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Huellas N.7, Julio/Agosto 2014

PRIMER PLANO / Rímini

Allí descubrí algo de lo que soy

John Waters

Ecuador, Brasil, Kenia. Una exposición contará el viaje en tres etapas de un corresponsal muy especial, en busca de algo que puede hacer renacer a la persona en cualquier circunstancia. Este es su relato

Creemos saber qué es realmente la pobreza. Al preguntarnos por ella, creemos que la respuesta es obvia, sencilla. Más o menos creemos saber cómo se responde a este problema. Puede haber diferencias en la respuesta, pero son solo detalles. Algunos piensan en redistribución de los recursos, otros en mejora y eficiencia de los mercados. Sin embargo, estos intentos, cuando se ponen en práctica, parecen empeorar las cosas en lugar de arreglarlas. Damos lo que nos sobra, y pensamos que con eso basta. Pero nunca es suficiente. Entonces, damos más y todavía es insuficiente. A menudo la pobreza se hace crónica o se manifiestan nuevos síntomas. A veces se establece una dependencia de las ayudas que es tan nociva por lo menos como las causas de la pobreza. Los pobres se quedan “con nosotros” aunque nosotros no estemos allí, con ellos. Este es el verdadero problema, la verdadera pobreza.
Me pidieron que, en vista del Meeting de 2014, me ocupara de una exposición sobre el trabajo que AVSI realiza en tres lugares: Quito en Ecuador, Nairobi en Kenia y São Paulo en Brasil. En particular, sobre los proyectos educativos que AVSI ha implantado en estos lugares y que se apoyan en el método educativo de don Giussani, que pone en el centro el desarrollo de la persona, la generación de un sujeto maduro.
Al hilo del lema de este año, el título de la exposición será: “Generar belleza. Nuevos inicios en las periferias del mundo”. Lo que hemos perseguido es el eco de la voz de don Giussani en situaciones humanas que suponen un reto inconmensurablemente más grande de lo que podemos imaginar y que el Papa Francisco ha llamado «periferias existenciales».
Esta expresión tiene un alcance que va mucho más allá de las dimensiones geográficas, sociológicas, ideológicas e incluso religiosas. Nos llama a una responsabilidad que va más allá del deber de compartir, de la compasión o de lo que, erróneamente, solemos llamar “caridad”. Este llamamiento se dirige a mí, personalmente, toca mi esencia de ser humano, se sitúa a un nivel más profundo de todo lo que he aprendido, escuchado y visto: me plantea la pregunta sobre quién soy yo y cuál es mi destino. Una parte importante de esta llamada es cuál es mi responsabilidad hacia los demás. Por lo tanto, quiénes son los demás y qué puedo hacer yo por ellos. ¿Qué me pide el Señor en cuanto yo le sigo?
No es sencillo, ni mucho menos obvio. Ciertamente no basta con que meta la mano en el bolsillo y saque dinero. Eso no me cuesta nada, alivio mi sentido de culpabilidad más que el hambre o el dolor de quien lo recibe, por lo tanto me deja a mí… más menesteroso.

