblemente mía». Es el desafío que nos lanza Carrón. Solo una experiencia cambia las cosas. Somos testigos de ello: Cristo es lo esencial porque genera una humanidad más verdadera que todos desean dentro de la vida diaria. Se levantan las manos.
¿Dónde estás? Nacho cuenta una asamblea en las vacaciones de la comunidad española, en la que participa una chica angustiada por sus problemas y un tanto escéptica. En un momento dado, Rose, que había conocido a esta mujer, interviene y la llama, porque está escondida entre la gente: «¿Dónde estás?». Los análisis, incluso los mejores, no la habrían desplazado un milímetro, mientras Rose que la llama... Carrón interrumpe: «Rose, ¿donde estás? ¿Qué dijiste en esa asamblea?». Rose quizás no tenía intención de intervenir. Pero llega, pide que le acerquen el micrófono: «Le repetí lo que don Giussani me dijo cuando tenía 17 años: aunque yo hubiera sido la única mujer en la tierra, Cristo habría venido a buscarme. En ese momento mi vida cobró valor, no obstante mi nada. Lo mismo vale para esa mujer». Es el tesoro del encuentro cristiano: alguien que te llama por tu nombre y tú sientes que eres única. Nuestra compañía es solo para esto. Siguen las intervenciones. Carrón insiste en la cuestión de la experiencia. Porque, como ha dicho Constantino, en la experiencia no hay división entre el yo y la realidad. Así fue para Zaqueo y nos recuerda el Papa: «La verdad es un encuentro». Giorgio descoloca a todos al hablar de la tristeza que le embargó escuchando algunas intervenciones y pensando en el tiempo que ha desperdiciado; otra cosa muy distinta es ceder ante lo que está sucediendo delante de nuestros ojos. La tentación es fijar la mirada en nuestros apuros, en los problemas, pero Cristo toma la iniciativa hacia nosotros hasta el último instante, como hizo con el buen ladrón.
Volviendo al hotel, se me acerca Pierre. «¿Qué tal?», pregunta en italiano con ese acento típicamente francés. «¿Contento?». Se le escapa: «Oh là là, très bien. Molto bene». Y empieza a contarme su vida. Su viaje en barco con algunos amigos, en busca de algo a lo que no sabía dar un nombre. Lugares maravillosos, ¿pero luego? No es que no estuviera contento, pero faltaba algo. El encuentro con Sara, en la universidad de París, la invitación a participar en unas vacaciones. «Muy bonitas. Me suscitaron muchas preguntas, pero estaba convencido de que yo podía prescindir de la dimensión religiosa. Luego... te lo cuento en otro momento». Almuerzo con Vanesa y Silvia, de Perú, y me encuentro al lado a Batistine.
El testimonio de monseñor Silvano Tomasi, observador permanente de la Santa Sede en Naciones Unidas en Ginebra (Huellas, n. 3/2012), pone de manifiesto la obra paciente de la Iglesia en bien de la familia humana. En el escenario, junto a Roberto Fontolan, el arzobispo habla de su trabajo. La Santa Sede es reconocida como autoridad moral y sujeto de derecho internacional. Se considera al Papa Francisco como un símbolo fiable de la religión en el mundo. El terreno común para trabar relaciones cordiales es el hecho de que todos somos personas humanas. Pero la suya no es una labor sencilla, sobre todo cuando se tocan los temas éticos y de economía. Estamos en fronteras distintas ya que prevalece un individualismo absoluto. La Iglesia no limita las libertades individuales, pero las inserta dentro de su contexto, el del bien común, la objetividad de una trama de relaciones entre los hombres. Los cristianos lo testimonian, a veces con el martirio. Los cristianos, de hecho, son el grupo más perseguido en el mundo, aunque esto no nos exima del diálogo. Porque garantizar la libertad religiosa, es decir, la posibilidad de que cada cual pueda profesar su credo, tanto individual como comunitariamente, es la única vía para respetar todos los demás derechos.
Sorpresa final. Lucía, joven profesora y compañera mía de habitación, antes de dormirse comenta: «¡Impresionante, el testimonio! Si pienso en qué poca paciencia tengo cuando encuentro a quien no piensa como yo... Trato casi de imponer mis ideas soltando definiciones... El método de la Iglesia es realmente distinto».
Desde Aosta a Catania: ocho meses dando vueltas por Italia. Alberto Savorana, autor del libro Vida de don Giussani, cuenta lo que le ha pasado durante las presentaciones del libro (ver aquí p. 32). Apagadas las luces, en la pantalla desfilan algunas secuencias de estas presentaciones. Luciano Violante, Ezio Mauro, el cardenal Marc Ouellet y todos los demás hablan de Giussani siempre en presente. No es una vida recluida en el pasado, sino algo vivo. Al final, un regalo inesperado: la presentación en Buenos Aires del libro de Giussani Por qué la Iglesia. Relator: el cardenal Jorge Bergoglio. Estamos en 2005. Una amiga, el día después, me dice: «Fantástica la velada, hermosa la sorpresa final. Pero lo que más me ha llamado la atención es Savorana. Somos amigos desde hace muchos años, pero después del trabajo para el libro es como si hubiera recobrado la frescura del primer encuentro. Un nuevo inicio también para él».
