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Huellas N.6, Junio 2014

VIDA DE CL / En los confines del mundo/1

¿Os basta este espectáculo?

Paola Bergamini

Pequeñas comunidades, en algunos casos muy jóvenes, diseminadas entre Ashburton, Perth, Melbourne, Sidney… Nos cuentan la visita inesperada de Julián Carrón. Un acto de pura amistad, sin programas oficiales. Una sencillez que «ha vuelto a despertar nuestra sed»

Finales de enero. John Kinder y el padre O’Connor reciben este correo: «En abril, en la semana de Pascua, a Julián le gustaría ir a veros a Australia y Nueva Zelanda. ¿Os vendría bien? Si es así, hablad directamente con él».
Padre John de Nueva Zelanda contesta inmediatamente: «Wonderful news, Raffaella». La noticia tiene algo de increíble. Perece casi un milagro. Con todas las realidades del movimiento que tienen una consistencia importante… Y ese amigo tan querido decide ir al otro extremo del mundo para estar con ellos, una comunidad compuesta apenas de cinco personas: Matthew y Lucía con sus tres hijos, en Ashburton. A unos mil kilómetros de distancias otra familia irlandesa, Martin y Alison, que llevan un año en ese país. Y después él, el padre John, que va de una a otra de sus iglesias esparcidas por la vasta parroquia que el obispo le ha confiado en New Canterbury. Llama a Matthew: «Carrón viene tres días a estar con nosotros. Quizás merece la pena organizar un encuentro público para presentar el movimiento. ¿Qué te parece?». «Nunca lo hemos hecho. No lo necesitamos. Él viene a estar con nosotros, a acompañarnos».
En Perth, Australia, Kinder empieza a organizar con sus amigos la agenda del viaje. Los días son pocos. ¿A qué ciudades llevarle? ¿Es el mejor momento? Hay que tomar decisiones. Nada de formalismo. Al final, prevalece el deseo de estar simplemente juntos, de mostrarle esa semilla pequeña pero bien arraigada en algunas ciudades australianas: unos cuarenta en Perth, un grupito en Melbourne, algunos amigos en Newcastle, en Sidney… Pequeñas comunidades, en algunos casos muy jóvenes, pero que llevan en su seno lo único por lo que merece la pena vivir: el encuentro con Jesús.
Todos esperan a Julián, como un amigo, un compañero de camino que llega por un solo motivo, como dijo él mismo antes de salir: «Un amigo siente la necesidad de ir a visitar a sus amigos, para compartir la vida con ellos. Así todo se hace más carnal».