Las invasiones. ¿Entonces? Giussani non lo enseña con su método educativo. No ofrece limosnas, dinero, recursos materiales, sino la posibilidad misma de regenerar a la persona. Esto es lo que hemos aprendido y comprobado preparando esta exposición: la llamada de Cristo brinda la posibilidad de una vida mejor, sea cual sea el lugar y la situación humana en la que actúa.
En Quito, por ejemplo, visitamos las “invasiones” de Pisulli, una zona de la ciudad que explotó con la llegada masiva de gente desde fuera, plantando tiendas donde habitar con su familia, y defendiendo estos espacios incluso con las armas. En esta área dos tercios de la población viven en la pobreza más absoluta. Muchos han sido estafados, han sido víctimas de la corrupción o han perdido repetidamente todo lo que tenían. Sin embargo, algo en el espíritu de estas personas les ha permitido sobrevivir y quedarse para empezar a construir una nueva realidad en el corazón de la vieja.
Gracias al trabajo de AVSI, esta gente ha empezado un camino educativo que no solo ayuda a adquirir nuevas competencias, sino que regenera a las mismas personas. Allí pude ver cómo la fe se convierte en cultura a raíz del encuentro con un maestro, con un adulto. Se establece entonces un camino de conocimiento y afecto, un proceso para reapropiarse de la realidad y utilizarla para una finalidad buena. Así los jóvenes llegan a ser adultos, verdaderamente protagonistas de su vida y capaces de generar una novedad en la historia.
Muchos hechos me han sorprendido poniendo en tela de juicio lo que creía saber y muchos testimonios sorprendentes han desafiado nuestros prejuicios.
Volviendo a cómo podría definir qué es la pobreza, no sabría decirlo con exactitud. De todas formas, veo más claro que este problema se ha afrontado con análisis y explicaciones simplistas. Con san Pablo, empiezo a comprender que tiene que ver con una forma de soledad en la que nunca había reparado antes.
En nuestra cultura, la palabra “exclusión” llena la boca de filántropos y políticos, pero evoca algo parcial e inadecuado. Sugiere el veto a participar en la vida económica de la sociedad, pero este es solo un aspecto inicial. Lo que deriva de la exclusión da forma al círculo vicioso de la pobreza: la pérdida de la ciudadanía, el depender de otros, la falta de dignidad, el desprecio de uno mismo, la degradación cultural, la vergüenza, la muerte de la persona aun cuando el cuerpo sigue vivo.

La amnesia. Algo que he observado en São Paulo a través del trabajo del CREN (Centro de recuperación educativo y nutricional), que AVSI sostiene a favor de los pobres de las favelas, es que la malnutrición no se puede definir matemáticamente, como creía yo. Claramente depende de la carencia de alimentos adecuados, pero mucho más de una forma de amnesia. Chicas abandonadas en el campo por sus familias vienen a vivir en las favelas, se casan, tienen hijos, pero luego descubren que han olvidado cómo cuidar de sus niños en circunstancias de emergencia. Nutrir no es algo que se hace naturalmente; es una sabiduría que se aprende dentro de una cultura y, cuando las culturas se rompen en pedazos debido a los desplazamientos, a la indigencia, a la sequía, esta sabiduría cultivada por muchas generaciones se extravía. En este caso la “soledad” se manifiesta como un síntoma clave de la pobreza.
Se pone de manifiesto aquí la importancia que tiene la educación, el acto radical que regenera a la persona. Se trata de una intervención que no debe ser paternalista, por la simple razón de que esto fracasa. Solo puede tener la forma de una amistad, de una compañía en la que se comparten las mismas necesidades y las mismas dificultades. En este sentido, todos somos pobres, aunque de manera muy distinta. Es vital tener una compañía. Solo así el Destino no deja solo al hombre.

El antídoto. Si existe un antídoto a la pobreza, es la belleza en su sentido más profundo y verdadero: el eco, el recuerdo, la nostalgia de una grandeza humana que hemos olvidado. En Nairobi lo vimos con mayor evidencia en el contraste entre las míseras chabolas de Kibera y la novedad y la frescura que se respira en las aulas de los colegios Little Prince y Cardenal Otunga, donde los chicos disfrutan de una vida distinta. Ver a estos chavales literalmente florecer ha sido algo increíble.
Pero lo más sorprendente, quizás, es otra cosa. En nuestro recorrido por Ecuador, Brasil y Kenia, les preguntamos qué había supuesto para ellos ser acompañados y aprender a acompañar, qué significa ayudar a otro a ser él mismo, a regenerar su persona. «¿Qué método habéis utilizado para cambiar la vida de los que os rodean?».
La respuesta ha sido sencilla. Y unánime: «Cambiando primero yo».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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