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Huellas N.6, Junio 2014

EDITORIAL

Como artesanos

No nos lo esperábamos. Era una peregrinación con ocasión de los cincuenta años del histórico encuentro entre Pablo VI y el patriarca Atenágoras, orientada al ecumenismo y al acercamiento con los hermanos ortodoxos. Pero el viaje del Papa Francisco a Tierra Santa, a finales de mayo, ha sido mucho más.
Sus palabras y sus gestos han movido las conciencias y los corazones. Tanto que al cabo de unos días, parece increíble que esos cuatro hombres se encuentren en la “casa” del Papa, se estrechen la mano, se abracen, se saluden. Representan a dos Estados, Israel y Palestina, y a dos Iglesias, la latina y la oriental. El lugar de su encuentro es un jardín al fondo del cual se levanta la cúpula de San Pedro, en una tarde luminosa, a punto de ponerse el sol.
El encuentro con Shimon Peres, Abu Mazen y el patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, debería haberse producido durante el viaje a Tierra Santa. Pero el primer intento fue fallido, porque en esa tierra martirizada y dividida del Oriente Medio actual no encontraban el lugar adecuado para celebrar el encuentro. Entonces el propio Papa Francisco invitó a los protagonistas verse en su casa, a orillas del Tíber.

En esta histórica cita, durante un encuentro de oración, resonaron las palabras del Corán y las dulcísimas notas de la música klezmér, los salmos y el Evangelio. El Papa Francisco destacó que «para conseguir la paz, se necesita valor, mucho más que para hacer la guerra. Se necesita valor para decir sí al encuentro y no al enfrentamiento; sí al diálogo y no a la violencia; sí a la negociación y no a la hostilidad; sí al respeto de los pactos y no a las provocaciones; sí a la sinceridad y no a la doblez. Para todo esto se necesita valor, una gran fuerza de ánimo. La historia nos enseña que nuestras fuerzas no son suficientes. Más de una vez hemos estado cerca de la paz, pero el maligno, por diversos medios, ha conseguido impedirla. Por eso estamos aquí, porque sabemos y creemos que necesitamos la ayuda de Dios. No renunciamos a nuestras responsabilidades, pero invocamos a Dios como un acto de suprema responsabilidad, de cara a nuestras conciencias y de frente a nuestros pueblos. Hemos escuchado una llamada, y debemos responder: la llamada a romper la espiral del odio y la violencia; a doblegarla con una sola palabra: “hermano”. Pero para decir esta palabra, todos debemos levantar la mirada al cielo, y reconocernos hijos de un mismo Padre».

Mirando al Papa delante del Muro de las lamentaciones, a orillas del Jordán, de rodillas en el Santo Sepulcro o mientras abraza a sus hermanos de fe, se ve que es lo esencial en su vida. Se ve que no es ninguna estrategia ni ningún esquema. Solo un amor.
Así comprendemos mejor la tarea que también nos espera. «Un trabajo que tenemos que hacer día a día, como artesanos». Parece poco ante los problemas de Europa, las guerras y la crisis. Y exige mucha paciencia. Por ello, muchas veces, buscamos atajos para ser «más concretos». Mientras el camino solo es uno, como ha recordado el Papa en la explanada de las mezquitas: un camino «dócil a la llamada de Dios» y «abierto a lo que Él quiere construir para nosotros». Un camino como el de Abrahán, que no pretendía cambiar la historia y la cambió.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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