«¿Qué sentido tiene este pequeño grupo en esta inmensidad?». En San Petersburgo, a dos pasos del palacio de los zares, tres días para compartir, con los responsables del movimiento del Este. Para poder afrontar la vida entera: el trabajo y los hijos, los nuevos derechos y la drag queen del Festival de Eurovisión. Hasta la Plaza Maidan y las tensiones de la política. «Aquí, entre vosotros, hay una promesa para toda Rusia y los países vecinos»
«Sin tener nada en las manos, despedazó al león como se despedaza un cabrito». La estatua dorada de un Sansón hercúleo, que aferra las fauces del animal, destaca en el centro de la gran fuente del Palacio de Peterhof, la residencia de verano de los zares. Pedro el Grande eligió ese símbolo, que aúna potencia y desenvoltura, para celebrar la victoria contra el Reino de Suecia en 1709. En torno a los miles de surtidores de la Versalles rusa, la multitud de turistas disfruta del primer sol de la primavera de San Petersburgo. A lo largo de las avenidas del parque, las madres empujan sus cochecitos. La guerra en Ucrania parece lejana.
A pocos minutos a pie del palacio, se encuentra el hotel que acoge la asamblea de responsables de las comunidades de CL de Rusia, Bielorrusia, Kazajistán, Lituania y Ucrania. Unas sesenta personas. La frase en cirílico en el salón de la asamblea repite de nuevo el título de los Ejercicios de la Fraternidad: «Prosigo mi carrera para alcanzarlo».
Canto de amor. «Me preguntaba, mirándoos, este pequeño grupo de amigos en este gran país: “¿Qué sentido tiene este pequeño grupo en esta inmensidad?”». Julián Carrón comienza así, con una observación que es al mismo tiempo histórica y existencial. Los “tres días” discurrirán por completo al hilo de la línea que une el destino del individuo y el de la historia de los pueblos. «Es el designio de Otro el que nos ha puesto juntos, un designio que desafía nuestra razón como la elección de Abrahán. Lo que está sucediendo en esta pequeña sala es una promesa para toda Rusia y para los países vecinos». ¿Qué se podía comparar con los imperios mesopotámicos o de los faraones de Egipto? Sin embargo, hoy estamos aquí porque la promesa hecha a Abrahán, a un sólo hombre, se ha cumplido. «Dios se somete a nuestro juicio. Es como si dijese: Abrahán, deja tu tierra para ver lo que haré de ti. Y de esta verificación surgirá un pueblo más numeroso que las estrellas del cielo». Es la lógica del Antiguo Testamento. ¿Vale también para el tiempo de la Plaza Maidan y de la anexión de Crimea?
Vicka, moscovita de origen cubano, es la primera en intervenir y parece contradecir la introducción de la noche anterior: «No es verdad que el mundo no se dé cuenta de nuestro cambio. El otro día un amigo me llamó tras volver de un crucero. Decía que todos están obsesionados con algo, mientras que nuestra manía es el sentido de la vida. Decía que, por eso, tenía nostalgia de nosotros». «¿Veis? Es algo tan evidente que a veces los únicos que no nos damos cuenta somos nosotros», insiste Carrón: «Pensad si Jesús hubiera pensado también que lo que hacía y decía no tenía incidencia sobre la vida, puesto que sólo había tocado a Juan y a Andrés». No se trata de un problema de interpretación, había explicado antes: «La verificación de la promesa de Dios es ese resplandor de la verdad que sucede en nosotros cuando la encontramos». Para comprender si el tratamiento que el médico te receta es válido o no –es el ejemplo que pone Carrón– no se necesita una interpretación, sino observar si te curas o no.
Jean-François, responsable de CL en Rusia, dice que lo que nos hace dar pasos en la vida es el juicio sobre las cosas que suceden. Como sobre el trabajo, donde las circunstancias obligan a veces a tomar decisiones radicales, como despedir a un colaborador. «Si miro al que tengo delante a partir del origen, del drama humano, aunque la decisión es dura, soy más libre y el otro comprende. La dificultad se puede compartir». «El signo de que un juicio es verdadero es que me libera», observa Carrón: «Si por el contrario me irrita, la única salida es profundizar en el juicio, porque significa que algo se nos escapa y que todavía estamos aclarándonos».
Josif viene de Novosibirsk; es uno de los primeros de la comunidad siberiana nacida hace veinte años: «Podemos ganar la batalla del testimonio ante el mundo y perderla con nuestros hijos. Pienso sobre todo en mi hija mayor. Es verdad que por medio está su libertad. Pero este pensamiento no me deja tranquilo». La respuesta es clara y vertiginosa: «Es una pregunta que debemos dejar abierta. Es la herida que el Señor te pone dentro para reclamarte a la conversión. Utiliza aquello que te es más querido. Puedes pensar en ello como en una desgracia o como el modo con el que el Misterio de nuevo se apiada de ti y te llama a crecer».
Se come y se cena en la sala de una antigua academia militar con las paredes pintadas de rosa y azul claro. En la mesa se conocen toda clase de personas. Está Suleimán, un sirio ortodoxo de Damasco, enviado por su gobierno a Rusia hace dos años para la especialización en Medicina. Aquí empezó a reunirse con los amigos de la comunidad y con ellos, al comienzo de un encuentro, entona un atormentado canto de amor en árabe. Dimitri es un poeta de Minsk que conoció CL en Kiev. También él es ortodoxo y piensa que Bielorrusia necesita gente que viva el cristianismo «con la misma alegría que los amigos de CL». Yuri es un pastor protestante. Vive en Vorónezh, a quinientos kilómetros de Moscú. En 1994 descubrió un texto de Giussani y propuso a sus parroquianos los textos del movimiento traducidos en ruso.
