Para algunos es la primera vez. 350 personas de toda América Central y del Sur (Caribe incluido), en el encuentro de responsables de CL con Julián Carrón. La situación en sus países es dura, pero quieren estar a la altura de las circunstancias. Y de su propio deseo
Para muchos, es la primera vez. La primera vez que le ven en acción, que le oyen hablar. El rostro y las palabras de don Giussani fluyen por la pantalla y el tiempo se detiene en un instante. Es viernes por la noche en el ARAL, la Asamblea de responsables de América Latina. Julián Carrón, responsable de CL, acaba de introducir el trabajo partiendo del recorrido de los Ejercicios: «Don Giussani vio con mucha antelación que el nuestro era el tiempo de la miseria evangélica: la cuestión no es “quién tiene razón” sino “cómo se hace para vivir”. Es un desafío que ninguno de nosotros puede evitar». Y que lleva dentro otro, que da título al encuentro: ¿cómo nace una presencia? «La presencia es original si mana de un origen distinto. ¿Pero cómo hemos hecho experiencia de todo esto en los últimos meses?». Las respuestas de Giussani en el video de aquella entrevista de 1987 permiten ver inmediatamente de qué se trata. Hacen intuir algo que Michele Faldi menciona después, al presentar la biografía escrita por Alberto Savorana y que todavía no se ha publicado aquí. Sobre todo, muestran a todos el origen vivo que les ha traído hasta Sao Paulo, Brasil, a 350 personas de toda América Central y del Sur, incluido el Caribe.
El mate del Papa. Sherline, por ejemplo, viene de allí, de las islas del Caribe. Es la primera vez que una haitiana participa en el ARAL. Tiene 29 años, vive en uno de los rincones más duros del mundo pero está radiante mientras cuenta cómo encontró a Cristo al toparse con una chica de AVSI que leía con tres amigos ¿Se puede vivir así? «Hablaban de san Pablo, y ella dijo: “Era Dios quien le buscaba, no él”. Allí entendí de golpe que el Señor siempre está presente en la vida del hombre. Yo pensaba que sólo estaba si tú le buscabas. En cambio, puedo vivir la misma experiencia de Pablo». Comenzó así. Ahora, en Haití, hay una Escuela de comunidad.
Asamblea. Empieza con una provocación de Julián de la Morena, responsable de CL en América Latina. Hace tres meses en Córdoba, Argentina, la policía se puso en huelga. Resultado: violencia, saqueos, homicidios. «El Papa ha invitado a los sacerdotes a salir a las calles y “beber mate con la gente”». A estar, en definitiva. Llevando simplemente a Jesús. Carrón devuelve el desafío: «¿Quién se lo cree? ¿Quién cree que esto puede incidir históricamente y responder al desafío de la violencia? ¿Pero quién puede creer en el método de Dios, que para cambiar la historia llamó a un solo hombre, Abrahán?». Empieza la partida.
Doris, de Colombia, cuenta cómo la enfermedad y muerte de su hermana desataron preguntas tan potentes que llegó incluso a planteárselas a sus alumnos de enseñanzas medias antes de empezar la clase: «¿Pero quién soy yo? ¿Por qué tiene sentido volver a empezar cada mañana?». También ellos empezaron a preguntárselo. Viviendo. «Se pusieron a escribirme para contarme lo que les pasaba». Como una niña de 12 años que, en pleno ataque de ira de su madre, se preguntó: «¿Pero ella es sólo toda esta rabia? ¿Y yo?». «¿Entendéis? Doce años», subraya Carrón: «No es que haya hecho un máster para despertar su humanidad. ¿Pero qué le ha sucedido? ¿Qué ha cambiado en tu forma de ponerte delante de ella? Hay un modo de estar presentes que pierde el carisma por el camino, y hay otro modo que despierta el yo. Hay que entender esta diferencia». Igual que hay que entender qué aflora en la dolorosa impotencia de Paola, que delante de la madre de un menino asesinado en la calle en El Salvador, se encuentra «sin palabras. No sabía qué decirle. He pensado que tal vez no soy capaz de afrontar una situación así, o que no tengo ayuda suficiente».