NUEVA ZELANDA
Martes 12 de abril. En el umbral de su casa, Lucía escruta el cielo: las nubes cubren el horizonte, ya es otoño. Desde 2009, ella y Matthew viven en Ashburton, una ciudad de veinte mil habitantes. Quien se dirige al sur de la isla a la fuerza debe pasar por allí. Ella, italiana, y él, neocelandés, se conocieron en 2001 cuando Lucía, casi casualmente, acompañó a sus padres en un viaje a Nueva Zelanda. Supo por John Kinder que Matthew acababa de conocer el movimiento. Empezaron una amistad, luego surgió el afecto recíproco hasta que Matthew decidió ir a trabajar a Dublín para que pudiesen estar más cerca. Allí creció la amistad con Margaret y Mauro Biondi y con los demás amigos de la comunidad irlandesa, y allí se casaron en 2003. Luego se fueron a vivir a Ashburton. Para ella, que siempre había vivido un poco al margen del movimiento, la fe empieza a ser algo tan real que la desplaza de un lado a otro del mundo.
«Lucía, ¿cuándo llegan tus amigos?», le pregunta su vecina de casa, Fiona. Con ella ha surgido una bonita amistad. Fiona no es católica. No importa. «Estarán a punto de llegar. ¿Vienes a casa esta noche? Así les conoces». «Voy después de cenar. Mira, llegan». Del coche bajan Carrón, Margaret y Mauro, sus amigos de Dublín, que se encontraban en la zona por trabajo y han querido acompañar a Julián. Un largo abrazo. Empieza a llover. Seguirá lloviendo los tres días, haciendo saltar por los aires todos los planes.
En la cena, junto con el padre John, están Martin y Alison, Chiara, una italiana que trabaja en Christchurch, un joven seminarista vietnamita y el párroco. Se habla de todo, se comparte la vida. Carrón escucha, pregunta. El padre John observa y tiene un solo pensamiento: «La amistad en Cristo lo abarca todo». Llega Fiona y le cuenta a Mauro su historia. La huída de Zimbawe hace diez años, la muerte de su marido, cuatro hijos que criar. El encuentro con Lucía. Habla como si se conocieran desde siempre. El párroco, antes de despedirse, le da las gracias a Matthew por la velada. «A pesar de que siempre ha sido un poco escéptico por lo que respecta al movimiento, le resultaba una espiritualidad un tanto extraña», comenta Lucía.
Al día siguiente, excursión al paraje donde se grabó El Señor de los anillos. Lugares maravillosos, si dejara de llover. La niebla envuelve las colinas. Hay que anticipar el regreso. Carrón los sigue, charla con ellos y mira, mira sobre todo la amistad entre Martin, Matthew y padre John. Les dice: «Vosotros tenéis todo lo que hace falta para vivir». Mientras caminan, Matthew le habla de su antiguo jefe de trabajo: «Cuando, hace tres años, le dije que quería trabajar por mi cuenta, creía que se enfadaría, pues es un tipo irascible. En cambio, me pidió que le dejara algún libro sobre la fe “porque la tuya se ve”. Yo jamás le había hablado del movimiento». Último día, misa in Coena Domini. Quedan para un café en el pub donde Matthew y el padre John se encuentran para hacer la Escuela de comunidad, a mitad de camino. «Con Martin, en cambio, nos conectamos por internet». Carrón se ríe. Por último el viaje a Christchurch, para visitar al obispo antes de volar a Australia. «Una hora de viaje en silencio. Esto es posible solo entre amigos, cuando hay algo más entre nosotros», comenta el padre John. Mientras Lucía mira el coche que se aleja, le dice a Matthew: «¿Sabes qué me dijo ayer Carrón? “He venido por ti”. Punto».

MELBOURNE
En el aeropuerto están esperando Francesco y dos amigos australianos. Ingeniero mecánico, Francesco llegó a Melbourne con un proyecto de investigación de tres años. Conoció a Margaret, se casó y se quedó. «En Italia estaba bien. Solo he secundado lo que el Señor me iba poniendo delante. Primero el trabajo y luego mi mujer». Igual que la visita inesperada pero deseada de Carrón. Cuando recibió la llamada de John Kinder, habló con los amigos de las demás ciudades. Al principio estaban un poco preocupados: solo estará un día, ¿qué hacemos? Decidieron quedar todos juntos, hijos incluidos, en Melbourne.
Cuando llegan a casa de Francesco ya es última hora de la tarde. La hora de tomar un café y un trozo de tarta, charlar un poco, estar juntos.
Al día siguiente, la cita es en el Seabrook Community Centre. Están los amigos de la comunidad de Melbourne, de Newcastle, de Adelaida, de Sidney. En algunas ciudades solo hay dos. La mayoría son jóvenes parejas extranjeras, muchos están en Australia por una estancia de trabajo. En la sala, Carrón se para a hablar con todos. Pregunta, bromea. A las diez, rezo de los Laudes, luego los niños salen a jugar. Julián habla de sí mismo, de la Jornada de apertura de curso, de los Ejercicios de la Fraternidad.
Coffee break y empiezan los testimonios, el relato de la propia experiencia. «Sin el camino que nos invitas a hacer para personalizar la fe, yo no conseguiría vivir el cristianismo». En Australia como en España. Siendo dos o cientos. Escuchar las intervenciones y mirar esos rostros hace nacer en Carrón un gesto de afecto a cada uno. «El movimiento genera personas capaces de mantenerse en pie. Aquí hay una semilla, joven, en algunos casos incluso temporal, y los frutos se verán».
Hora de comer todos juntos: grandes y pequeños. Carrón, tenedor en mano, se detiene y pregunta: «¿Y tú qué haces?». Luego una sorpresa. En la sala hace su entrada un señor con un… zoo “portátil”. Desfilan una zarigüeya, una iguana, un búho, y hasta un koala. Los niños exultan, todos se hacen fotos.
Llega el momento de hacer una breve asamblea y luego, al anochecer, un grupo acompaña a Julián a dar un paseo por el río mientras otros preparan la cena antes de la misa. Todos han llevado algo. Es una auténtica fiesta. Al terminar, un regalo: un crucifijo con dibujos aborígenes. Después de cenar, está prevista una noche de cantos pero Carrón está agotado y se retira a dormir. Entre amigos se da la libertad y la humildad de poder decir: «Lo siento, no puedo más con el jet lag».

