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Huellas N.6, Junio 2014

BRASIL / Mundiales

Rostros de gol

Roberto Perrone

Un campeón frágil, un entrenador que peregrina y un oriundo que dormía en el suelo. En el gran showbusiness del Mundial, lo que cuenta al final (y nos apasiona) son estas historias. Porque nos recuerdan que siempre hay algo que no nos deja ser como todos esperan. «Sólo podemos ser nosotros mismos»

Cinco medallones, cinco medallas no al mérito, sino a una historia ejemplar. Porque el fútbol no es sólo lo que está encerrado en el rectángulo plano y ultra tecnológico de los televisores modernos en 3D. Y el Mundial que empieza dentro de unos días en Brasil y verá a millones de personas pegadas día y noche a la televisión no es sólo dólares y distinciones. Más aún. Lo que fascina – y cuenta – siempre son las historias, las caras, las personas. El “factor humano”, en definitiva. Y al final, lo que vale más todavía es lo que decía el Principito: «Lo esencial es invisible a los ojos».

Scolari, Luiz Felipe, de Passo Fundo, Rio Grande do Sul. 65 años. Profesión: seleccionador de Brasil. Para los amigos y no sólo, Felipão (se pronuncia Felipón con la o gruñida) o Big Phil. Ha traicionado el gran axioma del entrenador victorioso: no volver nunca al lugar de la victoria. Campeón del Mundo (la “penta”, la quinta) con Ronaldo en 2002 en Japón y Corea ha sido llamado otra vez por furor popular para vencer el Mundial en casa. ¿Y si lo pierde? Bueno, sin duda perder el Mundial en Brasil sería grave, pero en el fondo para los brasileños siempre es una tragedia perder.
Los brasileños, en lo que se refiere al balón, se dividen en dos grandes categorías: los soñadores y los realistas. Los soñadores son la mayoría y desprecian a los realistas. Felipão pertenece a los realistas, como Carlos Alberto Parreira, campeón en 1994. Su filosofía es una mezcla de buenos sentimientos, pragmatismo táctico, humanidad y Fe. Scolari es un bonachón fingido con pasaporte italiano (su bisabuela venía de Cologna Veneta) que entrena teniendo en cuenta no sólo los pies sino también las personas, el carácter, la vida privada de los jugadores. Convocó a Kaká en los Mundiales de 2002, cuando apenas tenía veinte años y que jugó sólo una parte del partido. Más que por sus características técnicas, con las que se consagró en el Milán, el mister lo llamó por su “diferencia” respecto a gran parte de sus compañeros: de familia bien acomodada, con una buena instrucción y una educación óptima, Kaká podía traer equilibrio al vestuario con su ejemplo.
Felipão no se deja influir por la prensa («hago siempre lo contrario a lo que dice»), ni da nombres, en parte porque cree (y nunca un verbo fue más pertinente) que lo que nos sucede depende relativamente de nosotros. En 2009 le respondió a un periodista que le preguntó si se encomendaba a Ronaldo: «No, me encomiendo a San Antonio de Padua». Y tras la victoria recorrió a pie 20 kilómetros, hasta el santuario de Nossa Senhora de Caravaggio, en Caixas do Sul.

Messi, Lionel (llamado Leo) Andrés, de Rosario, 27 años. De profesión jugador, posición fenómeno, el más famoso y el mejor pagado del mundo. Su último contrato, cinco años con el Barcelona, vale cien millones de dólares, 20 al año (más pluses). También llamado la Pulga, del campillo de Grandoli a los grandes escenarios, a los sueldos astronómicos, este hijo de la Argentina obrera (su padre trabajaba en una acerería) ha construido una historia hecha de fuerza de voluntad y melancolía. A los once años le diagnosticaron una forma de hipopituitarismo; a los trece atravesó el océano para instalarse en la Masia, la célebre fábrica de talentos del Barcelona. Reacio a las entrevistas y a la luz de los focos, salvo los que iluminan el rectángulo verde, ha expuesto ante el mundo su fragilidad que ningún contrato millonario puede eliminar. De vez en cuando vuelve bajo la apariencia de una acusación de evasión fiscal o bajo la forma de un malestar misterioso que lo hace vomitar a menudo en el campo en mundovisión. Leo es un campeón mundial que ha seguido siendo el muchacho de tiempo atrás, solo a sus anchas entre las paredes de casa, incómodo en los anuncios publicitarios, el campeón que se ha casado con la chica del portal de al lado y no con una modelo espectacular como su rival Ronaldo. Ha vencido todo, tiene todo, pero todavía no ha vencido el mundial como su antecesor Maradona. Como demostración de que en todos nosotros hay una galería que nos impide ser como los demás se esperan. Sólo podemos ser nosotros mismos.

Suárez Díaz, Luis Alberto, de Salto, 27 años, de profesión jugador, posición delantero. Conocido también como el Pistolero, 31 goles en 33 partidos con el Liverpool, se ha operado de menisco y espera estar en el campo si no en el primer partido de Uruguay con Costa Rica, al menos, en el segundo, contra Inglaterra, el 19 de junio. Representa a todos los que – y son muchos – con achaques o infortunios, veteranos o recién llegados, sin embargo no quieren perder la ocasión de estar presentes: pero ante todo representa a todo bad boy o en cualquier caso a los que tienen sus antecedentes penales manchados por alguna fechoría, que quieren enmendarse sobre este escenario. En 2012 Suárez llamó “negrito” al defensa del Manchester United, Patrice Evra, y se llevó ocho partidos de sanción. Después, cuando los dos se encontraron frente a frente, se negó a estrecharle la mano. Fuerte con los pies, en palabras pero también en mordiscos, como el que soltó al defensa del Chelsea, Ivanovic.
Es el prototipo de jugador que hace cualquier cosa por ganar, despiadado y sin escrúpulos: apenas siente un adversario cerca, en área de rigor, cae a tierra como un especialista de Hollywood y yace moribundo esperando el pitido del árbitro. Pero también él ha tenido un punto de inflexión en que se preguntó algo acerca de sí. Durante un partido con el Chelsea, marcó un gol y fue a celebrarlo hacia la banderilla del córner. Esperaba verse sumergido por sus compañeros y en cambio, al darse la vuelta, se dio cuenta de que ninguno corrió tras él. Volvió a empezar desde aquella soledad.

Casillas Fernández, Iker, de Madrid, 33 años, de profesión jugador, posición portero. Su historia muestra plenamente la esquizofrenia de los entrenadores. Está recorriendo su camino hacia el ocaso, entre banquillos, planchazos, pero también fidelidad incondicional. Mejor portero del mundo, junto a Buffon, en la primera década del tercer milenio, ha sido campeón de Europa y del Mundo con España, coronando en transmisión directa su sueño de amor. Tras ganar la final en Sudáfrica en 2010 contra Holanda, se encontró ante su novia, la periodista de Telecinco Sara Carbonero (de la que en enero de 2014 ha tenido a Martín), para la entrevista de rigor. Después de algunas preguntas, no consiguió fingir más y la besó. Ahora, sin embargo, tendría que besar a Vicente del Bosque, el seleccionador de España. En el Real Madrid, desde hace dos temporadas, primero con Mourinho, después con Ancelotti, va y viene del banquillo y normalmente sólo juega en la Champions (y después del error en la final con el Atlético se entiende por qué). Pero Del Bosque sigue adelante: «En Brasil jugarán Iker y diez más». Es un caso rarísimo de confianza/fidelidad más allá de cualquier duda. En el fútbol, un deporte en que cualquier cosa se quema en un amén, historias así son raras, pero de vez en cuando suceden. Relaciones que van más allá de victorias y derrotas, también porque, casi siempre, terminan con las segundas.

Rômulo Souza Orestes Caldeira, de Pelotas, Rio Grande do Sul. 27 años, profesión centrocampista, estatus oriundo. Sus bis bisabuelos llegaron a la última ciudad importante de Brasil antes del límite con Uruguay desde Mogliano Veneto. Los oriundos son una gran reaparición en nuestro fútbol en crisis cada vez más dominado por los extranjeros. Su época parecía acabada en los años 60 del siglo XX tras el fracaso de los Mundiales de 1958 (el único de la historia en que la Nacional no se calificó) y de 1962, en Chile. Y en cambio... De Camoranesi a Thiago Motta, a Rômulo, si hay un jugador que nos interesa siempre se le encuentra un abuelo venido de Italia a Sudamérica. Rômulo está a punto de alcanzar su sueño: jugar el Mundial en el país donde nació y creció, con la camiseta de la Nacional del país de sus antepasados.
Una historia de inmigración al contrario la de este chico que para sobrevivir, mientras empezaba a ir tras un balón en pequeños campos pelados, se dedicaba al contrabando atravesando la frontera para comprar perfumes y cremas y revenderlas a precios elevados. Persiguiendo el sueño del balón, ha dormido en colchonetas en el suelo de las “divisiones juveniles” improvisadas que van tirando a las espaldas de los grandes clubs. «Sin embargo no estábamos tristes». No, no estaban tristes porque buscaban algo, porque tenían un porqué, porque sabían el sentido de lo que hacían. «Tarde o temprano lo lograremos». La realidad siempre vence a los sueños.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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