El abrazo con judíos y musulmanes y el encuentro con los ortodoxos. El Jordán, Belén y el Santo Sepulcro… Hasta llegar a la invitación dirigida a los líderes de Israel y de Palestina: «Venid a rezar a mi casa». Así la presencia de Francisco ha roto todos los esquemas, incluso los de la política, abriendo un camino hacia una paz «que se ha de construir día a día, como un artesano»
«Debemos pensar que, igual que fue movida la piedra del sepulcro, así pueden ser removidos todos los obstáculos que impiden aún la plena comunión entre nosotros. Siempre que nos pedimos perdón los unos a los otros por los pecados cometidos en relación con otros cristianos y tenemos el valor de conceder y de recibir este perdón, experimentamos la resurrección». El domingo 25 de mayo, al final de la jornada, el Papa Francisco, cansado, habla en voz baja, pero está lleno de gozo. Se deja guiar por el patriarca ecuménico de Constantinopla Bartolomé, su hermano, como Pedro haría alguna vez con Andrés a las orillas de aquél mar de Galilea donde ambos echaban las redes y donde fueron “pescados” por aquél que les convertiría en “pescadores de hombres”.
Lo que sucedió bajo las antiguas piedras de la Basílica de la Anástasis de Jerusalén, donde se custodia la tumba vacía de Jesús de Nazaret, no tiene precedentes: todas las confesiones cristianas de Tierra Santa reunidas para orar en el lugar de la Resurrección, lamentablemente conocido también como el lugar de la división. Cincuenta años después del histórico abrazo entre Pablo VI y Atenágoras, sus sucesores, con el mismo espíritu, el mismo valor y la misma humildad, testimonian el anhelo por la unidad de los seguidores de un Dios que se hace niño, que enseña a servir y que se abaja hasta la muerte en cruz. Y que resucita.
No era fácil visitar Tierra Santa durante tres días hablando a hombres de religiones distintas y entrando en el corazón de uno de los escenarios medio orientales más complicados sin dejarse instrumentalizar. Francisco lo ha conseguido con su testimonio y sus gestos, antes incluso que con sus palabras, con una peregrinación profundamente religiosa y espiritual, y que precisamente por esto ha sacudido también el panorama desde el punto de vista geopolítico.
El viaje de tres días, tres etapas – Amán, Belén y Jerusalén – y tres religiones, que el Papa decidió emprender respondiendo a la invitación del hermano Bartolomé, empezó en Jordania, país todavía símbolo de la convivencia entre distintas profesiones de fe. Aquí Francisco fue recibido por el rey Abdalá. El Papa recuerda la guerra, la “lucha fratricida”, que desde hace tres años atenaza a Siria, y la consecuente catástrofe humanitaria. En el encuentro con un grupo de refugiados, en el lugar del bautismo de Jesús, dejando de lado el discurso escrito, dice: «La raíz del mal es el odio. El odio y la codicia del dinero en la fabricación y en la venta de las armas. ¿Quién proporciona a los países en guerra las armas para continuar el conflicto?». Y apela a que se vuelva a la “vía de la negociación”, pidiendo a Dios que convierta “a los violentos y a los que tienen planes de guerra”. Poco antes, en la misa celebrada en el estadio de Amán, había recordado el papel de los cristianos, una minoría que lleva a cabo una acción “cualificada y apreciada” en el campo de la educación y de la sanidad, destacando la importancia de la libertad religiosa y también la “libertad de escoger la religión que cada uno considere verdadera y la libertad de manifestar públicamente las propias creencias”. También a ellos, también a los cristianos, el Papa les pide que dejen de lado rencores y divisiones. El camino hacia la paz se consolida si reconocemos que «todos tenemos la misma sangre y formamos parte del género humano; si no nos olvidamos que tenemos un único Padre celestial».
El domingo 25 de mayo es el día de Belén, del abrazo con los cristianos de Palestina y de Israel. Muchos de ellos no han podido llegar a abrazar al Papa, debido a la escasez de los permisos. Francisco, antes de llegar a la Plaza del Pesebre, donde está previsto celebrar la misa, hace que se pare el “Papamóvil” cerca del muro de cemento, la alta barrera de separación alzada por los israelíes por razones defensivas, que provoca sufrimientos y dificultades a la población palestina árabe y cristiana, cortando en dos comunidades y familias. El Papa no habla, pero se detiene durante unos minutos a orar silenciosamente, primero con la mano y después con la frente apoyada en la pared. Un gesto inesperado, una imagen potente.
