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Huellas N.7, Julio/Agosto 2014

RELECTURAS / Flannery O’connor

«Lo acepto todo como una bendición»

Luca Doninelli

La realidad como acto imprevisto de Dios y la vida del hombre como una espera de instantes decisivos. Es la «estructura invisible» de su narrativa. La gran escritora del Sur Profundo, fallecida hace 50 años, revolucionó el relato corto americano. Muchos aprendieron de ella la lección, pero no su corazón

Falleció hace cincuenta años. Y el año que viene hará noventa años de su nacimiento. Si estuviera viva, Flannery O’Connor tendría por tanto ochenta y nueve años. Podría estar entre nosotros como una querida y terrible viejecita. Podría esperar vivir todavía cuatro o cinco años más. Habríamos podido ir a visitarla, y quizá nos insultara. La imagino brillante, pérfida, cortante, como siempre.
En cambio, una terrible enfermedad congénita, el lupus, se la llevó con tan solo treinta y nueve años. El mundo en el que vivió durante casi toda su vida, escribiendo relatos y leyendo a Santo Tomás, pertenece a lo que nosotros identificamos –en homenaje al primer gran escritor de aquella región americana, William Faulkner– como el Sur Profundo.

Trabajo y vínculos. En aquellos lugares la palabra “sociedad” asume un significado distinto respecto a nosotros. Nuestra cultura es una cultura urbana, en la que las personas viven en estrecho contacto unas con otras. Y viceversa, en ese mundo rural la distancia entre individuo e individuo era (y quizá lo sea aún) mucho mayor, con muchos animales de por medio: vacas, cerdos, caballos. Allí es el trabajo (como el cine nos muestra) el que crea los vínculos: ganaderos, camioneros, agricultores, tienen intereses comunes que defender, van a los mismos autogrills, se enamoran de las mismas camareras. Y las ciudades son sustituidas por las granjas.
Así nos lo muestra el cine, y antes aún el teatro (O’ Neil, Williams, Miller…), que en ese paisaje han podido situar la escena de sus tragicomedias, que nos fascinan por el espacio del que la libertad (y a menudo la locura) del hombre dispone para desarrollar sus proyectos.

Una extraña familia. También entre los escritores del Sur existe un vínculo. Completamente distintos unos de otros, los escritores del Sur Profundo se atraen unos a otros por el mundo que alberga sus relatos y por los caracteres humanos de sus personajes. A Flannery no le gustaba, por ejemplo, Truman Capote, pero el mundo que cuentan es parecido. No sé si Flannery conoció a Carson McCullers (leed La balada del café triste, Ed. Seix Barral), pero tienen muchos puntos en común.
Es un mundo duro y áspero, tentado por el orgullo, que difícilmente acepta lecciones del Norte urbanizado y de la civilización en general –basta leer el primer relato de Flannery, El geranio– y si debe dejarse engañar prefiere los charlatanes, los predicadores improvisados y los vendedores ambulantes de biblias a los constructores de rascacielos y del metro.
William Faulkner, Carson McCullers, Eudora Welty, Truman Capote son solo algunos de los nombres de esta sociedad literaria exclusiva, de este mundo de gestos y sentimientos irremediables, de males incurables, demasiado extremo para permitir asociaciones intelectuales. En resumidas cuentas, una extraña familia: no demasiado armónica, como la propia vida. Quizá por esta razón sus crueles historias nos atraen, y aunque el mundo del que hablan está lejos, nosotros lo sentimos tan cercano, y nos conmueve como nos conmueve el eco de un blues cantado a orillas del Mississippi.
Pero ya lo decía Shakespeare: ¿Qué tenemos que ver con Hécuba? ¿Y Hécuba con nosotros? Sin embargo, nos entran ganas de unir nuestro llanto al suyo.
Si la solitaria Flannery tiene en realidad muchos compañeros de camino en el mundo que relata, quizás tiene muchos más por lo que respecta al género literario, el relato corto, en el cual fue maestra insuperable. Sé que al decir esto pongo en un segundo plano sus novelas, pero es verdad que fue en el arte del relato donde Flannery grabó a fuego su propio nombre.
El short story americano no es simplemente un relato breve. Toda la historia de la literatura está llena de relatos breves. En la época moderna recuerdo los extraordinarios de Poe, Maupassant, Joyce, Chejov, Singer y muchísimos más.
Sin embargo, el relato corto americano tiene una naturaleza propia, muy particular, que podríamos burdamente resumir como sigue: en el relato corto el “relato” y la “historia que se cuenta” no coinciden. Una historia debe tener un comienzo, un desarrollo y un final, mientras que el relato debe simplemente “decir” lo que quiere decir.
Por consiguiente, si a mitad de la historia el relato ha dicho aquello que tiene que decir, el autor tiene el derecho y el deber de concluirlo. En el relato corto no le interesa “como va a acabar” la historia.