Carrón le pide a Davide Prosperi que intervenga. También él está aquí por primera vez, porque le han pedido compartir la responsabilidad del movimiento. Habla de otro diálogo, esta vez con un padre que había perdido a su hijo en un accidente y meses después sentía toda esa ausencia y el aparente sinsentido de veinte años de sacrificios para sacar adelante una vida que se esfumó en un instante. La respuesta podía consistir en alguna frase “adecuada”. En cambio a Davide le suscitó una pregunta: «“Si tú tuvieras ahora a tu hijo recién nacido, conociendo todos esos sacrificios que describes, y sabiendo que terminará así, ¿volverías a hacerlo?”. No se lo pensó un instante: “Sí”. “Entonces pregúntate por qué”». Observa Carrón: «Las respuestas prefabricadas no bastan para que crezca la persona. Hay que invitarla a mirar su experiencia. La respuesta no la dio Davide: la dio ese padre, pescando de lo que vivía. Y sin un atisbo de duda. Evidentemente todavía sentirá nostalgia, pero podrá vivir».
Sin pan ni leche. Cleuza cuenta el accidente que tuvieron en diciembre: la embarcación explotó, y ella y Marcos fueron trasladados al hospital. «Los médicos se sorprendían por nuestra serenidad. Sentíamos mucho dolor, pero esa presencia era más fuerte. Lo que dice el movimiento es verdad, yo lo he visto». «¿De dónde viene esta fuerza?», pregunta Carrón. «Esta es una presencia original, porque suscita a los demás una pregunta: ¿pero vosotros quiénes sois? La misma pregunta que suscitaba Jesús». Alejandro habla de Venezuela: la violencia, las tiendas sin pan ni leche, el deseo de estar «a la altura de estas circunstancias». Y esa pregunta que nace del impacto con el Evangelio: «Ama a tu enemigo…». «Me descolocó: si perjudica a mi familia o a mis amigos, ¿cómo voy a amar al enemigo?». Carrón: «¿Cómo responde la Escuela de comunidad a esta pregunta tuya? ¿Quién salva todos los factores de lo humano? Sólo así entenderemos por qué don Giussani pregunta: ¿quién es Jesús? Sólo si crecemos en la certeza de la relación con Él, es posible que nos permita recorrer todo el camino, hasta amar al enemigo. Nosotros no somos capaces. Pero entonces, ¿cuál es nuestra tarea? ¿Unirnos a las barricadas, quedarnos al margen de la refriega, o generar una presencia nueva? ¿Cómo puede ser posible hoy si no volvemos a proponer a Cristo?». Es la cuestión que plantea Aureliano, que se dedica a tallar piedras preciosas en Bogotá, Colombia: «Me estoy preguntando si Cristo es todo o no. Me hago esta pregunta, pero automáticamente pienso ya en cómo deben ser las cosas. Y es una trampa. En cambio yo quiero seguirle en lo que sucede». «Es verdad», responde Carrón: «Reducimos a Cristo a una imagen nuestra. Pero Él sólo se manifiesta si le seguimos. No podemos empezar creyendo que lo sabemos ya de antemano».
Es fácil pensar que ya lo sabemos. Ves rostros conocidos, el mismo sitio de años pasados. Piensas cómo evitar escribir más o menos el mismo artículo. Pero luego los encuentros lo desbaratan todo. Oliverio, responsable de México, te cuenta lo que sucede en Coatzacoalcos, su ciudad. Violenta, como todas las zonas del país donde el Estado se ha retirado para dejar espacio a los cárteles de la droga. «Hace unos meses, para responder a la violencia, empezamos a proponer un gesto: el Rosario, una vez al mes». A primera vista, es nada. Como el Papa con su mate. Pero la última vez eran 600 personas. Al terminar, una mujer se acercó a él: «Gracias, esta oración me está cambiando la forma de vivir en mi casa». ¿Cómo se hace para vivir? Es la miseria evangélica a la que Jesús responde.
Carrón lo retoma en la lección de la tarde. En parte recupera los temas de la “Página Uno” del último número de Huellas y en parte va más allá; muestra cómo la Iglesia, del Concilio en adelante, ha recuperado su tradición – y vocación – originaria, volviendo a centrarse en un punto decisivo: la libertad. «Forma parte de la naturaleza misma de la verdad poder ser alcanzada libremente, no por imposición». Retomar este hilo, como hizo Benedicto XVI y ahora Francisco, es volver al inicio. A lo que hace falta para vivir en un mundo que se parece mucho al del primer milenio. No sólo porque los valores, «separados de Cristo», van cayendo uno tras otro, dejando al descubierto un tejido donde ni siquiera las evidencias son ya reconocidas. Los ejemplos brotan por todas partes. También por aquí, donde la vida cada vez vale menos, ya sea por los enfrentamientos en las calles, la criminalidad o la despenalización de la droga en Uruguay. El trabajo propuesto responde a la vida. No a los debates de los periódicos.
Te das cuenta hablando con Alejandro y Conrado, de 36 y 42 años. También para ellos es la primera vez. Vienen de Cuba, llegar hasta aquí ha sido una odisea de tarjetas y visados. Alejandro: «Al conocer a Giussani, he encontrado las respuestas». ¿A qué? «A la “fatiga de vivir”, como dice ese escritor vuestro, Pavese. Al dolor. Y a la pregunta que le hacía a mi padre cuando tenía 7-8 años: ¿qué sucede después de la muerte? Y él me decía: nada, se deja de existir. Pero eso no me bastaba». Después, a los 25 años, conoció a una familia católica: «Me sorprendió cómo estaban entre ellos y conmigo». Más tarde, por casualidad, un diálogo con Conrado, que había conocido CL en Italia y que le regaló El sentido religioso. Tres semanas después Alejandro le dijo: «Lo he entendido. Esto es lo que hace falta para vivir. ¿Qué otros libros tienes?». También en Matanzas ahora se hace Escuela de comunidad. «Desde el 22 de febrero del año pasado: después nos dimos cuenta de que era el aniversario de la muerte de Giussani». Son nueve, contando a «un profesor de Filosofía marxista y jubilado».
Si el sol se apaga. Por la noche, testimonio de Prosperi. Cuenta una serie de hechos en los que encuentra «la huella de lo que me permite tener certeza». Habla del encuentro con Giussani, «que comunicaba esta certeza afectiva». De la responsabilidad, que «no es un encargo», ni mucho menos una serie de cosas que hacer: «Lo que llena la vida no es cuántas cosas hacemos, sino tener presente el objetivo». De lo impresionado que está por estos días: «Es mucho más de lo que imaginaba: aquí estoy viviendo una experiencia». De la amistad con Carrón, que es un «mirar juntos las cosas mientras nacen». Habla de muchas otras cosas, y deja un signo profundo.
Como la síntesis final, que retoma el camino indicado por los cantos que acaban de entonar: Razón de vivir y Ojos de cielo. «“Para aligerar el peso de nuestros días… Para descartar esa sensación de perderlo todo”, ¿qué me hace falta? “Que estés aquí con tus ojos claros”. “Si el sol que me alumbra se apagara un día y una noche oscura ganara mi vida”, ¿qué necesitaríamos? “Tus ojos”. El cielo en tu mirada. Porque “tus ojos sinceros” son “mi camino y guía”». ¿Qué “ojos claros” hace falta encontrar? «En la realidad ha acontecido. En la historia ha sucedido un hecho que ha introducido estos ojos». Un hecho, Cristo. Y un método: «La Escuela de comunidad son estos ojos. Irreductibles a nosotros mismos, a nuestros sentimientos, a nuestras reacciones. Imposibles de manipular por nadie. Porque introducen la mirada de una Presencia totalmente distinta de nosotros». Esa que en el capítulo octavo de Los orígenes de la pretensión cristiana lleva a Giussani a plantear la pregunta decisiva: ¿quién es Jesús? De eso depende quiénes somos y cuál es nuestra incidencia histórica. «Imaginaos a aquellos pescadores de Galilea que llegaban a Roma sólo con esto, con sus ojos nuevos. Si Juan y Andrés estuvieran aquí ahora, ¿cómo defenderían los valores? Como hizo Jesús: dejando entrar esta mirada en todo lo que hacían».
Por eso los desafíos que tenemos por delante «son una ocasión para redescubrir qué es el cristianismo y cuál es nuestra tarea. Sabemos que volvemos a proponer a Cristo porque podemos encontrar esta presencia entre nosotros. Estos “ojos de cielo”. Sin ellos me quedaría “abandonado en pleno vuelo” de la vida». Así, en cambio, se puede vivir en todas partes «a la altura de las circunstancias», como pedía Alejandro. Y de nuestro deseo.
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