Ninguna hoja de ruta. La homilía de la misa la dedica al Dios que se hace Niño, al Dios que nace en la precariedad, necesitado de todo, de acogida y protección. Es la ocasión para una meditación conmovedora sobre los niños que han de ser acogidos desde el seno materno, sobre los niños que mueren de hambre, los esclavizados y los explotados, los niños refugiados que huyen en las pateras y a veces encuentran la muerte en el mar Mediterráneo.
Al término de la celebración, un anuncio sorpresa: Francisco invita al Vaticano a los presidentes de Palestina e Israel, Abu Mazen y Shimon Peres, a un encuentro de oración por la paz. No lo hace como líder político, no tiene en mente una hoja de ruta para despertar un proceso de paz estancado, sino que cree de verdad en la potencia de la oración. Sabe que la paz es un don que implorar y que construir “artesanalmente”, día a día, en la vida de cada uno. Dicho encuentro Bergoglio hubiera querido que tuviera lugar allí, en Tierra Santa, pero no ha sido posible, y por eso lo convoca en Roma. Será un encuentro de oración, no una cumbre. Una iniciativa más similar a la jornada de oración y ayuno por Siria que a una conferencia de paz.
Antes de dejar el “Estado de Palestina”, Francisco tiene un encuentro con los niños del campo de refugiados de Dheisheh. Allí él escucha mientras hablan de la «ocupación», queriendo «gritar al mundo» los sufrimientos de su pueblo. Les dice: «El pasado no debe determinar vuestra vida». Y, casi rezando, añade: «Recordad que la violencia no se combate con la violencia, sino sólo con la paz».
La tarde del domingo Francisco llega a Israel, recibido por el presidente Peres y por el primer ministro Benjamin Netanyahu. Ratifica allí la condena al antisemitismo y la intolerancia, menciona los seis millones de judíos masacrados por los nazis y manifiesta su cercanía a las víctimas del atentado antisemita de Bruselas.
¡Nunca más! La jornada concluye en el Santo Sepulcro, con la oración común entre los cristianos, donde el Papa repite su disponibilidad a encontrar una forma de ejercicio del Primado de Pedro que sea «un servicio de amor y de comunión reconocido por todos».
El lunes 26 es el día de Israel. Tras los encuentros con el Gran Muftí en la Explanada de las Mezquitas y el alto en el Muro de las Lamentaciones, Francisco realiza un nuevo gesto fuera de programa. Reza silenciosamente delante del monumento que recuerda las víctimas del terrorismo. Otro muro más. Y añade: «¡Nunca más!».
La etapa más conmovedora de la jornada es sin embargo la de Yad Vashem, el memorial de la Shoah. «Hombre, ¿qué has hecho? Señor, sálvanos de esta monstruosidad», afirma en voz baja delante de la llama perenne que recuerda el abismo de mal del Holocausto, manifestando «vergüenza», por el hombre que se ha hecho «dios» por «sacrificar los propios hermanos a sí mismo». Pero lo que más impacta son siempre los gestos. El obispo de Roma, saludando a algunos supervivientes que le son presentados, besa la mano a cada uno de ellos. Es de nuevo un pastor capaz de testimoniar la ternura de un Dios que se ha anulado a sí mismo por amor hasta la muerte, indicando a los suyos el camino de la humildad y del servicio. Francisco es un creyente que se fía y que se deja llevar, capaz de compartir las situaciones y los sufrimientos de cualquier persona. Estos gestos han abierto una brecha también en Israel. El sucesor de Pedro ha venido a Tierra Santa sólo para testimoniar el Evangelio. Y su presencia ha tenido un impacto sobre la realidad de la región que ninguna estrategia político-diplomática habría podido tener, hasta el punto de que Christopher J. Hale ha escrito en la revista Time: «Es difícil sostener que el Papa Francisco no sea el mejor político del mundo después de su viaje a Tierra Santa».
En el último momento de la peregrinación, antes de retornar a Roma, celebra la misa en el Cenáculo: «Aquí nació la Iglesia, y nació en salida. De aquí partió, con el pan partido en las manos, las llagas de Jesús en los ojos y el espíritu de amor en el corazón».