PERTH
Domingo de Pascua. Durante el trayecto hacia casa, John le pregunta a Carrón si le parece bien el programa que han organizado para esos tres días. Le ve sonreír. «¿Hay algo que no va bien?», pregunta. «Yo estoy aquí por vosotros, me fío de vosotros. John, sigue lo que hay». Ese día, misa con los amigos de la comunidad y luego una cena pascual a la australiana: cordero con salsa a la menta.
Lunes, 7.30 horas. Rezo de Laudes en el King’s Park contemplando el sol que acaba de salir. Un espectáculo. Están todos. Las familias y los jóvenes, la mayoría estudiantes a los que John ha conocido en la universidad donde da clase «por el hambre de significado que sienten», dice. Desayuno al aire libre. Anna se acerca a Carrón. «Hola, ¿tú eres el del video?». Julián se echa a reír. Y empiezan a hablar. Cualquier formalidad queda borrada.
Asamblea en la sala parroquial de Santo Tomás Apóstol en Claremont. Dos horas de preguntas sin tregua. «¿Cómo no quedarnos en la apariencia de una amistad humana?». Carrón responde: «Es como la belleza que os rodea, como el sol de esta mañana. ¿Os basta? Si no remite a otra cosa, al amor de Jesús, quedará un vacío dentro de vosotros. Ciertamente, en estas condiciones tan “perfectas” no os falta nada, el deseo se puede contentar. ¿Por qué vale la pena vivir?». Steve piensa: «Ha venido para despertar nuestra sed, no para apagarla».
Comen en la misma sala y después van a buscar canguros. A las seis, paseo por la playa. Una cena a base de fish and chips, y luego a casa de Trish para una velada de cantos australianos y del movimiento. Ash mira a sus amigos y a este nuevo amigo: «Aquí está nuestro corazón».
Al día siguiente, asamblea. Llega una pregunta que expresa una dificultad. «¿Por qué leer siempre los mismos textos? ¿No valdría la pena abrir horizontes?». En la sala se oyen algunos murmullos. Carrón agradece la pregunta: «Este punto es fundamental. Yo solo puedo partir de mi experiencia. Descubrí el valor de mi estudio cuando conocí a don Giussani. Eso ha significado una apertura total. Hay un punto de partida. Estamos en el mismo camino».
Mientras toman un café a la orilla del río, John se acerca a Carrón: «Hemos reservado en un restaurante vietnamita. Conviene que nos movamos pronto». Julián mira alrededor: «Es tan bello este lugar. ¿Por qué no nos quedamos a comer aquí? Si se puede». Y empieza a hablar con algunos estudiantes. Ir detrás de lo que sucede… Es momento de organizarse, y la comida enseguida está lista. Visita a la catedral y luego la despedida.
En casa, John habla con su mujer, Silvia, sobre estos días: «Absolutamente normales. Esperábamos no se qué y en cambio hemos encontrado a un amigo. Como lo han sido, en la más absoluta discreción, Margaret y Mauro, amigos. Una amistad pura y llena de la presencia de Cristo».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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