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Huellas N.6, Junio 2014

ENCUENTROS / Siniavski

Os cuento de mi padre

Maurizio Vitali

Lo vio por primera vez cuando tenía siete años, a su regreso del GULAG. YEGOR SINIAVSKI rememora «la actitud ante la vida» del gran escritor ruso, esa búsqueda de lo maravilloso que hizo de él un hombre libre. Y que también nos ayuda a comprender el tiempo que vivimos

Yegor Siniavski llevaba tan sólo tres meses en este mundo cuando, en 1965, su padre Andrei, gran escritor ruso, profesor universitario y crítico literario de la revista Novy Mir, fue arrestado por la policía de Brezhnev y recluido en un gulag hasta 1971. Junto a su amigo escritor Yuli Daniel, Andrei Siniavski (1925-1997) fue condenado por actividades antisoviéticas en un juicio tristemente famoso. De tal manera se consideró su talento literario y artístico no conforme a la estética del régimen. A Sinavski le interesaba lo que es fantástico, grotesco, maravilloso, factores todos que revelan la realidad mucho más y mejor que el realismo socialista. Además había publicado en Occidente, con el seudónimo de Abraham Tertz, algunas de sus obras que la censura había vedado en su país, entre ellas, Compañeros, entra la corte, Lubímov, La helada, Sobre el realismo socialista.
Tras el proceso, sus pensamientos se publicaron en Italia con el título Pensieri improvvisi (Jaca Book, 1967; reedición a cargo de Sergio Rapetti, 2014). Se trata de aforismos e iluminaciones, «breves apuntes capaces de definir los puntos extremos de mi conciencia, casi sus coordenadas… que habían regido mi vida y en las que había trabajado hasta el momento de mi detención». A partir de la cotidianeidad concreta se indagan los grandes temas de la vida: el amor, la sexualidad, la muerte, la tradición, la modernidad, el mundo religioso, Dios, la fe. Son pensamientos que provocan y empujan a entrar en campo abierto, a ir más allá de lo descontado, a franquear ese umbral que camufla la mentira: «Tú vives como un necio pero a veces se te ocurren ideas excelentes». O: «Cuando todo misterio se desvele – todo misterio, ¿entendéis? – quedaremos en evidencia». O también: «Dios me prefiere». Y luego: «Qué ternura experimentas de repente por un trozo de jabón». O: «La naturaleza es admirable bajo el influjo de la mirada de Dios. En silencio, de lejos, Él fija las manchas de los árboles – y esto basta».
Por lo tanto, Yegor conoció por primera vez a su padre cuando tenía ya siete años e ignoraba que había estado en el gulag: «Mi madre me contaba siempre que se había ido a trabajar al monte donde tenía una casita pequeña. Esta respuesta me bastaba para quedarme contento». En cambio el niño había empezado prontísimo a leer y a amar la literatura. De mayor, él también se convirtió en un escritor, de lengua francesa, dado que vive en París desde 1973, cuando los Siniavski fueron expulsados de la Unión Soviética.

¿Cuál fue su primera lectura significativa? ¿Quizás precisamente esos Pensamientos repentinos?
No, mi primer libro “serio” fue El barón de Munchausen.

Bueno, serio…
Claro que sí. Porque el barón de Munchausen puede hacer cosas fantásticas como ir a la luna trepando por una planta de judías, o elevarse tirándose por los pelos, pero nunca puede mentir. Exactamente como debe ser el corazón de la literatura: decir siempre la verdad.

¿Qué recuerda de su primer encuentro con su padre?
Cuando mi padre regresó del gulag, descubrí a un hombre muy bueno y simpático, que desconocía por completo. Esto a pesar de que su aspecto podía dar miedo: físicamente destrozado, curvo y doblado, con la barba larga, había perdido todos los dientes... Los ojos se le iluminaron. Nos caímos fenomenal de inmediato, saltó una corriente de simpatía especial entre nosotros desde el primer día.

¿Qué hacíais juntos?
En seguida empezó a leerme cosas realmente extraordinarias. Lecturas de Pushkin, Gogol, Mark Twain, Kipling… no para que me formara una cultura, o porque eran libros que hay que leer, sino para que descubriera lo que es maravilloso. Esta experiencia fue decisiva para mí, porque me hizo participar de la actitud que mi padre tenía hacia la vida.

¿Le hablaba también de religión?
Cuando fui creciendo un poco. No me leía los Evangelios, pero me solicitaba para que le preguntara: ¿Qué es el paraíso? ¿Quién es el diablo? En la Edad Media el diablo era visible por doquier, en todas las desgracias; ahora ha desaparecido. ¿Por qué? Me respondió así: «Se ha mudado a nuestro interior». Con el paso del tiempo se fue haciendo normal, aunque no frecuentísimo, que me hablara de religión. Pero esperaba siempre a que fuera yo a plantear las preguntas.

