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Huellas N.7, Julio/Agosto 2014

VERANO

Lecturas

Luigi Giussani
El sentido de Dios y el hombre moderno
Ed. Encuentro, Madrid 2005
pp. 160 - € 12,00

PRÓLOGO
Joseph Ratzinger
Después de la caída del «socialismo real» se advierte por todas partes en la intelligentsia occidental una especie de extravío. De algún modo, la ideología marxista había llegado a convertirse en un punto de referencia con el que poder, quien más quien menos, orientarse; representaba una Weltanschauung en sintonía con la ciencia y al mismo tiempo «revelaba» verdades que la ciencia no es capaz de suministrar y que, por otra parte, son indispensables para el hombre. De esta forma el marxismo aparecía en la práctica como la única alternativa disponible al nihilismo. Pero después de la caída del muro el propio marxismo se ha revelado en verdad como otra forma de nihilismo. Así que el nihilismo parece hoy casi inevitable, penetra cada vez más, en la práctica a nivel máximo, incluso en capas sociales que de por sí no se plantean preguntas filosóficas. Lo demuestra la difusión de la droga, pero también y sobre todo una cultura nihilista del placer cada vez más extendida y con rasgos cada vez más manifiestos de constituir una antirreligión.
En esta situación, es inquietante que la voz de la Iglesia parezca incapaz de alcanzar los oídos y los corazones de los hombres. De alguna manera se tiene el convencimiento de que todo lo que la Iglesia puede decir ya se sabe y está superado. Parece como si casi nadie esperara de ella una respuesta que abra una perspectiva; se busca y se camina a ciegas en todas las direcciones posibles, pero sólo raramente en dirección a las palabras de la fe cristiana, aparentemente demasiado conocida.
Este pequeño libro de don Giussani puede ser una voz que llame la atención también de los que comparten ese extendido escepticismo acerca de la tradición cristiana. Giussani nos muestra cómo las sencillas experiencias fundamentales de cada hombre contienen la búsqueda de Dios, que sigue permaneciendo presente incluso en el ateísmo. En su diálogo con la literatura moderna don Giussani deja claro cuál es el drama del mundo moderno. Muestra cómo en el Renacimiento apareció un modo nuevo de relacionarse el hombre consigo mismo, con el mundo y con Dios, un modo de relación que nos lleva consecuentemente a la problemática del presente.
En la voz de los poetas se hace evidente el aspecto trágico y al mismo tiempo cargado de esperanza de nuestro tiempo. En este libro Cristo nos sale al encuentro por un lado completamente diferente, desde una esquina por la que no nos lo esperábamos. Se nos manifiesta no desde el “ayer”, sino que viene a encontrarnos en nuestro hoy, proviniendo, por decirlo de alguna forma, desde el mañana. Nos sale al encuentro en medio de nuestros intereses cotidianos. Con este librito he comprendido una vez más y de forma nueva por qué monseñor Giussani ha llegado a convertirse en maestro de una generación entera y padre de un vivo movimiento. El libro debería ser leído no sólo por los que ya le conocen y le estiman, sino especialmente por los que acogen con escepticismo el anuncio de la fe cristiana.

NOTA INTRODUCTORIA
Luigi Giussani
Este libro recoge dos textos. El primero (El sentido religioso) propone apuntes tomados por mis primeros alumnos del instituto Berchet de Milán (entre 1954 y 1960) durante el intento de volver a dar razón y vida a la «clase de religión». De forma sintética, en este texto se identifica en el sentido religioso la esencia misma de la racionalidad y la raíz de la conciencia humana. El cristianismo tiene que ver con el sentido religioso precisamente porque se propone como una respuesta imprevisible al deseo del hombre de vivir descubriendo y amando su propio destino y, por consiguiente, como respuesta razonable.
El segundo texto (La conciencia religiosa en el hombre moderno), concebido veinte años después, trata primeramente de identificar, en la presente situación cultural y social, los aspectos que frenan el desarrollo de una conciencia religiosa auténtica, y, en segundo lugar, el comportamiento del cristianismo ante esa situación.
Vivimos un tiempo en el que lo que se llama cristianismo parece ser un objeto conocido y olvidado. Conocido, porque son muchas sus trazas en la historia y en la educación de los pueblos. Y sin embargo olvidado, porque el contenido de su mensaje parece que difícilmente tenga algo que ver con la vida de la mayor parte de los hombres. A menudo se reduce a una filosofía más entre las muchas filosofías o a una religión más entre las otras religiones. Se da por descontado que se conoce la naturaleza del cristianismo sólo porque se conoce una serie de ideas, de ritos o de hábitos que tienen en él su raíz.
Frente a esta constatación, resulta todavía más ilusorio pensar que se puede redescubrir el cristianismo a través de un examen –aunque sea serio– de su historia, o a través de la lectura directa de los Evangelios, como si fuesen libros de los que sacar «lemas» y noticias. No. Lo que significa el hecho de la Encarnación se comunica, hoy como hace dos mil años, a través de un encuentro humano que nos hace contemporáneos suyos, tal como les sucedió a Juan y Andrés, los primeros dos que conocieron a Jesús y se quedaron con Él. Y después de ellos, y por medio de ellos, un flujo continuo de hombres y mujeres que llega hasta nosotros.
Estamos en un tiempo en el que se habla mucho de renacimiento religioso. Pero se valora y se discute sobre ese renacimiento de una forma que no parece que favorezca una real comprensión de lo que es «el sentido religioso», ese factor humano constituido por los interrogantes y exigencias últimas que ponen a la persona en relación con su destino. Es decir, parece que prevalece una reducción de tipo «sentimental» y, en definitiva, irracional de la religiosidad. Como si con esta palabra se indicase una «visión» particular de la realidad, cuando no una huida.