La única realidad. De Ernest Hemingway a John Cheever, hasta Ray Carver y Alice Munro, este género particular, dificilísimo, ha dado al mundo obras maestras extraordinarias. En esta cohorte Flannery O’Connor ocupa un puesto central.
No soy un americanista y lo que voy a decir puede resultar muy impreciso desde el punto de vista histórico, pero tengo la impresión de que Flannery lleva a cabo una modificación esencial en el modelo de relato corto “hemingwayano”, que después retomarán todos sus sucesores más importantes, incluido Carver (a quien parece que no le gustaba mucho, pero es difícil amar a quien no logramos superar) y Munro.
Flannery escribió cinco o seis relatos, cada uno de los cuales podría figurar en un hipotético concurso sobre el cuento más bonito jamás escrito. Cito mis preferidos: El geranio, La buena gente del campo, Un hombre bueno es difícil de encontrar, No se puede ser más pobre que muerto, Un encuentro tardío con el enemigo, y finalmente El negro artificial que en mi opinión toca el vértice del arte innovador de Flannery: un relato del cual la propia autora parece no saber nada, donde la escritura –como en ciertas improvisaciones de Miles Davis– se confía a una serie infinita de sobresaltos, sorpresas y pequeños acontecimientos en apariencia casuales en los cuales una vivencia que podría parecer banal adquiere una fuerza definitiva.
En cada instante la vida y la muerte se ceden el paso, radicalmente. Cada instante es por tanto decisivo y definitivo. Para nosotros esto es una manera de hablar, mientras que para Flannery se trata de la realidad de las cosas, la única realidad de las cosas. La acción fundamental del hombre es, en esencia, una espera en un tiempo hecho de instantes decisivos.
Flannery cultivó su revolución literaria alimentándola con una formidable conciencia filosófica y teológica: su catolicismo no tiene nada de ético o de sentimental. Flannery se ocupa de los fundamentos de la realidad, y si el mundo tal y como ella lo muestra nos parece extraño es porque somos ya extraños a dichos fundamentos, a aquella estructura originaria. Todo aquello que existe es producido continuamente por un acto imprevisto de Dios: así debía “sentir” Flannery la realidad, percibir su vibración. Pero para decir estas cosas se necesita una afinidad electiva difícil de encontrar, del mismo modo que –dice Flannery– es difícil encontrar un hombre bueno (¿qué es, en el fondo, un hombre bueno sino la sorpresa de una imposible correspondencia?)
Muchos escritores aprendieron la lección de Flannery, pero opino que asumieron sobre todo sus aspectos técnicos –especialmente Munro– transformando el relato en una especie de hilo sobre el cual se mide sobre todo la habilidad del equilibrista; pero la estructura fundamental, invisible –que Flannery nos ofrece como si estuviera hecha de aire, mientras que es el origen de todo– ya no está.

Fuerza escandalosa. A pesar de los muchos ensayos, congresos y simposios a ella dedicados, y a pesar de que por todas partes existan, Italia incluida, escritores también buenísimos que se sienten abiertamente atraídos por ella, debe reconocerse que la “normalización” de O’Connor aún no ha tenido lugar. Su fuerza escandalosa permanece, tanto para los creyentes como para los no creyentes, y ella se niega a entrar en el panteón de los clásicos, donde figuran muchos escritores que no le llegan ni siquiera a la altura del tobillo.
La razón es doble: por un lado, Flannery llevó a cabo una fractura en el modo de escribir narrativa demasiado profunda para que la literatura no lo tenga en cuenta; por otro, sin embargo, esta revolución (también técnica) tiene su origen en una concepción totalmente, carnalmente católica del mundo y de la historia.
Para ella Milledgeville, donde vivió y murió, fue al mismo tiempo Roma y Jerusalén, allí se consumaron la Pasión, Muerte y Resurrección, justamente como sucedía con los que volvían de las cruzadas y de las peregrinaciones a Tierra Santa, que reprodujeron en nuestras tierras (por ejemplo, en Italia, los Sacros Montes de Varallo, Varese y Crea) la estructura de los lugares visitados, con el fin de que su santo camino fuera posible para todos, con el fin de que el escándalo de aquellos acontecimientos interpelase con más fuerza la libertad de todos.


«NUESTRA POSICIÓN SOBRE LA TIERRA...»
Flannery O’Connor nace en 1925. A los 15 años pierde a su padre por el lupus, la misma enfermedad que la golpeará en 1951. Los años posteriores, hasta su muerte (en 1964), los pasará en la granja de su familia, en Milledgeville, Georgia, en el Bible Belt (Cinturón bíblico) protestante. Escribirá 32 relatos y dos novelas (Sangre sabia, en 1952, y Los violentos lo arrebatan, en 1960). Como ella misma dice, su arte indaga «en aquellos detalles concretos de la vida que hacen real el misterio de nuestra posición sobre la tierra».


«El lupus es una enfermedad como el reumatismo: va y viene. Cuando viene, me retiro, y cuando se va me aventuro a salir. Mi padre sufrió la misma enfermedad hace 10 ó 15 años, pero en aquella época no se podía hacer nada salvo esperar la muerte; ahora puedo estar controlada con la corticotropina (Acth). Tengo suficiente energía para escribir y, puesto que de todos modos esta es mi única ocupación, guiñando el ojo, acepto todo como una bendición»
(De una carta a Elizabeth y Robert Lowell, del 17 marzo 1953)


PARA LEER
Además de Cuentos completos (Ed. Lumen, 2005), Un encuentro tardío con
el enemigo (Encuentro, 2006) y la novela Sangre sabia (Ed. Cátedra, 1990), para entender la literatura según O’Connor, se puede leer la colección de ensayos Misterio y maneras (Encuentro, 2008).

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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