¿Cómo sucedió que el ateo Andrei se hizo cristiano?
Mi padre había leído y amado a escritores religiosos como Vasili Rozanov o Nicolai Berdiaev. Pero la conversión no fue sólo la consecuencia de una reflexión literaria. Aconteció algo que yo no consigo explicar del todo. Fue en los años cincuenta. Mis padres viajaron al norte, en busca de la antigua Rusia. Aquí, entre iglesias transformadas en salas de baile o en establos, encontraron a gente sencilla que había salvado misales, objetos sacros, iconos, y que habían conservado su fe. Ambos se sintieron atraídos por esta fe sencilla, íntima, popular, sin ostentación, en la que vieron confirmada la antigua sabiduría del campesino ruso. Y en los años siguientes volvieron a repetir estos viajes.

Por lo tanto, resultaron decisivos ciertos encuentros...
Uno en particular dejó un signo indeleble en mi padre. Fue con una anciana campesina, una babuska. Mi padre le explicó que venía de Moscú, que era creyente y que estaba muy interesado en conocer de qué manera ella y la comunidad practicaban su fe. «Cuando se cree, se conserva la fe en el corazón», fue la humilde y lacónica respuesta. Para mi padre supuso el descubrimiento de la personalización de la fe.

¿Cómo supo de la reclusión de su padre en el gulag?
Me lo contó él mismo. El 7 de agosto de 1973, en el tren que nos alejaba para siempre de Rusia, nada más cruzar la frontera de Alemania del este con la del oeste. Me sentí inmediatamente muy orgulloso de él. Y le planteé en seguida esta pregunta: «Papá, ¿no te intentaste evadir de la cárcel?». Me explicó que era imposible. Luego añadió que a fin de cuentas los años en el gulag – años terribles de cárcel durísima – no habían sido tan malos, porque desde el punto de vista espiritual le habían enriquecido.

¿En qué sentido?
Había llegado allí pertrechado sobre todo con sus Pensamientos repentinos, con herramientas para afrontar aquella experiencia terrible: la fe, su mirada, su sentido del humor, el deseo de lo que es maravilloso… De tal manera que mi padre buscó en el gulag lo que es increíble, maravilloso, artístico, lo espiritual que hay en las personas que tenía a su alrededor, muchas de las cuales eran verdaderos delincuentes, despiadados asesinos, personajes de una vulgaridad extrema. Que, de todas formas, lo estimaban porque sabían que durante el juicio no se había doblegado ante sus acusadores.

¿Cómo vivisteis la caída del Muro de Berlín, en 1989?
Como un regalo del Cielo.

La oposición de Siniavski al régimen nunca fue política, en todo caso cultural, literaria, humana…
Estética. Mi padre amaba decir que entre él y la Unión Soviética había una contraposición estética. Una actitud distinta, una mirada distinta sobre la realidad. Los comunistas piensan que el hombre existe sólo en la colectividad, no como persona. El sentido de la vida no tiene nada que ver con el yo; lo que cuenta es el avance colectivo hacia un futuro radiante. Escuche este “pensamiento de mi padre”: «Cuando vas con retraso ralentiza el paso», para decir con una paradoja que es un bien ser libres interiormente, libres incluso de las ganas de correr, de la necesidad o de la obligación. Es un pensamiento cotidiano, no es una proclama política, pero radicalmente contrapuesto al modo de pensar comunista, por el cual es inconcebible que el yo sea más importante que la sociedad. En aquel juicio mi padre fue acusado de ser “egoísta” porque no estaba totalmente comprometido con sus obras en la construcción colectiva. En cambio, se puede construir el propio bien partiendo de la exploración de lo que existe de maravilloso, de artístico, de divino en el yo de cada uno.

¿Y hoy? Acabado el comunismo, la lección que supuso la disidencia ha sido archivada. Quizás demasiado deprisa.
Es exactamente así. En cambio es una lección actualísima. Por ejemplo: frente a la crisis ucraniana es necesario retomar la reflexión sobre la verdadera naturaleza del nacionalismo ruso, sobre la pretendida superioridad de la grandeza rusa con respecto al Occidente débil y materialista, sobre la índole de la fe ortodoxa y sobre las causas de su posible utilización política, que se encuentran en las obras de los mejores intelectuales disidentes. Los cuales –mi padre ciertamente– no se concebían simplemente como opositores del régimen, sino como constructores de una vida más auténtica. Sería muy saludable volver a leerlos.


VIDA Y OBRAS
Andrei Siniavski nace en Moscú en 1925. Se licencia en Filología y es crítico literario de la revista Novy Mir. Publica sus primeros libros fuera de su país, bajo el pseudónimo de Abraham Tertz: Cuentos fantásticos, Lubímov y Pensamientos repentinos, críticas severas del totalitarismo soviético.

Detenido en 1965, es procesado junto con su amigo Yuli Daniel y condenado a siete años de trabajos forzados. En este enclaustramiento escribe Paseos con Pushkin y Una voz desde el coro.

Liberado en 1971 por buena conducta, abandona la URSS en 1973 con su esposa María Rózanova y su hijo Yegor, a cambio de renunciar a la nacionalidad soviética. Instalado en París, enseña literatura rusa en la Sorbona y funda la revista literaria Síntaksis.

Muere en 1997, en la localidad francesa de Fontenay-aux-Roses, cerca de la ciudad de París.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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