En la asamblea hace su aparición, por sorpresa, también Conchita Wurst, la drag queen barbuda ganadora de la última edición del Festival de Eurovisión. La menciona en su intervención Andrius, de Vilnius: «Me impresionó mucho el juicio que se dio en los Ejercicios de la Fraternidad sobre el debate sobre los nuevos derechos: el atajo que se salta el drama humano es el riesgo que corre tanto quien los promueve como quien se opone a ellos. El desafío para mí es pasar de profundo defensor de los valores tradicionales a convertirme en observador libre. La cosa me da un poco de miedo. La “ganadora” del Festival de Eurovisión se ha convertido, de pronto, en un banco de pruebas: me he descubierto pensando: “¿Cuál es el drama que está atravesando esta persona?”. Mis amigos y mis hijos pensaban que estaba bromeando».
«¡De defensor acérrimo a observador espléndido! En esta diferencia se encuentra toda la naturaleza del cristianismo!», responde Carrón.
El valor y la oración. Roberto, responsable de la comunidad de Moscú, interviene y habla, como dirían los ingleses, del elefante en el salón: la guerra con las armas y con las palabras entre Rusia y Ucrania. La pequeña comunidad ucraniana se ha implicado a fondo en los hechos de la Plaza Maidan, algunos de la comunidad de Moscú se han interesado por lo que sucedía, mientras que otros desconfían y apoyan la política de Putin. «Lo discutimos, intentamos encontrar un juicio, pero luego nos marchamos con la misma opinión que teníamos antes». Carrón toma impulso y echa mano de argumentos ya utilizados para la situación italiana: «Antes que las discusiones sobre los pros y los contras, la cuestión es ésta: ¿de dónde esperamos la salvación para nuestra vida? Miremos nuestra naturaleza de hombres: ¿cómo podemos pensar en poder reconstruir nosotros lo humano? ¿De dónde puede venir aquello que mejor responde a las exigencias de Ucrania y de Rusia? ¿Qué ha empezado a hacer el Misterio en medio de nosotros? ¡La comunidad cristiana! No he venido aquí a daros las líneas del movimiento sobre estas cuestiones: os doy los instrumentos con los que cada uno pueda hacer su camino. Pero si lo primero que hace un conflicto de este tipo es dividir la comunidad cristiana, imaginémonos dónde podremos poner nuestras esperanzas…».
Aleksandr Filonenko toma la palabra y cuenta, delante de los amigos rusos, la experiencia vivida en los meses de la «revolución de la dignidad». «He aprendido que para ser libres es necesario ser valientes, y para ser valientes es necesario rezar. Sólo así ha sido posible vencer el clima de miedo». El profesor de Járkov había contado ya su experiencia en Milán, ante miles de personas, con gran seguridad. Pero delante de las sesenta personas de Peterhof su voz tiembla: «Observo que aquí entre nosotros nos hemos convertido en recelosamente hostiles y no logramos decirnos cómo hemos encontrado a Cristo en estas circunstancias históricas. Pero si no logramos testimoniárnoslo recíprocamente, significa que la comunidad está en crisis. ¿Por qué, de repente, para algunos de nosotros, me he convertido en un enemigo?». La sala por un momento contiene el aliento. «Todos debemos dejarnos interrogar por lo que emerge ahora», dice Carrón antes de dirigirse a Filonenko: «En Kiev hemos visto a un pueblo bajar a la plaza. Hemos visto su valor. Pero cuidado: incluso esto, como cualquier intento humano, tiene aspectos positivos y negativos que tienen que pasar por el crisol de la historia. Por amistad te digo: cuidado, porque este movimiento del pueblo podría carecer de raíces para resistir en el tiempo. Lo vimos en Polonia con Solidaridad, que justamente en aquella época miramos con simpatía. ¿Qué queda hoy de aquel movimiento popular? Pensemos en la imponencia de la Iglesia ambrosiana de los años cincuenta. Don Giussani lo comprendió: se daba por descontada la fe. Y hoy vemos las consecuencias de ello. Para sostener tu intento, como amigo, hoy te pregunto: ¿de dónde viene tu esperanza? Deseo que nazca en vosotros un juicio capaz de resistir las dificultades y la prueba del tiempo».
Noche blanca. Antes de ir a dormir hay tiempo para un vodka con pepino acompañado de salami. La oscuridad desciende después de las 23.30. Son las “noches blancas” de San Petersburgo, las de la novela de Dostoievski. Fuera del hotel se fuman los últimos cigarrillos. Unos continuan hablando de política, otros ríen recordando los primeros tiempos, hace veinte años, en Novosibirsk. Se piensa de nuevo en los hijos, en las mujeres y los maridos, en los compañeros en dificultades, en los desafíos de la semana que empieza de nuevo.
De Peterhof se regresa a casa con al menos una idea en la cabeza. Son las palabras conclusivas de Carrón: «La belleza de este momento consiste en que hoy quien es cristiano lo es únicamente porque está fascinado por Cristo. No existe ningún desafío mayor para la libertad y para la razón de cada uno de nosotros. Es como si el Señor nos preguntara de nuevo: ¿tú me amas?».
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