Los palestinos
«HARÁN FALTA AÑOS PARA COMPRENDER AQUELLA HORA»
«Cuando le saludé, antes de partir, no le pedí nada. Porque todo lo que había dicho en su viaje lo había dicho sobre todo para mí». Monseñor William Shomali, vicario patriarcal de Jerusalén y número dos de la Iglesia latina de Tierra Santa, ha seguido de cerca la peregrinación de Francisco. Impresionado «más por los gestos que por las palabras», el sacerdote palestino de Beit Jala, una aldea al norte de Belén, habla de una visita «extraordinaria», destinada a marcar la historia de la Iglesia Madre de Jerusalén.
Excelencia, ¿cuáles han sido las primeras reacciones al viaje?
El Papa ha hecho más de lo que estaba previsto en el programa oficial. Con sus gestos ha hablado más que con muchos discursos, y no ha sido nunca criticado. Es increíble, si pensamos en el contexto en el que vivimos. Ha suscitado admiración entre los cristianos y los judíos, los palestinos y los israelíes. Ahora es demasiado pronto para hacer un balance, pero se trata sin duda de una visita perfectamente lograda.
De entre los gestos “fuera de programa” hay uno que ha llamado la atención más que cualquier otro: la oración en el muro de separación…
El Papa, al pasar, ha visto el símbolo del mal, del odio, de la división, y ha querido pararse para exorcizar todas las tensiones generadas cada día. No se ha tratado de un gesto polémico, no era hostil con los israelíes o parcial hacia los palestinos. Cada uno puede interpretarlo como quiera, pero ha rezado por la paz. Ha sido un gesto incontestable. ¿Cómo se puede atacar o criticar a quien reza por la paz?
En el Santo Sepulcro hemos asistido a un gesto que ha marcado época. ¿Se puede decir que católicos y ortodoxos están cada vez más cerca de la unidad?
El muro psicológico de estos años finalmente ha caído. Ha caído porque los dos hermanos, Pedro y Andrés, estaban de nuevo juntos a través de sus sucesores. Han demostrado una amistad y una estima recíproca extraordinarias. Por esto era conmovedor. Bartolomé ha sostenido a Francisco mientras descendía los escalones de entrada. En el sepulcro han entrado juntos y juntos han rezado en la tumba vacía de Cristo. Con gran humildad el Papa ha dejado entrar en primer lugar al Patriarca. Harán falta años para comprender qué ha sucedido en una hora.
¿Qué es lo que han pedido en la oración dentro del templete de la Resurrección?
Han pedido perdón por las divisiones y han rezado para obtener la gracia de la unidad. Cuando el Papa ha besado la mano de Bartolomé, una vez fuera, nos hemos conmovido. Y esto no quiere decir, como han escrito, que se ponga en discusión el Primado del ministerio petrino. El verdadero primado es ante todo servicio, no sólo autoridad. También Jesús lavó los pies de los apóstoles, pero no dejó de ser Jesús. Forma todo ello parte de un lenguaje que los políticos no conocen, es el lenguaje de los gestos, también de los espontáneos. Francisco ha «perfeccionado» el estilo de Juan Pablo II. Cuando se inclina y besa las manos a las personas, en aquel momento quiere decir: «Me inclino delante de Cristo, a quien veo en ti».
El Papa ha continuado hablando de paz. No es el primero, ni será el último. ¿Por qué los gobiernos –sordos en todos estos años– deberían escuchar al obispo de Roma?
Hay un elemento que no podemos comprender del todo. El Papa ha venido aquí en el nombre del Señor, como vicario de Cristo, a orar por la paz. Y por ello «ha hablado con autoridad», como hacía Cristo, y no ha entrado en las dinámicas del conflicto, manteniéndose al margen de ellas. Además, en un momento histórico en el que las negociaciones de paz están en un punto muerto. Ha demostrado una grandeza no común. Pero la respuesta a esta oración sólo puede venir de lo alto. A menudo cuando nadie se lo espera. Como Abrahán, que no podía tener hijos y, sin embargo, inesperadamente, cuando parecía imposible, Dios le concedió el don de la paternidad. De la misma manera, invitando a Abu Mazen y a Shimon Peres al Vaticano, Francisco ha dicho a todos: «Ahora que habéis perdido toda esperanza, oremos al Señor. Sólo Él puede daros –y darnos– la paz verdadera».
Andrea Avveduto
Los israelíes
«REZAR JUNTOS SERÁ ÚTIL. SÓLO DIOS PUEDE DAR LA PAZ»
«Es un modelo de humildad y de santidad. Un auténtico líder religioso». Así habla de Francisco Ammon Ramon, judío israelí e investigador del Instituto de Jerusalén para Estudios Israelitas, que se ha dedicado a estudiar desde hace mucho tiempo los viajes de los Papas a Tierra Santa, y que no tiene dudas: «Desde todos los puntos de vista ha sido un éxito».
¿Esperaba que fuera así?
No, la verdad. Durante los días anteriores, habían sido publicados varios artículos míos en distintos periódicos, en los que mostraba todas mis perplejidades sobre la visita: los ataques del price tag (los judíos extremistas, ndr), la falta de aprobación general de la celebración de la misa en el Cenáculo. Estaba preocupado por todas las cuestiones que podrían estropear el viaje. Y, sin embargo, me ha sorprendido. De hecho, ha sorprendido a todos.
¿En qué sentido?
En muchos. Como judío practicante creo que el encuentro con Bartolomé ha sido fundamental. Y, además, como historiador y estudioso del cristianismo, lo reitero: la cercanía entre los dos ha sido una cosa totalmente imprevisible. Y es que el viaje del Papa a Tierra Santa podía ser cualquier cosa menos un acontecimiento político. Lo esperable era haber visto, como estamos acostumbrados, protocolo y formalidades; mientras que, en cambio, hemos asistido a un encuentro entre dos amigos que se ayudaban recíprocamente.
¿Cómo ha reaccionado la sociedad judía?
La visita a Yad Vashem, el Memorial del Holocausto, y al monte Herzl han sido los dos puntos centrales, al menos según la opinión pública israelí. El reconocimiento mostrado en la tumba del padre del sionismo redime del hecho que tuvo lugar con Pio X hace ciento diez años, cuando Herzl pidió la “bendición” del Papa y el rechazo fue claro: «Los judíos no han reconocido a Nuestro Señor, por lo que no podemos reconocer al pueblo judío». Hoy las relaciones han cambiado de modo decisivo. En el museo del Holocausto el Papa no ha querido entrar en los detalles históricos y en la posición de la Iglesia católica, sino que ha demostrado que ha comprendido el mensaje universal de la Shoah. Se ha mostrado realmente inteligente.
Se discute desde hace años sobre si dejar o no la gestión del Cenáculo a la Iglesia. Esta cuestión, ¿es de carácter político o religioso?
Es un asunto realmente complicado. Aquí en el Medio Oriente, la política y la religión van siempre tomadas de la mano. No es posible separar la una de la otra. Bajo el Cenáculo se sitúa el lugar que parte de la tradición judía identifica como la tumba de David, y sería inaceptable la celebración de la Eucaristía sobre un lugar de devoción judía. Sabemos que con toda probabilidad el rey David no fue sepultado en ese lugar, pero el Gobierno se deja chantajear a menudo por estos pequeños grupos de extremistas. Sobre todo cuando las cuestiones no van a tocar los intereses nacionales.
¿Cuál es hoy el obstáculo principal para conseguir la paz?
El hecho de que las dos partes en conflicto no están dispuestas a hacer las paces. Simplemente porque no se fían el uno del otro. Permítame volver cinco años atrás, a la peregrinación de Benedicto XVI. En aquél entonces pronunció una frase que ha permanecido en mi corazón. Dijo que, según el lenguaje judío, “seguridad” –batah– deriva de “confianza” y no se refiere sólo a la ausencia de amenaza, sino también al sentimiento de calma y de familiaridad. El punto de hoy –también después de la visita del papa Francisco– es exactamente como aquél de entonces: falta la confianza recíproca. En cambio, ¡cuánto hemos de aprender de la confianza que han mostrado Francisco y Bartolomé!
Francisco invitó a Abu Mazen y Shimon Peres al Vaticano para un encuentro de oración: ¿piensa usted que se trata un gesto profético o que es arriesgado?
Sobre esta cuestión mi respuesta le defraudará, pero a mí no me ha convencido. Habría tenido que invitar al primer ministro Benjamín Netanyahu, que tiene todo el poder –si quisiera – para poner fin al conflicto. En dos semanas Peres ya no será el Presidente del Estado de Israel, y creo que hay pocas esperanzas, desde el punto de vista práctico, de que este encuentro pueda aportar verdaderamente algo. Tras esta última afirmación, Ammon Ramon se queda pensativo un instante. Tal vez esta respuesta no le convence ni siquiera a él. Y después prosigue: «Pero, en el fondo, ¿quién sabe? También rezar por la paz será útil. Porque sólo una intervención divina puede llevar la paz a esta tierra desesperada».
Andrea Avveduto
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón