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Huellas N.6, Junio 2014

EUROPA / Después de las elecciones

Y ahora hace falta coraje

Davide Perillo

El triunfo de Marine Le Pen en Francia, el boom de Renzi en Italia y la debacle de los dos partidos mayoritarios en España, en favor de los pequeños grupos de izquierda radical. El futuro de la Unión Europea se dibuja como un jeroglífico difícil de interpretar. Para el politólogo VITTORIO EMANUELE PARSI hace falta romper los esquemas. «No se hace una unión para seguir divididos»

Claro que ha habido sorpresas. Grandes, como el triunfo de Marine Le Pen en Francia, el boom de Renzi en Italia y la debacle de Grillo, o la caída de los dos grandes partidos en España con la entrada de un amplio abanico de pequeños partidos de izquierda, entre los que destacan los radicales de Podemos. Vittorio Emanuele Parsi, 52 años, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Católica de Milán y columnista de Avvenire y Panorama, de las elecciones del 22-25 de mayo destaca sobre todo una confirmación: «Existe una dificultad creciente entre la clase dirigente europea para vender el proyecto Europa a la opinión pública».

¿Por qué? ¿Es incapacidad de los vendedores o es que el producto ha perdido interés?
Se tiene la sensación de que Europa presta poca atención a los problemas que preocupan a la gente. Sobre todo por lo que se refiere a la crisis. Se apoya a las instituciones financieras pero no a las personas. Permítame hacer una broma: si usted fuera un banquero y quisiera hacer una quiebra fraudulenta, la Unión sería el mejor lugar para salir airoso… Hay una fractura entre democracia política y economía de mercado. Parecen excluirse recíprocamente en lugar de implicarse. La gente las percibe muy alejadas una de otra.

¿A qué se debe?
Se ha renunciado a la economía social de mercado. El “modelo renano”, si queremos utilizar una expresión más neutra, ha terminado en la papelera para abrazar a otro mucho más anglosajón. Además, ha habido un retorno masivo de la jerarquía de las soberanías dentro de la Unión: de hecho Alemania tiene un poder de veto sobre las decisiones de carácter económico. No lo usa con demasiada prepotencia, pero lo tiene. Mientras tanto, no existe ningún tipo de proyecto para hacer de Europa no sólo la casa de los bancos sino de los pueblos. En definitiva, rigor excesivo. Hace falta una política expansiva. No podemos combatir contra el fantasma de la inflación si estamos en peligro de deflación.

¿Es posible que los resultados de estas elecciones cambien algo? La crisis de Francia hace que se tambalee uno de los pilares del sistema. ¿Empezará Merkel a ceder en algo?
Es posible, pero no automático. Veremos. Pero es mejor no hacerse demasiadas ilusiones. He leído que algunos hablan ya de “eje italo-alemán” en vez de franco-alemán. Además de que esa fórmula no es que traiga precisamente buenos recuerdos, Italia no está en condiciones de ocupar el puesto de Francia. Pero Renzi ha salido reforzado y en julio empieza el semestre de presidencia italiana: podemos tratar de hacer entender a Alemania que de esta forma corre el riesgo de quedarse sola. Puede convertirse en el único país europeísta en una Europa que se disuelve. Pero la dinámica de fondo debe ser siempre la de compartir, no la de producir fracturas.

¿Por qué «compartir» se ha hecho tan difícil en estos años?
Se ha perdido la lógica de la igualdad, la idea de que las necesidades y aspiraciones de los pueblos europeos tienen la misma dignidad y merecen el mismo respeto. Hemos establecido que se puede hacer caer a un país miembro de la Unión por salvar a los bancos de otros. Es una mala señal. Eso debe cambiar y volver a una visión más orgánica de Europa, menos individualista.

Que «el otro es un bien», como recordaba el documento de CL, es una cuestión decisiva…
Claro, la misma idea de “Unión” así lo requiere: no se hace una unión para seguir divididos.

Pero hay quien quisiera dividirla. Los euroescépticos tendrán al final casi 150 diputados. En Francia hemos visto el terremoto Le Pen, en Gran Bretaña ha ganado Nigel Farage.
En Londres no hay nada nuevo bajo el sol. Los británicos han sido siempre poco afectuosos con Europa. En este momento tienen miedo a perder, más que a ganar. Siendo los conservadores más europeístas, se ha abierto un espacio político que ha ocupado Farage. Pero yo no me preocuparía mucho. En Francia es distinto. Es un sistema que está mudando de piel y debe restaurar sobre nuevas bases un contacto con la opinión pública. Pero que haya porciones de electorado “separado dentro de casa” es algo normal, casi fisiológico. El problema no son los euroescépticos sino que nosotros mismos estamos perdiendo las razones de la unidad.

¿Qué puede ayudar a recuperarlas?
Coraje e iniciativas. En primer lugar para relanzar el crecimiento y el empleo. Hay que recordar que seguimos siendo la parte del planeta que produce la mayor cuota del PIB: un 20-25 por ciento de la riqueza de todo el mundo. No es poco: nos da posibilidades para contribuir a cambiar las reglas de la economía global. Si Europa se da unas reglas que ya no se basen en la tutela del trabajo improductivo sino de las personas que trabajan produciendo…

Pero para ello, tiene que haber una visión común: las reglas son una consecuencia.
Eso es seguro. Hay que recuperar el carácter instrumental de cualquier actividad económica al servicio de un interés más general, que es el bien común. La economía tiene un objetivo último distinto de la producción de riqueza por sí misma: mejorar la vida en su conjunto, un “bien más amplio”, que no es una cuestión de buenos sentimientos. Una economía no equitativa, que excluya del bienestar a un grupo de personas, terminará resultando odiosa para muchos e insegura para sí misma.

¿No cree que la desafección nace también de un déficit de representación? Es la primera vez que votamos a los candidatos a la presidencia de la Comisión, y tanto los países como los partidos ya se han visto envueltos en discusiones y negociaciones sobre los nombramientos. Al final, por la fuerza Bruselas termina pareciendo algo muy lejano… ¿No se estará avanzando en dirección equivocada?
Existe sobre todo un déficit de ideas y de liderazgo. Si las ideas son sólidas y buenas, si las encarnan líderes con espesor, volveremos a sentirnos representados. Pero la sensación de “incidir poco” en cierto modo es inevitable. La Unión es una institución de segundo nivel, de por sí está lejos de los que votan. Da por descontado todas las dificultades de la política en su dimensión nacional. Cuando un sistema democrático está en crisis, a mayor razón lo estará una realidad más lejana.

¿Qué reformas necesita Europa ahora? ¿Dónde hace falta “más Europa” y dónde tal vez hace falta “menos”?
La primera urgencia es el fisco. O se hace una política fiscal armónica que acompañe a la política monetaria, y entonces el euro podría expresar toda su potencialidad, o tener una unión monetaria para una zona aduanera, y poco más, es un lujo que no se puede mantener mucho tiempo.

¿Y la política exterior?
Hay que ser realistas: a veces una política exterior unitaria es indispensable, otras una pluralidad de voces puede ser incluso útil. Ante todo es la inmigración lo que exigiría una atención máxima, y la identificación de puntos comunes.

¿Y el pacto fiscal, ese vínculo que pone a ciertas economías nacionales en condiciones de sangre, sudor y lágrimas para los próximos diez años?
Vuelve a estar en el orden del día. Hay que encontrar la forma de ver si algunas voces pueden ser tenidas en cuenta de una manera distinta para salir de esta vuelta de tuerca de la austeridad que amenaza con aplastarlo todo. Pero debe hacerse de forma coherente, con una lógica capaz de convencer a los mercados. Si tú modificas un pacto de estabilidad para que ayude al crecimiento y además no abandonas un sistema virtuoso de reducción de gastos, los mercados se alegran, no se te van a echar encima. Se puede hacer, no es imposible. Pero es importante hacerlo juntos.

Volvemos al punto anterior: hace falta una visión común.
Yo diría que hace falta compartir. Si no cambiamos nada, la Unión puede llegar a perderse en cuestión de unos años. Haría falta una renovación del patrimonio de ideas.

Por tanto es una cuestión cultural, no solo política o económica.
Creo que la mayor urgencia es la necesidad de liberarse de un cierto conformismo. Una forma de pereza mental. Pero en un continente que envejece eso no es tarea fácil.

¿No cree usted que la aportación de la fe puede ir en esta dirección, más que hacia la recuperación tout court de valores tradicionales?
Sí, creo que el cristianismo debería ayudar en esto. En el fondo, su origen tiene mucho que ver con la ruptura del conformismo. También el Papa Francisco, a su modo, lo está poniendo de manifiesto: es anticonformista y tranquilizador a la vez. Muestra cómo la ruptura de ciertos esquemas puede suceder dentro de algo tranquilizador por su bondad. El cambio puede mantener un espacio para lo que es bueno, de hecho puede suceder en el signo de algo bueno, sin saltos al vacío.

¿Pero así Europa garantiza espacios de libertad o se convierte en una especie de Moloch invasor?
Si miramos a nuestro alrededor, no hay lugar en el mundo donde la libertad esté garantizada como aquí. Por eso es importante evitar que todo se vaya a la ruina.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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