T.S. Eliot
Poesías reunidas (1909-1962)
(Traducción de José María Valverde)
Alianza, 2006
pp.213 - € 17,50

Un extenso prólogo de José María Valverde analiza las razones de la importancia de esta obra oscura y difícil, oracular y mágica. El acierto y la fuerza de su lenguaje es lo que legitima sus prodigiosos poemas, hechos de palabras insustituibles y memorables. El libro incluye los diez Coros de “La Piedra” (pp. 169-188).

La gran poesía entraña siempre una paradoja: sus metáforas no necesitan explicaciones porque saben tocar el centro de la cuestión más y mejor que cualquier exposición conceptual. Cuando Eliot escribe que «el desierto no está remoto en trópicos del Sur, / el desierto no está solo a la vuelta de la esquina, / el desierto está apretujado en el Metro a vuestro lado, el desierto está en el corazón de vuestro hermano», sabemos muy bien de qué habla: esa fragilidad, esa desconcertada desolación refleja muestro tiempo, nuestros lugares. Pero los Coros de “La Piedra” nos interrogan a un nivel aún más crucial: el de la libertad. La historia del hombre – nos dicen – no responde a unas leyes mecánicas; la historia del hombre es siempre historia de una libre elección: «El mundo da vueltas y el mundo cambia, / pero hay una cosa no cambia. / En todos mis años, una sola cosa no cambia: / la lucha perpetua del Bien y el Mal». La gran poesía es siempre “teatral”; introduce figuras: así Eliot hace irrumpir en sus Coros aquella inolvidable protagonista, «La Piedra. La que vigila. La Extranjera» (ndt., en la traducción de J. M. Valverde: «La Piedra. El observador. El Forastero»). La Iglesia: extranjera porque siempre nueva y siempre irreductiblemente otra, extranjera porque «sabe cómo hacer las preguntas». Ella es la paradoja y la salvación de la historia: porque ella sola recuerda siempre ese «momento en el tiempo»: «Pero el tiempo fue creado a través de aquel momento, porque sin significado no hay tiempo, y aquel momento de tiempo dio el significado». La Extranjera es el lugar de la memoria, la Extranjera es la guía «de la luz a la luz, en la luz del Verbo», «Luz // Luz // El recordatorio visible de la Luz Invisible». La historia humana se configura toda, a partir de ese momento, como respuesta a la Su llamada.
Fabrizio Sinisi


Eugenio Corti
El caballo rojo
Ciudadela, 2007
pp.1088

(Disponible en el mercado del libro usado a un coste muy reducido)

Corti no extrae la fuerza para escribir de los argumentos polémicos que le fascinan y que le atraen, ni siquiera de los argumentos ideológicos, en el sentido noble del término, que él utiliza. Extrae su aliento de otra fuente. ¿Qué nos indica esto? Que las palabras se sumergen en algo que las precede, la fuerza de las palabras se sumerge y extrae su fuerza de algo que las precede. A diferencia de mucha narrativa y poesía contemporánea, Corti tiene una extraordinaria filiación, costumbre y confianza con el significado, con el hecho de que el mundo tiene un sentido.
La escritura de Corti da testimonio de la posición de un hombre que dice al mundo: «Tú me gustas, tú eres algo que en cierto modo me atrae y me encanta, eres un aliento que me nutre, eres un respiro del que obtengo respiro». Hoy en día estas afirmaciones, sobre todo en la literatura de este siglo, son completamente contra corriente.
Corti: «Me siento como un soldado; sé que todos nosotros somos soldados, Militia est vita hominum super terra; pero yo me siento como un soldado, hablando racionalmente, porque no tendría que haber sobrevivido a la retirada de Rusia; bajo un perfil racional, no debía salvarme.
Fue una destrucción tal, tan espantosa, tan grande, que estando así las cosas, era imposible salir con vida y en cambió salí. Entonces me pregunté el porqué. Por qué no fui hecho prisionero, por qué me dejaron vivir. ¿Por casualidad, quizá? Sentía que no era así. Yo seguía vivo por alguna precisa razón, que he concretado en esta novela».
Davide Rondoni

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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