Lunes por la mañana. Carrón retoma el tema de los nuevos derechos a partir del documento sobre Europa. “¿Es posible un nuevo inicio?” (Página Uno, Huellas, n. 5/2014). Con él Valentina Doria, ginecóloga, y Marta Cartabia, juez de la Corte Constitucional. «Un mundo en tan rápida transformación requiere de los cristianos que estén disponibles para buscar formas o modos para comunicar con un lenguaje comprensible la novedad perenne del cristianismo», ha escrito el Papa. Esto vale para cualquier campo de acción, en cualquier ambiente. En primer lugar es necesario comprender estas transformaciones. Ha sido siempre así a lo largo de la historia de la Iglesia. Hay que volver a empezar de nuevo y la verdad no se puede imponer por decreto. «Muchas veces es mejor ir más despacio, apartar la ansiedad para mirar a los ojos y escuchar a quienes se han quedado al borde del camino». Es un verdadero desafío, que vale más que mil discursos y rigideces.
Preferencia. Por la tarde, Carrón parte de este mundo en rápida transformación para hacer su puntualización. ¿Quiénes somos nosotros, en el fondo, dentro del mundo? Para cambiar la historia, el método de Dios, desde el comienzo, ha sido el de apostar por el yo de cada persona singular. Fue así con Abrahán, con la Virgen María, hasta llegar a Cristo. Es una preferencia que el Misterio ha ejercido apostando por la libertad del hombre. Una elección que encuentra su punto más alto en Jesucristo, cuya misión fue la manifestar el designio misterioso de Dios sobre todas las cosas. Cristo ha entrado en la historia y a través de su Iglesia la transforma, cambia la realidad. Pero la iglesia somos nosotros, es decir, personas llamadas a tener una estatura digna de los deseos más verdaderos del corazón humano y que dan testimonio de ellos. Una preferencia humana que abraza el mundo. Hoy. Una humanidad más verdadera que hace «vivir intensamente lo real». «La única condición para ser verdaderamente religiosos», como decía don Giussani.
Por la noche, estreno del vídeo sobre los 60 años del movimiento a cargo de Mónica Maggioni, Darío Curátolo y Roberto Fontolan. Discurren las imágenes de una vida tan normal y tan fascinante. Rose en Uganda, Cleuza y Marcos en Brasil, las vacaciones de la comunidad de Siberia o Alecrín cantada en chino; luego los Ejercicios de la Fraternidad y la voz de don Giussani. Al final, Carrón agradece el trabajo realizado y, de manera especial le dice a Mónica y Darío: «Lo que más vale es la amistad que ha nacido entre vosotros».
Martes, excursión. Antes de partir, Pierre me dice que no puede venir por problemas físicos. No está triste. «Voy a misa aquí en el hotel, luego nos vemos». Batistine lleva un plumas de montaña y unas bailarinas de tela en los pies. Trato de explicarle que no puede ir así. Güenda me enseña que lleva en la mochila un par de zapatos de tenis. «Le dije que son para ella. Ya verá lo que hace». Dentro de una amistad, no se impone nada, se ofrece. En la cumbre el espectáculo del Mont Blanc corta la respiración. El aire transparente de septiembre recorta el margen de las montañas. Comemos y cantamos. Como siempre, parece, pero cuando el coro canta «Mi te vardo e me sento il cor contento», pienso que siempre es un inicio, un asombro. Más bonito que el que provoca el panorama.
Vivir lo real. Por la tarde, asamblea. Emerge el problema del juicio y de la unidad, que afecta ante todo al yo, dice Carrón y añade: hace falta arriesgar sin tener la pretensión de que el otro se adhiera a nuestra posición por una dialéctica. El punto es si nos apremia el destino del otro. En esto se juega la libertad del hombre, un don que no podemos devolver al remitente, como ha dicho el profesor Eugenio Mazzarella, añadiendo que en estos días ha visto en los ojos de muchos, en sus palabras, en los cantos, los signos de la predilección de Dios, de su elección, pues «claro, se desea ser elegidos, pero ¿quién puede decir que es así? Por lo que a mí respecta, no sé si me ha elegido, pero aunque no fuera así, me quedaré en vuestra órbita. Así, a lo mejor, Él me lanza una mirada, me llama por mi nombre y me dice: “Espérame, estoy aquí; hay mucha gente, pero iré a buscarte. Espérame”. Así es, yo le espero».
¿Qué nos hace ser? Es la pregunta de Carrón, al comienzo de la síntesis. Basta un instante, un reflejo que no es nada, pero que se impone como la experiencia de un bien. Es lo que Gaber, en una de sus canciones, llama «una ilógica alegría». Algo que entra en la vida y me hace estar presente ante mi presente. ¿Quién no lo desea en cada instante? Por ello necesitamos un camino para no encogernos en la rutina diaria. Vuelve la pregunta: «¿Qué buscáis?». No basta una pertenencia formal, hace falta seguir, es decir, revivir la experiencia de la persona que te ha provocado y te provoca con su presencia en la vida de la comunidad. Hace falta vivir intensamente lo real, como lo hizo don Giussani. Dios se hace compañero nuestro dentro de las circunstancias. Y te ha elegido, preferido. Solo de esto podemos dar testimonio.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón