Pasada la “burbuja” de los Mundiales, el país va a las urnas. Serán unas elecciones muy importantes para Brasil, porque el desarrollo de estos últimos años no ha solucionado los problemas estructurales y se extrema la necesidad de cambio. Viaje entre los sentimientos del pueblo y las posibilidades de construir
Brasil afronta este año 2014 (el 5 de octubre) unas de las elecciones presidenciales más importantes de su historia reciente. El modelo actual de desarrollo socioeconómico se está agotando y el problema es saber si el voto abrirá el camino a un nuevo modelo o perpetuará este modelo ya obsoleto.
Después de la crisis económica de 2008, el país se impuso más que nunca como una gran potencia económica emergente. El escenario parecía extremadamente favorable. En los últimos treinta años, el PIB ha subido de 163.000 millones de dólares a 2.492.000, y pasó del 12º al 6º puesto en la economía mundial. Durante el mismo periodo, la renta per cápita (la riqueza media producida por cada habitante) aumentó de 1.569 a 12.578 dólares, y el porcentaje de pobreza bajó del 35% al 10%. El aumento del poder adquisitivo de la población llevó al crecimiento del mercado interno y permitió al país afrontar con éxito la crisis económica internacional, aprovechando la expansión del consumo interno para mantener el nivel económico alcanzado.
Dos pilares. La Copa del Mundo 2014 debería haber sido la gran fiesta deportiva que mostraba al mundo entero este “nuevo Brasil”. Pero lo que hemos visto ha sido justo lo contrario. Un país debilitado por las manifestaciones populares contra el gobierno, graves problemas de infraestructura y una precaria gestión de la administración estatal. La economía, después de un periodo de crecimiento acelerado, se ha estancado y las amenazas de recesión y desindustrialización afectan a todo el país. En marzo de 2013, el apoyo al gobierno de Dilma Rousseff (sucesora del presidente Lula) y a su partido, el Partido de los Trabajadores (PT) rozaba el 80%, el más alto registrado nunca en Brasil. Un año después, debido a decenas de manifestaciones y protestas violentas, ha caído hasta el 36%.
Después de la dictadura militar de 1984, Brasil optó por un modelo sustancialmente socialdemócrata basado en dos pilares: el control del gasto público, con una gestión focalizada en el desarrollo económico (realizada sobre todo por el gobierno de Fernando Henrique Cardoso) y las políticas sociales dirigidas particularmente a la población más pobre y al aumento de su poder adquisitivo (gobierno Lula). La combinación de estos factores ha permitido un gran desarrollo socioeconómico, pero no ha conseguido resolver graves problemas estructurales: baja productividad de la mano de obra, elevados costes de producción debido a impuestos muy altos, servicios públicos (sanidad, educación, seguridad) que no funcionan adecuadamente.
Hoy estos problemas limitan el crecimiento y las necesidades de las personas no encuentran respuesta. El gobierno, que tiende a centralizar la toma de decisiones y trata de imponer sus planes de gestión, no consigue ser eficiente, y la población no se siente implicada en la solución de los problemas. Estudios sobre este tema demuestran que la población brasileña tiene un espíritu cada vez más emprendedor pero considera que el Estado obstaculiza sus iniciativas en vez de apoyarlas.
Toninho y su padre. Las recientes políticas asistenciales realizadas por el PT para la ayuda financiera de las poblaciones más pobres representan un éxito innegable. Afectan al 22% de la población brasileña, que tiene una renta per cápita inferior a 400 dólares al año. Se trata de personas consideradas pobres o muy pobres, concentradas en las regiones menos desarrolladas de Brasil. Además en las favelas metropolitanas, áreas tradicionalmente pobres, dos tercios de la población ya son considerados “clase media” y tienen una renta superior a la de los beneficiarios de las políticas de transferencia de renta del gobierno. Se entiende así por qué la mayor parte de la población de las grandes ciudades no está de acuerdo con estos programas sociales.
Toninho es propietario de un negocio de carnicería en São Paulo. Su piel oscura y sus formas sencillas traicionan sus humildes orígenes. Un hombre del pueblo que, gracias a su trabajo, ha acumulado un pequeño patrimonio y es un ejemplo de la nueva clase media, es decir, la mayoría del país. Voy siempre a comprar la carne a su tienda y nos hemos hecho amigos. Estos días está verdaderamente indignado. Ha visto en la televisión que una gran obra del gobierno federal, después de haber absorbido una exagerada suma de dinero público, muy superior a la prevista inicialmente, ha sido paralizada por falta de fondos y sospechas de corrupción. Con los ojos enrojecidos de quien se esfuerza por contener las lágrimas, me dice: «Mientras tanto, mi familia y yo disfrutamos de una buena asistencia sanitaria porque pago un seguro privado, pero mi viejo padre, que se ha pasado la vida trabajando y pagando al INSS (el servicio sanitario público, pagado obligatoriamente por todos los trabajadores y empresarios) lleva tres meses esperando cita con un médico especialista». Así que ha decidido vender carne libre de impuestos: «Prefiero darle el dinero a un amigo mío antes que a los corruptos e incompetentes que están en el gobierno».
Mi amigo carnicero muestra cuál es el estado de ánimo de gran parte de la población. El desarrollo económico y social de estos años le ha ayudado a tener una posición financiera mejor que la de su padre. Pero piensa que el gobierno no contribuye a mejorar su vida. Cree que lo que ha conseguido es fruto de su trabajo, que la política no está haciendo lo que debería para ayudar a los que luchan por construir un futuro mejor y sabe que debe pagar para tener servicios públicos de buena calidad. La televisión, que durante el periodo de la dictadura militar y en los primeros años de la democratización no hizo públicos los errores del gobierno, informa ahora cada día de un nuevo escándalo de corrupción o de ineficacia administrativa.
Olívio en cambio es ingeniero nuclear, ha trabajado en grandes centros de investigación en Brasil y Europa: «Aquí los partidos políticos, los sindicatos, el gobierno han perdido credibilidad y muchos no creen que realmente les interese resolver los problemas de la población. Cuando ciertos grupos organizados hacen manifestaciones o huelgas, parece que están mirando sus propios intereses y no la situación ni la necesidad concreta de los demás. Las personas, incluso involuntariamente, terminan viviendo una profunda división: los usuarios del metro descontentos por la huelga, contra el metro; los usuarios de la sanidad descontentos por el servicio recibido, contra los funcionarios públicos; el trabajador que necesita circular por las calles, contra los manifestantes».
¿Cómo se puede vivir? La pregunta puede parecer demasiado radical para el brasileño medio, que todavía mantiene una visión optimista, “solar” de la vida. Pero la pregunta está: ¿cómo se puede construir, encontrar un camino hacia el futuro? Las manifestaciones y protestas contra el gobierno, antes y durante la Copa del Mundo, son síntoma de la frustración y de la rabia de aquellos que no saben cómo tener una actitud positiva y constructiva frente a los problemas del país. «Todos necesitamos vislumbrar en un hecho, en una experiencia concreta, que otra vida es posible», continúa Olívio: «En este tiempo, uno de los gestos más significativos de mi camino ha sido la caritativa. He tenido la gracia de conocer y ver crecer una gran amistad con personas sencillas, ancladas en Cristo y, por ese motivo, tan libres como para dedicar su vida a los más pobres. Así aprendo la gratuidad, la ley de la vida que desgraciadamente hemos desaprendido». Ángela, que es empleada de cultura, explica: «Todo lo que está sucediendo nos lleva a pensar, actuar y asumir actitudes más creativas, más allá de la mentalidad dominante». Julia, una joven abogada, añade: «Una mañana, rezando y leyendo la revista Passos (la edición brasileña de Huellas; ndt) me di cuenta de que el problema no era defender una posición. Mi felicidad consiste en hacerlo todo para estar con Cristo. Con esta conciencia, la construcción de una sociedad mejor y más justa se convierte en la consecuencia de una vida puesta en las manos de Dios, del testimonio de la belleza que he encontrado y que transforma mi vida».
Pero en un contexto donde los políticos parecen más empeñados en cuidar sus intereses particulares que el bien común, ¿la experiencia personal puede indicar el camino hacia un cambio social? Marcos Zerbini, candidato del PSDB por el Estado de São Paulo, cuenta cómo es para él: «A menudo el político de profesión está dominado por la ideología, solo quiere el poder e imponer sus propias ideas; o bien está dominado por el clientelismo, y solo busca su propio beneficio. Lo que me ayuda a no caer en esta lógica es el contacto diario con la gente. Si uno tiene un grupo de rostros concretos a los que mirar, será capaz, por ellos, de crear políticas para todos. Sin partir del respeto y del amor por la persona concreta, es muy difícil crear cosas que valgan para todos».
La tercera vía. Hoy Brasil desea un cambio que mantenga los beneficios económicos y sociales logrados en los últimos años. Nos damos cuenta de que sin una gestión más eficiente de las políticas sociales y de la economía nacional no es posible que siga adelante el desarrollo socioeconómico y se puede perder lo que se ha alcanzado. Pero esta posibilidad no se percibe en los dos grandes partidos que desde hace años se alternan en el poder, el PT y el PSDB. Las elecciones parecían destinadas a convertirse en un enfrentamiento entre la actual presidenta Rousseff y su oponente Ezio Neves. Pero un golpe del destino ha cambiado el escenario. El tercer candidato en intención de voto, Eduardo Campos, del Partido Socialista, ha muerto en accidente aéreo durante la campaña electoral. De pronto nos hemos dado cuenta de que Campos representaba una “tercera vía” en la polarización entre los dos partidos hegemónicos: un candidato moderado, esposo y padre devoto, un político bien preparado y querido por la gente sencilla. Su candidata a la vicepresidencia, Marina Silva, se ha hecho cargo de la campaña y ha provocado un vuelco en el escenario electoral.
Marina es una cristiana evangélica pentecostal que defiende los principios éticos cristianos y la moralidad en la vida pública, pero también temas “políticamente correctos”, como la defensa del medio ambiente y la modernización de la política. De origen humilde, se formó durante los conflictos ambientales con los campesinos pobres de la Amazonia, heredando así la imagen de Lula: el pobre, excluido, que luchando en los movimientos sociales se convierte en un líder nacional. Silva se ha convertido en una candidata muy fuerte. A pocas semanas del voto, los sondeos muestran que podría ser la nueva presidenta de Brasil.
*Sociólogo del Núcleo Fe y Cultura de la Pontificia Universidad Católica de São Paulo
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